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21. Akeylah

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21. Akeylah

Akeylah

Akeylah durmió en la biblioteca.

Dormir era la palabra incorrecta. Simplemente nunca llegó a irse; había llegado con el mensaje del extorsionador en su bolsillo y con un objetivo: encontrar una respuesta. En esta ocasión llenó todo un carro de libros de la sección de las Artes de Sangre, incluso algunos sin títulos o descripciones. Leería cada libro en esa biblioteca si eso era lo necesario para salvar a su padre y liberarse de ese embrollo en el proceso.

En algún punto, cerca de la hora en que el amanecer comenzó a pintar la ventana con hebras de fuego, ella perdió el rastro de las palabras en la página. Algunas horas más tarde, despertó sorprendida y desgarró la página que se había pegado a su mejilla.

Miró con su vista nublada a la biblioteca iluminada por el día, mientras intentaba despegarlos restos de la página de su mejilla. Su mente necesitó más tiempo para despabilarse. Algo la despertó. ¿Qué?

—¿Una siesta agradable?

Ah.

Ella frotó sus ojos adormecidos y se extendió por el libro, reflexiva. Escóndelo. Su hermana fue más veloz. Zofi lo levantó y analizó la portada.

El precio de la práctica. —Leyó—. Un análisis de los efectos de las Artes, positivos y negativos.

—¿Leyendo sobre los diezmos? —Florencia recorrió la pila junto al hombro de Akeylah.

—Tal vez está intentando ir un paso más allá, si las amenazas normales no funcionan. —Zofi pasó su dedo por el interior de su antebrazo.

Akeylah se estremeció ante la abierta referencia a las Artes Vulgares. Miró a su alrededor. La biblioteca estaba vacía a esas horas. Incluso la gruñona mujer mayor que trabajaba en la mesa de entrada, que balbuceaba por lo bajo con mucha frecuencia sobre los nobles desagradecidos que tenían sus propios horarios, se había desvanecido.

—Madam Harknell se ha tomado un muy necesario descanso. —Florencia chasqueó su lengua—. Alguien la ha tenido trabajando más allá de las horas normales, me temo. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? Más de doce horas, de acuerdo con el registro de entrada.

Akeylah empujó su silla para levantarse, pero Zofi lanzó una mano sobre su hombro, tan fuerte como para lastimarla.

—Siéntate. Relájate. Solo queremos hacerte unas pocas preguntas.

—¿Qué estáis haciendo, en nombre de la Madre Océano? —La voz de Akeylah fue más suave de lo que había querido, su garganta estaba cerrada por el sueño.

Florencia golpeó un libro sobre la mesa. El ruido la hizo saltar.

—Encarando nuestros problemas de frente. Un concepto con el que probablemente no estés familiarizada. Pareces preferir el camino cobarde. Mensajes ocultos, amenazas mal intencionadas…

—Tendréis que ser más específicas. —Akeylah frunció el ceño. Sus dos hermanas parecían furiosas, pero fue en Zofi en quién se concentró. Su furia tenía algo más, algo más profundo. ¿Miedo?

Ella nunca había visto a Zofi asustada.

—Has estado extorsionándonos —lanzó Zofi—. Hemos venido a detenerte.

Akeylah no pudo evitarlo. Se rio.

—¿Así que te resultamos graciosas? —Florencia sujetó otro libro, Manchas de Sangre: el precio de las Artes—. Apuesto a que ha sido divertido. Atormentarnos, intentar hacer que bailemos a tu ritmo.

—Qué mal que hayamos descubierto tu juego. —Zofi sonrió con suficiencia.

—Estáis equivocadas. —Akeylah se llevó la mano a su bolsillo. Zofi lo hizo también, solo que su mano se cerró en la empuñadura de su daga, Akeylah levantó sus manos una vez más, con las palmas abiertas, antes de que Zofi pudiera usar su daga—. No estoy haciendo nada. Dejadme probarlo.

—¿Cómo, dejando que invoques uno de tus diezmos? —Zofi empujó la pila de libros con su cadera—. No me lo creo.

—Busca en mi bolsillo. El izquierdo. —Akeylah miró de Zofi a Florencia—. Por favor. Tenéis que ver esto.

Florencia la miró durante un momento antes de acercarse y meterla mano en su falda. Akeylah se tensó cuando los dedos de su hermanastra rozaron su muslo, su cicatriz estaba más sensible que nunca con alguien tan cerca. Pero se había puesto una falda de tela gruesa, como todos los vestidos que había encargado a los sastres de Rozalind. El brillo no se veía a través de la tela y dudó de que Florencia pudiera notar la protuberancia de la cicatriz mientras revisaba su bolsillo.

—Hay un pergamino —explicó. Innecesariamente, ya que Florencia lo extrajo un instante después—. Vosotras no sois las únicas que estáis siendo extorsionadas.

—Fácilmente falsificable. —Florencia resopló y abrió el pergamino.

—¿Por qué falsificaría algo así?

—Para despistarnos. —Zofi seguía con su puño cerrado sobre la empuñadura de su daga—. Es probable que supusieras que lo descubriríamos tarde o temprano. Que vendríamos por ti. Necesitarías una excusa cuando lo hiciéramos. —Zofi miró a Florencia, cuya mirada iba y venía por la nota—. ¿Y bien?

—«Tus manos manchadas de sangre nunca tocarán la corona mientras yo pueda evitarlo. Vuelve por donde has venido, esteña, o le mostraré al rey exactamente a qué clase de hija está alojando». —La mirada de Florencia se disparó hacia Akeylah—. ¿Qué significa, «manos manchadas de sangre»?

—Si esta persona nos ha amenazado a las tres, supongo que todas tenemos manchas en nuestras manos —respondió Akeylah—. Manchas de las que preferiríamos no hablar.

Zofi sacó su daga.

—Pero una de nosotras tiene más razones para hablar que las otras dos —señaló, mientras giraba su daga casi casualmente. Akeylah llevó su cabeza hacia atrás hasta que todo su cuello quedó expuesto.

—Adelante, entonces, Corta mi garganta. Verás si las amenazas se detienen. —Le mantuvo la mirada a Zofi, sin parpadear. No tenía miedo. Había hecho las paces con la muerte hacía mucho tiempo.

—Compárala con el registro de entrada. —La mandíbula de Zofi se tensó.

—¿Qué? —Florencia levantó la vista de la nota, que había estado releyendo.

—Compara la letra de Akeylah en el registro de entrada con la nota en su bolsillo. Fíjate si son iguales.

Florencia desapareció durante un momento, luego regresó con el libro de visitas en el que Akeylah había escrito su nombre, la fecha de su visita a la biblioteca y su propósito.

—«Investigación personal». —Leyó Florencia con las cejas en alto. Después extendió la nota junto al libro. Tras una pausa, negó con la cabeza—. La letra del extorsionador es mucho más cuidada que la de ella. Y es, definitivamente, la misma que la de mi última nota.

—¿Crees que podría haberla falsificado? —Zofi inclinó su cabeza a un lado.

—Tal vez. —Florencia hizo un mohín—. No lo sé. —Su mirada se fijó en la de Akeylah—. ¿Cuándo recibiste esta nota?

—Ayer por la noche. De camino hacia mi habitación.

—¿Alguien te la entregó?

—No exactamente. —Ella negó con la cabeza—. Yo… vi a alguien, eso creo. En el pasillo de mi habitación. Pero estaba allí y después desapareció tan rápidamente, no estaba segura… la luz de las antorchas estaba parpadeando y era tarde y estaba oscuro…

—Baja la daga. —Florencia gruñó y le hizo señales a Zofi.

—¿Y qué hacemos si huye?

—Entonces estoy segura de que tú, entre todo el mundo, podrás atraparla incluso antes de que deje su silla siquiera. ¿Has visto el vestido que lleva puesto?

Zofi miró a Akeylah una última vez, después volvió a envainar su daga.

—Gracias —le dijo a Florencia y se enderezó en su silla.

—No me lo agradezcas aún. No hemos acabado. ¿Esta ha sido tu primera amenaza?

—No. Recibí otra.

—¿Una nota?

—Pintura.

—Igual que la mía. —Zofi se apoyó en el extremo de la mesa. Aún le hablaba a Florencia más que a Akeylah, pero al menos su postura agresiva sé había vuelto más relajada, pensativa.

—La primera que recibí fue pintura —reflexionó Florencia—. Pero la segunda también fue una nota. Más larga, más detallada.

—Vuestras cartas contenían la misma orden, dejar la ciudad. —Zofi apoyó el mentón en su puño—. A este ritmo, imagino que la carta que me ordene hacer lo mismo llegará pronto. Así que, ¿quién querría que todas nos marcháramos?

—Alguien que quiere desestabilizar Kolonya —sugirió Florencia—. ¿Los rebeldes del Este, tal vez?

—O Genal —señaló Zofi—. La reina Rozalind es genalesa. Si ella tuviera un hijo, asumiendo que pueda concebir antes de que la salud de nuestro padre empeore demasiado, ese niño sería el heredero. Recuperarían las Regiones por sucesión, sin siquiera necesitar otra guerra. Pero solo si no hay otros potenciales herederos en su camino.

—No lo creo —balbuceó Akeylah.

—Tú tienes una relación demasiado cercana con la reina —dijo Florencia. Akeylah negó con la cabeza, con esperanza de ser convincente.

—Relee la nota. Mientras yo pueda evitarlo. Suena casi… protector. No como un conquistador. Como alguien que cuida el trono, o cree que lo hace.

Florencia arrimó una silla de un escritorio cercano y se inclinó sobre el pergamino.

—La última que recibí decía algo similar. Básicamente decía que no podía hacer esto siempre, no mientras viviera. Pero… —Ella estiró la nota sobre el escritorio—. No tiene sentido. Si alguien quiere proteger el trono, ¿por qué querría apartarnos a todas del camino? ¿Por qué no escoger a la sucesora que prefiera?

—Ren, ¿qué sucedería si el rey no nos eligiera a ninguna de nosotras como sucesoras? —preguntó Zofi.

¿Ren? Akeylah se preguntó qué se había perdido entre sus hermanas mientras pasaba su día en su búsqueda infructífera.

—Kolonya no ha estado sin un heredero directo desde… —Florencia, Ren, al parecer, frunció el ceño—. Desde el tiempo del rey Gellien. Unos cien años después de la Guerra de Reconocimiento. La Tercera Guerra Genalesa acabó con sus herederos. Tuvo que reunir a un tribunal.

—¿Cómo funciona eso? —Akeylah se inclinó hacia el frente.

—Él reunió a la alta nobleza de las otras Regiones; las familias que solían ser reyes y reinas de sus Regiones individuales, hasta que juraron su lealtad a Kolonya después de la Segunda Guerra. Llegó un postulante de cada Región: un norteño, un sureño, un oesteño y un esteño. Los potenciales sucesores vivieron y se entrenaron en Kolonya durante un año, hasta que el rey Gellien adoptó oficialmente al sucesor que había seleccionado. Con la aprobación del concejo regional, por supuesto.

—¿Qué Región ganó? —Los ojos de Akeylah se ampliaron.

—No lo recuerdo. El Norte, ¿tal vez? —Ren frotó sus sienes.

—¿Así que nuestro padre es descendiente de sangre norteña? —Zofi sonrió—. No dudo por qué los kolonenses no hablan mucho de eso.

—Si retrocedes lo suficiente, todos somos del mismo lugar —señaló Ren—. Genal. Pero no nos gusta precisamente reconocer nuestra historia ancestral. —Ella repiqueteó sus dedos en la mesa—. Da igual, eso es lo que sucederá si las tres le damos la espalda al trono. Una disputa ente las Regiones.

—Demasiada motivación para que cualquiera de las Regiones quiera que nos marchemos —balbuceó Zofi—. En especial la esteña, en este momento. —Su mirada fue hacia Akeylah—. ¿Crees que haya alguna conexión entre esto y la rebelión?

—Es difícil decirlo. —Akeylah frunció el ceño mientras pensaba en su familia. El hombre que la crio, Jahen, era descendiente del último gobernante esteño que ocupó el trono. Un hecho que él nunca dejaba que sus amigos comerciantes olvidaran. Pero, aunque Tarik nunca hubiera jurado lealtad a Kolonya, Jahen no sería rey en el presente—. La sucesión en el Este no funciona como en Kolonya. Nosotros escogemos entre un grupo de nobles y mercaderes; cualquiera que haya probado tener talento en los negocios. Así que, si son los esteños, su objetivo no sería reunir a un tribunal.

Zofi tamborileó los dedos sobre la empuñadura de su daga, inquieta.

—Tenemos que dejar de suponer y comenzar a actuar. Debemos encontrar a esta persona y detenerla.

—¿Florencia? —Akeylah agarró su nota de extorsión. Su hermana levantó sus manos y dejó que Akeylah la deslizara por debajo de ella—. Esta nota me fue entregada en un sitio aislado. ¿Supongo que vuestras primeras amenazas también lo fueron? —No esperó a que sus hermanas asintieran—. Así que, probablemente, sea alguien que conozca bien la fortaleza. Al menos lo suficiente como para entregar una carta sin ser visto. Tal vez el asesino del Príncipe Plateado. Él debe tener un gran conocimiento de la fortaleza para haber escapado de los calabozos…

Zofi y Ren negaron con la cabeza al unísono. Después Ren aclaró su garganta.

—Soy amiga de uno de los Talones que lo buscaba. Fue un estúpido error de los guardias el que le permitió escapar, no un conocimiento particular de la fortaleza.

—Aun así… —comenzó a decir Akeylah, pero Ren la interrumpió.

—Creo que no estás desencaminada. Debe ser alguien que conozca muy bien la fortaleza, alguien que cuente con años de experiencia aquí. No solo un asesino que irrumpió aquí la otra noche y al que atraparon a medio camino. Además, esta persona tiene acceso a las recámaras.

—Uno de los sirvientes, entonces. O alguien que tenga un sirviente a cargo, un noble que haya crecido en la fortaleza —reflexionó Zofi.

—Mi carta llegó con el correo. —Ren inclinó su cabeza—. Por las cocinas. Los sirvientes recogen los mensajes y los envían arriba con las bandejas del desayuno, normalmente.

—¿Así que si le preguntas a alguien en las cocinas quién lo dejó, podrían saberlo? —preguntó Akeylah.

—Vale la pena intentarlo.

Akeylah se dirigió a Zofi a continuación:

—¿Cuándo encontraste tu primera amenaza?

—La noche de la Ceremonia de Sangre. Estaba pintada en la cabecera de mi cama.

—Fue la misma noche en que encontré la mía —murmuró Akeylah.

—Yo hallé la mía cerca del amanecer —comentó Ren—. Aunque supongo que pudo haber sido pintada la noche anterior.

—Quien haya sido no perdió tiempo después de nuestra llegada. —Akeylah analizó a Zofi—. ¿Crees que subir a tu habitación por los balcones sería algo sencillo? —Zofi dudó, después asintió con la cabeza.

—No debería ser muy difícil. Eso creo.

Algo en el tono de Zofi hizo a Akeylah preguntarse si su hermanastra ya habría considerado esa ruta. O tal vez hasta la había intentado ella misma.

—De acuerdo. Así que alguien dejó mi amenaza en los jardines del cielo, luego subió hasta tu habitación. ¿En qué torre estás?

—La de obsidiana —respondió Zofi—. Cerca del último piso.

—Es demasiado para una sola noche. En especial el escribir mi amenaza en mitad de una multitud.

—De hecho, probablemente ese haya sido el momento perfecto para hacerlo —afirmó Ren—. Todo el personal debía estar preparando la comida o trabajando en la fiesta, o metiéndose en ella para intentar hurtar algo de comida o bebidas extra.

—Así que eso no ayuda mucho. —Akeylah se cruzó de brazos.

—No, pero… —La mirada de Ren fue hacia Zofi—. Hay otro punto en los pasillos en donde tenemos razones para creer que han estado los perpetuadores, basándonos en lo que han atestiguado. Podríamos buscar allí. Ver qué pasadizos se conectan. Si podemos repasar los pasos de esta persona, podríamos averiguar algo.

Akeylah miró de un lado a otro. Definitivamente se estaba perdiendo algo entre sus hermanas. Pero sabía que era mejor no husmear; no después del modo en que esas dos se habían presentado allí para amenazarla. Sí querían guardar el secreto, era asunto de ellas. Los mares sabían que ella ya tenía suficientes secretos propios.

—¿Qué hay de ti? —Zofi se dio la vuelta hacia Akeylah—. ¿Qué harás tú para ayudar, quedarte refugiada aquí, toda cómoda y a salvo en la biblioteca?

Los ojos de Akeylah fueron más allá de sus hermanas, hacia los estantes al fondo de la habitación. No se había aventurado a esa zona aún, no lo había necesitado. Estaba demasiado preocupada con la sección de las Artes de Sangre. Pero había hecho una comprobación rápida de la biblioteca en su primera visita. Podía ver los estantes desde allí: Historias familiares y linajes reales (Colonizadores genaleses — rey Andros).

—Sí, de hecho. —Ignoró el bufido de Zofi—. Leeré sobre nuestros compañeros cortesanos. Veré qué ramas de las antiguas familias reales de otras Regiones aún existen y quién podría ser elegible para un tribunal si, por ejemplo, nosotras tres llegáramos a renunciar a nuestro derecho al mismo tiempo. Los esteños pueden no funcionar de ese modo, pero las otras tres Regiones, sí.

—Bien. —Ren de hecho sonrió—. Entonces cada una tiene su trabajo. ¿Cuándo deberíamos reunirnos para discutir lo que descubramos?

—Tenemos nuestra próxima lección con padre mañana —dijo Akeylah—. Podemos hablar después.

—Si es que encontramos algo que merezca la pena mencionar —protestó Zofi.

—Será mejor que lo encontremos. —Ren miró al fondo de la biblioteca con los ojos entornados, a los estantes que Akeylah había indicado—. Mi última nota tenía una fecha límite. «Tienes hasta el Banquete del Glorioso Ascenso del Sol».

—Eso es en… —Akeylah tragó saliva con dificultad.

—En cuatro días. —Ren seguía sonriendo, aunque era una dura fachada para ocultar su preocupación—. Será mejor que nos pongamos en movimiento.

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