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Séptima parte » Wolf

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WOLF

Wolf intenta recordar. Está sentado en lo oscuro y se siente como después de una operación. Apaleado, atontado, como si no estuviera vivo realmente. Hay algo alrededor de su cabeza que le bloquea la visión. Tensa los brazos. Tiene las manos a la espalda, no puede mover los pies. Intenta levantarse, pero siente un tirón y las vías respiratorias se le cierran. Cae hacia atrás en la silla y toma aire. «¿Dónde estoy?». Wolf intenta reconstruir lo que lo trajo hasta aquí.

«¿Tamara?».

Tamara vino de noche a su habitación. Primero fue el ruido de la puerta y en el momento siguiente ella yacía a su lado y él pudo sentir su desnudez. Le resultó familiar y desconocida a la vez.

Su voz:

—¿Cuánto tiempo pretendemos hacer esto?

La voz de ella:

—No por mucho más tiempo. Se lo contaremos a Kris mañana.

Sexo. Ellos habían hecho el amor, eso todavía lo recuerda bien. Luego se quedaron allí, yacentes en la oscuridad, y él tuvo la sensación de estar iluminado por dentro. Estaban satisfechos. En algún momento Tamara se sentó en la cama y quiso marcharse. Otra vez la voz de él:

—Quédate.

Con ello no solo había querido decir que se quedara junto a él en la cama. También había querido decir: «Quédate a mi lado, mientras sea posible». Había querido decir: «Para siempre».

Ella lo había besado, pero no quería que Kris se enterara de todo por alguna estúpida casualidad. Había querido que lo oyera de sus propios labios, por eso Wolf la dejó ir. Un último beso. Los pasos, la puerta que se cierra.

Los ojos. Entonces se le cerraron los ojos. La satisfacción, el agotamiento. Había quedado tumbado allí, preservando la sensación de tenerla todavía a su lado. La marca de su cuerpo sobre el colchón, su calor. Así se quedó dormido y soñó con Erin. Por fin aparecía de nuevo. También eso lo recuerda en detalle. Recuerda su alivio.

Yacían sobre una colina. No se veía ninguna ciudad, ninguna calle, solo el torrente de copas de árboles. Sentía a Erin a su lado. Allí estaba el viento, que soplaba por encima de ellos como si ambos fueran también parte del paisaje; había un ave llamando a otra ave, y en medio de todo ello, clara y nítida, la respiración de Erin. «Habla conmigo», pensó Wolf, y Erin empezó a hablar y se acurrucó a su lado, y los besos de la joven cubrieron su cuello y subieron hasta sus mejillas, hasta que él sintió los labios de la joven sobre los suyos y entonces, por fin, la vio. «Por fin». Sus ojos, su pelo. Vio cómo ella lo observaba como si no hubiera otra cosa en el mundo, solo ella y él, y entonces él cerró los ojos de satisfacción y supo que no podría decirle nada acerca de Tamara, jamás podría dejar marchar a Erin de ese modo, pues estaba allí ese susurro tan familiar cuando ella se quitaba la blusa, estaba ese silencio, y la luz del sol sobre su piel lo acallaba todo. «Despierta», dijo Erin. Y él sonrió y mantuvo los ojos cerrados. «Por favor, despierta». Y él dejó de sonreír, pues notó algo en el tono de su voz que no conocía. «¿Me oyes? Despierta». Y fue entonces cuando abrió los ojos y la colina y Erin habían desaparecido, el paisaje era una habitación en una villa, muy lejos de la realidad de sus sueños, y entonces vio a un anciano sentado sobre su pecho, y el anciano asintió como si se sintiera satisfecho con el despertar de Wolf, y el anciano se inclinó hacia delante e hizo que Wolf se sumiera de nuevo en la oscuridad.

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