Taiko

Taiko


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Entre la primavera y el otoño de aquel año, Hideyoshi envió barcos al sur y caballos al norte en sus campañas para dominar el país. El noveno mes regresó al castillo de Osaka y empezó a supervisar la administración interna y los asuntos exteriores del imperio.

De vez en cuando volvía la vista hacia las montañas que había escalado para llegar hasta allí, y en tales momentos no podía dejar de felicitarse por la primera mitad de su vida. El próximo año cumpliría cincuenta, la época en que un hombre reflexiona sobre su pasado y se ve obligado a pensar en su próximo paso.

Luego, como era humano y estaba sujeto a las pasiones carnales más que la mayoría de los hombres, era natural que por la noche reflexionara en esas pasiones que habían gobernado su vida en el pasado y seguían haciéndolo en el presente, y se preguntara adonde le conducirían en el futuro.

«Es el otoño de mi vida. No me quedan muchos meses de mi año cuarenta y nueve.»

Al comparar su vida con la ascensión de las montañas, tenía la sensación de estar mirando abajo, hacia las estribaciones, tras haber llegado casi a la cima.

Se cree que la cima es el objeto de la escalada. Pero su verdadero objeto, la alegría de vivir, no está en la misma cumbre, sino en las adversidades sufridas durante la escalada. Hay valles, riscos, arroyos, precipicios y resbaladeros, y al caminar por los senderos empinados, el escalador puede pensar en no ir más allá, o incluso en que morir sería mejor que seguir adelante. Pero reanuda su lucha con las dificultades que tiene ante sí, y cuando por fin es capaz de mirar atrás y ver lo que ha superado, descubre que ha experimentado realmente la alegría de vivir en todos los caminos de la vida.

¡Qué aburrida sería una vida carente de la confusión de numerosas digresiones o de luchas difíciles! ¡Qué pronto un hombre se cansaría de vivir si sólo caminara apaciblemente por un sendero llano! Al final, la vida de un hombre es una serie continua de penalidades y luchas, y el placer de vivir no reside en los breves espacios del descanso. Así Hideyoshi, que nació en la adversidad, llegó a la madurez cuando actuaba en medio de ella.

* * *

El décimo mes del año catorce de la era Tensho, Hideyoshi e Ieyasu se reunieron en el castillo de Osaka para celebrar una histórica conferencia de paz. Aunque no había sido derrotado en el campo de batalla, Ieyasu cedió de todos modos la victoria política a Hideyoshi. Dos años antes, Ieyasu había enviado a su hijo como rehén a Osaka, y entonces tomó por novia a la hermana de Hideyoshi. El paciente Ieyasu esperaría su oportunidad…, tal vez el pájaro aún cantaría para él.

Tras un gran banquete para celebrar la paz establecida con el más fuerte de sus rivales, Hideyoshi se retiró a los aposentos interiores del castillo, donde con sus servidores de más confianza celebró su victoria con numerosas tazas de sake. Horas después, Hideyoshi se levantó tambaleante y dio las buenas noches a sus acompañantes. Avanzó lentamente y dando traspiés por el corredor, un hombre bajo y de cara simiesca, rodeado por sus damas de compañía, casi oculto por las sedas pintorescas y susurrantes de sus kimonos de múltiples capas. La risa de las mujeres se oía a lo largo de los dorados pasillos mientras conducían al lecho a la diminuta figura del dirigente supremo de Japón.

* * *

En la docena de años de vida que le quedaban, Hideyoshi consolidó su dominio de la nación, acabando para siempre con el poder de los clanes de samurais. Su mecenazgo de las artes creó una opulencia y una belleza que pasarían a la posteridad como el Renacimiento japonés. El emperador le concedió un título tras otro, primero el de kampaku, luego el de taiko. Pero los sueños de Hideyoshi no terminaban en la orilla del mar. Sus ambiciones iban más allá, a las tierras en las que soñaba en su infancia, el reino de los emperadores Ming. Sin embargo, los ejércitos del taiko no lograrían conquistar esas tierras. El hombre que jamás dudó de que podría utilizar cada revés para sus propios fines, que podría persuadir a sus enemigos para que fuesen sus amigos, que incluso era capaz de lograr que el pájaro silencioso deseara cantar una canción elegida por él mismo… al final tuvo que ceder a una fuerza mayor y a un hombre más paciente, pero dejó un legado cuya brillantez se mantiene todavía como el recuerdo de una edad dorada.

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