Storm

Storm


Capítulo 8

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Capítulo 8

Debía estar mal de la cabeza.

¿Por qué me ponía nerviosa? Solo se trataba de Jon, el hijo de mi jefa, el niñato insoportable que me taladraba el cerebro desde que había llegado a Barcelona.

Lo miré de reojo, estaba más rígido que una viga de acero, aunque para acero lo que tenía en los pantalones. Fue caer sobre ellos y sentir cómo mi traidora vagina respondía intentando captar su interés.

¡Me había mojado! Igual que la otra noche cuando me encerró en el baño. ¡Lo deseé! ¡Por favor! Creo que hubiera sido capaz de dejar que me follara si no la hubiera cagado tanto. No estaba segura si había sido producto del alcohol, de mi falta de sexo o de esa extraña atracción que parecía despertar en mí.

No había logrado sacarme esa sensación de encima y ahora que lo tenía al lado, totalmente empalmado y mirándome con disimulo, no podía evitar excitarme ante la situación. Intenté pensar en otra cosa y rememorar lo que sucedió tras mi salida del baño de la discoteca.

Cuando le dije a Tomás que me encantaban la velocidad y las carreras, los ojos se le abrieron como platos. Necesitaba descargar la mala leche que Jon me había provocado así que cuando sugirió que nos largáramos a una carrera que había esa misma noche, ni me lo pensé.

Creo que Joaquín no se tomó muy bien nuestra marcha, pero él nunca fue mi objetivo principal, así que poco me importaba si se molestaba o no.

Tonteé lo suficiente con Tomás para hacerle creer que me interesaba, no me aparté cuando me besó tras ganar la carrera ni cuando me llevó a casa y me sugirió que lo invitara a tomar algo. Pero no me apetecía cruzar esa línea con él, no quería nada más allá del tonteo y mantenerle lo suficientemente interesado como para que me abriera las puertas a su mundo.

Me excusé, le dije que estaba cansada y no se marchó hasta lograr sacarme una cita para cenar juntos en su casa, al día siguiente.

Me puse un vestido gris oscuro que hacía aguas en tonos azules, el complemento perfecto para mis ojos, me calcé mis tacones y cogí el bolso antes de salir. Estaba lista y tenía las cosas muy claras.

Se comportó como un caballero durante toda la noche. Tenía una bonita casa en Vilassar de Dalt, con vistas al mar y un espectacular jardín con piscina. Había preparado unos aperitivos y como plato principal una lubina a la sal que estaba deliciosa.

Tomás tenía negocios inmobiliarios, se dedicaba a la compraventa de casas de lujo y al parecer le iba muy bien.

Traté de ser amable, coquetear con él para mantener su interés en mí e intentar sonsacarle información sobre su fantástica colección privada. En un principio fue un hueso duro de roer, pero terminó por claudicar y mostrarme su rincón secreto. Sabía cómo hacer que un hombre quisiera pavonearse ante mí. Tomás no era muy distinto a los demás, solo hicieron falta un par de caídas de ojos, humedecerme los labios durante la cena y comentarle cuánto me excitaba estar al margen de la ley tanto en las carreras ilegales como cuando se trataba de arte. No hacía falta ser muy listo para intuir a lo que me refería.

Capté rápidamente su atención, sirviéndole en bandeja de plata una ocasión para impresionarme, y realmente lo logró, tenía algunas piezas verdaderamente valiosas.

—¿Y cómo las has conseguido? ¿Tienes alguien que te las vende? —pregunté pasando la mano por una pieza del imperio Bizantino, que ocultaba en una habitación contigua a su despacho.

—Formo parte de un grupo, somos casi siempre los mismos, ya sabes que con estas cosas se ha de ir con cuidado —murmuró cogiéndome por la cintura para encajarme contra él—. Hay poca gente que adore el arte como nosotros y esté de acuerdo en disfrutarlo en privado.

—Ajá —afirmé—. Yo creo que las cosas buenas están hechas para saborearse en privado y si yo tuviera el dinero suficiente, haría lo mismo. —Paseó la nariz por mi cuello frotando su erección contra mi trasero—. Cuéntame más cosas de tu mundo, me encanta escucharte. ¿Cómo lo hacéis? ¿Quedáis? ¿O cada uno tiene su proveedor? —Sus labios buscaron mi cuello.

—Eres una chica muy curiosa —observó subiendo las manos hacia arriba. No me sentía completamente a gusto con lo que estaba haciendo, sobre todo, porque no podía dejar de pensar en Jon. Era como si lo viera en una esquina mirándome reprobatoriamente y diciéndome que si me acostaba con Tomás, no iba a ser mucho mejor que Harriet. Detuve su avance dándome la vuelta y colgándome de su cuello.

—Lo soy, hay muchas cosas que no sabes todavía de mí y una de ellas es que quiero que me tengas en cuenta.

—Te tengo muy en cuenta —afirmó buscando mis labios, pero yo me aparté y terminó estrellándose contra mi mejilla y besando mi mandíbula.

—Pero yo quiero entrar en el negocio, no como compradora, porque obviamente no tengo capital suficiente, pero me gustaría que me tuvierais en cuenta como facilitadora —dije sin ambages acariciándole la nuca.

—¿Facilitadora? —preguntó con interés. Le sonreí ronroneante.

—Digamos que para mí es muy sencillo obtener lo que unos desean si el importe es el adecuado, y estoy segura de que tú y tus amigos sabréis ser generosos si alguien os proporciona las obras que deseáis sin levantar polvo.

—¿Estás sugiriendo lo que creo? —Masajeé los músculos rígidos de su cuello.

—No creo que tú y yo hablemos lenguas distintas. Soy buena, muy buena, aunque solo me dedico a los cuadros. ¿Qué me dices? ¿Quieres probarme? —Tomás me tenía aplastada contra su cuerpo y me miraba con mucho interés, aunque no sabía si era el que yo quería suscitar en él.

—¿Y qué gano yo si te introduzco en mi mundo? —Cuando clavó su miembro contra mi vientre, intuí lo que implicaba su pregunta, pero ¿estaba dispuesta a ello? Sus manos descendieron por mi espalda y me agarraron de los glúteos. Una cosa era robar y otra muy distinta acostarme con él para conseguir una oportunidad, y que me metiera en su cama no era garantía de que después me introdujera en su mundo, si su prioridad era echarme un polvo. Lo miré fijamente.

—Piensa en ese cuadro que deseas, ese que anhelas, que se te resiste y que nunca has conseguido. —Un fugaz brillo cruzó sus ojos marrones, había dado en el clavo, ahí estaba mi puerta. Un coleccionista como él siempre tenía una pieza en mente, era una especie de adicción—. El cuadro que desees al cincuenta por ciento de lo que estuvieras dispuesto a pagar —susurré en su oído—. Esa es mi oferta.

—No es eso lo que deseo en este momento, Jen. —Presionó su miembro contra mi abdomen—. Dame una noche y te meteré dentro. —Su boca buscó mi cuello, desde Matt no había estado con un hombre y no quería estarlo.

Me aparté repentinamente.

—No te confundas, Tomás, soy una ladrona, no una puta. —Me recoloqué el vestido—. Reconozco que me gusta tontear contigo, que me haces sentir bien, pero no quiero llevarlo más allá. No mezclo negocios y placer.

—Pues tengamos placer —anotó acercándose de nuevo. No iba bien, debía reconducirlo.

—Puedes meter en tu cama a la mujer que quieras, eres atractivo, tienes dinero, así que no te costará más que un chasquido que cualquier mujer te la chupe. Pero en cambio, ninguna puede proporcionarte esa obra que se te resiste, esa que tienes metida entre ceja y ceja. —Presioné el punto exacto de su entrecejo masajeándolo con mi dedo—. Dime lugar y obra, y te prometo que antes de finalizar el mes será tuya.

Él curvó los labios, sabía que no era exactamente lo que buscaba, pero no podría resistirse a caer en la tela que estaba tejiendo a su alrededor. La tentación era demasiado grande.

—Está bien, te lo diré, veamos de lo que eres capaz.

Tenía quince días para hacerme con su cuadro deseado. Para mi sorpresa, no estaba en un museo, como había previsto, sino que era una pieza del abuelo de Carmen, mi jefa. Según Tomás, tenía la pieza en su casa, en su habitación, sobre el cabecero de su cama. Él lo sabía porque Carmen dio una cena una noche para unos pocos privilegiados y Tomás terminó la noche con ella.

Quiso comprarle la obra, pero Carmen se negó, decía que era un recuerdo demasiado valioso para ella y que jamás estaría en venta.

Ahora debía buscar la manera para colarme en su casa, por lo menos en dos ocasiones. Una para ver el cuadro en vivo, sentirlo y tomar fotografías; y la segunda para sustituirlo por la réplica que iba a hacerle y llevármelo de allí.

Al pensar en ello no pude evitar fijarme en Jon. Tal vez él era la llave para entrar sin levantar sospechas en la casa de Carmen, tal vez tuviera la solución más cerca de lo que imaginaba.

Estaba claro que le gustaba, lo había sentido en mis propias carnes y, para ser francos, a mí me despertaba algo que parecía aletargado, un hormigueo que se fraguaba en el abdomen para contraer los músculos de mi vagina cada vez que esos ojos negros impactaban contra los míos. ¿Qué podía perder si jugaba un poco con él?

Desvié la mirada hacia la bragueta de su tejano, que parecía a punto de estallar. En la pantalla, Statham estaba con su novia y, tras una discusión en plena calle con bofetón incluido por parte de ella, la había cogido por detrás y se la estaba follando en plena calle, frente a un montón de orientales que los contemplaban. Joder, me habían puesto cachonda hasta a mí.

La nuez de Jon subía y bajaba como si le costara tragar, tenía las aletas de la nariz dilatadas y casi podía oler el deseo que emanaba su cuerpo. Subí un poco mi falda, hasta el límite de lo decente, observando cómo sus ojos buscaban mis níveos muslos. Me aproximé a su cuello y bajé la mano a su entrepierna sabiendo lo que me iba a encontrar.

—No sabía que la peli de hoy era de superhéroes ni que iba a encontrarme con el mismísimo martillo de Thor —cuchicheé palpando su generosa erección. Él no me lo impidió, estaba agarrado a los brazos de la butaca como si le fuera la vida en ello—. ¿Te gusta lo que sale en la pantalla? ¿Nos imaginas a ti y a mí follando en público de esa manera? —Su erección respondió empujando contra mi mano—. Vaya, así que al martillo de Thor sí que le apetece darme un buen mazazo, ¿y qué te parecería si te dijera que a mí también me apetece?

Volteó la cabeza rápidamente, mirándome con esa intensidad que me abrumaba.

—Te diría que estás jugando con fuego, esto no es una película de superhéroes. —Le sonreí.

—Puede, pero tal vez me apetezca quemarme. —Aposté fuerte desabrochando los botones de su vaquero y colando la mano dentro de su slip. Estaba duro, caliente y muy hinchado. Toqué la cabeza húmeda esparciendo el líquido preseminal que asomaba en la punta. Jon gruñó cerrando los ojos. Si lo acariciaba no pasaba nada, ¿no? Era como tocarle un brazo o cualquier otra parte del cuerpo—. Eso es, pequeño, deja que te dé placer. Pero disimula, coge las palomitas y haz como si comieras, no queremos que nadie nos interrumpa, ¿verdad? —pregunté acariciando la tersa piel.

—Estamos en la penúltima fila —aclaró como si eso nos librara de ser pillados.

—Obedece o me detengo ahora mismo. —Me gustaba sentir que tenía el poder con él. Gruñó con la respiración entrecortada. Pensé en los abdominales que me había mostrado cuando se limpió con la camiseta y el apetito que había despertado en mí. Sentía muchas ganas de complacerlo y de saborearlo. Jon acercó el bol poniéndolo sobre su abdomen, la imagen de mi boca enterrándose en su sexo me sacudió e inmediatamente supe lo que quería hacer—. Y ahora, come, mientras yo hago lo mismo. —Profirió un exabrupto, pero aun así se llevó un puñado a la boca.

Me apetecía mucho hacerlo. Podía haberse tratado de una vía para conseguir mis objetivos, o pretender disfrazarlo de ello, pero no lo era, realmente quería saborearlo en mi boca.

Liberé aquel grueso miembro totalmente erecto y me deslicé por la butaca para colocarme entre sus piernas y tomarlo entre mis labios.

—¡Dios! —lo escuché proferir, mientras recorría su dureza con mi lengua, delineando aquel grueso tallo que palpitaba en mis manos.

—Eso es, tengo a tu martillo de Dios y lo voy a tratar como se merece.

Tenía una polla bonita, grande, recta y con un glande generoso. Me gustó que tuviera el vello recortado y que oliera a recién duchado.

Me aproximé al redondo glande y lo saboreé antes de deslizarlo en mi interior. Escuché su particular gruñido de satisfacción, lo vi apretando el bol a la par que yo gozaba deleitándome con él en mi boca, por el simple hecho de saber que lo estaba complaciendo.

Tembló bajo mi lengua, dejando que saboreara las primeras gotas de su deseo. Las utilicé para lubricarlo junto a mi saliva, recorriendo toda su extensión con deleite. Sabía bien, muy bien, podría acostumbrarme a su sabor. Elevé los ojos para perderme en el éxtasis de su rostro, él también buscó mi mirada, agarrándome del pelo con la mano que tenía libre mientras se mecía con suavidad en el interior de mi garganta. Me gustó que no fuera duro, que lo hiciera con suma delicadeza tratando de que me adaptara a su tamaño.

Succioné con fuerza y ahuequé las mejillas para darle cabida, no cejé en mi empeño hasta que pude sentirlo rozando la campanilla, llevaba tanto tiempo sin hacer una garganta profunda…

¡Madre mía! Estaba temblando y eso me hacía sentir la mujer más poderosa del universo.

Jon, como un chico obediente, iba picoteando perdido en la bruma de la acuciante necesidad que sentía. Lo escuché diciendo:

—Voy a… Voy a… Voy a… —Conocía el final de la frase, pero lejos de apartarme, quise el menú completo: ver su cara alcanzando la pequeña muerte que iba a ofrecerle. Profundicé al máximo mi descenso, aumentando la intensidad de la succión, sacudiéndolo por completo hasta que le noté derramarse en mi interior con un grito liberador que le hizo lanzar las palomitas por los aires ululando de placer.

Pero ese no fue el único sonido que se escuchó en la sala.

Un tremendo «Shhhhhhh» por parte de la gente que seguía viendo la peli, seguido de un «¡Qué barbaridad! A saber qué está haciendo». Jon se tensó, yo seguía con mis quehaceres sin detenerme y aguantando la risa al imaginar todas aquellas miradas puestas en él mientras yo seguía comiéndole la polla. Él se mantuvo estoico, manteniendo la calma en todo momento.

—¡Lo siento, me he quedado dormido y estaba teniendo una pesadilla! —se excusó.

—Menuda pesadilla —mascullé sacándome la polla de la boca—. Nunca me habían dicho que mis mamadas provocaban terror —farfullé haciendo ver que estaba molesta, devolviendo el martillo a su lugar de origen. Él rezongó algo ininteligible. Intenté abrocharle los pantalones, pero él me apartó haciéndolo por sí solo. Así que regresé a mi asiento, como si nada hubiera ocurrido, le quité una palomita del pelo para tomarla entre mis labios y rematar tomando un poco de refresco.

—Desde luego que eres una pesadilla, mucho peor que la de Freddy Krueger, por lo menos él tenía piedad y mataba a las víctimas, no hacía que se corrieran frente a una sala llena de espectadores. —Divertida por la situación y el mal rato que le acababa de hacer pasar, le murmuré al oído.

—Vamos, atún, no me seas sensible que aquí solo hay cuatro gatos y no lo has pasado tan mal después de todo. Y ahora dime, ¿qué ha ocurrido en la peli? ¿Qué me he perdido? —Él volteó el rostro hacia mí como si fuera incapaz de creer lo que le estaba preguntando. Sabía que no iba a poder responderme, obviamente no había visto una maldita escena, sus ojos no se habían separado de los míos ni por un momento.

—Pues que la pantalla se ha quedado en blanco porque Catwoman se ha emperrado en robarle el martillo a Thor. —Arqueé las cejas ante su ocurrencia.

—¿Y lo ha logrado?

—Digamos que en la primera ronda sí, pero todavía queda mucha batalla por delante. —Su mirada se oscureció, resplandeciendo en su negrura. Sabía que era el destello del desafío que yo misma había impuesto lo que le hacía estar así—. ¿Nos vamos? —preguntó.

—¿Dónde?

—A tu piso, gata. Tú ya te has servido un buen cuenco de leche, pero yo no he terminado contigo —respondió sin dudar. ¿Lo quería en mi apartamento? ¿Quería cederle esa parte de mi intimidad? Jon parecía muy seguro de lo que quería, nunca había visto esa faceta suya.

—¿Y puedo saber qué quieres hacerme? —inquirí acercando mi rostro al suyo para provocarlo.

—Todavía no estoy muy seguro, pero pienso averiguarlo —argumentó con suficiencia. Después, me tomó de la nuca y me besó como hacía tiempo que nadie me había besado, dejándose el alma en cada caricia, en cada pasada de su lengua sobre la mía, como si la palabra «suficiente» se hubiera extinguido de su vocabulario.

Me descubrí deseando indagar en la promesa implícita de aquel beso. Quería sentirlo plenamente, sin ropa, sin subterfugios; lo quería en mi cama y en mi interior. Darme cuenta de ello hizo que me tambaleara, ¿no era eso parte del plan? ¿No quería tener algo de intimidad con él para acercarme a la obra?

Me separé desorientada, sintiendo su sabor todavía en mi lengua.

—Lo siento, estoy cansada y tengo hambre, será mejor que me vaya. Tú acaba de ver la peli tranquilo.

Me levanté apresurada sin darle tiempo a responder, necesitaba aire, sentía que me había quedado sin oxígeno. ¿Qué narices me estaba pasando?

Una vez fuera del cine, necesité apoyar la espalda contra la fachada, sentir la fría piedra en mi espalda para calmar las llamas que me abrasaban por dentro.

¡Joder, acababa de hacerle una mamada al hijo de mi jefa! Y había querido follarlo como una animal, ¿qué mierda me ocurría?

Era cierto que había pensado en tontear con él como hice con Tomás, pero no me había planteado llegar tan lejos, ¿o sí? ¿Por qué me había dejado llevar de esa manera por mis impulsos?

Algo me aplastó contra la pared, abrí los ojos y allí estaba él, con una cara de cabreo monumental que hubiera asustado a una manada de búfalos por completo.

—No me gusta que me tomen por idiota, Jen, ¿qué coño ha sido eso? ¿Qué ha pasado ahí dentro? Explícamelo porque no entiendo nada.

No podía decirle que yo tampoco lo entendía, que me había dejado llevar y punto; que había cruzado una línea de difícil retorno y que ahora me sentía casi tan perdida como lo parecía él. Busqué mi coraza, aquella de la cual me había desprendido por unos instantes. Cubrí mi rostro con mi característica frialdad y arqueé ambas cejas.

—Te dije que tenía hambre, las gatas bebemos leche, así que solo busqué mi ración. No le des más importancia de la que tiene, porque yo no lo hago. Tu martillo clavándose en mi trasero me habló de tu necesidad, a mí me apeteció echarte una mano y punto.

—¿Más importancia de la que tiene? ¡Acabas de hacerme una mamada ahí dentro! —gritó.

—No vi que te quejaras —respondí socarrona.

—Ni yo tampoco me hubiera quejado —murmuró un chico que entraba con su novia al cine—. ¿Qué peli la has llevado a ver? Quiero los mismos resultados —anunció mirándonos atentamente. La chica que iba a su lado le golpeó el brazo, dándole un empujón para que entrara dentro.

—Déjalos en paz, capullo. Tú tendrás suerte si te dejo darme un beso, así que del resto vete olvidando.

Con la interrupción de ese par logré calmarme. Intenté apartar a Jon, pero este no tenía intención de moverse y volvió a centrar su atención en mí.

—No te entiendo, ¿por qué? ¿Acaso es esto lo que haces con…?

—Cuidado con lo que vas a preguntar, atún. —Sentía su incomodidad, su enfado, su descontrol al no saber encajar lo que había ocurrido y mi consecuente actitud. Podía intuir su pregunta envenenada antes de que la lanzara. Cerró los ojos, respiró profundamente, después me tomó de la mano y tiró de mí para que lo siguiera.

—Pero ¿qué haces?

—¿No tenías hambre? Voy a llevarte a comer, creo que la falta de azúcar te está afectando al cerebro.

—A mí lo único que me nubla la mente eres tú —solté intentando desprenderme de su agarre. Él se paró en seco y me miró como aquella primera vez.

—¿Cómo dices? —Resoplé sin creer haber dicho eso en voz alta.

—Que eres un crío cargado de testosterona, que deberías estar dando saltos de alegría porque una chica mayor te la haya chupado en el cine y, sin embargo, le estás sacando punta a algo que no tiene. Te hice un regalo porque me apetecía y listo.

—¿Que me comas la polla y me beses como si te fuera la vida en ello es sacar punta a lo que no la tiene? En serio que no te entiendo, ¿tan poco valor te das a ti misma? —Aquella pregunta me dejó en parada, ¿qué tío se planteaba esas cosas? ¡Joder, le había hecho una felación! ¿Qué tío se plantea algo más después de eso?

—Créeme, me valoro mucho —argumenté intentando que me soltara de una maldita vez.

—Pues no lo parece. Por lo menos, yo no dejo que cualquiera me haga lo que tú me acabas de hacer ahí dentro. —Aquella afirmación me lanzó una estocada directa al pecho. No había contemplado esa posibilidad, ¿es que Jon no era un crío como los demás? A Matt le encantaban ese tipo de cosas. ¡Mierda! ¿Los estaba comparando?—. Puede que tú te tomes el sexo a la ligera, pero yo no, no forma parte de mis principios y si te he dejado seguir, es porque no logro borrarte de mi cabeza ni un solo minuto al día.

Prácticamente podía escuchar su corazón tronando tan fuerte como el mío, se puso frente a mí y colocó mi mano sobre su pecho. Parecía un maldito martillo percutor. No me sentía preparada para todas esas emociones que se arremolinaban en mi vientre.

—¿Lo notas? ¿Lo sientes? Esto es lo que me ocurre cada vez que estás cerca, cuando te veo o percibo tu olor. Nunca lo había sentido antes y esto es lo que hace que me comporte como un imbécil cada vez que te tengo cerca.

Me quedé sin palabras ante la ferocidad de las suyas. ¿Qué iba a decir frente a eso? Por un lado, me halagaba y por el otro, tenía pánico a que pudiera sentir algo que yo no estaba dispuesta a ofrecerle.

—Jon, yo… —Tenía un puto nudo en la garganta, no estaba segura de si era bueno seguir con mi plan original, tampoco quería hacerle daño.

—Lo sé, tú eres de esas chicas que no quieren ataduras y yo te estoy acojonando. Qué me dices si dejamos las cosas así y vamos a comer algo. Por lo menos eso sí que podemos hacerlo juntos, ¿no? —Se acarició la nuca mostrando ser el más cuerdo de los dos en aquel momento.

Era tan tierno, su mirada era tan legal, que fui incapaz de negarme.

—Está bien vayamos a comer algo.

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