Stalin

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II. El líder del partido » 13. Octubre

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En octubre de 1917 la ciudad de Petrogrado estaba más tranquila que en cualquier otro período desde la caída de los Románov. Las escuelas y las oficinas funcionaban sin interrupción. Las tiendas abrían con normalidad. El correo y los tranvías funcionaban con regularidad. Estaba empezando a refrescar y la gente se abrigaba bien antes de salir, pero todavía no había nevado. La calma prevalecía en la capital rusa y las violentas manifestaciones masivas parecían cosa del pasado. Los dirigentes bolcheviques que planificaban la insurrección tenían motivos para preocuparse. ¿Y si Lenin se había equivocado y la gente había abandonado la idea de apoyar un cambio revolucionario de régimen?

No obstante, los niveles subterráneos de la política estaban virando. Lenin, escondido en Helsinki desde mediados de julio, se sentía frustrado por la negativa del Comité Central a organizar un levantamiento contra el gobierno provisional. El instinto le decía que había llegado el momento de actuar y decidió arriesgarse volviendo clandestinamente a Petrogrado. Los dirigentes bolcheviques que se encontraron con él en secreto tuvieron que soportar la furia con que exigía una insurrección. Los preparaba para una confrontación en el Comité Central el 10 de octubre. Asistieron doce miembros. Todos sabían que habría problemas. Se levantó acta a grandes rasgos, lo que significa que no quedan testimonios de la intervención de Stalin. En cualquier caso, las posiciones fundamentales parecen haber sido establecidas por Sverdlov y por Lenin. Como secretario del Comité Central, Sverdlov tenía información sobre el estado de las organizaciones del partido y sobre la campaña política en todo el país. Convencido por los argumentos de Lenin a favor de un levantamiento, añadió una nota positiva en su informe al insistir en el incremento de miembros del partido. Esto le dio a Lenin la oportunidad que buscaba: «La mayoría del pueblo está ahora con nosotros. Políticamente la situación está completamente madura para la transferencia del poder»[1].

Dos miembros del Comité Central bolchevique se opusieron a Lenin. Uno fue Kámenev, que nunca había sido un bolchevique radical, ni en 1917 ni antes durante la guerra. Sorprendentemente el otro era Zinóviev, que había sido asistente de Lenin durante la emigración antes de la Revolución de febrero[2]. Kámenev y Zinóviev se enfrentaron a Lenin. Desestimaron su extremo optimismo y señalaron que los bolcheviques todavía tenían que ganar muchos soviets urbanos. Acentuaron que el electorado del partido estaba limitado a las ciudades pequeñas. También sembraron la duda sobre la suposición de que el resto de Europa estaba al borde de la revolución. Temían que estallara una guerra civil en Rusia[3].

Sin embargo, la votación favoreció a Lenin por diez votos contra dos. Stalin estaba entre sus partidarios; había dejado completamente atrás su relación con Kámenev. Estaba convencido de que había llegado la hora de tomar el poder. El artículo que publicó en Rabochii put («El camino de los obreros») —este periódico era el sucesor de Pravda y estaba bajo su control editorial— permite valorar su postura. Stalin tenía grandes esperanzas[4]:

La revolución está viva. Después de haber desbaratado el «motín» de Kornilov y reorganizado el frente, se ha extendido a las ciudades y vivificado los distritos fabriles y ahora se difunde por las zonas rurales, sin atender a los odiosos puntales del poder terrateniente.

No era un llamamiento explícito a la insurrección. Stalin no quería dar motivos a Kerenski para que volviese a clausurar la prensa bolchevique, pero advertía de que la acción de Kornílov había sido el primer intento contrarrevolucionario y de que podría haber otros. El colaboracionismo, con lo que se refería a la ayuda que los mencheviques y los social-revolucionarios habían prestado al gobierno provisional, estaba en bancarrota política. Los kadetes habían demostrado ser «un nido de la contrarrevolución y difundirla». Los soviets y los comités del ejército debían prepararse para repeler «una segunda conspiración de la

Kornílovshchina». Stalin estaba convencido de que «toda la fuerza de la gran revolución» estaba dispuesta para la lucha[5].

El Comité Central volvió a reunirse el 16 de octubre. Los representantes de los órganos del partido de Petrogrado y de las provincias fueron invitados a asistir. Lenin hizo otro llamamiento a la insurrección. Sostuvo que el momento estaba maduro, aunque hubiera informes de que los obreros no estaban entusiasmados con la toma del poder. Lenin argumentó que «el humor de las masas» siempre era voluble y que el partido debía guiarse por la evidencia de que «todo el proletariado europeo» estaba de su lado. Añadió que la clase obrera rusa se había volcado a favor de los bolcheviques desde el caso Kornílov. Se enfrentaban a él los miembros del Comité Central, inspirados por Kámenev y Zinóviev. Su crítica se basaba en que los bolcheviques no tenían la fuerza suficiente para alzarse contra el gobierno provisional y en que no existía una coyuntura revolucionaria en todas partes de Europa. Incluso Petrogrado resultaba ser un bastión inseguro del bolchevismo. Zinóviev afirmaba: «No tenemos derecho a correr este riesgo y jugar al todo o nada»[6].

Stalin apoyó a Lenin[7]:

Podría decirse que es necesario esperar un ataque [contrarrevolucionario], pero debe entenderse lo que significa un ataque: el alza del precio del pan, el envío de cosacos al distrito de Donets y cosas similares constituyen un ataque. ¿Hasta cuando vamos a esperar si no se produce un ataque militar? Lo que proponen Kámenev y Zinóviev lleva objetivamente a que la contrarrevolución pueda reorganizarse; seguiremos hacia una retirada interminable y perderemos la revolución por entero.

Pidió al Comité Central que tuviera «más fe»: «Hay dos líneas a seguir en este punto: una línea mantiene la victoria de la revolución y confía en Europa, la otra no cree en la revolución y cuenta meramente con permanecer en la oposición»[8]. Sverdlov y otros miembros del Comité Central también estuvieron de parte de Lenin y, aunque Trotski estaba ausente debido a sus obligaciones en el Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado, Lenin ganó el debate después de la medianoche. De nuevo la votación fue de diez contra dos a favor de su postura.

Lenin volvió a su escondite y envió furiosas cartas a sus camaradas del Instituto Smolny, una antigua escuela secundaria para señoritas del centro de la capital en la que el Soviet de Petrogrado y los órganos centrales de varios partidos —incluyendo a los bolcheviques— tenían su sede. Lenin mantenía la presión con vistas a una acción armada. Kerenski sopesaba sus opciones y llegó a la conclusión de que era necesario actuar drásticamente antes de que los bolcheviques se movilizaran contra él. El 18 de octubre la tensión aumentó cuando Kámenev transgredió la disciplina de partido escribiendo contra la insurrección en el periódico de la izquierda radical Novaia Zhizn («Vida Nueva»)[9].

Al tiempo que no revelaba lo que había decidido el Comité Central bolchevique en concreto, dejaba caer afirmaciones muy fuertes. Lenin escribió al Instituto Smolny exigiendo la expulsión del partido de los «esquiroles» Kámenev y Zinóviev[10]. El 19 de octubre Zinóviev intervino con una carta a Rabochiiput. Zinóviev declaraba que Lenin había malinterpretado su posición y que era preciso que los bolcheviques «cerrasen filas y pospusiesen las disputas internas hasta que las circunstancias sean más propicias»[11]. No esta claro qué se proponía realmente Zinóviev. Tal vez quería que el tema pudiera seguir discutiéndose en el Comité Central (mientras que Kámenev innegablemente había roto la confidencialidad y puesto en peligro la seguridad del partido).

Esta rencilla cayó en manos de Stalin en su calidad de editor en jefe de Rabochiiput. Decidió aceptar el paso conciliador de Zinóviev y publicó la carta[12]. Pero ni Zinóviev ni Stalin explicaban cómo Kámenev y Zinóviev podrían trabajar con Lenin, Trotski y los que se habían comprometido con la insurrección si se oponían a la acción armada. El 20 de octubre el Comité Central juzgó el asunto. Fue una sesión muy dura y la primera ocasión en que Stalin y Trotski se enfrentaron seriamente. Trotski estuvo desafiante. Sokólnikov, el editor de Stalin en

Rabochiiput, negó toda implicación en la decisión editorial. Stalin se reveló como el responsable[13]. Kámenev dimitió como miembro del Comité Central porque no tenía confianza en la política de insurrección. Stalin siguió apoyando la política de Lenin, pero la humillación que había sufrido en el debate le indujo a presentar su renuncia al comité editorial[14].

Recobró el aplomo sólo cuando su petición fue rechazada. El asunto parecía concluir aquí; nadie supo cuán profundamente le afectaba cualquier golpe a su autoestima —y en 1940 Trotski iba a pagar el máximo precio por ello—. En términos de la estrategia política bolchevique quedaba poco claro por qué Stalin era indulgente con Kámenev y Zinóviev. Nunca explicó su modo de pensar. Pero podría tener relación con su habitual actitud de considerar a Kámenev y a Zinóviev como aliados en la lucha para reducir al mínimo la influencia de Trotski. La creciente predilección de Lenin por Trotski era una amenaza para la autoridad de los veteranos del Comité Central. Otra posibilidad es que Stalin intuyera que los oponentes a la insurrección en última instancia permanecerían del lado del partido. Miliutin rápidamente volvió a alinearse con la política oficial. Tal vez Stalin creyera que un partido dividido no podría llevar a cabo las maniobras necesarias contra el gobierno provisional. De cualquier modo, volvió con la mejor disposición al Comité Central el 21 de octubre. Stalin, y no Trotski, diseñó la agenda para el inminente II Congreso de los Soviets. Su plan contemplaba que Lenin hablara de «tierra, guerra y poder»; Miliutin, del control obrero; Trotski, de «la situación actual» y él mismo, de «la cuestión nacional»[15].

En ese mismo encuentro del Comité Central Stalin fue incluido en la lista de los diez miembros comisionados para reforzar el Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado. Estaba en el centro de las operaciones políticas[16]. Ya pertenecía al Comité Militar Revolucionario. También tenía una gran influencia en el Comité Central del partido y, pese a sus contratiempos con Zinóviev, estaba entre los dirigentes mejor considerados.

El gobierno provisional fue el primero en actuar. En la mañana del 24 de octubre, bajo las órdenes de Kerenski, las tropas irrumpieron en los locales de Soldat y Rabochiiput, rompieron algunas máquinas y se incautaron de equipamiento. Stalin estaba presente. Observaba detenidamente cómo requisaban la edición que había enviado a la imprenta mientras un guardia armado custodiaba la puerta. No pudo haberle sorprendido que Kerenski tomara esas medidas. Su anónimo editorial afirmaba[17]:

El actual gobierno de terratenientes y capitalistas debe ser reemplazado por un nuevo gobierno, un gobierno de obreros y campesinos.

El actual seudogobierno que no fue elegido por el pueblo y que no rinde cuentas ante él, debe ser reemplazado por un gobierno reconocido por el pueblo, elegido por representantes de los obreros, soldados y campesinos y que rinda cuentas ante sus representados.

El gobierno de Kishkín-Konoválov debe ser reemplazado por un gobierno de soviets de diputados de obreros, soldados y campesinos.

Kishkín era ministro del Interior y Konoválov, ministro de Industria. Stalin recomendaba a los lectores del periódico «organizar sus mítines y elegir sus delegaciones», y terminaba con la invocación: «Si todos actuáis con firmeza y constancia, nadie se atreverá a oponerse a la voluntad del pueblo»[18]. El llamamiento a la revolución era obvio, aunque Stalin, con sentido pragmático, eludía nombrarla directamente.

Presumiblemente fueron sus obligaciones editoriales las que le impidieron asistir al Comité Central ese mismo día. Trotski también estaba ausente, pero esto no le impidió denigrar a Stalin acusándole de haber evitado participar en las decisiones y actividades relacionadas con la toma del poder[19]. Durante mucho tiempo circuló la opinión de que Stalin fue «el hombre que se perdió la revolución»[20]. Se creyó que la prueba estaba en las misiones encomendadas por el Comité Central a sus propios miembros. Aquí está la lista de asignaciones[21]:

Bubnov — trenes

Dzierzyñski — correos y telégrafos

Miliutin — suministro de alimentos

Podvoiski — vigilancia del gobierno provisional (sustituido por Sverdiov después de la protesta de Podvoiski)

Kámenev y Vínter — negociaciones con los Socialistas Revolucionarios de Izquierda (que constituían el ala más radicalizada del Partido de los Socialistas Revolucionarios)

Lómov y Noguín — información a Moscú

Trotski pensó que esto demostraba que Iósef Stalin ocupaba un lugar marginal en la histórica jornada que se había planeado.

Si su inclusión en la lista era fundamental, ¿por qué se omitía a Lenin y Trotski? Y, si el compromiso con la insurrección era un criterio para la selección, ¿por qué el Comité Central había designado a Kámenev? Lo que sucedía era que Lenin tenía que permanecer oculto y que Trotski estaba ocupado en el Comité Militar Revolucionario. Stalin, como editor de un periódico, también ejercía una labor muy absorbente, y esta labor no carecía de importancia. Tan pronto como tuvo tiempo, volvió al Instituto Smolny y se sumó a los camaradas dirigentes. Inmediatamente se le encomendó una tarea: se le envió con Trotski a informar a los delegados bolcheviques que habían llegado al edificio para el II Congreso de los Soviets. Stalin habló de la información que llegaba a las oficinas del Comité Central. Insistió en el apoyo de las fuerzas armadas a la insurrección, así como en la desorganización del gobierno provisional. Stalin y Trotski desempeñaron bien su tarea. El Comité Central reconocía la necesidad de extremar la sutileza táctica. Había que evitar un levantamiento prematuro y, a fin de ganar la aquiescencia de los social-revolucionarios de izquierdas, era sensato actuar como si cada medida que se tomara fuera un mero intento de defender los intereses de la revolución contra sus enemigos declarados[22].

La situación en Petrogrado fluctuaba peligrosamente. Las tropas avanzaban desde las afueras de la capital para ayudar al Comité Militar Revolucionario, que ya controlaba la oficina central de correos. Stalin confiaba en que se pudiera disponer de instalaciones para volver a poner en funcionamiento Rabochiiput, a pesar del ataque sufrido por el periódico a primera hora de ese día[23]. Todo dependería del equilibrio de las fuerzas que reuniesen al día siguiente el Comité Militar Revolucionario y el gobierno provisional. Kerenski se enfrentaba a un desafío decisivo.

Stalin volvió al apartamento de los Allilúev para pasar la noche. No había tiempo para juegos ni para contar cuentos. Estaba exhausto. Había cumplido con su obligación de forma más que satisfactoria. Anna Allilúeva le oyó decir: «Sí, todo está preparado. Mañana entramos en acción. Tenemos todos los distritos de la ciudad en nuestras manos. ¡Vamos a tomar el poder!»[24]. Se echó a descansar. Serían las últimas horas de sueño tranquilo de que disfrutaría durante varios días, pero no durmió mucho rato. Antes del amanecer del día 25 de octubre se convocó una reunión urgente del Comité Central y Stalin tenía que estar presente. Incluso los «esquiroles» Kámenev y Zinóviev asistieron. Las actas no sobrevivieron a la Revolución de octubre, pero seguramente la agenda estuvo dedicada a los aspectos prácticos de la toma del poder. La planificación militar estaba terminada y la discusión se centró en el nuevo gobierno revolucionario, su personal y sus decretos. Lenin se encargaría de esbozar los decretos sobre la tierra y la paz. Cuando llegara el momento, el Consejo de los Comisarios del Pueblo tenía que ser capaz de dejar claros sus propósitos[25].

El hecho de que a Stalin no se le pidiera que dirigiese ninguna acción armada ha perpetuado la leyenda de que no contaba para nada en el Comité Central. Esto implica pasar por alto que la reunión tenía un mayor alcance. El Comité Militar Revolucionario ya había tomado disposiciones sobre las guarniciones y la Guardia Roja. Las funciones de Stalin le habían impedido previamente tomar parte en esas actividades y habría sido una estupidez incluirlo en el último momento. Pero en la reunión también se deliberó sobre lo que iba a suceder cuando se declarara depuesto el gobierno provisional a última hora del día. Stalin tomó parte en las discusiones al amanecer. Entonces ya sabía que tendría que abordar una ingente tarea cuando se hiciera de día[26]. Crecía la expectación. Tanto él como sus camaradas del Comité Central comían y bebían mientras hablaban. Seguían consultándose unos a otros. Recibían a los mensajeros que llegaban de todo Petrogrado y enviaban a otros con diversos encargos. Aunque tenían los ojos enrojecidos por la falta de sueño, su concentración era máxima. Era la oportunidad de sus vidas. La Dictadura del Proletariado estaba a punto de ser proclamada y la revolución iba a extenderse por toda Rusia y pronto estallaría también en Europa.

Los hechos del 25 de octubre de 1917 fueron históricos desde cualquier punto de vista. Actuando mediante el Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado, Trotski y otros dirigentes bolcheviques controlaban las guarniciones de la capital y dirigían a las tropas leales para tomar las oficinas de correos y telégrafos, las sedes del gobierno y el Palacio de Invierno. En la noche del 24 al 25, Lenin regresó al Instituto Smolny para retomar la dirección del Comité Central. Fue él quien, con paciencia y mediante órdenes, logró que los bolcheviques se mantuvieran firmes en los propósitos acordados. Había que tomar el poder sin demora. El Comité Militar Revolucionario se aseguró el control de importantes edificios de administración y comunicaciones por toda la capital. Mientras tanto, cientos de delegados se habían reunido para la apertura del II Congreso de Representantes de los Soviets de Obreros y Soldados. Ante la insistencia de Lenin, se adelantó el derrocamiento del gobierno provisional. Intuía que podría haber problemas en el Congreso si la toma del poder no se convertía en un

fait accompli y continuó empujando a la acción a sus camaradas del Comité Central. El gobierno provisional ya no existía. Aunque los bolcheviques no tenían la mayoría absoluta en el Congreso, constituían con mucho el partido más grande —y los mencheviques y social-revolucionarios estaban tan molestos por los hechos ocurridos durante la noche que se marcharon—. El poder quedó cómodamente en manos del partido bolchevique.

Stalin no tuvo un papel visible. No habló en el Congreso. No dirigió el Comité Militar Revolucionario. No estuvo recorriendo Petrogrado. Aunque había apoyado la política revolucionaria en los meses anteriores, apenas se le vio en esa noche histórica. Como era su costumbre, cumplió con las tareas que tenía asignadas y no metió las narices en los asuntos de los demás. Aquí esta el testimonio de Fiódor Allilúev[27]:

En los días de Octubre [de la toma del poder] el camarada Stalin no durmió durante cinco días. Muerto de cansancio, finalmente se quedó dormido en la silla ante su mesa. Lunacharski, completamente fascinado, se acercó de puntillas mientras dormía y le dio un beso en la frente. El camarada Stalin se despertó y se rio jovialmente de A. V. Lunacharski durante un buen rato.

Tal jovialidad parece extraña sólo si se creen los mitos posteriores acerca de él. Cuando volvió de Siberia, sus allegados habían avisado de los rasgos desagradables de su carácter y éstos se habían discutido en la Conferencia del Partido en abril. Pero en los meses siguientes se había ganado una reputación mejor. Ni una sola vez se hizo notar por su mal humor, falta de sensibilidad o egocentrismo. Si algo había en su contra era que apoyaba en exceso a Lenin en la cuestión nacional.

Había realizado sus tareas —importantes tareas del partido— con diligencia y eficacia. Con Sverdlov había manejado el Comité Central en julio y agosto. Había editado el principal periódico del partido todo ese tiempo hasta la toma del poder en octubre. Desde abril había contribuido a ajustar pragmáticamente la política del partido a las demandas populares. Se sentía como en su propia casa en el ambiente de la Rusia revolucionaria y cuando volvió al apartamento de los Allilúev le recibieron con admiración. Escribió, editó, discutió y planificó con entusiasmo.

La composición de las nuevas autoridades revolucionarias reflejaban esto. El Consejo de Comisarios del Pueblo —o Sovnarkom en el acrónimo ruso— se dio a conocer el 26 de octubre. El título era idea de Lenin y Trotski. Lenin estaba encantado: «Es maravilloso: ¡tiene el terrible olor de la revolución!»[28]. Los bolcheviques querían evitar que se les asociara con la cultura política «capitalista», con todos sus gabinetes, ministerios y carteras. No habría un primer ministro, sino un presidente. Éste sería Lenin. El comisario del pueblo de Asuntos Exteriores sería Trotski. Rykov, Shliápnikov, Lunacharski, Miliutin y Noguín eran otros miembros del primer gobierno. Stalin también estaba en la lista. Su puesto era de creación reciente y no tenía precedentes en los gobiernos del zar Nicolás II o de Kerenski. Iba a ser comisario del pueblo para Asuntos de las Nacionalidades. Aunque sus funciones y poderes estaban por delimitar, el objetivo básico era establecer una institución con miras a ganar a los no rusos del antiguo imperio para la causa del Sovnarkom. Cuando Pravda volvió a publicarse, Stalin fue relevado de la edición. Debía reservar todas sus fuerzas para trabajar en el Comité Central, el Sovnarkom y su propio Comisariado del Pueblo. La posición de Stalin en el centro de la acción política revolucionaria quedaba confirmada.

Inicialmente Lenin había tenido la esperanza de compartir algunos puestos con los social-revolucionarios de izquierdas, que estaban impresionados por la decisión de los bolcheviques de imponer una reforma agraria inmediata en beneficio del campesinado. Pero las negociaciones se estancaron enseguida. Lenin tenía menos interés en formar una coalición con los mencheviques y los otros social-revolucionarios, pero muchos de los miembros del Comité Central no opinaban igual; en realidad, la mayoría de los bolcheviques de Petrogrado y de las provincias suponían que el derrocamiento del gobierno provisional se había llevado a cabo para establecer un gobierno revolucionario que reuniese a todos los partidos socialistas. Durante varios días el Comité Central bolchevique estableció conversaciones con ellos. Lenin y Trotski querían que fracasaran; y cuando esto efectivamente ocurrió, varios comisarios del pueblo expresaron su disgusto renunciando al Sovnarkom. Entre ellos estaban Rykov, Miliutin y Noguín. Todo esto sucedió en medio de una atmósfera de emergencia militar y política. El sindicato de ferroviarios, dirigido por los mencheviques, amenazó con una huelga hasta que no se formase una amplia coalición. Kerenski, que había escapado del Palacio de Invierno, reclutó una fuerza de cosacos y avanzó sobre Petrogrado. En las ciudades de provincias se producían conflictos armados cuando los bolcheviques que apoyaban al Sovnarkom se enfrentaban con sus adversarios.

Los ferroviarios no mostraron finalmente la determinación necesaria y Kerenski fue derrotado en los Altos de Pulkovo. El fracaso de las conversaciones para formar una coalición, por más que haya que culparle a él mismo, dio a Lenin el pretexto para consolidar un gobierno central íntegramente bolchevique. En noviembre, los social-revolucionarios de izquierdas reconocieron la situación y acordaron unirse al Sovnarkom como los socios menores de una coalición bipartidista. Lenin empezó a ver a Stalin como una figura cada vez más brillante. Stalin nunca flaqueó. Lenin le pidió que explicara la línea oficial del partido a los bolcheviques que habían llegado a Petrogrado para el II Congreso de los Soviets[29]. También le hizo participar en la firma de los decretos del Sovnarkom que confirmaban la clausura de los periódicos hostiles al gobierno revolucionario[30]. Stalin había desoído los llamamientos a abandonar el Sovnarkom cuando los bolcheviques monopolizaron el poder. Individuos como él no abundaban en el Comité Central bolchevique. Lenin necesitaba de todos los talentos disponibles y, decidido a dominar el Sovnarkom, le parecía conveniente contar con Stalin, entre otros, como contrapeso del carismático Trotski.

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