Supernova

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Capítulo 43

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Nova tropezó y cayó hacia atrás al mismo tiempo en que Adrian la empujó con su codo, derribándola al suelo. La jabalina voló por encima de la cabeza de Adrian, no lo tocó por centímetros y se alojó en una de las vigas de madera que funcionaban como soporte de las campanas. Una nube de polvo explotó en el campanario.

Mareada por el pico de adrenalina, Nova se apoyó sobre sus codos y miró a Adrian boquiabierta. El chico le devolvió la mirada, parecía tan sorprendido como ella.

Honey Harper rio.

–¿Qué fue eso? ¿Acabas de salvar su vida? Ay, querido, si no fueras tan asquerosamente noble, yo misma estaría medio enamorada de ti.

Adrian no apartó la mirada de Nova.

–Una vez salvó mi vida –dijo–. En realidad, un par de veces.

Nova tragó saliva. Afuera, escuchó que el Capitán todavía gritaba. El sonido estaba cargado de furia y enojo y la promesa de que aniquilaría a cualquiera que pusiera un dedo sobre su hijo.

Conteniendo la respiración, Nova se obligó a desviar la mirada de Adrian y de todas las emociones garabateadas en su rostro. La intensidad, la franqueza.

Una vez salvó mi vida…

Nova no soltó el arma, aunque su mano temblaba mientras se ponía de pie y regresaba a la ventana. El Capitán corría a toda velocidad hacia la entrada de la catedral. Los villanos estaban de pie inmóviles en las torres occidentales, lo observaban acercarse. Nova no pudo descifrar si estaban nerviosos por el hecho de que este superhéroe supuestamente invencible parecía listo para demoler la iglesia en búsqueda de Adrian. Ellos tenían superioridad numérica, la ventaja del terreno en altura y la familiaridad con la catedral y a… Ace.

Todavía tenían a Ace.

Nova se percató con sorpresa de que Ace no le estaba prestando atención a su archienemigo. La estaba mirando a ella. Su boca se movió, pero en medio del bullicio ya no podía escucharlo. Frunció el ceño y le hizo ceñas a Megáfono para que se acercara a él.

Un momento después, la voz de Megáfono retumbó en el espacio cerrado.

–Querías ver una ejecución, ¿no? ¡Que así sea!

Ace le asintió a Nova.

Sintiendo escalofríos, la chica alzó el arma. Adrian no se movió cuando ella apuntó el arma contra su cabeza otra vez.

El corazón de Nova palpitaba en su pecho.

El Capitán Chromium soltó otro grito de guerra. Arrastraba la cadena detrás de él mientras corría, parecía determinado a destruir la iglesia piedra por piedra. Cualquier cosa para detener a Nova. Para mantener a Adrian a salvo.

Fue demorado cuando una serie de vigas de madera se desprendieron del domo abovedado y se estrellaron delante de él.

Gruñó y con un solo golpe, la primera viga se quebró. El Capitán sujetó otra y la hizo a un lado, luego apoyó su palma sobre la tercera viga y la saltó por encima como si fuera una valla. Pero por cada obstáculo que superaba, otro estaba listo para ocupar su lugar. Llantas de goma. Portones de hierro. Bloques de carbonilla.

Ace estaba jugando con él. No le preocupaba que su viejo rival estuviera utilizando todas sus fuerzas para llegar a la iglesia, para llegar a Adrian. Volvió a mirar a Nova con una pregunta en los ojos, esta vez, teñida de sospecha.

Nova ajustó el arma en su mano y apoyó el cañón contra la piel de Adrian. Él miraba hacia adelante, su concentración estaba encadenada a la lucha de abajo. Sus gafas se habían deslizado levemente por su nariz. Nova observó el movimiento de sus pestañas cuando parpadeó y cómo sus hombros subían y bajaban de manera estable.

Oprime el gatillo, Nova.

El arma se tornó pesada. La empuñadura se sintió pegajosa en su palma.

Los labios de Adrian se separaron. Su mirada giró hacia Nova. Seguía sin camiseta, sus heridas todavía sangraban a través de las vendas y Nova sabía que el chico debía sentir dolor. Y, sin embargo, estaba tan quieto. Tan estable.

Solo esperaba. Oprime el gatillo.

–Su padre tomó la decisión por ti, pequeña Pesadilla.

Nova se sobresaltó. Ace se había despegado del suelo. Estaba levitando sobre el cielorraso empinado de la nave.

–Y ahora –continuó–, debemos cumplir con nuestra palabra. No hacemos amenazas vacías.

Nova intentó asentir con la cabeza, pero no estaba segura si había tenido éxito. Esta vez, no miró a Adrian. Eso lo haría más sencillo. No verlo. No sentir su respiración atravesándola. No recordar el latido estable de su corazón que ella había sentido una vez al descansar su cabeza sobre su pecho.

Esta vez se movieron los labios de Nova, se dijo las palabras a ella misma. Solo oprime el gatillo.

Eso era lo único que tenía que hacer y Ace estaría orgulloso, el Capitán estaría devastado y los Anarquistas ganarían. Su familia finalmente ganaría.

Su propia respiración se entrecortó. Volvió a ser la pequeña niña asustada que miraba fijamente el cuerpo inconsciente del hombre que había asesinado a su familia. Estaba petrificada, era incapaz de mover su dedo para hacer esa pequeña acción que vengaría las muertes de su familia.

Su padre. Su madre. Evie. Le habían robado de manera tan brutal y despreocupada todo lo que ella amaba.

Su brazo comenzó a temblar.

Se suponía que esta sería su venganza y, sin embargo… no era la venganza que había esperado por tanto tiempo. Este dolor era completamente nuevo.

No podía perder a Adrian también.

Un rugido provino de abajo, seguido por un estruendo. Ace se volteó. El Capitán había bordeado la fachada de la catedral y había comenzado a escalar la pared norte. El estruendo había sido provocado por una de las estatuas de los santos cuando cayó al suelo y se destruyó.

Las manos de Ace se cerraron en puños. Descendió hasta uno de los contrafuertes de piedra gruñendo mientras el Capitán se lanzaba del pilar al arco de una ventana. Iba de gárgola a pináculo. Cada vez que aterrizaba, hacía un nuevo agujero en la piedra con su puño, formando asideros para ayudarse mientras elevaba su cuerpo cada vez más.

Ace alzó sus manos hacia el Capitán, pero Nova no sabía lo que sucedería después. Una mano le arrebató algo de su cinturón. Nova jadeó y se volteó. Honey había tomado su cuchillo.

–Por todos los diablos –dijo Honey–. ¡Si no puedes hacerlo, entonces yo lo haré!

Honey tomó la frente de Adrian y jaló su cabeza hacia atrás. Estiró su brazo, lista para deslizar el cuchillo sobre su cuello.

–¡No! –Nova sujetó el brazo de Honey y lo alejó forcejeando. Ambas giraron en su lugar, apretó los dientes y empujó a Honey contra la pared–. Por favor.

Era una súplica patética. Un ruego, una petición desesperada.

La expresión de Honey era de sorpresa, aunque rápidamente se oscureció. Empujó a Nova y la chica se trastabilló, pero recuperó el equilibro. Todavía tenía el arma en su mano, pero no la apuntaría a Honey. Su aliada. Su amiga.

–Pensé que habíamos superado esto –gruñó Honey–. Él es un Renegado, Nova. Es uno de ellos.

–Lo sé –respondió, su voz sonaba débil incluso en su propia cabeza–. Lo sé.

Era lo único que se le ocurría decir. Porque Honey tenía razón y no había manera de explicarle que, en este momento, no le importaba. No podía ni siquiera pedirle a Honey que no lo lastimara. No podía sugerir que lo dejara libre porque ¿a dónde podría ir? ¿Y qué pensaría Ace?

Pero, de todos modos.

De todos modos.

Había pensado que podía hacerlo. Había pensado que… por Ace. Por los Anarquistas. Por su familia. Por este mundo. Podía hacerlo, si era lo que había que hacer para que la visión de Ace se hiciera realidad. Para destruir a los Renegado de una vez por todas. Para que todos los prodigios estén liberados de la tiranía. Para que la balanza del poder se inclinara hacia un equilibrio.

Pero había estado equivocada.

No podía matarlo.

No podía hacerlo.

Y tampoco podía quedarse allí parada y ver cómo lo mataban. No a este chico que le había dado una noche de descanso tranquilo y sin sueños. Que le había regalado una estrella. Que le había dado esperanza.

Él no. Adrian, no.

El rostro de Honey se contorsionó.

Luego, Nova oyó el zumbido.

Apenas había inclinado su cabeza cuando la primera avispa aterrizó en su codo y hundió su aguijón en su piel.

Nova había visto en acción a las abejas de Honey antes, había escuchado los gritos en agonía; pero nada la había preparado para esto. Era como una uña ardiendo clavándose en su piel.

Nova gritó. El arma cayó estrepitosamente.

Un segundo aguijón perforó su muslo. Un tercero, su omóplato. Un cuarto, su espinilla. Cada uno se enterró en ella causando más dolor del que podría haber imaginado. Y no se detenían. Sentía que la perforaban agujas en llamas una y otra vez.

–¡Detente! –gimió, colapsando contra una pared–. Honey… ¡Detente!

Cada uno de sus instintos le decía que corriera, que se lanzara de la torre si solo servía para alejarse de aquí. Pero un pensamiento hizo que se quedara allí a pesar del dolor. Si huía, Honey asesinaría a Adrian.

Por favor –suplicó ahuyentando un avispón carmesí–. Honey… –se quedó sin aire cuando un aguijón se enterró en su pecho–. ¡Esto está mal, Honey! ¡Ya no necesitamos… pelear contra ellos!

–Ah, ¿sí? –gritó Honey–. ¿Qué pensabas? ¿Qué podrías quedarte con este como tu novio? ¿O perdonar a su padre del Consejo? Nunca lo entendiste, Nova. Siempre fuiste demasiado joven para comprender.

Otro aguijón se hundió en la carne suave detrás de la oreja de Nova. Intentó subir su cabeza y su cuello mientras lágrimas calientes desenfocaban su visión. Podía sentirlas en todos lados. No solo a los aguijones venenosos, sino a sus pequeñas patas gateando sobre su piel, sus alas batiéndose contra su cabello, el zumbido ensordecedor a su alrededor.

Su visión borrosa aterrizó en la piel desnuda del tobillo de Honey. Su poder pulsaba a través de ella, con más desesperación de la que había sentido alguna vez.

Solo necesitaba tocarla…

Se lanzó hacia adelante con el brazo extendido.

Honey alzó su pie y enterró su tacón en la palma de Nova y la chica gritó.

–Buen intento –dijo Honey. Levantó su zapato y pateó la mano de Nova para hacerla a un lado–. Ace te dio una orden y si no puedes ejecutarla, entonces lo haré yo. El Capitán Chromium nos quitó todo. ¡Todo! Y ahora… –se volteó hacia Adrian, quien todavía yacía contra la pared con las manos atadas sobre su espalda–. Ahora le quitaré todo a él.

Honey se abalanzó.

Adrian dio un paso al costado. Honey se estrelló contra el marco de la ventana y derribó el farol. La llama se extinguió cuando cayó y el artefacto rodo un par de metros sobre el suelo de madera. Honey giró en su lugar, agitando el cuchillo desagradablemente en el aire. Adrian siguió retrocediendo, esquivó los ataques de Honey tan bien como pudo mientras cuidaba sus pasos sobre los tablones irregulares. La hoja cortó su hombro.

Nova intentó concentrarse, pero sus pensamientos estaban adormecidos por el dolor, sus movimientos eran involuntarios mientras se contorsionaba y se retorcía, intentaba desesperadamente escaparse del enjambre.

Su visión borrosa aterrizó en el arma.

Su cerebro estaba ralentizado por la agonía, todo su cuerpo se sentía como si estuviera ardiendo por dentro.

La espalda de Adrian golpeó un soporte de madera debajo de las campanas.

Honey sonrió.

De repente, Adrian se inclinó hacia adelante gritando de dolor. Una avispa negra trepaba sobre su hombro. Giró intentando liberarse de ella, acercándose directamente hacia Honey.

Un aullido rasgó la garganta de Nova. Alzó el arma, el sudor entraba en sus ojos.

Otro aguijón apuñaló la muñeca de Nova.

Honey alzó el cuchillo, preparándose para hundirlo en el pecho de Adrian.

Nova clavó su mandíbula en otro grito y jaló del gatillo.

El culatazo la hizo volar hasta la pared de piedra. El arma salió disparada de su mano y rebotó contra una de las campanas más pequeñas, la hizo repicar antes de caer por la ventana de la torre.

Nova cayó de costado justo cuando otro agujón se hundió en su rodilla y gimió, deseando que se detuvieran, rogando que se detuviera.

Y, repentinamente, se detuvieron.

El dolor persistió, pero, por lo menos, los ataques de aguijones pausaron.

Nova lloró y tembló mientras los avispones que cubrían su cuerpo comenzaron a volar.

Regresaron a Honey. Regresaron a su reina, cuyo cuerpo yacía encorvado sobre el viejo suelo de madera. Un pequeño charco de sangre se estaba formado debajo de su nube de cabello rubio. Nova parpadeó para hacer retroceder las lágrimas, observaba mientras las abejas se movían sobre el cuerpo de Honey. Parecían estar inspeccionándola.

Nova comenzó a toser. Utilizó su manga para limpiar el hollín de su nariz. No podía dejar de temblar. No podía pensar en mucho más que en la agonía que sentía en todos sus sistemas. Su cuerpo se sentía como una acumulación de heridas abiertas sobre las cuáles alguien había echado ácido.

Una abeja abandonó el cuerpo de Honey, zumbó hasta la campana central y aguardó allí un momento, insegura. Nova gimió y se escudó de ella, aterrorizada, pero la abeja no la notó. Las demás también comenzaron a abandonar el cuerpo de Honey. Al principio, solo unas pocas y luego, levantaron vuelo de a docenas. Se dispersaron a través de las ventanas abiertas de la torre y abandonaron la catedral. Abandonaron a su reina.

Solo una vez que el último zumbido desapareció, Nova supo con seguridad que Honey Harper estaba muerta.

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