Rule

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20. Florencia

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20. Florencia

Florencia

La carta llegó con el desayuno. Entregada en una bandeja de plata ornamentada, doblada cuidadosamente y escrita con letra elegante. Ren cortó el sobre, aburrida, su cabeza aún resonaba por la larga noche. Ella había regresado a su habitación en el momento en que dejó a Zofi en la entrada de los calabozos, pero dormir había resultado imposible. En especial una vez que los alatormentas comenzaron a chillar y los campos alrededor de la fortaleza se iluminaron como el día. Se había rendido al descanso y se había sentado en su balcón a ver la caza de los alatormentas, hasta que el amanecer iluminó el cielo. Para entonces, supuso que su hermanastra ya lo había logrado. Había ayudado a su novio criminal, quienquiera que fuera, a salir de la ciudad.

Ren debería sentirse culpable. Había actuado en contra del rey, en contra de Kolonya. Pero al pensar en Nicolen, en sus ojos vacíos y en los sirvientes que había lastimado, no podía conseguir arrepentirse de su decisión. Ya fuera que Zofi estuviera diciendo la verdad acerca de su amigo o no (y la defensa propia parecía una explicación probable cuando se trataba de Nicolen), otra muerte no haría que nada estuviera bien. Nadie merecía ir a la horca por liberar al mundo de un hombre como ese.

Además, ahora Ren tenía a una persona más a la que recurrir por un favor, si necesitara uno.

Ella extendió la nota, a la espera de otra invitación. Desde que el rey la reconoció, había estado recibiendo invitaciones a fiestas de mayoría de edad de nobles menores y a bodas.

En su lugar, encontró una breve carta escrita a mano.

¿Una traición no fue suficiente para tí, pequeña traidora?

No puedes escabullirte por los pasillos de servicio sin ser vista para siempre.

No mientras yo viva. Tienes hasta el banquete del Ascenso Glorioso del Sol.

Renuncia a tu herencia y deja la Ciudad de Kolonya, o me encargaré de que todo el reino sepa con qué clase de víbora esta tratando.

Ren volvió a leer la nota. Y otra vez. Resistió la bilis que se elevaba por su garganta, la presión en su pecho.

Lo saben. El extorsionador la había visto la noche anterior.

Ella recitó, la última línea por lo bajo.

Una vez que la aprendió de memoria, dobló el papel una vez más. Se inclinó y la quemó con la vela de su mesa. Y luego la dejó en la bandeja de plata para que se consumiera.

Las palabras desaparecieron una a la vez con la llama. Banquete. Herencia. Víbora. Finalmente, el fuego consumió esas también. Después Ren lanzó las cenizas por la ventana y vio cómo el viento las arremolinaba en delicadas espirales más allá de la torre.

Qué pena que el culpable no fuera tan fácil de eliminar como sus amenazas.

Tenía hasta el Ascenso del Sol para descubrir quién estaba haciendo eso y si había alguna forma de detenerlo. Contó los días. Había perdido la cuenta esa semana, después de tantas cosas que habían sucedido. Le llevó un minuto darse cuenta. Cuando lo hizo, se desplomó en la cama.

El Banquete del Glorioso Ascenso del Sol sería en cuatro días.

Un golpe en la puerta la hizo saltar. Esperó a que su corazón dejara de palpitar y cerró su bata. Sus nervios se revolvieron mientras atravesaba la habitación. Inhaló profundo antes de abrir la puerta, lista para lo que fuera.

—Sé que no quieres verme —dijo Danton abruptamente.

A decir verdad, el verlo la llenó de alivio. Mejor un enemigo conocido que uno oculto.

—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien, dadas las noticias.

—¿Las noticias? —Ren frunció el ceño, más lento de lo habitual por esa amenaza que aún ocupaba su mente.

—¿No escuchaste a los alatormentas anoche? —Él frunció el ceño también.

—Por supuesto, pero… —Ella levantó un hombro, casual—. Solo asumí que era alguna clase de entrenamiento.

Entonces Danton la miró abiertamente.

Ella suspiró y se hizo a un lado para dejarlo entrar. Prefería no arriesgarse a que alguien en el pasillo los escuchara. Cerró la puerta detrás de él.

—¿Qué sucede?

—Has vivido en esta fortaleza toda tu vida, ¿alguna vez has escuchado un entrenamiento semejante?

—Danton, era de madrugada. Estaba exhausta. ¿Qué te tiene tan alterado, en nombre del Sol?

—Un prisionero se ha escapado. El que asesinó al Príncipe Plateado.

Ren puso los ojos en blanco. Afortunadamente su respuesta fue sarcasmo instintivo, o le habría resultado más difícil mentir.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Él es un enemigo del Estado. Ya ha atentado contra un miembro de la familia real. La familia de la que tú eres parte ahora. —Danton pasó una mano por su pelo, que parecía más alborotado de lo normal—. Él tuvo ayuda exterior. Los guardias dicen que alguien se infiltró en los calabozos para liberarlo.

—¿Han podido identificar a esa persona? —Ella alzó las cejas.

—No, pero sugiere un esfuerzo conjunto. Es probable que esté trabajando para alguien fuera de Kolonya, alguien con un resentimiento en contra de la corona. —Como ella no reaccionó, el ceño de Danton se profundizó—. Estaba preocupado por ti, ¿de acuerdo? No estuviste en el desayuno.

—Pedí que me lo llevasen a la cama. —Señaló la bandeja que seguía enfriándose, intacta—. Me fue bastante difícil dormir anoche con todo el alboroto.

—Tienes que comenzar a tomarte estas cosas más en serio. Eres una potencial futura reina, Florencia, Una líder. Las personas comenzarán a dibujar blancos en tu espalda; la misma clase de personas que contrataron a ese asesino. Mataron al príncipe Nicolen porque no quieren que Kolonya tenga un heredero. Ahora hay nuevas herederas, ¿no crees que intentarán hacerlo mismo contigo?

—Pareces saber mucho sobre las motivaciones de este asesino. —Ella se cruzó de brazos—. ¿Hay algo que quieras decime? ¿Acaso tus amigos del Este tienen algo que ver con esto?

—No asesinamos al príncipe. —Danton volvió a fruncir el ceño.

—Así que es nosotros ahora, ¿eh?

—Los rebeldes. Ellos no quieren derribar Kolonya.

—El atacarnos es una interesante forma de demostrarlo.

—Solo quieren la independencia de Tarik. Queremos ser nuestro propio reino, no un adjetivo. Esteño. —Él resopló—. Como si eso fuera todo lo que hemos sido alguna vez.

—Si estás tan preocupado por el futuro de Tarik, entonces, ¿qué haces aquí asegurándote de que una potencial heredera a Kolonya esté a salvo?

—Me intereso por ti. —Él bufó, exasperado—. ¿Cuántas veces tengo que explicarte eso? —Dio un paso más cerca, ella se lo permitió—. Florencia, la marea está cambiando. Las Regiones no pueden sobrevivir con Kolonya acaparando todos los recursos, imponiéndoles impuestos que las dejan hambrientas y pobres. Tu padre está demasiado inmerso en este sistema como para verlo, pero tú no tienes que estarlo. Si tú ganas el trono, puedes ayudarnos.

—Si crees que seré tu marioneta en el trono, será mejor que recapacites.

—Nunca he dicho eso. —Él la sujetó de los hombros, con sus ojos en llamas—. Quiero que ganes, Florencia. Después quiero que liberes al Este. Que nos conviertas en verdaderos aliados, no en sirvientes glorificados.

—¿Acaso una esteña no sería una mejor apuesta para conseguir ese objetivo? —Ren hizo un mohín.

—No conozco a lady Akeylah. No tengo ni idea de lo que ella cree. Todo lo que sé es que tú eres una buena persona; serás una mejor reina. Pero debes ser cuidadosa. Tienes enemigos en todas partes.

Ren volvió a pensar en la carta. Tienes hasta el Banquete. Cuatro días.

No necesitaba la visión de Danton para saber que estaba en peligro. Pensaba en eso a cada segundo de cada día. Mil ochocientos cincuenta y cuatro.

Al menos una persona quería sacarla de la fortaleza. Pero ese era su hogar. El único sitio en el que había vivido. Ren estaría condenada antes de dejar que un cobarde extorsionador la obligara a huir.

Danton seguía mirándola, esos pálidos ojos abiertos con preocupación.

—Lo sé —dijo finalmente—. Estoy siendo cuidadosa. Yo solo… —Cerró los ojos. Dejó que el miedo, la preocupación y la frustración que había estado reprimiendo se liberaran—. Es demasiado.

Antes de que pudiera volver a abrir los ojos, los brazos de Danton la rodearon. En contra de su juicio, ella se sumergió en él. Se permitió relajarse, solo durante un momento, en su familiar abrazo.

—Necesitarás ayuda —susurró en su oído—. Aliados leales. Puedo volver a ser eso para ti. Como solíamos serlo. Dime qué necesitas; protección, información. Lo conseguiré.

Su garganta se cerró. Era tentador. Era tentador liberarse de la carga. Contárselo todo; sobre el extorsionador, las amenazas. Ella no quería encarar esa lucha sola. Y Danton era el único que sabía lo que habían hecho. Podía pedirle a Audrina que vigilara a Sarella o a cualquiera que actuara sospechosamente. Pero no podía decirle a su amiga exactamente por qué necesitaba a un espía. No podía admitir haber cometido traición.

Él te traicionó. Él tomó su información, información que se suponía que prevendría un baño de sangre, y se la entregó a un grupo de asesinos sangrientos.

Ren inhaló profundo y se retorció para liberarse de sus brazos.

—Tienes razón. Necesito aliados leales. Lo que significa que no puedo confiar en alguien que ya me ha traicionado. Confío en las acciones, Danton, no en palabras vacías.

Para sorpresa de ella, él se inclinó, más de lo habitual, y perdió su pretensiosa postura normal.

—Lo entiendo. —Sin más palabras, se marchó. Ren miró la puerta mucho tiempo después de que se cerrara.

Él tenía razón respecto a una cosa. Con la nueva amenaza del extorsionador, llegó un claro recordatorio; ella no podía ignorarlo. Alcanzó su campana. Hora de realizar una ofensiva.

Al menos Audrina no dudó en el umbral esta vez. Se lanzó sobre la cama de Ren en el momento en que abrió la puerta.

—Que el Sol la maldiga, será mi muerte —protestó Aud.

—Háblame sobre eso. —Ren le sirvió más néctar en su copa que la última vez. Aud se giró y bebió la mitad antes de responder.

—Sarella es efectivamente inagotable. ¿Cómo has podido seguirle el ritmo durante tantos años, en nombre del Sol? Ha pasado solo una noche y ya estoy a punto de desmayarme. Sin mencionar las bebidas. La dejo sola por cinco minutos y ella ya ha bebido suficiente vino como para tumbar a un buey.

Ren mordió el interior de su mejilla para evitar reírse. Eso le resultaba familiar, muy bien.

—¿No ha dicho nada más acerca de mí? —la instó Ren. Aud puso los ojos en blanco.

—Ah, muchas cosas. Ella y Tjuya han pasado toda la noche quejándose de su criada ascendida que se burló de todos en la fortaleza. Parece creer que has alterado la Ceremonia de Sangre de algún modo. «Los bebés fueron cambiados al nacer, Ren es solo un señuelo, no es realmente la hija del rey», toda clase de tonterías. Pero Sarella siempre ha sido así. Se traga cada rumor como si fuera un hecho.

—Así que anoche… —La mente de Ren estaba acelerada. Quien hubiera enviado esa nueva carta de extorsión sabía lo que Ren y Zofi habían hecho la noche anterior. Debieron haberlas visto a las dos de camino a los calabozos de algún modo. O las habían escuchado conspirando en su habitación—. ¿Entiendo que estuvo despierta hasta tarde? —Otra queja de Aud.

—Lord Hane invitó a Sarella y a Tjuya a beber en el observatorio botánico; ya sabes, tienen esa nueva flor que se supone que huele como un cadáver, lo que por algún motivo es una atracción turística para los nobles. —Aud resopló—. Da igual, barra libre, así que llegó al comienzo de la fiesta. Incluso cuando todo el alboroto con los Talones comenzó, ella solo se acercó al balcón con todos los demás para mirar la persecución y seguir bebiendo. Como si la fuga de un prisionero fuera alguna clase de deporte de entretenimiento y no un asunto serio. —Audrina frunció el ceño y negó con la cabeza—. Lord Hane y yo la llevamos hasta su cama apenas antes de que viniera hasta aquí. Ahora entiendo el humor que tenías siempre por la mañana, cuando solía encontrarte abajo, en el área común…

Interesante. Así que Sarella no podía haberla visto. Y, aparentemente, no estaba en condiciones de haber escrito un mensaje amenazante esa mañana tampoco. Pero no podía descartarla posibilidad de que Sarella tuviera cómplices. Podía tener a alguien espiando a Ren, como ella estaba espiando a Sarella, que le enviara notas sobre sus actividades durante la fiesta de lord Hane. Ren suspiró.

—Gracias otra vez, Aud. No puedo decirte de cuánta ayuda has sido.

—¿Durante cuánto tiempo más necesitas que siga con esto, Ren?

—Solo unos días más, lo prometo.

Aud miró intencionadamente a su copa. En respuesta, Ren se acercó y la llenó hasta el borde.

—Me debes un gran favor, ya lo sabes —respondió Aud, aunque al menos estaba sonriendo—. Algo más que solo este néctar, por muy delicioso que sea.

—Definitivamente estoy en deuda —coincidió Ren—. Las bebidas gratis son solo un plus. —Las dos se apoyaron hacia atrás en la cama, néctar en mano, para hablar sobre las criadas y sobre cómo Audrina se las estaba arreglando sin Ren. (Terriblemente, aseguró ella).

Durante todo ese tiempo, la mente de Ren estuvo dando vueltas. Aún necesitaba encontrar al extorsionador. Claramente necesitaría nuevos aliados. Alguien más que la ayudara, alguien que hubiera probado ser de confianza.

O, a falta de eso, alguien que confiara en ella…

Ren encontró a Zofi en los campos de práctica. Eso no debió haberla sorprendido. Se apoyó en la cerca para ver a su hermanastra pelear con un muñeco relleno, el filo opaco de su espada de práctica brillaba con el sol de la mañana tardía. Ren esperó hasta que Zofi se detuviera a recuperar el aliento antes de saludarla.

Zofi caminó con tranquilidad para reunirse con ella.

—Tenemos que hablar —dijo.

—¿Ya reclamas tu favor? —Zofi levantó su casco y entornó los ojos.

—No exactamente. —Ren apartó el pelo de sus ojos.

Le llevó unos pocos minutos a Zofi cambiar su armadura por sus ropas habituales; que, a la vista de Ren, parecían básicamente iguales. Más cuero de color café, incómodo y además fuera de moda. A cada uno lo suyo, supuso Ren. Personalmente, ella se atendría a las vestiduras normales.

Caminaron más allá del campo de práctica, hacia un prado vacío cerca de la torre de nogal. Zofi temblaba, a pesar de la humedad y del brillante sol, Ren la ignoró y se giró para que se detuvieran en mitad del césped. No había nadie cerca que pudiera escucharlas, lo que les daba tanta privacidad como podían esperar, Ren sabía muy bien cuántos escondites había entre los muros de la fortaleza. Estar en el exterior era más seguro.

—¿Y bien? —preguntó Zofi.

—Alguien nos vio anoche.

—¿Quién? —Los puños de Zofi se apretaron.

—No lo sé.

—Entonces, ¿cómo sabes que alguien nos ha visto?

—Quien haya sido me ha enviado una nota esta mañana. Una amenaza.

Su hermana inhaló profundamente. Miró largamente a los establos, luego a lo lejos del campo de práctica.

—¿Esa ha sido la única amenaza que has recibido?

Ren dudó. Confiaba en que Zofi no le dijera a nadie acerca de su aventura de la noche anterior, ya que habían estado en eso juntas. Si ella delataba a Ren, caería por ese crimen también. Pero admitir que la estaban extorsionando era algo diferente. Implicaba dejar que supiera que tenía otros pecados en su pasado. Otros secretos que podían ser usados en su contra.

Antes de que pudiera decidir qué decir, Zofi aclaró su garganta.

—Porque… yo he recibido una también.

—¿Por lo que sucedió anoche? —Las cejas de Ren se elevaron.

Una pausa. Después Zofi negó con la cabeza:

—Por algo más.

—Yo también. —Ren tragó con fuerza.

—Así que alguien nos ha enviado mensajes amenazadores a ambas. —Zofi se cruzó de brazos—. Y no tenemos ni idea del porqué o de qué es lo que esa persona quiere.

—Tengo una idea —respondió Ren—. Me han dicho que deje la Ciudad de Kolonya. —Se mordió las mejillas por dentro. ¿Quién estaría en la posición de encontrar suciedad en ella y en Zofi? Hasta donde ella sabía, además de su padre, ellas no tenían nada en común.

Bueno. Nada a excepción de una hermana.

Una hermana que, por confesión propia, estaba practicando cómo mentir. Una hermana que conocía a Danton, que le había preguntado a Ren por él de forma intencional durante la misma reunión en la que, minutos más tarde, ella observó a los Talones capturar al novio Viajante de Zofi.

Una hermana que ganaría el trono si Zofi y Ren abdicaban.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —La mirada de Ren se dirigió a la torre de caoba, donde sabía que residía Akeylah. Zofi inclinó su cabeza.

—¿Sobre quién se beneficiaría si ambas decidiéramos dejar la Ciudad de Kolonya repentinamente?

—Si abandonamos cualquier posibilidad de ganar el trono, sí —dijo Ren.

Siguió una larga pausa. Zofi estiró un mechón de su pelo, era mucho más largo de lo que parecía al estar todo levantado en esa maraña de rizos.

—Mi mensaje… era acerca de algo que sucedió en la Región Este.

—Me lo imaginaba. —Ren sonrió, aguda—. También el mío.

—Y si las dos renunciamos al trono —continuó Zofi—, solo hay una persona más a la que el rey podría nombrar.

—Ciertamente, su elección sería más fácil si tuviera solo a una heredera para escoger. —Ren entornó los ojos. Observó al sol danzar en las ventanas de la torre.

Los dedos de Zofi fueron hacia la daga en su cintura.

—Creo que hemos fijado nuestro primer objetivo en esta cacería…

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