Sadie

Sadie


sadie

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Sadie

Farfield, Colorado.

Siento cada uno de los kilómetros como una herida en mi piel. Este camino ha sido el más difícil de todos. Hay dolor en él, fealdad. El dolor de mantener la misma posición durante horas, la forma en que las articulaciones de mis dedos se agarrotan por sujetar el volante con tanta fuerza que, cuando detengo el coche, aún lo siento sujeto entre mis dedos. Cuando por fin veo la señal del pueblo, no encuentro alivio.

Farfield compensa los promedios de todos los lugares en los que he estado. No se ve tan acosado por la pobreza como para que me duela verlo, o no tan doloroso como Montgomery y todo su brillo. Aquí algunas partes están devastadas, otras más libradas-a-su-propia-suerte y luego se convierte en una pendiente económica que asciende de agradable a más-agradable y, finalmente, lo-más-agradable. El lugar en el que vive Keith queda en la parte librada-a-su-propia-suerte del pueblo, en dirección a lo más agradable, excepto que está apuntando a la dirección equivocada. Es una casa simple de dos pisos con pintura blanca descascarada sobre un revestimiento desgastado.

Estaciono al otro lado de la calle.

Mi corazón palpita, la sangre fluye por mis venas, todo está saliendo como se suponía. Observo la casa por un largo rato, como lo hice con la casa de Silas, preparándome para ese momento, tengo que verlo antes de intentar cualquier cosa.

Todo lo que debo hacer es sobrevivir ese momento para superar el resto.

Tengo calor, estoy sudando. Apoyo mi cabeza contra el asiento y cierro los ojos por un breve momento, o tal vez durante más tiempo porque lo que veo luego de abrirlos no estaba antes allí: hay una niña pequeña en el umbral del frente. Está rodeada de papeles, los cuales está garabateando mientras aún sostiene el libro que tiene en una de sus manos. Luce tal como si hubiera salido de una de las pinturas de Norman Rockwell que no puedo creer que sea real. Es pequeña. Diez años, tal vez. Lleva unos shorts vaqueros rosados, una camiseta a rayas y su cabello castaño está levantado en una coleta torcida hacia un lado, puedo intuir que se ha peinado por sí misma. El libro tiene cubierta blanda y lo sujeta como si fuera un salvavidas. Está llegando al final de su lectura. Tiene apósitos adhesivos en ambas rodillas.

Su presencia inesperada es más de lo que puedo soportar. No sé por qué no esperaba encontrármela. No quiero sentirlo, pero no puedo evitarlo. Jalo hacia abajo las mangas de mi suéter. Hace demasiado calor para usarlo, pero es todo lo que tenía para cubrir mi vendaje. Mi brazo ha estado adolorido desde Langford, hay pequeños puntos rojos que se extienden lentamente a lo largo de la venda, pero trato de no pensar. Me miro el rostro en el espejo. Ha cambiado a un tono de color que solo podría comparar con el de una fruta magullada. Morados y pardos con matices amarillos. Odio verme porque me recuerda a Silas Baker, aún libre ahí fuera. Pero tal vez pueda volver a él, después de Keith.

Hacerlo bien esta vez.

Doy un paso fuera del coche, mi cuerpo protesta por el simple movimiento.

La niña se queda mirándome mientras me aproximo. Cuanto más me acerco, mejor noto su fragilidad, se ve un poco silvestre. Su piel blanca como la leche tiene pequeñas pecas. Tiene una cara afilada, ojos pequeños y nariz larga. Me quedo mirándola y ella me devuelve el gesto. Cierra el libro: un ejemplar de la serie de libros El club de las niñeras. Le muestro una pequeña sonrisa y me mira con cautela. No la culpo. Me veo escalofriante, macabra.

–Ho… hola.

–Hablas gracioso –dice inmediatamente y se oye más pequeña de lo que esperaba. Su voz es más aguda, incluso más aguda que la de Mattie.

–Ta… tartamudeo.

–¿Qué le pasó a tu cara?

–Soy mu… muy torpe.

Me inclino hasta que estoy a su altura y señalo el libro en su mano. En la cubierta con los bordes deshechos se puede ver a Stacey que corre hacia las demás chicas con los brazos extendidos. Recuerdo eso y extraño que lo haga. A veces me olvido de que fui una niña que hizo cosas de niños. Que leía sobre chicas con las que soñaba ser. Que hacía cosas como jugar en la tierra y preparaba tartas de lodo. Dibujaba. Atrapaba luciérnagas en verano.

–Stacey e… era mi favorita, siempre qui… quise vestirme como Cla… Claudia.

–Odio a Stacey.

Público difícil.

–¿Cu… cuál es tu fa… favorita?

–Mallory –dice luego de un largo minuto–. Y Jessi. Soy tan mayor como ellas. Me gusta leer sobre chicas… de mi edad.

Baja la vista y puedo sentir cuan mayor siente que es porque yo misma lo siento, años en mí que nadie más puede ver. Ansío esos momentos en donde los adultos me trataban como a una verdadera niña. Me pregunto si Keith tiene su etiqueta lista para llevarse esa parte de ella con él.

Deseo tanto haber llegado a tiempo, pero si él ya está aquí eso significa que es tarde.

–Alguien vendió su colección completa de la serie a la librería del centro. Intento comprarlos todos antes de que alguien más lo haga, pero no tengo dinero –dice con la cara iluminada.

Levanto uno de los dibujos. Pienso que son mejores de lo que podrían ser para su edad. Paisajes variables y pequeñas niñas tristes que lucen un poco demasiado como ella. Es doloroso ver que el dolor es tan obvio como esos dibujos. Apuesto a que su madre los cuelga orgullosa en el refrigerador, viéndolos sin siquiera notarlo. Todos los dibujos están firmados por NELL.

–Ne… Nell –digo–. Esa eres tú.

–No se supone que deba hablar con extraños –me dice.

–No so… soy un extraño. Conozco al no… novio de tu mamá.

–¿Conoces a Christopher?

La manera en que se oye cuando me lo pregunta hace que quiera prender fuego al mundo. El destello repentino y temeroso en sus ojos me dicen todo lo que necesito saber. Veo el temblor de sus manos, veo como sujeta con más fuerza su libro para detenerlo, para ocultarlo.

Tiene diez años y ya está luchando contra sus propios gritos de auxilio.

Desearía poder decirle que pronto no tendrá que preocuparse más. Que sé lo que está pasando, y todo estará bien. Estoy segura de que jamás ha oído esas palabras, nunca, y sé cuánto las ha ansiado, al igual que yo.

–¿Es… está por aquí?

–¡No! –exclama cuando me muevo en dirección a la casa. Me volteo–. Está durmiendo. Esta es la hora del silencio y se supone que no debo despertarlo o se enojará.

–¿Po… por eso es por lo que es… estás aquí afuera?

–Ya habré terminado el libro cuando se despierte –lo dice con orgullo.

–Eso es ge… genial –sonríe de forma radiante–. ¿Do… dónde está tu ma… madre, Nell?

–Trabaja en Falcon.

–¿Qué es e… eso?

–Un bar.

Por supuesto. Mis rodillas hacen un chasquido.

–¿Cu… cuándo regresa?

–Cuando ya estoy durmiendo.

Es casi demasiado perfecto. Puedo meterme en esta casa y encontrarlo, estirado en algún sofá o cama, durmiendo boca abajo. Puedo cernirme sobre él, la navaja en mis manos, equilibrarla sobre su corazón latiente y sumergirla en su pecho, acabando con él. Imagino sus ojos abiertos para que sea la última cosa que vea antes de morir. Pintando una habitación completamente de rojo, marchándome. Y cuando le pregunten a Nell si vio algo, ella dirá “no, estaba afuera, no debo estar en la casa durante la hora del silencio”, porque ella no tiene permitido entrar cuando él está durmiendo…

Ese pensamiento y su emoción embriagadora me guían hacia la puerta y luego a mi mano hacia al picaporte. Me volteo cuando ella entra en pánico. Nell corre hacia mí, rodea mi muñeca con sus manos pequeñas. Manos tan pequeñas como las de Mattie a esa edad. Ella no es Mattie, pienso, pero mi corazón quiere llevarme a ese lugar. Ella no es Mattie, ella no es Mattie, ella no es Mattie, ella no es Mattie… pero sus manos son pequeñas… y cálidas…

–No puedes entrar –me dice con desesperación en la voz.

Y está viva.

–Ve… ven conmigo –le digo. Me mira boquiabierta.

¿Pero qué si lo hace? ¿Qué pasaría si tan solo me la llevo, qué si puedo llevarla lejos de lo que la espera más allá de esta puerta?

–Ne… Nell, ven co… conmigo –me suelta la mano y da un paso atrás. Me estiro hacia ella y da otro paso más, vuelvo a estirarme, porque no puedo detenerme, porque ambas sabemos qué la espera ahí dentro. Siento como mi tartamudeo se acentúa en cuanto el pánico se trepa por mi interior. Se me dificulta respirar–. Cre… creo que deberías ve… venir conmigo. No… N… No es…

Seguro.

Sabes que no es seguro, así que ven conmigo.

Por favor.

–Mi mamá llegará en cualquier momento –dice mientras sacude la cabeza y olvida que anteriormente me dijo que ella no vendrá hasta más tarde–. Mi mamá –me muevo de una forma en la que no debe agradarle–. ¡Mamá! –abre la boca y grita.

Su grito me arranca de mis fantasías y me obliga a regresar a mi cuerpo. A mi cuerpo lastimado, adolorido y cansado. Mi corazón cansado. Doy un paso torpe lejos de ella, está muy asustada.

–Lo… lo… siento –busco mi billetera en mis bolsillos y le extiendo un billete de veinte–. Es… espera, toma.

Cierra la boca y me mira con sospecha mientras yo dirijo la vista calle abajo. Si por casualidad alguien escuchó sus gritos, no están viniendo. Trago saliva y agito el billete frente a su rostro. Toma el dinero, Nell. Tiene que saber sobre el dinero. Yo sabía esas cosas a su edad.

–Pu… puedes comprar la se… serie de Las niñe… niñeras con esto.

Da un paso hacia delante, dudando, no quiere acercarse demasiado a esta chica monstruosa con el rostro moreteado. Arranca el billete de mi mano y corre calle abajo. No mira hacia atrás. Parpadeo para barrer las lágrimas de mis ojos y le hago una promesa a su silueta que se aleja.

Terminaré con esto.

Enfrento la casa.

Entro.

La casa está en silencio excepto por el bajo canturreo de electricidad y el tictac del reloj de la pared. Me detengo en una entrada pequeña, la cual se estira hacia una puerta que da a la parte trasera de la casa. Hay una cocina a mi izquierda y unas escaleras que llevan a la planta superior a mi derecha. Cierro la puerta por detrás de mí con cuidado y luego me inclino sobre ella, me obligo a respirar profundo, inhalar y exhalar. Hay un vaso de leche y un sándwich por la mitad sobre la mesa de la cocina. Los platos secándose sobre el escurridor. Hay una habitación más allá de la cocina y me dirijo hacia allí, sorprendiéndome por lo sigiloso que es mi propio cuerpo, que se preparó para este momento. La habitación es una sala de estar, y aquí es en donde está el reloj, la televisión, el sofá que imagine sosteniendo a Keith, con la pierna colgando y la boca abierta mientras dormía.

Pero él no está aquí.

Así que me dirijo hacia arriba.

Todo fue fácil hasta este momento, cuando mi pie derecho se encuentra con el primero de los escalones. Las escaleras son antiguas, y me lo hacen saber, mientras se quejan ruidosamente bajo el peso de mi cuerpo. Cada vez que crujen, siento como si me estuviera cayendo, como cuando tomaba las curvas con el coche en una colina, ese extraño impulso de ansiedad en la boca del estómago.

Exhalo con cuidado una vez que llego al descanso. No me doy cuenta cómo me estoy sacudiendo hasta que me aferro del barandal y echo un vistazo a mis dedos temblorosos.

Hay tres puertas, la más cercana está abierta y revela lo que es un baño, me deja dos opciones. Empujo la primera puerta y me encuentro dentro de la habitación de Nell.

Creí que podría encontrarlo aquí.

Esperaba no hacerlo.

Su habitación está ordenada de la misma manera en que yo mantengo en orden mi habitación, como si todo hubiera sido puesto en su lugar por unas manos pequeñas indecisas. Hay un empapelado desgastado de color rosado con bordes amarillos que me hacen creer que ha estado aquí por más tiempo que Nell. La cama es pequeña y la cubre un edredón un poco desinflado color verde menta, de segunda mano. Atravieso el umbral y me muevo hacia el escritorio diminuto que está frente a su cama. Aquí es en donde hace sus obras maestras. Un cuaderno de bocetos y lápices de colores con stickers en ellos. Voy a su vestidor, que está junto a la cama, abro la puerta y me encuentro con la esencia de detergente para ropa de bebés y todas las prendas de Nell que son imposiblemente pequeñas.

Fui así de pequeña una vez.

Hace una vida atrás.

Examino su ropa cuidadosamente casi sin darme cuenta. Esto no era algo que planeara hacer, pero ahora que estoy aquí, no logro detenerme porque lo sé. Sé que encontraré exactamente lo que no quiero encontrar, y está allí, en el fondo. Una camiseta sin su etiqueta. La quito del gancho y la presiono contra mi rostro mientras me invade una ola de dolor. Voy a salvarte, Nell. Voy a salvarte, pero todo lo que siga, pienso, está más allá de la salvación. Puedo detener a Keith, pero no puedo detener todo el daño que ya ha hecho. ¿Cómo perdonas a las personas que se supone que deben amarte y protegerte? A veces no sé qué cosa extraño más: todo lo que perdí o todo lo que no tuve.

–Siempre me pregunté si aparecerías en mi puerta algún día.

Doy un paso en falso hacia delante y luego me equilibro. Su voz calma, sin filos me vuelve pequeña, me convierte en una niña pequeña, enferma con la certeza de que ha hecho algo malo.

Porque cuando me doy la vuelta está de pie justo frente a mí.

Desearía que su oscuridad fuera notable desde el exterior, pero realmente tienes que conocerlo para poder verla. Como todos los monstruos, se esconde a plena vista. Es alto, siempre lo ha sido. Lleva unos jeans, con las botamangas andrajosas, los jirones de tela cuelgan sobre sus pies descalzos. Sus piernas se estiran hasta su torso, sus brazos tensos y musculosos como no recordaba que lo fueran cuando era pequeña. Su rostro sigue afilado como siempre, sombreado por lo que evidencia que necesita afeitarse. Las arrugas alrededor de sus ojos se ven más profundas ahora que cuando tenía once años, y ya eran pronunciadas incluso en ese entonces. Ocho años. Han pasado ocho años desde la última vez que lo vi, pero siento que ese tiempo entre los dos desaparece. No soy pequeña, no soy pequeña, no soy pequeña… El suelo cruje por debajo de él. Se posiciona contra el marco de la puerta, inclinándose sobre ella, bloqueándome el camino. Dejo la camiseta de Nell contra mi rostro. La piel de mis manos se estira fuertemente sobre mis nudillos por cómo me aferro a la prenda.

Cierro los ojos.

Siento el sonido de su respiración, recuerdo como respiraba por las noches, lo recuerdo… No soy pequeña…

El suelo da un quejido por su peso…

Abro los ojos y levanto la cabeza.

Se ha ido.

Podría pensar que jamás ha estado aquí si no fuera porque puedo oírlo moverse rápidamente a través de la casa, huyendo de mí, y me siento nerviosa, desdibujada, intentando entender lo que acaba de ocurrir, lo que dejé que pasara. Dejo caer la camiseta de Nell y salgo de la habitación, apresurando el paso por las escaleras, ruidosamente, porque si está aquí y sabe que también lo estoy, no tienen sentido moverme en silencio. Llego al final de las escaleras.

La puerta de atrás está abierta. Da al patio trasero y al bosque que hay más allá.

Me muevo hacia allí. Atravieso la puerta, doy un primer paso hacia el exterior y el mundo explota en una hermosa noche oscura, con más estrellas de las que he visto en toda mi vida. Las observo brillar ante mis ojos, resplandecientes y blancas, luego rojas, antes de comenzar a desaparecer lentamente. Y luego todo lo que queda es negro. Siento como si mi cráneo se estuviera partiendo en dos, como si latiera por el impacto de alguna fuerza desconocida. Me golpeó, apenas logro darme cuenta…

Y luego: un pequeño, pequeño pinchazo de luz, una sola estrella en el horizonte se acompasa con mis latidos, pulsando débilmente, manteniéndome aquí. Quiero alcanzarla, pero no puedo mover mis brazos. En lugar de eso caigo ante ella, siento mi cuerpo cuando golpea el suelo. Estoy sobre el suelo, mi cabeza dispara pensamiento tras pensamiento que parece no poder completarse y todos comienzan con Mattie

Y parece que nunca acabarán.

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