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11. Akeylah

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11. Akeylah

Akeylah

Dormir resultó imposible. Cuando Akeylah finalmente logró dejar la nota amenazante de lado como para dormirse, las pesadillas acecharon sus sueños. Semillas sangrientas engendran granos sangrientos. Escuchó a sus hermanos cantándolo, persiguiéndola por la fortaleza. Escapó de ellos, directamente hacia sus nuevas hermanastras. Florencia rio y se unió a los cánticos, con dientes enormes y la boca incluso más grande. Zofi la abucheó y empujó. El rey la acusó: Tú me has hecho esto.

Se dio la vuelta y encontró a Rozalind. Fue hacia ella. La reina se alejó, con su rostro teñido de miedo. Asesina, susurró y, por parte de Rozalind, dolió más que de cualquier otro.

Akeylah se despertó de un salto. Su corazón galopaba. Le llevó un momento darse cuenta de dónde estaba. La cama de roble, las cortinas rosadas de gasa. Las palabras aún quemaban en su mente, como una mala canción. Semillas sangrientas engendran granos A sangrientos, ryesdottir.

Algo golpeó su ventana. Akeylah se sobresaltó, miró hacia allí. Pero todo lo que pudo ver a través de la cortina arrugada fue una brillante ave colorada, con extremos azules y verdes en sus alas. Un escarlata; una de las aves mensajeras del rey.

Se desenredó de las sábanas y se acercó al seguro de la ventana. En el momento en que lo abrió, el ave se metió y dejó caer algo en el tocador. Un pergamino. Antes de que pudiera reaccionar, el escarlata volvió a volar. En el exterior, soltó un grito agudo y voló de prisa hacia el nido sobre el tejado de la torre de ébano.

Ella extendió su mano hacia el pergamino con sus dedos temblorosos. ¿Sería esa otra amenaza? ¿Qué querría quien la envió?

Exhaló un breve suspiro de alivio al ver el nombre del rey al pie.

Reúnete conmigo en el campo de entrenamiento después del desayuno. Esta será tu primera lección.

Eso era todo. Sin más indicaciones, sin siquiera una explicación de lo que era un campo de entrenamiento. Aún estaba dándole vueltas cuando alguien golpeó a la puerta. Las criadas no esperaron más que un segundo antes de abrirla y entrar.

Akeylah llevó una mano instintivamente a su muslo y contuvo el camisón que vestía. Una mujer dio un paso al frente, se inclinó.

—Nos envía la reina, milady. Insiste en que la proveamos de un guardarropas más apropiado para su posición, del estilo que más le guste. —Señaló a las demás sastres, cada una con un vestido en alto para que ella inspeccionara.

Akeylah se quedó sin aliento.

Cada vestido era incluso más precioso que el anterior; algunos sueltos y suaves, como el que la reina vestía la noche anterior, otros más ajustados. Tenían cuellos altos, de plumas, de color escarlata, trajes de mangas largas de color azul guacamayo, con lazos bordados en los brazos.

Ella los quería todos.

¿Cómo podía Rozalind conocer su gusto después de una noche? Akeylah negó con la cabeza.

—Es demasiado.

—La reina Rozalind insiste. Por favor, háganos saber cuál le gustaría que le pongamos él día de hoy.

El pánico regresó a ella, junto con la realidad. Su muslo pareció palpitar.

—Yo… no tengo tiempo, tengo que desayunar y el rey me ha llamado para…

—La reina Rozalind mencionó que podía ser algo tímida. —La mujer chasqueó los dedos y las dos sastres dejaron los trajes sobre la cama, después se dedicaron a extender un biombo de seda y colocarlo contra una esquina—. Si lo prefiere, puede colocarse una enagua usted misma antes de que la vistamos. —Le ofreció una enagua ajustada, que llegaba hasta las rodillas. Era del mismo color de su piel, pero la tela parecía lo suficientemente gruesa como para ocultar lo peor de su cicatriz, siempre que mantuviera su mano cuidadosamente posicionada durante el proceso…

—Sí. Gracias —aceptó Akeylah—. Y… —Volvió a mirar los trajes, al encontrarse un poco más relajada—. Me probaré el más oscuro hoy. —Señaló un vestido negro largo hasta los tobillos, más ajustado, con incrustaciones de cuentas iridiscentes. Al menos escondería el brillo de la cicatriz con certeza.

Menos de quince minutos más tarde, Akeylah miró su reflejo en el espejo con incredulidad. El vestido se ajustaba en su cadera y las cuentas la hacían resplandecer bajo la luz de la mañana, como un pez luna en el agua.

De todas formas, después de un momento de admiración, su estómago volvió a caer. Los vestidos elegantes estaban bien, pero no podía permitirse relajarse. Alguien allí afuera conocía su secreto. Y, cuando fueran por ella, ningún atuendo bonito los detendría.

El campo de entrenamiento resultó ser el prado detrás de la fortaleza, entre las barracas de los Talones y los establos. Akeylah se reunió con Zofi y Florencia; la segunda parecía cansada, distraída. A su lado se encontraban el rey, la condesa Yasmin y algunos Talones debajo de una marquesina en el campo. Solo el rey estaba sentado, en una elaborada silla de madera con ruedas. A diferencia de Florencia, él estaba mucho mejor ese día.

—Gracias por venir, Akeylah. —El rey Andros sonrió—. Comencemos.

Con esa orden, los Talones (cuatro en total) se alejaron unos cuantos pasos, donde se formaron dos contra dos. La condesa Yasmin, quien para sorpresa de Akeylah no estaba vestida con su usual traje soso de la corte, sino que usaba una túnica de cuero liviana y pantalones, fue con ellos. Las miradas de los cuatro Talones la siguieron.

Akeylah observó, aunque mantenía a sus hermanas en el extremo de su visión.

¿Alguna de ellas habría pintado esa amenaza? Ella había visto a Florencia en los jardines, cerca de la barandilla. ¿Florencia querría forzarla a dejar Kolonya para poder estar un paso más cerca del trono?

—Hoy quiero demostrar lo que mantiene fuerte a nuestro reino. Los Talones son nuestros mejores soldados, los hombres y mujeres que se interponen entre nosotros y nuestros enemigos. —Pero ¿cómo podía Florencia, que había crecido allí, a cientos de millas de la Región Este, haberse enterado de la traición de Akeylah?

»Su fuerza y habilidad con las Artes son lo que hacen que el ejército de Kolonya no tenga paralelo en todo el mundo.

Zofi resopló por lo bajo.

—¿Algo que quieras agregar, Zofi? —El rey Andros la miró.

—Anoche, en la fiesta, has dicho que necesitábamos la fuerza unida de todas las Regiones para derrotar a nuestros enemigos. —Ella sonrió, mostró casi todos los dientes—. Ahora dices que el ejército de Kolonya es nuestro único poder real.

¿O podría ser Zofi? Ella era una Viajante, al igual que la hechicera. Tal vez ella conocía a la anciana. O tal vez había estado en la feria y había presenciado el encuentro de Akeylah.

—Las demás regiones ofrecen el apoyo necesario —respondió Andros—. La caballería del Norte, los arqueros del Oeste, las provisiones del Sur, la flota del Este; esas son las extremidades de nuestra fuerza. Pero el verdadero poder reside en nuestro corazón.

A unos pasos de distancia, Yasmin levantó el puño.

Los Talones se deslizaron en un movimiento fluido; levantaron un brazo y lo aferraron con la otra mano. Akeylah notó un destello plateado entre sus dedos y se dio cuenta de que habían levantado punzones de sangre; herramientas especiales diseñadas para cortar solo la capa externa de la piel, para abrir la sangre a las Artes con el mínimo daño. Para la mayoría de los diezmos, eso era suficiente.

A excepción del que Akeylah había practicado. Sus dedos ansiaban tocar la cicatriz, asegurarse de que permaneciera oculta. Resistió la urgencia, ya que eso solo atraería atención.

—Entrenamos a nuestros Talones intensamente en el uso de las Artes de Sangre —continuó Andros—. Más que a cualquier otra fuerza en las Regiones. Han estudiado cada diezmo de lucha, cada aspecto en el que las Artes pueden aplicarse a la guerra. Conocen cada aplicación de las Artes que hemos descubierto, cada modo en que pueden presionar sus cuerpos a ser más.

Yasmin abrió sus dedos. Los Talones desabrocharon solapas en las mangas de sus armaduras de cuero, para revelar piel apenas suficiente para un diezmo.

—Se ejercitan a diario en batallas impulsadas por las Artes, y sin ellas también. Los Talones entrenan en tierra, en mar y a caballo. Cada uno de los Talones, una vez que ha ganado sus alas, es equipado para liderar a su unidad en cualquier forma de combate que pueda surgir.

Yasmin dejó caer su mano en un movimiento duro y cortante. Con eso, cada Talón pasó el punzón de sangre sobre su piel descubierta.

Un Talón de pronto se movió tan rápido que todo lo que Akeylah pudo distinguir fueron sus golpes mientras atacaba.

Su contrincante, una mujer, usó un diezmo diferente. Luz blanca pálida se extendió por sus venas, como un relámpago que pulsaba en su piel. La luz se extendió, llenó los espacios, conectada como una tela de araña, hasta que ella brilló como un Sol plateado con forma humana. Casi dolía mirarla.

Mientras Akeylah la observaba, la espada del Talón acelerado chocó inocua contra la piel inmune de su oponente. El rey Andros lanzó una mirada a Zofi.

—En suma a su entrenamiento, hay otro beneficio en la práctica regular de nuestros Talones. El diezmarse de forma prolongada y estable expande la capacidad de la sangre de absorber y procesar las Artes.

Los otros dos Talones usaron diezmos de fuerza. Uno levantó a su oponente y lo lanzó al medio del campo. Él se atajó con una mano y empujó la tierra con tanta fuerza que aterrizó justo frente a su oponente. Yasmin se hizo a un lado cuando los dos cayeron frente a ella. Akeylah se sobresaltó, el sonido de sus puños enfrentados resultaba casi ensordecedor.

—Las otras Regiones son escudos efectivos —dijo Andros—, pero los Talones son la espada que Kolonya empuña para superar a sus enemigos.

Los choques de espadas y los golpes resonaban por el campo.

—¿Por qué no entrenar a todos los soldados de las Regiones de este modo, si es tan efectivo? —Zofi sonrió con suficiencia—. ¿O no confían en nuestros aliados?

—Confiamos en nuestros aliados, pero también necesitamos ser listos con la información que compartimos y con quién. Por ejemplo, ¿puedes imaginar lo que pasaría si los líderes rebeldes tuvieran acceso a todo nuestro conocimiento bélico?

—¿No crees que ocultar información podría ser la razón de que quisieran rebelarse? —señaló Zofi.

—¿Eso es lo que crees? —preguntó el rey, con voz neutral. Parecía estar interesado en la respuesta de Zofi. Pero la Viajante solo encogió un hombro.

—Probablemente.

—¿Qué creéis vosotras? —La mirada de Andros pasó de Florencia a Akeylah.

—Bahía Ardiente fue imperdonable —respondió Florencia de inmediato—. No hay excusa para tal violencia.

Tras un momento, Akeylah coincidió.

—Estoy de acuerdo, esa violencia fue terrible. Pero también creo que Zofi está en lo cierto. —Ella ignoró la sorpresa de Zofi y mantuvo su atención fija en Andros—. Si me disculpa por decirlo, Su Majestad…

—Soy tu padre, Akeylah. Puedes tratarme como tal.

—Padre. —Raro. Estaba acostumbrada a que esa palabra revolviera su estómago. En ese momento la hizo sentirse casi… esperanzada. Bueno, esperanzada y culpable—. Las personas recurren a actos malignos por desesperación. —Pensó en Jahen y en sus medios hermanos en casa. En su odio. En el dolor por la muerte de su madre detrás de todo—. La Región Este está quebrada. Fuimos devastados por la guerra y ahora nos las arreglamos para alimentarnos a nosotros mismos, entre la falta de trabajadores y la plaga de los granos. Tal vez Kolonya no pueda compartir sus habilidades bélicas más valiosas con sus aliados, pero seguramente pueden compartir su asistencia en momentos de crisis. Si ayudan a que el Este se reconstruya y les aseguran a los esteños que valen tanto como cualquier kolonense, tal vez puedan borrar su sensación de desesperanza y prevenir que se inspiren más rebeliones en el futuro.

Ella permaneció en silencio. Zofi la miró con aprobación. Incluso Florencia estaba asintiendo.

—Debemos apoyar a nuestros aliados —dijo Florencia—. A los que se comportan, por cierto.

—Esa es una opinión que ciertamente tendremos en cuenta, Akeylah —expresó Andros—. Gracias por compartirla.

Detrás de él, Yasmin levantó la mano y dibujó un círculo cerrado con el puño. Tres de los cuatro Talones se detuvieron de inmediato.

—Ah, sí. Esta demostración… —Andros se detuvo al escuchar un grito.

La cuarta Talón no había visto la señal de Yasmin. Había estado en mitad de un ataque cuando su oponente se detuvo para atender. La punta de su espada se enterró en el bíceps del otro Talón y él gritó de dolor cuando lo penetró profundamente, tan profundo que la sangre salpicó la mejilla de Yasmin. Sangre arterial de brillante color rojo.

Akeylah vio un rastro de hueso antes de que los otros Talones se cerraran a su alrededor. Ella jadeó. A su lado, Florencia se cubrió los ojos. Zofi hizo una mueca.

El rey, sin embargo, parecía impávido.

La condesa Yasmin cayó sobre una rodilla junto al Talón herido, que ya se había desplomado en el césped. Estaba lejos, así que Akeylah no podía escucharlo que estaba diciendo sobre los gemidos del chico, pero sonaba enfadada más que consoladora.

El corazón de Akeylah estaba acelerado. No podía apartar la vista del soldado, Otro Talón le había sacado el casco para revelar a un muchacho sudado y atemorizado. Más joven que Akeylah, al parecer.

El Talón herido volvió a gemir. El sonido le recordó a los soldados heridos que pasaban por la casa de Jahen durante la guerra. A la forma en que gemían y lloraban por la noche. Algunas veces, cuando Jahen la enviaba a llevarles agua, los hombres aferraban su mano con dedos sangrientos y le rogaban que terminara con su dolor.

—¡Concéntrate! —La voz de Yasmin se elevó lo suficiente para escucharla.

¿Por qué nadie está ayudándolo? Él no podía diezmarse. No después de la pelea que acababa de tener. Seguramente debió haber usado todas las Artes en su sangre. Por los cielos, Akeylah necesitó semanas para recuperarse después de usar las Artes Vulgares.

Pero el muchacho llevó una mano a su herida. Ella observó, con los ojos amplios, mientras la sangre que pulsaba debajo de los dedos de él corría con más lentitud. Él se movió con dificultad y se colocó a cuatro patas. Pero la sangre dejó de correr. Y, un momento después, la piel comenzó a sanarse por sí misma en los extremos.

Akeylah no se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que su vista comenzó a chispear. Se forzó a inhalar y exhalar otra vez.

Unas pocas respiraciones después, solo quedaba una irritada cicatriz roja en donde había estado la herida profunda hasta el hueso. No era perfecto, no era un diezmo de curación completo como los que Akeylah había visto hacer a hombres sanos en heridas que acababan de recibir. Aun así, teniendo en cuenta lo desprovistas de Artes que debían estar sus venas, ella no podía creer que hubiera logrado tanto.

Yasmin volvió a levantarse y murmuró algo. Otros dos Talones aparecieron, levantaron al herido y se lo llevaron con los brazos sobre sus hombros.

—¿Cómo ha hecho eso? —preguntó Zofi en voz baja mientras los Talones comenzaban a cargar a su compañero herido por el campo—. ¿Cómo se ha diezmado tan rápido después del anterior?

La atención de Yasmin pasó de los Talones que se marchaban al único que quedaba. Durante un momento, su mirada se posó en su hermano. Después, terminó en Zofi y rio.

—¿Imaginabas que los Viajantes eran los únicos que tenían trucos bajo la manga? —comentó Yasmin y sorprendió a Akeylah. No se había dado cuenta de que la condesa estuviera cerca como para escuchar eso. Andros aclaró su garganta.

—Como he dicho antes, nuestros Talones se entrenan en la exposición prolongada. Así como entrenar los músculos permite ganar capacidad, el usar las Artes con regularidad ha expandido sus habilidades. Los diezmos duran más y hasta pueden ser combinados, con un precio.

—¿Cuánto tiempo le llevará recuperarse? —Akeylah observó a los Talones que lo cargaban fuera del campo.

—Una semana —respondió Andros—. Para entonces debería poder diezmarse otra vez para sanar su herida por completo. Pero lo mantendremos fuera del campo de práctica durante una semana más, para estar seguros.

Yasmin levantó uno de los cascos que los Talones habían dejado atrás, junto con una espada. Se colocó el casco ella misma.

—¿Eso es seguro? —Akeylah frunció el ceño—. ¿Qué habría pasado si no hubiera sido capaz de sanar esa herida?

—Entonces habríamos vendado la herida lo mejor posible y esperado hasta que pudiera volver a diezmarse.

—Pero…

—No es seguro —interrumpió Andros con amabilidad—. Tampoco lo es la guerra. Tenemos que presionar a nuestros Talones, prepararlos para situaciones arduas. Eso implica algunos riesgos en el camino, sí.

Yasmin se formó frente al Talón que quedaba. Uno que ya se había diezmado, que acababa de terminar un enfrentamiento en el que su compañero soldado casi había resultado herido de gravedad.

Akeylah cerró sus manos sobre su falda. Las presionó para evitar que temblaran de los nervios.

—Normalmente saldría al campo también —estaba diciendo Andros—. Pero últimamente debo reservar mis diezmos para curarme.

Por supuesto. El rey debía estar intentando diezmarse para sanar. Eso explicaba por qué estaba un poco mejor ese día.

Desafortunadamente, Akeylah sabía muy bien lo poco que eso ayudaría a largo plazo. Andros podría ganar algo de tiempo, pero, en algún momento, su sangre llegaría al límite. Y entonces la maldición que ella le había plantado ganaría.

La culpa cayó como una roca en sus entrañas.

—Ahora, espero que los diezmos rudimentarios que acabamos de ver os sean familiares; para fuerza, velocidad, piel inmune.

—Por supuesto —respondió Florencia.

—¿A quién no? Los niños pueden con ellos —resopló Zofi a su lado. El rostro de Akeylah estaba caliente.

—Lo he intentado algunas veces… —Pero Jahen no se había molestado precisamente en instruir formalmente a la hija que nunca quiso. Ella había espiado los diezmos de sus hermanos, había intentado algunos ella misma, sin experiencia, si eso contaba. Pero dudaba poder mantener un diezmo de velocidad durante más de unos pocos segundos, o conseguir un diezmo de fuerza que le permitiera levantar a un oponente y lanzarlo por el campo de práctica.

Pero sí sabía cómo maldecir a su propio padre. Para lo que había servido.

—No necesitáis comprender todos los detalles —respondió Andros—. Sin embargo, el conocer los más inusuales diezmos ayudará si alguna vez tenéis que liderar un batallón.

¿Batallón? El estómago de Akeylah se revolvió.

No había pensado en eso. No había considerado el hecho de que la condesa y el rey habían peleado en guerras pasadas. Incluso el Príncipe Plateado, antes de ser asesinado, había estado en la primera línea con regularidad.

¿Se esperaría que ella hiciera lo mismo si el reino volvía a entrar en guerra? Rezó por que el tratado de paz fuera duradero.

El tratado de paz sellado por el matrimonio de Rozalind con su padre…

Allí estaba esa culpa otra vez.

Andros estaba explicando el siguiente diezmo que Yasmin y el otro Talón demostrarían.

—En una situación en la que se necesita realizar un ataque furtivo, como en el asesinato de un comandante enemigo, esto puede ser de mucha utilidad.

Le dolía la cabeza por la simple idea de tener que tomar una decisión como esa. Realizar un ataque furtivo para asesinar a alguien, aunque fuera un enemigo.

A unos pasos de distancia, Yasmin levantó su mano. Un anillo brillaba en su dedo medio. Ella lo tocó con su pulgar y reveló un punzón de sangre, de una clase que Akeylah nunca antes había visto. Una hoja de dos centímetros de largo que se extendía desde el anillo.

La condesa pasó la hoja por el dorso de su antebrazo. Akeylah vio un último destello del anillo.

La condesa se desvaneció.

Frente a ella, su contrincante elevó su espada y estudió el aire, inquieto.

Un momento después, él gritó de dolor y un delgado corte se abrió en su bíceps. Se giró desesperadamente y golpeó solo aire vacío.

Akeylah bajó la vista y se dio cuenta de que si observaba el césped podía ver ligeras marcas donde los pies de Yasmin pisaban. Levantó la vista y vio la forma en que el césped y la tierra del campo parecían sobresalir alrededor de una forma invisible.

Estaba camuflándose con el entorno. Cambiaba el color de su piel con cada paso que daba, para fusionarse con su alrededor.

Akeylah no podía imaginar cuánta concentración requeriría hacerlo.

El Talón y Yasmin continuaron su enfrentamiento durante unos instantes más mientras ellos observaban.

—El diezmo de camuflaje requiere mucha concentración para mantenerse —explicaba Andros—. Pero tiene otros usos también.

Repentinamente, Yasmin reapareció. Elevó el puño y el otro Talón se quedó quieto.

—Por ejemplo, descubrimos que este diezmo puede usarse para moldear las facciones; aunque no puede alterarse la altura ni la forma básica del cuerpo. —Andros señaló a su hermana y, aunque estaba de espaldas, Yasmin se giró para enfrentarse a las chicas.

Caminó hacia ellas mientras sus facciones comenzaban a cambiar. Su rostro envejeció, se volvió más anguloso. Sus arrugas se movieron por sus mejillas para reubicarse, una imagen que empeoró las náuseas de Akeylah.

Con unos pasos más, Yasmin llegó a su lado. Solo que entonces se había convertido en una réplica exacta del rey Andros. Los dos Andros estudiaron a las chicas, aunque uno tenía la cruel sonrisa de Yasmin.

—Ayuda cuando ya te pareces a alguien —dijo Yasmin—. Pero puedes ampliar el diezmo si es necesario.

Yasmin cambió para parecerse a Zofi, con la salvaje maraña de rizos y todo. Luego a Florencia. Cuando se vio como Akeylah un segundo después, ella resistió el impulso de alejarse. Era inquietante ver la expresión resentida de Yasmin en su propia cara. La condesa se relajó y volvió a su propio ser, y Akeylah soltó un breve suspiro de alivio.

Andros aclaró su garganta.

—El siguiente diezmo, por otro lado…

—¿Puedo intentarlo? —interrumpió Zofi.

Akeylah y Florencia intercambiaron miradas de sorpresa. ¿Intentar? Por los mares, no hagáis que me humille a mí misma, pensó Akeylah.

—Solo estamos demostrando diezmos hoy —respondió Andros—, para que podáis comprender sus potenciales aplicaciones en la batalla.

—¿Qué mejor manera de aprender que con la práctica? —argumentó Zofi y elevó una ceja hacia Yasmin—. A menos que os preocupe que una vagabunda pueda hacerlo mejor que vuestros todopoderosos Talones.

—Muy bien. —Yasmin solo sonrió—. Llamaré a otro grupo de Talones frescos.

Si Andros no estaba de acuerdo, no lo expresó en voz alta. Solo miró en dirección a su melliza con el ceño fruncido, después consideró a sus hijas, una a la vez.

—Zofi, ve con Yasmin. Chicas, continuaré describiendo algunos otros diezmos mientras tanto.

Akeylah suspiró aliviada. A su lado, también lo hizo Florencia. Pero ¿Zofi? Estaba sonriendo como si acabara de recibir el mayor regalo del mundo.

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