Storm

Storm


Capítulo 7

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Capítulo 7

Verla moverse así me enfermaba.

Di un golpe en la barra y volví a pedir otro chupito de vodka, esa mujer me sorbía el cerebro a cada movimiento. Desde el primer instante en que la vi, en la galería de mi madre, se había convertido en una maldita obsesión.

Su cuerpo delgado y atlético, esos intensos ojos azules, el cabello rubio como la luna y unos sinuosos labios perfectos. ¡Mierda, ya me había vuelto a empalmar!

Me ponía duro cada vez que oteaba cualquier parte de su blanca piel, me excitaba como nada en este mundo. Nunca me había sentido de ese modo con nadie, con aquella maldita acuciante necesidad de estar íntimamente atado a ella.

Yo no sentía esas cosas, las chicas siempre me habían dado igual. En cada una de ellas veía el reflejo de mi madre, cómo nos sentimos mi padre y yo tras su marcha. Perdidos, a la deriva, sin aquella energía de risas cantarinas que envolvía nuestro hogar.

Me prometí que las mujeres estarían fuera de mi vida, que ninguna me iba afectar lo suficiente; no les iba a dar el poder de hacerme sentir tan vulnerable como cuando ella se marchó.

No es que fuera completamente inactivo, gozaba del sexo en solitario, conocía mi cuerpo, pero estar con una chica era distinto. Tenía miedo a enamorarme, a crear vínculos afectivos y que después me abandonara. Mis amigos se metían conmigo, se reían de mí, decían que había chicas para eso que no buscaban una relación, simplemente experimentar; pero yo no era como ellos, para mí el sexo era algo más que meterla en caliente, era la comunión de dos almas afines. Tal y como un día me lo explicó mi padre. Él también era hombre de una sola mujer y desde que mi madre se marchó, no había estado con nadie, y no es que le faltaran las oportunidades.

Mi madre me había fallado, dijo que se le había acabado el amor, que ella y mi padre eran muy distintos y prefirió alejarse antes que luchar por nuestra familia. Lo pasé francamente mal, sé que ella quería que me marchara con ella, estábamos muy unidos, pero fui incapaz de hacerlo cuando vi el vacío que arrasó el alma de mi padre. Le dije que no quería abandonar a mis amigos, cuando la realidad era que no quería abandonarlo a él, era un hombre duro, hecho a sí mismo, y verlo tan destrozado me partía el alma.

No estuvo cuando la necesité, en las noches en las que necesitaba sus consejos, en mis tropiezos cuando necesitaba sus abrazos, en mis logros o en mis cumpleaños. No estuvo cuando Yun, mi perra, falleció en mi quince cumpleaños. Tuve que aprender a secarme las lágrimas solo y a comprender que le pesaba más su libertad que mantenernos a su lado.

Aun así, fui incapaz de cortar la relación, la quería demasiado y, pese al daño que me hacía, la visitaba dos veces al año.

Y ahora había aparecido ella, ese pensamiento recurrente del que no podía librarme un segundo al día. Lo había intentado todo, incluso huir para no almacenar más imágenes de su rostro, sus expresiones o sus movimientos. Pero no podía, me había convertido en adicto a Jen Hendricks.

Era una obsesión que no lograba sacarme de la cabeza, tenía una lengua rápida y mordaz. Parecía que no la asustara nada ni nadie. Era decidida, enérgica, testaruda e inteligente. Podía percibirlo en cómo se embelesaban los clientes con sus explicaciones de las piezas expuestas, ya no era por su belleza, exudaba credibilidad y mi madre parecía maravillada con ella.

Ambos habíamos caído bajo su hechizo. Eso no ayudaba, al contrario, que fuera una chica lista llamaba demasiado mi atención. Nunca me había gustado la gente tonta, aquella que no ve más allá de sus propias narices y ella parecía poder percibir el mundo al completo.

Supongo que la palabra para describir mi estado podría resumirse como fascinación, así es como me sentía cada vez que la veía y la escuchaba hablar sumido entre las sombras. Y no sabía cómo procesarlo, nadie me había preparado para lo que esa mujer despertaba en mí.

Ninguna chica me había puesto tan al límite como ella. La cultura de mi país, su educación, creaba mujeres mucho más sumisas, no tan autoritarias; y eso me atraía como una polilla a la luz, a sabiendas de que me iba a calcinar con su fuego.

Eso es lo que era, puro fuego, que desataba en mí un infierno del que no podía escapar. Tenía calor, ardía en mi interior con el simple agitar de sus pestañas.

Ahora mismo estaba contoneándose contra aquel gilipollas que no dejaba de frotarse contra su culo. Ella reía, a la par que él le decía cosas al oído, como si fuera gracioso que ese baboso se le pegara al cuerpo. No me consideraba una persona violenta, pero verla así despertaba lo peor que habitaba en mí. Sentía la poderosa necesidad de sacarla de allí y demostrarle que era mía, aunque para ella fuera el incordio del hijo de su jefa.

Jen se dio la vuelta y le susurró algo, después se separó y comenzó a alejarse de la pista. Era mi oportunidad. Sin pensar en las consecuencias la seguí, como un depredador que quiere dar caza a su presa. Me abrí paso entre la gente, incluso alguno me insultó a mi paso por tirarle la bebida, pero no podía detenerme, debía alcanzarla.

Nada importaba, salvo ella.

En el pasillo que daba al baño de chicas había una cola infernal. En cuanto Jen la vislumbró no se lo pensó dos veces y, como si no fuera con ella, entró en el baño de hombres. ¿Se había vuelto loca? Ese vestido ceñido era un maldito acicate para los alcohólicos que debían estar ahí dentro.

Entré en pos de ella y, como era de esperar, alguno que otro ya le estaba soltando lindezas de lo que le haría, otro se ofrecía con el miembro en la mano, por si necesitaba ayuda. Ella los ignoró y entró en el único baño vacío.

Entré tras ella empujándola y ganándome algún vítor y silbido de los de fuera, que me animaban a hacerla mía.

Jen se giró como una fiera con el puño alzado dispuesta a partirle la cara a quien hubiera detrás. Por suerte tenía reflejos, mis clases de artes marciales servían para algo más que para mantenerme en forma, por lo menos para no quedar en evidencia y salir golpeado por ella.

En cuanto vio que no era uno de esos capullos se detuvo en seco. Abrió mucho los ojos y los cargó de ira.

—¿Se puede saber qué coño haces aquí? ¿No te habías ido? Casi te dejo el ojo hinchado como un buñuelo, ¡joder! ¿En qué pensabas? —No dejaba de hablar y yo solo podía especular en qué me detenía para besar esos labios tan apetecibles. Intenté concentrarme para no parecer un memo como las otras veces. Antes había logrado hilar más de dos frases, así que solo debía seguir por el mismo camino.

—La que no sé qué haces eres tú, me despisto y te vas con un tío a la pista. Al parecer, has cambiado al del gato por el perro que solo quiere que le lamas el hueso. Y, por si fuera poco, entras sola en un baño de tíos salidos que podrían violarte sin que nadie se enterara, ¿eres una kamikaze? ¿Qué buscas, mujer? —Ella sonrió relamiéndose, como si supiera algo que yo ignorara.

—Busco algo que tú no puedes darme, atún —soltó clavando un dedo en mi pecho.

—¿Quieres hacer el favor de dejar de llamarme así?

—Te llamo como me apetece —sonrió deslizando el dedo arriba y abajo. ¿Se me podía poner más dura? Estaba visto que sí, solo le hacía falta tocarme con un dedo para hacerme estallar—. Ahora no eres el hijo de mi jefa —prosiguió—, sino un rollito de pescado que podría comerme de un bocado. —Abrió y cerró los dientes como si tratara de darme una dentellada, acercándose peligrosamente a mis labios. Estaba más cerca que nunca y no se apartó—. No dejas de darme por saco, sushi, y eso solo puede traerte consecuencias negativas. Por ejemplo, que te mee encima.

—¿Qué? —pregunté sin entender, hipnotizado por su boca, que seguía demasiado cerca. Jen alzó las comisuras de sus labios a la par que su vestido, mostrando un minúsculo tanga de encaje que terminó de rematar la erección de mis pantalones—. ¡Oh, joder! ¡Mierda! —solté un exabrupto cuando la vi introducir los dedos en los finos laterales para bajar la ínfima pieza de ropa.

Sabía que me estaba provocando y no quería perder de nuevo la partida. Así que, lejos de largarme, lo único que hice fue darle algo de intimidad dándome la vuelta para que pudiera aliviarse.

Soltó una risita mientras vaciaba la vejiga en el váter.

—Si te apetece puedes mirar, tal vez seas de esos que les ponen las lluvias doradas. —Elevé los ojos al techo e imploré a todas las fuerzas divinas que me dieran coraje para no girarme y zarandearla. Era virgen, pero no gilipollas. Dominaba el vocabulario sexual y había visto multitud de vídeos porno mientras me la cascaba. Tragué con fuerza intentando agarrarme a la poca cordura que me quedaba, quise seguirle el juego y que viera que no era la única que podía intimidarme.

—Y tú tal vez eres de las que les pone ir provocando a todos los tíos por ahí.

Noté cómo su cuerpo se pegaba al mío, sus manos reptaban por mis abdominales y su pelvis se encajaba en mi trasero. ¿Cuándo había terminado de hacer pis? Estaba tan sumido en mis cavilaciones que ni me había enterado.

—¿Es eso lo que te ocurre conmigo, atún? ¿Te la pongo dura? —Su mano vagó hasta mi entrepierna agarrándome la polla y masajeándola—. Mmmmm, vaya, menudo ejemplar y eso que dicen que los asiáticos la tenéis pequeña. —Nadie me había tocado así, gruñí y me di la vuelta buscándola. La tomé de la cintura y la clavé contra mi cuerpo dolorido. Ella me miraba con suficiencia—. ¿Qué ocurre? ¿Te ha vuelto a comer la lengua el gato? —inquirió deslizando la suya por el labio inferior.

—Para ir de madura, eres bastante previsible. ¿Y tú eres la que me tachas de crío? ¿Se puede saber qué estás haciendo esta noche? —Sus ojos se incendiaron dándome un empujón.

—¡Lárgate! ¡Me oyes! ¡Déjame en paz! ¡Yo no me meto en tu vida ni tú en la mía! Como te he dicho antes, yo follo con quien me da la gana y tú no estás en la lista.

—En la de capullos está visto que no, no doy el perfil, pero nadie lo diría por la forma en la que me has sobado el paquete. Además, no me gusta ser el tercer plato de nadie y tú por lo visto tienes cola. —El bofetón que estalló en mi cara llegó sin avisar, pero lo peor no fue eso, si no imaginar lo que iba a suceder esa noche. Sabía que su intención había sido ponerme en mi sitio, no acostarse conmigo, y eso me cabreó todavía más. Sabía que no era cosa mía, que no teníamos nada y que Jen era libre de acostarse con quien quisiera, pero es que yo la quería en mi cama.

—¡Fuera! —espetó. Estaba convencido de que mis pensamientos eran producto del vodka que llevaba en sangre, yo no follaba. Necesitaba tomar aire.

—Es justo lo que pensaba hacer. Pásalo bien, espero que encuentres a tu mascota para pasar la noche; pero vigila, que los gatos arañan y los perros muerden —argumenté cerrándole la puerta en las narices.

—¡Y los atunes se matan a pajas! —gritó por encima de la puerta para que todos la escucharan.

Salí del local tan cabreado conmigo mismo como con ella. Fui andando hasta el coche y allí me quedé como un gilipollas esperando y maldiciéndome por ser incapaz de arrancar hasta que no la viera aparecer.

Una hora, había pasado una maldita hora aporreando el volante de mi Porsche 911, todo un clásico que mi madre me regaló para tenerme contento.

Jen salió acompañada por su presa, el gilipollas de la pista de baile, que la cogía de la cintura. Se subió en su coche y se la llevó de allí dando un acelerón.

Me sentó como una patada en los huevos, se lo iba a tirar mientras que yo iba a quedarme con cara de imbécil, lamiéndome las heridas por no saber imponerme.

Jen me gustaba y ahora me daba en la nariz que yo no le era indiferente del todo, no me habría tocado tan íntimamente en el baño si no fuera así, ¿no?

Sin poder evitarlo, los seguí, como un maldito enfermo necesitado de cordura. Tal vez un baño de realidad no me viniera mal, estaba convencido de que irían a su piso, al de Jen, o tal vez a un hotel. Pero no, para mi sorpresa no la llevó a ninguno de esos lugares. Primero creí que la estaba llevando a un lugar apartado de la montaña para follarla allí mismo, pero volví a equivocarme. Tomó un desvío y en un abrir y cerrar de ojos me topé con lo que parecía un punto de reunión de muchos coches.

Me fijé algo mejor, en Tokio se celebraban muchos encuentros del mundo del motor, pero esa no parecía una simple quedada.

No podía creerlo, ¡estaba ante una carrera ilegal!

Joder, sabía lo que eran, ese era mi mundo. Mi padre tenía un imperio de las apuestas, entre ellas, las carreras de coches.

Yo conducía desde que tenía uso de razón. Creo que fue lo primero que hicimos mi padre y yo juntos cuando mi madre se marchó, me llevó a un circuito y me enseñó a conducir, a sentir la misma pasión que él sentía por el motor. Yo mismo había comenzado a hacer mis pinitos en ellas. En cuanto me saqué el carné, lo primero que hizo mi padre fue regalarme un Nissan 350z en color morado, era uno de mis coches predilectos de su colección de autos japoneses, con 313CV de potencia.

Cuando vi al acompañante de Jen colocarse en la línea de salida y cederle el asiento a Jen para conducir el coche, casi se me sale el corazón del pecho. ¿Acaso ese tipo estaba loco? ¿Y ella? ¿En qué demonios estaba pensando?

No pude hacer nada para detenerla, los motores rugieron y los dos coches que iban a disputar la carrera salieron desenfrenados. Un sudor frío recorrió mi columna vertebral y a la vez estaba completamente aturdido.

¡Joder! ¡¿Cómo era posible que Jen condujera así de bien?! Tenía nervio, garra y destreza. Ambos coches estaban muy a la par, ella conducía un BMW Z4 y su rival un Audi TT, los dos con unas características muy similares.

El corazón no dejaba de retumbar en mi pecho al ritmo ensordecedor de la carrera, tenía la adrenalina por las nubes y la mala leche fluyendo por mis venas. Era peligroso, un simple descuido y la rubia podía partirse el cuello.

Miré hasta que los perdí de vista, solo esperaba que no fuera una mera ilusión y realmente esa mujer supiera lo que estaba haciendo. Apretaba con tanta fuerza el volante del coche que tenía los nudillos blancos.

Hasta que no volví a verla aparecer por el horizonte no me di cuenta de que había dejado de respirar. Tomé aire a boca llena cuando el BMW aceleró en una arriesgada maniobra, cruzando el primero la línea de meta.

Estaba entre salir del coche y celebrar la victoria de Jen, o agarrarla del cuello por ponerse en peligro de esa manera. Pero no hice nada de eso, me quedé ahí, observando entre las sombras mientras ella salía del coche y el que se llevaba el premio era el imbécil que llevaba al lado.

Ver cómo se besaban me retorció las tripas y supe que había llegado el momento de irme. Claramente, Jen había escogido con quién iba a pasar la noche y no era conmigo.

Arranqué y me largué por donde había llegado, todavía más cabreado y confundido que al principio, si eso cabía. No sabía qué esperar de esa mujer. ¿Quién diablos era Jen Hendricks? «Decididamente, la que va a arruinarte la vida», respondió mi conciencia.

Intenté no pasarme por la galería los siguientes días, tal vez era eso lo que necesitaba.

El jueves mi madre insistió en que hiciéramos algo juntos, que fuéramos al cine a ver una peli. Había estado de muy mal humor desde el viernes y lo había pagado con ella, así que acepté. Me dijo que tenía mucho trabajo pero que cogiera entradas para alguna peli que me gustara de las de última hora de la noche. Mi madre y yo no teníamos gustos demasiado afines, pero sabía que le gustaba Jason Statham, así que me decidí por un cine pequeño que había cerca de casa y donde ponían una peli que no era de estreno, pero que con suerte yo no había visto.

Le mandé un mensaje a mi madre con el lugar y la hora de la sesión; era a las diez, así no llegaría tarde. Sabía que andaba muy liada esa semana, tenía una exposición importante y estaba llegando cada día a las tantas; por la mañana, cuando estaba conmigo, parecía una zombi, se preparaba unos tanques de café que podía lanzarse de cabeza directamente en ellos.

Cené unos fideos de los de calentar al microondas, cocinar no era una de mis pasiones. Me puse unos tejanos, una camiseta negra y directo al cine. No lograba sacarme la imagen de Jen en la discoteca ni la de la carrera. Decididamente, esa mujer estaba volviéndome loco.

Esperé en la taquilla, nervioso, pues mi madre no aparecía. Miré el móvil en varias ocasiones hasta que al final apareció un mensaje suyo.

Mamá:

Cielo, llego tarde, entra tú y déjame la entrada en la taquilla.

En cuanto pueda estoy ahí.

Lo siento, te quiero.

Estuve a punto de largarme. Odiaba ir al cine solo, pero la peli tenía buena pinta y no creía que hubiera demasiada gente, así que opté por quedarme y darle a la chica de la entrada el nombre de mi madre.

La peli se titulaba Crank: veneno en la sangre. Según había leído, iba de un asesino a sueldo, que ha sido envenenado mientras dormía y a quien solo le queda una hora de vida. La única oportunidad que tenía de sobrevivir era mantenerse en movimiento para impedir que el veneno le llegara al corazón, hasta hallar un antídoto que le salvara la vida.

Compré unos Smint de menta extrafuerte, unas palomitas y un refresco de cola; el fabuloso kit de supervivencia para ver pelis de Jon Yamamura. Me acomodé en la penúltima fila y miré a mi alrededor. Lo que imaginaba, apenas había gente. Una pareja, un señor que podría ser mi padre y un grupo de cinco chicas que estaba seguro de que solo venían a ver a Statham.

Siempre buscaba sentarme al fondo, no me gustaba tener demasiada gente detrás, prefería ser yo el que divisara toda la sala, tenerla bajo control. Manías, imagino. Además, la pantalla era gigantesca, no entendía por qué la gente quería joderse las cervicales mirando hacia arriba pudiendo hacerlo de frente.

La peli comenzó a buen ritmo, debía reconocer que ese tío trabajaba bien. Apenas me di cuenta cuando la puerta se abrió y alguien ocupó la butaca contigua a la mía. No me hacía falta mirar para saber que mi madre había llegado, estaba rebotado por el plantón así que ni giré el cuello para saludarla.

Escuché un bufido seguido de un:

—A mí tampoco me hace gracia estar aquí, pero por lo menos podrías ser educado y decir hola. —Las palomitas que iban directas a mi boca nunca llegaron. Giré el cuello y allí, salida de la nada, estaba ella; mi pesadilla nocturna o la que me hacía terminar jugando un cinco contra uno con mi vecina de abajo, que ya se alzaba al escuchar el timbre de su voz. Llevaba el pelo suelto, alborotado, enmarcando su rostro sin terminar de llegar a los hombros; una medida con la que me daba por fantasear cómo sería tenerla sentada, desnuda a horcajadas encima de mí, pero contemplando su espalda. Tragué con dificultad ante la perturbadora imagen, fijándome en el vestido blanco que llevaba y que le daba el aspecto de ser un maldito ángel que viniera a por mí, rescatándome de las llamas del infierno que se desataba en mi entrepierna para llevarme al cielo de sus muslos—. Veo que volvemos a las malas costumbres, has vuelto a quedarte sin lengua. —Puso los ojos en blanco algo exasperada por mi falta de reacción—. Espero que por lo menos la peli esté bien y compense el puto día de perros que llevo.

Me gustaba incluso ese punto macarra que tenía a veces, cuando soltaba tacos mostrando que, bajo esa fachada de estirada, había una simple chica de barrio.

Tomó mi refresco y bebió de la pajita donde hacía instantes había depositado yo mis labios, cerrando los ojos y deleitándose con el frescor. Parecía sedienta.

—¡Mierda! —murmuré al notar cómo mi polla pulsaba al verla tragar. Ella giró el rostro enarcando una ceja y soltó el plástico de golpe, dejando una imperceptible gota sobre el rojo carmín, que yo no podía dejar de contemplar pensando cómo sabría sobre mi lengua.

—¿No me dirás que eres de esos escrupulosos que no toleras que beban del mismo sitio que tú? —Para nada era eso lo que me sucedía, pero tampoco podía decirle que estaba completamente empalmado con solo verla beber. Fue pensar en su boca y mi polla, y el cine comenzó a dar vueltas en mi cabeza. Esa mujer me trastornaba—. Pues te jodes, atún, porque estoy sedienta —aseveró rotunda volviendo a beber, aunque esta vez sin apartar el hielo de sus ojos de la oscuridad de los míos. A punto estuve de arrebatarle el vaso, abrir la tapa y vaciar el contenido sobre mi entrepierna para que me calmara. A ver quién era el guapo que se concentraba y lograba seguir en la película. Hice de tripas corazón y decidí responderle antes de que pensara que me había vuelto idiota de nuevo o que su presencia me afectaba tanto que no podía hilar una frase, aun siendo cierto.

—No es eso, solo espero que te hayas lavado bien los dientes y no hayas quedado con el gilipollas del otro día antes de beber de mi vaso. —Tal y como lo solté, supe que la había cagado. ¿Cómo podía ser tan cafre cuando la tenía delante? Me arrepentí al instante al ver su mirada, pero el daño ya estaba hecho. Como era de esperar, Jen no se quedó de brazos cruzados por la acusación implícita que llevaban mis palabras. Ni corta ni perezosa, escupió el refresco en mi rostro—. ¡Joder! —exclamé empapado en cola. Levanté mi camiseta para limpiarme el rostro sin pensar que dejaba a la vista mis abdominales.

—Shhhhhhhhh —protestaron las demás personas de la sala. Jen se levantó del asiento con intención de largarse.

—Sabía que era mala idea, ya le dije a tu madre que no quería venir, que era mejor que te mandara un mensaje. Nuestras diferencias son irreconciliables, eres un gilipollas y yo paso de niñatos inmaduros como tú. ¡Que te den! Diviértete tú solito con una cría de tu edad.

¿Cómo podía cagarla tanto? Estaba a punto de irse cuando, por acto reflejo, la tomé de la muñeca, tiré de ella con contundencia y terminó sentada encima de mí. Suerte que un minuto antes había colocado las palomitas en la butaca de al lado.

Jen me agarró del cuello cayendo justo encima de mi erección. Abrió los ojos con asombro, mientras se acomodaba sobre mi dureza. Me quedé muy quieto, apenas podía moverme sin eyacular al sentirla de aquel modo tan íntimo. Solo me hacía falta eso, que me corriera por tenerla sentada encima. Entonces sí que pensaría que era un capullo. Apreté las mandíbulas cuando se dirigió a mí con la voz ligeramente ronca.

—Dime que eso que está taladrándome el culo es tu móvil.

—No lo es —respondí contundente sin apartar la mirada de la suya. Jen se mordió el labio inferior. ¿Era consciente de lo que me hacía ese gesto? Mi polla brincó y creí ver una ligera sonrisa presionando sus labios.

—Ya veo, y dime, atún —susurró cerca de mis labios—. ¿Este es tu estado natural o soy yo quien lo provoca? —Era ahora o nunca, o decía algo coherente o la perdía para siempre. Estaba al límite de las cosas que se pueden decir para parecer un perfecto imbécil delante de una mujer como ella.

—¿Por qué no te quedas y lo compruebas? —Pareció sorprenderle mi respuesta, incluso me sorprendió a mí. Estuve a punto de darme porrazos en el pecho al grito de «Yo Tarzán, y tú Jane», pero mi respuesta algo troglodita pareció suscitar su interés.

—¿Y por qué debería hacerlo? —inquirió sin darme tregua, paseando la lengua justo donde antes habían estado sus dientes.

—Para que pueda demostrarte que no soy tan capullo como parezco. —Parecía algo más relajada y complacida ante mi aclaración, así que solo me quedaba pedirle perdón por lo poco afortunado que había sido con mis observaciones y rezar para que quisiera quedarse—. Discúlpame por lo de antes, no tenía derecho a recriminarte nada ni a decir lo que dije, me puse nervioso y te hice pagar mi mala leche por el plantón de mi madre. Lo lamento. —Ella asintió, se levantó y se acomodó en la butaca de al lado.

—Está bien, pero me quedo porque me encanta Statham, las pelis de acción y me muero de hambre. Pásame las palomitas, que llevo sin comer desde el mediodía.

Puse el bol entre ambos, menos mal que pedí el extragrande. Jen parecía hambrienta, comía las pequeñas bolitas blancas con glotonería, hipnotizándome cada vez que separaba los labios y yo solo quería convertirme en maíz para ser devorado por ella.

Qué larga iba a hacerse esa película.

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