ROBOT

ROBOT


SEGUNDA PARTE » Capítulo VII

Página 11 de 13

 

Capítulo VII

 

ZOY

 

OBRADA razón tenía Kwor. También en eso.

Zoy, al sumergirse la nave en el pantano rojo de Marte adonde la fuerza de atracción desconocida había llevado su rumbo, supo que aquello no era una avería vulgar, un fallo en los mecanismos de a bordo, producido por el azar.

Al hacer el disparo sobre Pyrox el temerario reportero de «Internews», se había iniciado el descenso vertiginoso hacia suelo marciano, arrastrados por una fuerza que parecía neutralizar el dominio de la nave.

Zoy era demasiado inteligente y malicioso para no sospechar algo anómalo, algo que significaba «peligro».

¿Por qué fallaba la nave? ¿Adónde se dirigía, fuera del control de sus tripulantes?

Zoy había vivido la vertiginosa guerra contra Marte. Zoy había sido el verdugo real de aquel pueblo aniquilado por las flotillas de naves del Gran Xeram, enviadas secretamente desde la Tierra, para terminar con todo vestigio de vida inteligente en el rojo mundo marciano.

Por esa misma razón, Zoy no podía ser confiado. No se fiaba de nada ni de nadie. Y eran muchas las veces que se había preguntado a sí mismo si realmente terminarían con la raza inteligente de Marte… o si algún superviviente ignorado, quedó oculto, al acecho de su venganza

Parecía una probabilidad muy remota, para un mundo que se conocía bien, y en el que no había llegado a descubrir rastro alguno que evidenciase la certeza de tales recelos.

Poco a poco, Zoy había llegado a confiarse. A sentirse tranquilo en ese terreno. Evidentemente, nadie sobrevivió entre las gentes civilizadas de Marte. Nadie.

Luego, había llegado el extraño mensaje especial desde el Cuartel General del Gran Xeram:

 

«Únete expedición terrestre. Vigila Pyrox, reportero «Internews». Sospechoso de rebeldía. Si se confirma… mata.»

 

Una orden que Zoy nunca dejaba de cumplir. Y el Gran Xeram lo sabía.

Esta vez, sin embargo, sucedieron cosas anormales. Como aquella avería a bordo, como el descenso posterior, que Zoy sabía injustificado, porque conocía muy bien la estabilidad y firmeza de aquellas astronaves.

La violencia de la caída impidió la muerte de Pyrox, cuya rebeldía había llegado más lejos de lo previsto: Pyrox sabía ahora quién provocó la muerte de millones de marcianos, con una guerra súbita y brutal. No podía sobrevivir. No podía, volver a la Tierra. Bajo ningún pretexto.

Zoy falló el disparo sobre Pyrox. En vez de intentar uno más, que acaso también hubiera fallado, buscó la fuga de aquella nave que tal vez iba derecha a la muerte…

Mientras la astronave descendía, atraída por los pantanos rojos, se precipitó hacia una de las antecámaras de tripulación y desapareció tras una compuerta automática, en tanto los demás se aferraban a asientos, muros o salientes, para no rodar por el interior de la nave convulsionada.

Zoy actuó con notable celeridad. Era un hombre habituado a toda clase de avatares, experto navegante espacial y lleno de recursos en las situaciones más difíciles.

Lo demostró también entonces. Se ajustó uno de los cascos espaciales de reserva, provisto de turboflotadores individuales, sujetos al amplio cinturón que servía de salvavidas y auto impulsor a cualquiera que quisiese, en pleno vuelo, abandonar la nave por una emergencia.

Aquello era una emergencia, a su juicio. Zoy se aferró el cinturón, corrió hacia un compartimento-estanco de salida al exterior, confiando en que la velocidad de descenso de la nave no le sirviera de fuerza de atracción y le retuviera adherido a la nave.

Para evitar ese posible riesgo, hizo lo único que le era factible realizar en su ligero equipo individual de salvamento: accionar el resorte de disparo de los turbo-impulsores, a su máxima potencia. Quizás la propia energía, generada por los turbo-motores personales, le lanzase lejos de la masa de la astronave.

Ya disponía de poco tiempo. Zoy presentía que la altitud se perdía vertiginosamente, y que muy pronto caerían en suelo marciano. Giró la palanca de salida.

El compartimento estanco se movió con brusquedad. Fue puesto en la rampa de salida y disparado al exterior. Luego, la puerta de salida se cerró de nuevo, en tanto su cuerpo flotaba en el aire, con un silbido espumoso, que le apartaba de la masa en descenso.

 

* * *

 

Zoy, tras unos momentos de aturdimiento, flotó en el aire de Marte, aún a considerable altura. La suficiente para no ser visto por posibles seres de aquella jungla púrpura que tenía a los pies… en la que se sumergía definitivamente la nave espacial de la Tierra, con un sordo chapoteo en tina gran extensión fangosa.

El coronel al servicio del Gran Xeram respiró hondo. Se había librado de la suerte que esperaba a todos los demás, fuese esta cual fuese. Ahora podía remontarse, volar independientemente, mientras hubiese energía motriz en su equipo personal de salvamento.

Es lo que hizo, cuidando cautamente de no ser descubierto. Pero, a su vez, sin moverse demasiado del paraje donde cayera la nave misteriosamente herida…

Así, poco más tarde, le fue posible descubrir la extraña legión azul que, abriéndose camino en la selva, se movía como una larga y ondulada sierpe tornasolada, hacia los rojos pantanos en donde cayera la nave cósmica…

Una luz de inteligencia, de maligna astucia, centelleó en el fondo de sus heladas pupilas.

—Ahora lo entiendo… —silabeó Zoy para sí—. Existen seres vivos ahí. Vivos… e inteligentes. Hombres azules. Quizá no todos sean azules. Quizá no. Y, de ser así, al Gran Xeram le conviene saber esto lo antes posible. Conviene aniquilar todo peligro que pueda surgir contra nosotros. Todo…

Accionó su resorte de vuelo. Se alejó, hendiendo el aire, como un extraño pájaro sin alas, sibilante y ligero.

Sabía adónde tenía que ir. Sabía lo que tenía que hacer.

Y el coronel Zoy no perdía el tiempo. Nunca lo había perdido. Ni siquiera cuando era comandante. Ni cuando aún no era nadie, salvo un subordinado ambicioso y sin escrúpulos, capaz de traicionar a cualquiera, con tal de subir a lo más alto…

La selva púrpura quedó atrás, entre las brumas marcianas, más allá del desierto de rojas arenas cristalinas. Pero Zoy volvería pronto. Muy pronto.

Kwor había tenido razón.

 

* * *

 

El capitán, atónito, parpadeó frente a su visita.

—¿Hombres, azules ha dicho, coronel?

—Sí, eso dije. Hombres escamosos, al parecer. De color azul, capitán.

—Pueden ser «tritónidos». Se ha comprobado que existe la especie de hombre-pez en Marte —suspiró el oficial—. Pero veo difícil que se relacionen con los seres extinguidos en este planeta. Es una raza salvaje, encerrada en sus junglas y en sus lagunas, y que difícilmente tiene trato pacífico con nadie. Los investigadores dicen que existen, pero lo cierto es que apenas nadie los ha visto.

—Yo los vi, capitán. Y urge ir allá a aniquilarles.

—Pero, señor, eso es imposible —jadeó el capitán—. Habría que aniquilar toda la selva, la Zona Tenebrosa del planeta, que tiene millas y millas de extensión.

—No hará falta tanto… por el momento —rio Zoy—. Quiero que se aniquile una zona concreta, no demasiado amplia. Una zona donde tal vez suceda algo anómalo.

—¿Anómalo? También en nuestro planeta existían, salvajes, caníbales y todo eso, en un lejano tiempo. Eso no justifica una guerra y el destrozo de las selvas y bosques, señor.

—¡Es una orden, capitán!— rugió Zoy, furioso—. ¡Soy uno de los militares directamente designados por el Gran Xeram de la Tierra, para actuar conforme a mi criterio en sucesos como este! ¡De modo que obedezca… y calle!

—Está bien, señor —el capitán tragó saliva—. Dígame lo que debo hacer.

—Haga una llamada general de alerta de todas sus unidades aéreas y terrestres. ¡En las próximas horas destruiremos esta selva con todo lo que contenga que esté dotado de vida!

—Pueden estar los pasajeros de la nave que usted ha citado, señor…

—No importa. Lo destruiremos todo. No se pueden correr riesgos, capitán.

El oficial le miró con fijeza. Luego, se irguió, resuelto. Meneó negativamente la cabeza, ante la sorpresa de Zoy.

—Lo siento, señor. Necesito órdenes directas de la Tierra para obedecerle en eso. Es una responsabilidad muy grave la que adopto al seguir sus instrucciones, especialmente estando la secretaria personal del Gran Xeram entre los ocupantes de la nave perdida…

—¡Estúpido!— rugió Zoy, convulso—. ¡Obedezca sin replicar! ¡Yo se lo ordeno!

—Le obedeceré en todo, señor. Excepto en una destrucción total, sin buscar a los viajeros. Si el Gran Xeram lo ordena directamente, lo haré. Solo así.

—¿Se ha vuelto loco?

—No sé, señor. Probablemente lo sería si, accediera ciegamente a eso —sostuvo con serenidad el capitán—. Ahí tiene un cosmoteletipo, señor. Comunique urgentemente con la Tierra. Si el Gran Xeram lo ordena, yo obedeceré.

—¡Maldito imbécil!— aulló Zoy, pálido de ira, mordiéndose el labio inferior—. ¡Ahora verá lo fácil que es recibir esa orden! Y, después, tendrá que darme cuentas de su actitud…

El capitán no replicó. Estaba pálido, pero firme. Caminó con él hasta el cosmoteletipo, y puso él personalmente el mensaje; luego Zoy firmó con sus cifras-clave, en mensaje directo y urgentísimo a la fortaleza del Gran Xeram.

Esperaron la respuesta. Zoy, ávido de humillar al oficial que osaba discutir sus órdenes.

La espera se prolongó. Zoy, nervioso, insistió en el mensaje a la Tierra, con la máxima urgencia. La respuesta llegó al fin:

 

«Evite destrucción total. Vida Mizar Dolphin secretaria privada Gran Xeram en peligro. Gran Xeram no puede dar órdenes. Ausente Palacio Presidencial. Actúe con cautela.»

 

Era todo. Zoy, lívido, se encontró con la mirada risueña del capitán al terminar la lectura del mensaje terrestre.

—¿Lo ve, señor?— murmuró el oficial—. Era muy arriesgado obrar impulsivamente. Ahora, toda la responsabilidad es suya. Y yo me limitaré a actuar conforme ese mensaje señala…

Zoy encajó los dientes con furia. Era más de lo que podía tolerar. El capitán le había limpiamente ganado la baza.

—Muy bien, capitán —dijo duramente—. Usted gana. Se hará todo con prudencia, con serenidad, y no resolveremos nada. Presiento que existe un peligro contra todos nosotros dentro de esa jungla. ¡Y yo lo neutralizaré!

—Estoy a sus órdenes, señor. Pero recuerde que no habrá destrucción mientras yo sea jefe de mis fuerzas expedicionarias en Marte.

—Mientras usted sea jefe, evidentemente —rio con malignidad Zoy—. Ahora lo ha dicho, capitán. ¡Y eso, se terminó en este mismo instante!

Había alzado como al azar su pistola de cargas térmico-corrosivas. Disparó sobre el capitán.

Este pasó de la vida a la muerte con una enorme, infinita expresión de horror y de sorpresa. Su superior le asesinó fría, inexorablemente. La carga termocorrosiva desintegró en segundos la cabeza del infortunado.

Pero Zoy no se conformó con eso. Varios disparos silenciosos, de sibilante chorro de espuma térmicorrosiva, cayeron sobre el cuerpo del capitán. Poco después, ni cuerpo ni ropas quedaban allí.

Solo unas leves cenizas, como las pavesas de algo quemado. Unas pavesas que Zoy aventó con helada expresión, enfundando de nuevo su arma. Miró al vacío, a la nada, donde segundos antes existiera un hombre joven, consciente y firme en su deber.

—Imbécil… —silabeó—. Hubieras hecho carrera, de ayudarme conforme a mis deseos. Ahora, el buen capitán habrá desaparecido, ignorándose las causas… Y, en su ausencia, yo, Zoy, coronel de Estado Mayor del Gran Xeram, me hago cargo del mando militar de la guarnición y destacamentos en esta región de Marte… ¡Las cosas se harán como yo disponga!

Soltó una leve carcajada. Su mirada fue a la distancia, al horizonte, tras el cual, se hallaban las frondas purpúreas de la selva marciana. Luego, pasó entre los edificios que un día fueran esplendorosa muestra de las urbes marcianas. Los mismos edificios y calles repletos de personas nacidas en Marte, sobre las que un día, Zoy y sus hombres lanzaron un alud de muerte nuclear irresistible.

—Ya no tengo miedo —jadeó entre dientes—. A nadie… ¡Esté quien esté en esa maldita selva, caerá bajo mi fuerza!

Se inclinó resueltamente hacia uno de los resortes de alarma general dispuestos en los destacamentos terrícolas en Marte. Lo presionó.

La llamada de movilización general a las tropas de guarnición en el planeta se extendió con rapidez.

Poco después, sería un enjambre de soldados equipados perfectamente, y una serie de escuadrillas de aeronaves militares, dotadas de los máximos adelantos, lo que se abatiría sobre la selva púrpura donde había desaparecido la cosmonave terrestre, donde se habían hundido los viajeros de la nave, y donde la mirada de Zoy había descubierto la presencia de la guerrilla azul…

Ir a la siguiente página

Report Page