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Séptima parte » El hombre que no estaba allí

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EL HOMBRE QUE NO ESTABA ALLÍ

El hombre está tomando su segundo café cuando la vida en la villa empieza a despertar lentamente. Luz en la primera planta, luz en la planta baja. Kris y Tamara. Ahora ya sabe todo lo que debía saber sobre esa chica y sobre el hermano. Ayer necesitaron dos horas para darse cuenta de la desaparición del más joven. Registraron todo el lugar buscándolo. El hombre lo observó todo. Estuvieron despiertos hasta tarde en la noche. Wolf. Ese chico ha insistido en que lo llame por su nombre. Pero el hombre no ha entrado en su juego. Bebe un sorbo de café y vuelve a alzar los prismáticos. Es una persona paciente. Sabe que de un momento a otro descubrirán los lirios en el jardín.

Ayer por la tarde vio a la chica fumando nerviosamente bajo uno de los castaños y mirando hacia la casa de los Belzen. Él no sintió la menor preocupación. Sabía que ella no podía verlo. Luego ajustó los prismáticos. Estuvo tan próximo a ella que pudo detallar su rostro. Lo que vio lo dejó satisfecho. Temor y preocupación.

«Yo veo algo que tú no ves».

La chica volvió a entrar en la casa. El hombre esperó al hermano, pero se quedó decepcionado. Al cabo de otros cinco minutos se apartó de la ventana y bajó al sótano. Intentó no hacer ruido.

La primera vez el hombre vino a verlo temprano, a las nueve. Lo ató y le puso la funda de una almohada por sobre la cabeza. El chico estaba completamente desorientado. El hombre podía ver que el niño no andaba nada bien. Su pulso era irregular y tenía dificultades para respirar. El hombre sabe que el anestésico es el responsable de tal cosa. Su médico le había explicado, ciertamente, cuáles eran los efectos secundarios del Isofluran, pero existe una enorme diferencia entre la teoría y la práctica.

El hombre alzó un poco la funda de la almohada y le sostuvo al niño una botella de agua delante de la boca. El chico escupió y maldijo, no quería beber nada. A continuación el hombre volvió a subir y continuó observando la casa.

La segunda vez el hombre se aproximó al chico hasta unos tres metros, antes de dirigirse a él. Entonces ya no le lanzó ningún improperio, solo lo escuchó.

«No sabe si estoy aquí realmente».

El hombre intentó recordar aquella sensación de ser tan joven, ávido y desamparado. Era difícil. Ahora está constantemente hambriento, y su cuerpo se consume por esa avidez. Antes, estar ávido significaba ser fuerte. Hoy los hambrientos son débiles y andan desamparados. La justicia de este mundo es una gran mentira.

El joven estaba sentado desnudo sobre la silla. Músculos, tendones, los torrentes oscuros de las venas. El nido que se forma entre sus piernas solo era una sombra; el sudor cubría su pecho. Había mucho calor en el sótano. El hombre estaba parado delante del chico, admirando su cuerpo. Esa mañana hubiera dado cualquier cosa por llevar la piel de aquel niño.

«Solo por un día, o por una hora».

El hombre soltó un suspiro y con ello reveló su presencia. El niño echó la cabeza hacia atrás y pidió auxilio. El hombre pudo escuchar cómo mejoraba su respiración. También había desaparecido la tonalidad gris de su piel. Las muñecas y los tobillos tenían rozaduras de sangre, la cinta de nylon se había hundido profundamente en la piel. El chico debía de sentir dolor.

El hombre soportó los gritos de auxilio durante un minuto, pero luego volvió a subir y se lavó las manos. No podía hacer otra cosa; había tenido que tocarlo. El muslo tembloroso, la suavidad de los pelos.

«No podía ser de otra forma».

Cerró el grifo y escuchó. No tenía de qué preocuparse. La casa se tragaba los gritos como un suelo reseco se traga una lluvia repentina. El hombre miró su reloj. Le daría un par de horas al muchacho para que se tranquilizara, entonces iría a visitarlo de nuevo.

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