Stray

Stray


Capitulo 1

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Capitulo 1

 

En el momento en que la puerta se abrió supe que una pelea sería inevitable. El misterio estaba solo en el hecho de si sería yo quien daría los golpes o quien lo recibiera.

El olor me sacudió cuando dejé al confortable aire acondicionado del hall del edificio por el calor del verano de Tejas central, ajustándome el bolso más arriba sobre mi hombro mientras bizqueaba por la puesta del sol. Un paso detrás de mí, se encontraba mi compañera de cuarto, Sammi, despotricando acera de la visión discriminatoria de las contribuciones de las mujeres a la literatura del siglo diecinueve que el profesor invitado mostró en su conferencia. Yo pensaba en jugar al abogado del diablo, solo por hacerla rabiar más, cuando un cambio en la brisa de la tarde me detuvo donde estaba, en el escalón superior de la entrada.

Mi argumento quedó olvidado, congelada, explorando la zona para encontrar la fuente de ese inequívoco olor. Visualmente, no había nada fuera de lo normal: solo pequeños grupos de estudiantes de verano que hablaban desde los dormitorios. Estudiantes humanos. Pero lo que olía no era humano. Ni siquiera se acercaba. Absorbida en su discurso, Sammi no se había dado cuenta de que yo había parado. Ella caminaba a mi derecha maldiciendo ruidosamente cuando su carpeta se resbaló de sus manos para acabar en la tierra, dejando un desorden de hojas sueltas en el suelo. —Podrías avisarme la próxima vez que decidas frenar, Faythe,— Me codeó, mientras se agachaba para recojer las hojas caídas.

Gruñidos y más palabras -muy coloridas- se escucharon detrás, donde nuestro accidente había provocado un embotellamiento de tráfico peatonal. Los chicos de la universidad de literatura no suelen mirar por donde van; la mayor parte camina enfrascado en un libro en vez de mirar por donde camina.

—Lo siento.— Me arrodillé para ayudarle, tomando una hoja de papel en concreto antes de que un estudiante que se encontraba detrás la pisara. Arreglándolas, tomaba las hojas, siguiendo a Sammi medio agachada en la pared de ladrillo de la entrada. Todavía hablando, ella fijo su carpeta en la repisa y comenzó a reorganizar sus notas, totalmente ignorante del olor, como siempre estaban los seres humanos. Oía apenas su charla incesante mientras ella trabajaba. Los orificios de mi nariz aspiraron más de ese olor y giré mi rostro hacia la brisa.

Allí. Pasando el patio, en el callejón que se encontraba entre el edificio de física y la sala de conferencias. Mi puño apretó la correa del bolso y apreté los dientes.

No se suponía que él estuviera aquí. No se suponía que ninguno de ellos estuviera aquí. Mi padre me lo había prometido.

Siempre supe que ellos me observaban, a pesar de haber acordado con mi padre de que no interfiriera en mi vida. En una ocasión, pude ver uno ojos demasiado brillantes en la muchedumbre de un partido de fútbol, o noté un perfil familiar en la cola para buscar la comida. Y solamente dos veces en cinco años capté la esencia distintiva en el aire, como el sabor de mi niñez, dulce y familiar, pero con un regusto amargo. El olor era suavemente íntimo. Y totalmente incómodo.

Era sutil, todas esas ojeadas, esas indirectas de que mi vida no era tan privada como fingíamos que era. Los espías de Papá se colocaban entre muchedumbres y sombras porque no querían ser visto tanto como yo no quería verlos.

Pero este era diferente. Él quería que lo viera. Incluso peor, él no pertenecía a mi padre.

—… que sus ideas son de alguna manera menos importantes porque tenía ovarios en vez de testículos, chauvinista. Eso es una barbaridad. Alguien debería… Faythe?— Sammi me dio un pequeño codazo con su cuaderno restaurado. —¿Estás bien? Parece que acabas de ver a un fantasma.—

No, no había visto un fantasma. Había olido un gato.

—Me esta doliendo un poco el estómago.— Hice muecas para parecer convincente.

—Me voy a acostar. ¿Te disculparías con el grupo por mí?—

Ella frunció el ceño.

—Faythe, era idea tuya.—

—Lo sé.— Cabecee, pensando en los otros cuatro candidatos de M.A. concentrados ya en sus copias de Love´s Labours Lost en la biblioteca. —Dile a todos que estaré allí la próxima semana, lo prometo.—

—Está bien.— Ella dijo encogiendo sus pecosos hombros. —Decisión tuya.—

Segundos más tarde, Sammi era solo otro estudiante más vestido de algodón en la acera, sin sospechar que estuvo bajo el acecho desde las sombras que se encontraban a poco más de treinta metros.

Crucé esa distancia a través del patio, luchando por no demostrar la cólera que me carcomía. A unos metro de la acera, me agacheche a atarme el cordón, dándome tiempo de pensar en un plan de acción. Arrodillándome, observé disimuladamente el callejón, para ojear al delincuente. Esto no se suponía que sucediera. Nunca, en mis veintitrés años de vida, había escuchado hablar de un extraviado que consiguiera adentrarse tanto en nuestro territorio sin ser bienvenido. Eso simplemente no era posible.

Con todo, él estaba allí, apenas oculto de la vista en el callejón. Como un cobarde. Podría haber llamado a mi padre para informarle del intruso. Probablemente debí haberlo llamado, él enviaría el espía del día para hacerse cargo del problema. Pero llamándolo tendría que soportar su discurso, lo que quería evitar a toda costa. Mi otro curso de acción era asustar al extraño yo misma, entonces obedientemente informaría del incidente cuando cogiera a uno de los que me observaban. No era gran cosa. Los extraviados eran solitarios, y generalmente tan volubles como ciervos cuando los enfrentabas. Siempre huían de los gatos del Orgullo porque nosotros siempre trabajábamos en parejas, como mínimo.

Excepto yo.

Pero el extraviado no sabía que yo no tenía ningún respaldo. Demonios, probablemente lo tuviera. Gracias a la paranoia de mi padre, nunca estaba realmente sola. Es cierto, no había visto hoy a quién estaba a mi servicio, pero eso no significaba nada. No siempre podía descubrirlo, pero siempre había alguien ahí. Habiéndome atado el zapato, me puse de pie, una vez tranquilizada por las medidas sobre protectoras de mi padre. Sacudí mi bolso sobre el hombro y me dirigí hacia el callejón, intentando parecer relajada. Mientras caminaba, eché una mirada al patio, buscando mi respaldo oculto. Quienquiera que fuese, finalmente había aprendido a esconderse.

Perfectamente.

El sol se deslizó debajo del horizonte mientras me acercaba al callejón. En frente de la sala de conferencias, una farola automática cobró vida, zumbando suavemente. Me detuve en el pálido círculo amarillo de luz que había en la acera, tomando coraje.

El extraviado probablemente solo tenía curiosidad, y se iría apenas se diera cuenta de que lo había visto. Pero si no lo hiciera tendría que asustarla de otra manera, más manual.

A diferencia de la mayoría de mis atigrados compañeros felinos, yo sabía luchar; mi padre se había encargado de eso. Desafortunadamente, nunca había hecho el salto de la teoría a la práctica, excepto contra mis hermanos. Por supuesto, podía arreglármelas con ellos, pero hacia unos años que no lo hacía. Y no sentía que fuera un buen momento para probar mis habilidades en el mundo real.

No es demasiado tarde para llamar a la caballería, pensé mientras acariciaba el delgado teléfono móvil en mi bolsillo. Pero lo era. Cada vez que llamaba a mi padre, él tenía una nueva excusa para que tuviera que ir a casa. En esta ocasión, ni siquiera necesitaba tener una para hacerlo. Tenía que solucionar el problema yo sola.

Una vez tomada la resolución, camine fuera de la luz y me adentré en la oscuridad. Con el corazón palpitante, entre en el callejón, apretando mi bolso como fuera la empuñadura de una espada. O quizá la punta de una manta de seguridad. Olfateé el aire. Él todavía estaba ahí; podía olerlo. Pero ahora que estaba más cerca de la fuente, detecté algo raro en su olor, algo aún más fuera de lugar que el olor de un extraviado tan dentro del territorio del Orgullo.

Quienquiera que fuese esta delincuente, no era local. Había un matiz extranjero distintivo en su olor. Exótico. Picante, comparado con el suave y familiar olor de los gatos americanos. Mi pulso palpitó en mi garganta. Extranjero. Mierda. Cavaba en mi bolsillo buscando mi teléfono cuando algo chocó ruidosamente con la tierra más al fondo en el callejón. Quedé petrificada, intentando ver en la oscuridad, pero con mis ojos humanos, era una causa perdida. Sin desplazarme, no podía ver nada más que rasgos vagos y sombras muy oscuras.

Desafortunadamente, moverme no era una opción en ese momento. Tardaría demasiado, y estaría indefensa durante el proceso. En mi forma humana.

Eché un vistazo detrás de mí, buscando signos de vida en el patio. Por lo que podía observar, estaba vació. No había testigos potenciales; cualquiera que tuviera la mitad del cerebro se encontraba estudiando o divirtiéndose.

Entonces… ¿por qué me encontraba jugando al escondite con un extraviado no identificado?

Con los músculos tensos y mis oídos alertas, comencé a adentrarme en el callejón. Di cuatro pasos y me encontré caminando sobre una raqueta de tenis rota y tropezando con un contenedor oxidado. Mi bolso golpeó tan pesadamente la tierra como mi cabeza se estrelló contra un lado del receptáculo de basura, sonando como un gong de gran tamaño.

Genial, Faythe, pensé, con el ruido metálico todavía repercutiendo en mis tímpanos.

Me agaché para recoger mi bolso y capté un movimiento. El extraviado en forma humana, por suerte, había salido de la boca del callejón hacia el aparcamiento que se encontraba detrás de la sala de conferencias, con sus pies anti naturalmente silenciosos contra el asfalto. La pálida luz de la luna brilló en una cabeza llena de rizos oscuros, brillando mientras él corría.

El instinto eliminó mi miedo y precaución. La adrenalina inundó mis venas. Me quité el bolso del hombro y traspasé el centro del callejón. El extraño había huido, como había esperado, y la parte felina de mi cerebro me exigía seguirlo. Cuando los ratones corren, los gatos los persiguen. Al final del callejón, me detuve, mirando fijamente el aparcamiento. Estaba vacío, solo había un Lincoln viejo, con una luz oxidada. El extraño se había ido. ¿Cómo diablos había conseguido llegar tan lejos tan rápido?

Una sensación espinosa comenzó en la base de mi cuello, levantando los pelos minúsculos que se hallaban a la largo de mi espina dorsal. Cada luz segura del terreno se hallaba apagada. Se suponía que eran automáticos, como los que estaban en el patio. Sin el zumbido familiar y la tranquilizadora inundación de luz incandescente, el aparcamiento era un mar intacto de oscuro asfalto, misteriosamente quieto y preocupantemente calmado. Con el corazón palpitando, caminé por el callejón, esperando a medias ser golpeada por un rayo o atropellada por un tren. No sucedió nada, pero no podía sacarme la sensación de que algo estaba mal. Di otro paso, con los ojos abiertos de par en par para lograr captar toda la luz posible. Seguía sin suceder nada.

Me sentía absurda ahora, persiguiendo a un extranjero por un callejón oscuro en medio de la noche, como algún tonto en una mala película de terror. En las películas esta era la parte donde las cosas siempre salían mal. Una mano peluda saldría de las sombras y asiría a la curiosa heroína descerebrada de la garganta, riendo sádicamente mientras ella perdía su última respiración en un

grito.

La diferencia entre las películas y la realidad era que, en la vida real, yo era el monstruo peludo y el único grito di que alguna vez, fue de rabia. Estaba tan cerca de llorar pidiendo ayuda como de arder por combustión espontánea.

Si este particular chico malo no se había dado cuenta de eso todavía, se iba a llevar una gran sorpresa.

Envalentonada por mi propia charla mental, di otro paso.

El distintivo olor extranjero cayó sobre mí, y mi pulso se desbocó, pero no vi venir el golpe.

De repente, me encontraba mirando la tierra, doblada por el dolor de mi estómago y luchando por tomar la siguiente respiración.

Mi bolso cayó a mis pies. Un par de botas negras estilo militar se pusieron a la vista y el olor del extraviado se intensificó. Lo miré justo a tiempo para registrar sus ojos oscuros y su espeluznante sonrisa antes de que se puño derecho me golpeara. Mis brazos volaron para bloquear el golpe, pero su otro brazo ya se dirigía hacia mí. Su puño izquierdo cerrado golpeó el lado derecho de mi pecho.

Un dolor fresco estalló a la vida en mis costillas, irradiando un círculo creciente.

Una mano me retenía mientras yo intentaba levantarme, aterrada al darme cuenta que no podía.

La fea risa que cacareaba sacudió mi interior y me enfureció. Este era mi campus y el territorio de mi Orgullo. El era un forastero, y era hora de que aprendiera como los gatos del Orgullo trataban a los intrusos.

Él retrocedió su puño para otro golpe, pero esta vez estaba preparada. Sin hacer caso del dolor en mi costado, me lancé a la derecha, tirando de un puñado de su pelo. Mis dedos se enredaron en sus gruesos rizos. Empujé su cabeza hacia abajo y levanté mi rodilla. Los dos se conectaron. El hueso crujió. Algo caliente y húmedo emPapába mis vaqueros. El aroma de sangre fresca saturó el

aire y sonreí.

Ah, que recuerdos…

El extraño movió de un tirón su cabeza liberandola de mi apretón y se alejó dejándome varios rizos oscuros como souvenirs. Limpiando la sangre de su nariz rota, un gruñido profundo salió de su garganta, parecido al estruendo silenciado de un motor.

— Deberías agradecermelo,— dije, un poco impresionada por el daño que había causado. —Confia en mí. Es lo mejor.—

—¡Puta zorra!— dijo él, escupiendo sangre en el asfalto.

¿Español? Estaba bastante segura de que no era un elogio.

—Si, bien, lo mismo digo. ¡Ahora saca tú sarnoso culo de aquí antes de que decida que una advertencia no es suficiente!

En vez de hacerme caso, él apunto su siguiente puñetazo a mi cara. Intenté esquivar el

golpe, pero no me moví lo bastante rápido. Su puño cerrado golpeo un costado de mi cráneo. Resoplé, fuegos artificiales apagándose bajo de mis párpados. Mi cabeza palpitaba con una jaqueca meteórica. El mundo entero parecía girar a mí alrededor.

Por encima de mi confusa visión, pude ver que el extraño sacó algo de su bolsillo mientras maldecía por debajo en español (que no podía entender.). Retrocedió su brazo otra vez. Sin poder estabilizarme lo suficiente para moverme, decidí suportar el impacto. El golpe no llegó.

Él agarró mi brazo y trató de llevarme lejos del abandonado centro de estudiantes.

¿Qué demonios? Cuando alguien se enfrentaba a un gato del Orgullo, cualquier extraño en posesión de dos neuronas se alejaría lo máximo posible de él.

Después de lo que le había hecho a su cara, tendría que haberse alejado de mí aterrado. Era porque era una chica, lo sabía. Si fuera un don gato en vez de una gatita, él ya estaría llegando a México.

Odio cuando los hombres no me temen. Me recuerda al hogar.

Avanzando para evitar caer, intenté sacar mi brazo de un tirón. No funcionó.

Enojada ahora, estrellé mi puño libre contra su cráneo. Él gruñó y soltó mi brazo.

Corrí hacia el callejón y cogí mi bolso de la tierra. Los pasos del extraño se escuchaban detrás. Agarré la correa y me di vuelta, haciendo volar el bolso.

Golpeó en su oído izquierdo. Su cabeza se inclinó hacia atrás, de costado.

Salió más sangre de su nariz, salpicando el aparcamiento con oscuras gotitas.

El extraño cayó sobre su trasero, una mano cubría el costado de su cabeza. Él me miró fijamente, asombrado. Reí. Las obras completas de Shakespeare dieron un gran golpe al parecer.

Era para pensar, mi madre dijo que nunca encontraría un uso para un grado en inglés.

¡Ja! Quisiera verla golpeando con su tonto delantal y una galleta.

—Puta loca,— murmuró perdidamente, cavando en su bolsillo mientras se ponía de pie otra vez.

Sin otra palabra, sin siquiera echar un vistazo, él cruzó el aparcamiento hacia el Lincoln. Segundos más tarde, los neumáticos chirriaron cuando se trasladó por el terreno, dirigiéndose al sur por la calle Welch.

—¡Adiós!— Lo miré partir, dolorida pero contenta. Seguramente después de esto Papá tendría que admitir que puedo cuidarme sola.

Jadeando por el esfuerzo, lancé mi bolso sobre el hombro y eché un vistazo a mi reloj.

Mierda.

Sammi llegaría pronto del grupo de estudio, y mis vaqueros manchados de sangre la horrorizarían, junto con mis contusiones a estrenar. Tenía que cambiarme antes de que llegara. Desafortunadamente, ocultar las contusiones de Andrew sería mucho más difícil. Salir con seres humanos a veces podía ser una verdadera molestia.

Recordando todavía el rostro mutilado del intruso, me di vuelta hacia el callejón y me encontré cara a cara con otro extraño. Bien, cara a cabeza-oculta-entresombras, da lo mismo. Se encontraba a unos cinco metros, apenas fuera del alcance de la pálida luz de la luna y no podía ver nada salvo sus brazos colgando a los costados. Sabía con solo mirarlo que podía hacer verdadero daño, aunque no tuviera nada en las manos.

No necesite oler a este extraño para saber quién era; su olor me era tan familiar como el mío propio. Marc. Segundo al mando de mi padre. Papá había enviado a Marc en estos cinco años. Algo estaba mal, La tensión se arrastró por mi espalda, encrespándome y formando puños con mis manos. Cerré fuertemente mis dientes para contener un chillido de furia; lo último que quería era atraer la atención sobre mí.

Los humanos siempre estaban queriendo salvar el mundo, pero pocos de ellos tenían realmente idea de en que mundo vivían.

Caminé lentamente hacia Marc, dejando mi bolso resbalar por mi brazo hacia la tierra. Fijé mi mirada en la sombra brillante de sus ojos dorados. No se movió.

Me acerqué más, con el pulso palpitando en la garganta. Él levanto su mano izquierda, intentando alcanzarme. Le alejé con una palmada.

Cambiando mi peso hacia la pierna izquierda, hice valor mi pie derecho, golpeándolo en el pecho. Gruñendo, él tropezó en el callejón. Su talón golpeó la esquina de un cajón de madera y se cayó sobre su culo en una caja de cartón húmeda

—¡Faythe, soy yo!—

—Sé quién demonios eres.— Avancé hacia él con las manos en las caderas. —¿Por qué piensas que te golpeé con el pie?— Retrocedí mi pie derecho, preparada para darle otra patada. Su brazo me empujó demasiado rápido para verlo, y su mano se envolvió alrededor de mi tobillo izquierdo. Me quitó de mis pies con un tirón. Aterricé sobre mi culo su lado, en una bolsa de basura semiabierta.

—Maldita sea, Marc, estoy sentada sobre cáscaras de naranjas frescas, exprimidas esta mañana.—

Él se rió entre dientes, cruzando los brazos sobre su camiseta negra, ajustada a sus definidos pectorales,

—Tú casi me rompes las costillas.—

—Vivirás.—

—Muchas gracias.— Él se puso en pie torpemente y extendió una mano para ayudarme.

Cuando la ignoré, puso los ojos en blanco y me levantó cogiéndome de la muñeca.

—¿Apropósito, a qué se debe la rutina de kung fu?

De un tirón liberé mi brazo y caminé detrás, mientras me limpiaba la pulpa anaranjada de la parte posterior de mis pantalones.

—Es tae kwon do, y tú lo sabes muy bien.— Habíamos entrenado juntos, con mis cuatro hermanos, casi por una década. —Eres afortunado de que no te haya deado en la cara con mi pie. ¿Por qué tardaste tanto? Si vais a estar a mi alrededor sin mi permiso, podrías hacer algo útil si estoy en peligro mortal. Para eso te paga Papá.—

—Tú lo hiciste muy bien.—

—Como lo ibas a saber. Apuesto que el estaba a medio camino a su coche cuando consiguiste llegar.—

—Solo a un cuarto de camino,— Marc dijo haciendo muecas. —De todos modos, era yo el que estaba en verdadero peligro. Fui acorralado por un puñado de salvajes mujeres de hermandad en el comedor. Al parecer, es época de apareamiento.—

Fruncí el ceño, pensando en la multitud de muchachas disponibles con sus camisetas rosadas que reían nerviosamente mientras competían para llamar su atención. Habría podido decirles que perdían el tiempo. Marc no se relacionaba con mujeres humanas, especialmente tontas, esposas en potencia coqueteando por un trofeo. Sus rizos oscuros y sus exóticos ojos marrón dorado siempre le

habían ganado más atención de la que buscaba.

Y esta vez lo habían arrinconado mientras hacia su trabajo.

—Eres un bastardo sin valor,— dije, incapaz de perdonarlo por haberse atrasado, aunque en primer lugar no lo quería allí.

—Y tú una perra cruel.— Él sonrió, totalmente indiferente a mi apasionado insulto. —Somos toda una pareja.—

Gemí. Por lo menos estaba en territorio familiar. Y era agradable volver a verlo, aunque no lo habría admitido nunca.

Dándole la espalda, cogí mi bolso con los libros y caminé hacia el final del callejón, al patio vacío. Marc me seguía de cerca, murmurando por debajo de su respiración en español demasiado rápido para que lo entendiera. Los recuerdos que había bloqueado con éxito estos años cayeron sobre mí, accionados por su diatriba susurrada. Él había hecho eso desde que tenía memoria.

Perdiendo la paciencia, me detuve frente al centro de estudiantes bajo el mismo círculo de luz del que había estado antes y giré para enfrentar a Marc.

— Oye, ¿no tienes que estar unos pasos detrás? ¿Olvidaste cómo trabajar de espía.? Por lo menos tienes que intentar ser discreto. Los otros lo lograron bastante bien, pero tu eres tan discreto como una diva en una reunión de Girl Scout.— Apoyé las manos en las caderas de mis desgastados vaqueros y lo miré, intentando que sus ojos fijos en mí no me afectaran.

Marc sonrío, de manera informal, insinuante, y completamente exasperante.

—También me alegro de verte.— Me lanzó una mirada anhelante, echando un vistazo a mi barriga descubierta, a mi top rojo y a mi cabello recogido.

—Vete a casa, Marc.—

—No hay razón para que seas tan grosera.—

—No hay razón para que estés aquí.—

Él frunció el ceño, gruesas cejas sombreaban sus ojos, y mi humor mejoró por haberle borrado la sonrisa. ¿Era realmente tan infantil? Demonios, si.

—Mira si Papá está enojado porque no invité a nadie a la graduación, puede decírmelo él mismo. No necesito que un emisario me haga conocer su mensaje.—

—Él me envió para llevarte a casa.— Mi expresión se endureció, y corté con una mano la discusión, algo que él esperaba. —Solo sigo órdenes.—

Por supuesto que lo hacia. Siempre lo había hecho.

Ajusté mi bolso al hombro, sacudiendo la cabeza.

—Olvídalo. No voy a ir.—

Comencé a marcharme, cuando el cogió mi brazo. De un tirón me liberé, pero solamente porque él me dejo hacerlo.

—Sara se fue,— dijo, con su rostro cuidadosamente inexpresivo.

Pestañeé, sorprendida porque parecía un comentario al azar.

¿Sara se había ido? Bien por ella. Pero si pensaban en culparme a mí porque ella quería más de la vida que un marido y media docena de bebés, que pensaran en otra cosa.

Sara tenía su forma de pensar; todo lo que yo había hecho era demostrar que había otra opción. Si ella había decidido no casarse, así sea. Era su elección.

—Ella no huyó de la boda, Faythe.— Los ojos de Marc me quemaban como fuego ambarino, y su significado era inequívoco, Siempre era la misma lucha, no importaba donde estuviéramos o el tiempo que había pasado. Algunas cosas nunca cambiaban, y el resto solo se hacia más irritante.

—Puedes borrar ese aire satisfecho de tu cara,— contesté bruscamente.

—Todavía piensas que me conoces lo suficiente como para poder leer mi mente.—

¿Qué sucedía si él tenía razón? Ese no era el punto.

Marc lanzó un exagerado suspiro, como si hablar conmigo lo agotara y no fuera algo realmente digno del esfuerzo.

—Ella no se fue. La secuestraron.—

Mi pulso salto, y sacudí la cabeza, dejando salir mi negación a la superficie.

Alrededor de nosotros, los grillos cantaban, llenando el silencio durante mi pausa mientras intentaba formular un pensamiento coherente.

—Eso no es posibles. Ningún ser humano podría secuestrar…— No había necesidad de terminar la oración, porque el podía leer lo que estaba pensando en mi rostro. Sara era menuda, pero estaba lejos de ser débil. Habría destrozado a cualquier hombre que le pusiera una mano encima. Por lo menos, a cualquier hombre humano.

Pero no había sido un ser humano, por eso que Marc había venido a buscarme.

El extraviado, pensé, mis manos formaron puños alrededor de la correa de mi bolso. No quería violarme, quería recoger la carga. Papá había enviado a Marc para asegurarse que no fuera la siguiente adquisición del extraviado.

Entonces sabía que no habría discusión ni ninguna clase de negociación. Marc me llevaría a casa aunque tuviera que cargarme al hombro, conmigo rasguñándolo e insultándolo, todo el camino.

Aunque me hubiera encantado oponerme, conservaría la dignidad, porque en última instancia, él ganaría una lucha física, no importaba lo sucio que jugara.

Era una de esas cosas que no cambiaban, como Marc.

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