Supernova

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Capítulo 44

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Nova apoyó su mejilla contra el suelo áspero de madera y comenzó a llorar. No era consciente de nada más que del ardor, el calor y el dolor. Deseaba poder dormirse a sí misma. Preferiría estar inconsciente y vulnerable a tener que soportar esto. Preferiría estar muerta.

Algo hizo ruido en el suelo y aterrizó en su estómago.

Temblando, Nova abrió sus ojos hinchados y vio el cuchillo. Adrian estaba acercándose a ella de rodillas. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se acostó para que sus rostros quedaran a centímetros de distancias. Había tanta preocupación en sus rasgos que Nova comenzó a llorar con más fuerza.

–Nova –dijo. Gentil. Amable–. Puedo ayudarte, pero tienes que desatarme. ¿Puedes hacer eso?

La chica inclinó la cabeza y tosió sobre el suelo de madera. Las palabras de Adrian parecían lejanas. Imposibles. Nova no creía que pudiera sentarse, mucho menos manipular un cuchillo. Ni hablar de hacer algo útil.

Pero tenía que hacer algo. No podía simplemente quedarse allí llorando.

–Lo sé –susurró Adrian, rozando su frente con la de ella–. Lo sé.

Nova esnifó. Con dificultades para respirar, asintió temblorosamente.

Aunque su piel estaba en llamas y sus músculos estaban tan tensos como una cuerda, colocó sus codos debajo de su cabeza y se obligó a incorporarse, luego volvió a apoyarse sobre su cadera. Se mordió la lengua para contener un grito de dolor, cada movimiento hacía que el veneno ardiera en sus venas.

Adrian se sentó para que ella pudiera ver sus manos. Nova miró fijamente a las cuerdas por lo que parecieron siglos. Su visión estaba borrosa. Su mente se negaba a funcionar.

–¿El cuchillo? –preguntó Adrian.

Nova lo tomó y se aferró a él tan fuerte como pudo con una mano. Con la otra, sostuvo la muñeca de Adrian mientras comenzaba a serruchar las cuerdas. Tardó una eternidad, pero Adrian fue paciente y hasta inclinó su cuerpo lo mejor que pudo para facilitarle las cosas, aunque las ataduras deberían estar enterrándose en sus brazos.

Cuando cayó la última soga, Nova soltó el cuchillo y colapsó con un gruñido. Adrian la volteó y la sujetó en sus brazos. Nova no pudo devolver el abrazo, solo pudo hundir su cabeza en el espacio entre su garganta y su pecho. Estaba llorando otra vez.

Manteniendo un brazo alrededor de ella, Adrian llevó su otra mano a la cintura de Nova, buscaba algo en su cinturón.

Nova estalló en una risa histérica cuando se le ocurrió que esto, todo esto, podría ser Adrian preparándose para traicionarla. Podría matarla con facilidad o atarla con sus propias cuerdas o levantarla y lanzarla por la torre.

Probablemente, se lo merecía.

En cambio, sintió un bolígrafo sobre la piel detrás de su oreja. Adrian se movió levemente y Nova sintió cómo dibujaba algo en su nuca. Después de un momento, sintió algo húmedo, frío y tranquilizador sobre la herida punzante.

Suspiró, prácticamente en éxtasis por semejante alivio.

–El Talismán de la Vitalidad te está protegiendo –dijo Adrian–. Caso contrario, probablemente estarías muerta por tener todo este veneno en tu cuerpo.

–Siento como si me estuviera muriendo –respondió, las palabras se mezclaron entre sí en algo casi coherente.

–Lamento que no haga más para ayudar al dolor, pero créeme, sería peor sin él.

Adrian bajó el cierre de la chaqueta de Nova y se la quitó, removió cada manga con cuidado. La chica gimió cada vez que la tela rozaba contra las ronchas hinchadas.

Adrian dejó la chaqueta en un costado y movió el cuerpo de Nova para que pudiera estar recostada sobre él mientras trabajaba en sus brazos. Nova observó, enmudecida, mientras Adrian utilizaba su propio bolígrafo –en la que había instalado un compartimiento para dardos mucho tiempo atrás– para dibujar una gran lágrima sobre cada una de sus heridas inflamadas, antes de frotarla delicadamente con su pulgar. El dibujo se convirtió en una pomada fría debajo de su toque. Luego, dibujó una serie de vendajes prolijos cubriendo cada herida.

–Esto es un ungüento para el veneno –dijo Adrian mientras terminaba con uno de sus brazos y comenzaba a dibujar una nueva lágrima sobre el otro–. Miel y antihistamínicos. Y esto –dibujó otro vendaje– es una compresa casi helada para disminuir la hinchazón y aliviar un poco el dolor.

Las pestañas de Nova se agitaron. Las sentía húmedas y pesadas por las lágrimas, pero ya no estaba llorando. Aunque su cuerpo estaba adolorido y todavía le ardía, el dolor en su cuello y en sus brazos ya había sido adormecido significativamente.

–Está bien –dijo Adrian terminando con sus brazos. Inclinó su cabeza y Nova podía sentir su mirada sobre ella, pero mantuvo su atención en las compresas que ahora cubrían sus miembros–. ¿En dónde más?

Con una mueca, Nova se inclinó hacia adelante y alzó su camiseta para que él pudiera ver las ronchas en su espalda. Adrian cubrió una por una, con estabilidad y meticulosidad y cuando fue el momento de curar sus piernas, el chico desvió la mirada mientras Nova luchaba por sacarse sus pantalones, siseando y retorciéndose durante todo el proceso. Adrian le devolvió su chaqueta para que pudiera cubrirse cuanto pudiera mientras él curaba sus heridas. Aunque Nova sintió que la modestia era tanto para su beneficio como para el de él, no le importó lo que pudiera ver en tanto hiciera desaparecer esta agonía.

A la distancia, reconoció la cacofonía ensordecedora de una batalla feroz. Aunque parecía estar a kilómetros de distancia, ella sabía que estaba mucho más cerca que eso. No parecía que los Renegados hubieran atravesado la barrera improvisada y se imaginó a los villanos en las torres del oeste esperando a ver si la estructura de Ace aguantaría. Listos para defender su nuevo territorio ganado, con sus vidas si fuera necesario.

Ese había sido el plan. En el caso que los Renegados lograran atravesar la pared de Ace, los villanos defenderían la catedral a cualquier costo. Ace había insistido en que no perderían su santuario. De todos modos, los Renegados estaban débiles. Casi la mitad de sus tropas había sido neutralizada. Defender la catedral debería ser sencillo.

Nova se encontró esperando que los Renegados nunca lograran ingresar. No podía soportar la idea de otra batalla que nadie ganaría.

Para cuando Adrian terminó, el dolor se había convertido en un distante tamborileo adormecido en todo su cuerpo.

Una vez más, Adrian le dio privacidad mientras se ponía de pie y se ponía los pantalones y finalmente se ocupó de sus propias heridas. Nova deslizó la palma de sus manos sobre sus mejillas.

–Gracias –murmuró y sintió las lágrimas acumularse otra vez. Lágrimas de gratitud, pero también de culpa. Una parte de ella quería recostarse en este suelo sucio y antiguo y no hacer nada más que llorar hasta que terminara esta experiencia horrible. Era lo único que podía hacer para permanecer de pie–. No tenías que… después de todo… –enterró su rostro entre sus manos–. Ya no sé lo que estoy haciendo. No sé qué está bien o qué está mal o…

–Nova, detente. Escúchame –Adrian sujetó sus muñecas y las alejó de su rostro–. Solo puedo intentar imaginar cómo ha sido tu vida, pero nada de eso importa ahora. Lo que importa es que eres buena, fuerte, valiente y estas dispuesta a luchar por las personas que quieres. ¿No es así?

Nova lo miró atónica, no estaba completamente segura de que su descripción fuera certera. ¿Quién era ella? ¿En quién se había convertido?

–Oscar y Danna están allí abajo en algún lugar. Y mi papá… –su voz flaqueó.

Parecía que había pasado una eternidad desde que el Capitán Chromium había comenzado a escalar la catedral en un esfuerzo de llegar a Adrian.

Estaba peleando contra Ace, quizás en este preciso instante.

Pero era invencible. Ace no podía herirlo. ¿No?

–Ayúdame –dijo Adrian–. Ace Anarquía quiere matarnos a todos. Por favor, ayúdame a detenerlo.

–Es mi tío –susurró.

–Es un Anarquista.

Yo soy una Anarquista.

–No. Eres una Renegada.

–Adrian… –Nova hizo una mueca.

–Lo eres, Nova. Si no lo crees, solo tendrás que confiar en mí.

Nova vaciló. Las palabras de Adrian le recordaron algo que Ace le había dicho lo que parecía ser eones atrás. No puedes confiar en ellos, Nova. No eres una de ellos, por más que desees lo contrario.

Pero confiaba en Adrian. Siempre lo había hecho. Incluso si era un Renegado. Incluso si no le había contado sobre el Centinela. Confiaba en él.

No estaba segura de cómo era posible que él siguiera confiando en ella.

–Adrian, necesito que sepas que realmente lo lamento. Todo. No fue todo mentira. Mis sentimientos por ti…

Adrian sujetó el rostro de Nova con sus manos.

–Lo sé. Y cuando termine todo esto, tendremos una seria conversación sobre tener secretos entre nosotros.

Nova rio, aunque fue un sonido nervioso.

–¿Cómo puedes seguir confiando en mí? ¿Después de todo?

–Ya no tenemos nada más sobre qué mentir, ¿no? Eres Pesadilla. Soy el Centinela. Ace Anarquía es tu tío. Puede que tú y yo seamos archienemigos. Y, sin embargo… –encogió los hombros un poco resignado–. De alguna manera, todavía quiero besarte.

–¿Sí? –sintió un cosquilleo en la piel.

–Tanto como siempre –y luego, lo hizo.

El beso fue más delicado que los besos apasionados que habían compartido antes, hambrientos y llenos de urgencia. Este fue más paciente. Más conocedor. Completamente desprovisto de secretos.

Adrian comenzó a alejarse, pero Nova lo detuvo, envolvió un brazo alrededor de su cuello y volvió a llevar sus labios a los de ella. Se derritió contra él. Un beso lleno de muchas más palabras de las que el tiempo les permitía decir.

Nova no pudo contener la emoción sobrecogedora de su voz cuando se separaron, la incredulidad y la esperanza que sentía por dentro.

–Estaba segura de que me odiarías cuando descubrieras la verdad.

–Al principio, lo intenté –Adrian hizo una mueca–. Pero, como tú dijiste, todos tienen una pesadilla –presionó su frente contra la de ella–. Tal vez quiero que seas la mía.

El corazón de Nova se abombó, pero no pudo evitar una sonrisa juguetona cuando se inclinó hacia atrás.

–Has estado guardando esa por un tiempo, ¿no?

–Solo un par de horas –le sonrió radiante–, pero estoy feliz de haber tenido una oportunidad de usarla.

Nova estaba tentada a besarlo de nuevo cuando unos pasos resonaron detrás de ellos. El sonido provenía de la escalera de madera. Se abrió la trampilla y Leroy apareció agitado.

–¿Qué diablos está…? –se congeló. Su atención fue de Adrian a Nova y de ella a Honey y a los tablones empapados de sangre. El costado de su rostro se contorsionó con ira mientras subía hasta el campanario.

»¡Aléjate de ella! –gritó y llevó una mano hacia la bandolera en su pecho en dónde había colocado los viales.

–Leroy… –empezó a decir Nova dando un paso hacia él–. ¡Espera!

Adrian alzó su mano. Nova giró justo a tiempo para ver una pared brillante esparciéndose de la palma de Adrian, igual a la que lo había protegido a él y a su padre en la arena. El vial de Leroy estalló contra los ladrillos invisibles y los pintó de un líquido amarillo que siseó y chisporroteó.

Nova reaccionó ante el aroma rancio de una de las preparaciones preferidas de Leroy, conocida por los forúnculos instantáneos que formaba en la carne humana, que comenzaban a descomponerse y pudrirse dentro de la hora.

–Leroy, por favor escúchame. Por favor, deja…

–Te está manipulando, Nova –dijo–. Te está lavando el cerebro para que creas que son los buenos. Confía en mí. Lo único que le importa es salvar su propio pellejo –empujó a Nova a un costado, lejos de Adrian.

La pared resplandeció, la argamasa dorada se dispersó en el aire y Adrian dio un paso titubeante hacia adelante.

–No estoy manipulando a nadie. Me preocupo por Nova y creo que tú también. Si tan solo pudiéramos…

–¿Hablar? –sugirió Leroy con una risa aguda–. ¿Como hablaste con Honey, quien amaba a Nova como si fuera su hija?

–Honey intentó matar… –Nova sacudió la cabeza.

No terminó la oración. En un abrir y cerrar de ojos, Leroy había lanzado un segundo vial. No a Adrian esta vez, sino al suelo a sus pies, donde un charco de aceite se había derramado del farol.

En el momento en que los dos químicos se mezclaron, explotaron la fuerza de un bastón de dinamita. El antiguo suelo tembló como un pañuelo de papel. Adrian gritó y cayó a través del suelo.

Nova gritó e intentó sujetarlo, pero Leroy la detuvo, envolvió su cintura con sus brazos para retenerla. Nova miro fijamente, quedándose sin aire, como el cuerpo de Honey se deslizaba hacia el vacío cuando la madera y la piedra cedieron a su alrededor y el aire se llenó de nubes de polvo que invadieron sus pulmones.

–Es nuestro enemigo, Nova. Tienes que comprenderlo. Espero que lo hagas algún día.

Un golpe seco sonó abajo, una serie de impactos y luego una figura emergió del vacío. Adrian, prácticamente volando. Aterrizó con fuerza sobre una rodilla, justo afuera del agujero. Los tablones crujieron y gruñeron por su peso.

–No, Leroy –dijo Nova, su estaba voz cargada con cruda emoción–. Espero que tú lo entiendas algún día.

Posó sus dedos sobre su piel rugosa.

–Nov…

No vio si el rostro de Leroy mostraba enojo o traición. Lo dejó caer al suelo, los brazos soltaron su cintura y luego saltó hacia Adrian.

–¡Espera! –gritó Adrian, demasiado tarde, la advertencia fue amortiguada por el sonido de la madera partiéndose y crujiendo. Atrapó a Nova en sus brazos. La esquina del suelo, comprometida por los químicos, comenzó a ceder–. ¡Sujétate!

Luego comenzaron a caer. La explosión había perforado el nivel superior de las escaleras de madera y causó una serie de bordes filosos y vigas inestables debajo de ellos. Astillas de madera y polvo de piedra llovieron sobre la cabeza de Nova mientras envolvía sus brazos en el cuello de Adrian, preparándose para que la caída llegara a su fin. Vio el cuerpo de Honey en la siguiente plataforma de madera.

Alzó la vista, hacia donde podía escuchar las campanas que se agitaban sobre sus cabezas y vio al cuerpo de Leroy deslizándose sobre el borde.

El cuerpo inconsciente de Leroy cayó.

¡No!

Adrian aterrizó en la plataforma de madera con un impacto que Nova sintió hasta en los huesos. Utilizó el impulso para volver a saltar. Se sentía como volar. Sus cabezas se golpearon con los escombros que caían. El aire silbaba en sus orejas. Las angostas ventanas de la torre se veían borrosas.

Adrian sujetó a Nova con un brazo y encerró el otro alrededor de la cintura de Leroy. Alejándose del suelo destruido, se tambalearon juntos hacia el borde del campanario, donde una pequeña sección del suelo todavía no había cedido. Nova aterrizó de costado con un crujido desgarrador. El cuerpo de Leroy golpeó la pared de piedra debajo de una de las campanas externas.

–El suelo no resistirá –gritó Adrian mientras el gruñido delator de madera y clavos rebotó debajo de ellos.

Ignorando el dolor en sus costillas, Nova se puso de pie y se estiró hacia el alféizar de la ventana. La argamasa y las piedras le facilitaron encontrar en dónde apoyarse y en segundos había escalado hacia la barra de soporte de la enorme campana de bronce. Se agitó debajo de su peso, la campana sonó como una alarma.

Entrecerrando los ojos a través del humo y de los escombros, vio que Adrian tenía a Leroy sobre un hombro mientras utilizaba la lanza de cromo que había quedado insertada sobre una viga superior para impulsarse hacia el enorme marco de madera en el centro de la torre.

–No lo lastimes, por favor –dijo Nova, aferrándose a las paredes para mantener el equilibrio.

Leroy comenzó a deslizarse. Adrian apenas lo atrapó gruñendo por el esfuerzo. Logró poner a Leroy a salvo sobre la viga transversal antes de impulsarse él. Dejándose caer agotado, miró a Nova.

Nubes de humo se arremolinaban en el aire entre ellos. La madera continuaba gruñendo y crujiendo en los pisos inferiores.

–¿Estás bien?

Nova rio y se quitó el flequillo de sus ojos.

–No –dijo–. Leroy ha sido como un segundo padre para mí –vaciló antes de añadir–. Ace y él, los dos.

–No quiero sonar grosero –Adrian la miró fijamente–, pero creo que necesitamos buscarte nuevos roles a seguir.

–Tus papás tampoco son perfectos –lo fulminó con la mirada.

–Sé que no lo son, pero, por favor –gesticuló hacia el cuerpo desplomado de Leroy.

Nova ajustó su equilibrio para no sentirse tan expuesta, encerró sus tobillos en los costados de la campana.

–Sé que ahora puede ser difícil de verlo, pero, en realidad, es un buen tipo… –su voz perdió intensidad, se preguntó cómo, en todo este tiempo en el que sentía que se estaba enamorando de Adrian, no había considerado ni una sola vez cómo sería que Adrian conociera a Leroy y al resto de su “familia”. Nunca había valido la pena pensar en ello porque sabía que nunca sucedería.

–Bueno entonces –dijo Adrian con una risa seca–. Espero que tengamos una oportunidad de conocernos.

Nova volvió en enfocarse en él, agradecida por que no desestimó la idea categóricamente.

–Gracias por no dejar que caiga.

–Todavía no estamos a salvo –Adrian se asomó sobre el agujero dentado debajo de ellos–. Tendré que transformarme. Soy más fuerte con la armadura del Centinela. Podré bajar con él hacia un lugar seguro, pero no sé si puedo cargarlos a los dos a la vez.

–Yo puedo bajar sola –dijo Nova, asegurándose de que sus guantes estuviera en su cadera–. Solo déjame recuperar el aliento primero.

Presionando una mano en donde el Talismán de la Vitalidad se escondía, se percató de que, por lo menos, su cuerpo ya no latía por los aguijones de las avispas.

Las cosas podrían ser peor.

–¿Nova? –la llamó Adrian con una expresión de preocupación–. ¿Qué planea Ace? ¿Para qué es todo esto?

–Quiere destruir a los Renegados, especialmente al Consejo para que podamos tomar control de la ciudad. Ve a los Renegados como tiranos que oprimen a los prodigios en todos lados y… y no deja de repetir que seremos dioses.

–Y dice que mi papá es arrogante –dijo Adrian con sarcasmo.

Un estruendo repentino sacudió la torre. Nova gritó, estaba segura de que la explosión causaría que la torre de la campana se derrumbara a su alrededor. Luego echó un vistazo hacia la otra punta del techo de la catedral y sintió el corazón en la garganta.

El Capitán Chromium estaba sobre la torre sur, se sujetaba del pináculo con una mano mientras hacía girar la enorme cadena sobre su cabeza con la otra. Ace levitaba sobre la cumbre del techo y utilizaba sus poderes para desprender gárgolas de piedra del edificio y lanzarlas contra su enemigo. El Capitán estaba intentando golpear a Ace con su cadena mientras bloqueaba los ataques constantes.

Nova sintió un escalofrío. No por verlos en batalla, sino porque Ace estaba riendo mientras destruía las tejas de arcilla que cubrían el techo.

–Mi obra de arte, recientemente reconstruida, ¡destruida con tanta facilidad una vez más! –dijo sonando más alegre que perturbado–. Lo único que importa ahora que es ustedes Renegados quedarán enterrados en estos escombros. ¡Será un final apropiado después de lo que me hicieron hace diez años!

–Nova –dijo Adrian–, tenemos que detenerlo. Sabes eso, ¿verdad?

A la chica se le secó la boca.

Era imposible. ¿Ellos? ¿Detener a Ace Anarquía?

Y, sin embargo, sabía que era lo correcto.

No más héroes.

No más villanos.

Inhaló temblorosamente, lo miró a los ojos y asintió.

–Lo sé.

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