Reina

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9 Mount

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9Mount

Desde mi posición en el muelle, miro a ese imbécil de mierda, maniatado en el suelo del hidrodeslizador de Ransom. Saxon está de pie, junto a él, y todos esperamos a que el gilipollas se despierte, de modo que tenga unos cuantos minutos para comprender hasta qué punto la ha cagado al romper el acuerdo y volver a la vida.

Saxon le clava la puntera de una bota embarrada en las costillas. La cabeza de Brett Hyde cae hacia atrás y los párpados se le mueven un poco, pero vuelve a cerrar los ojos cuando el haz de luz de la linterna que Ransom tiene en las manos le da de lleno.

—Seguro que desearías haberte quedado muerto, Brett —dice Ransom, con voz tranquila y ese fuerte acento cajún tan suyo.

—¿Qué coño ha pasado? —Brett habla con dificultad, seguramente porque no me he cortado a la hora de pegarle con la pistola hasta dejarlo inconsciente.

Ransom le da otra patadita.

—Te estamos dando otra oportunidad para que le reces a Dios antes de darte el último paseíllo nocturno.

Ransom es una rata de pantano con un piquito de oro que empezaba en el negocio del contrabando más o menos cuando a mí me acogió el imperio que hoy rijo. No hay un solo rincón de los pantanos que no conozca y, por suerte para mí, le importa una mierda qué lleve en su embarcación mientras el precio sea justo.

No tengo amigos, pero, de tenerlos, podría considerarlo como tal. Hemos hecho muchos negocios juntos a lo largo de los últimos veinte años.

De los dos, Ransom es quien habla. Supongo que es mejor para su negocio de transportes.

Saxon prefiere quedarse en la sombra y hablar lo menos posible. Pero no conozco a nadie que se le dé mejor matar con una pistola, un cuchillo, un garrote o un puto lápiz. Es un profesional en todo el sentido de la palabra, y le confío los trabajos más delicados. No dejaría que ninguno de mis empleados tocara la mierda que le encargo. No he conocido a un hombre con un control más férreo sobre sus emociones que Saxon. «Un cabrón muy listo».

En vez de rezar, Brett Hyde aprovecha la ocasión para desahogarse.

—Que os follen. Y que follen a esa puta de mierda. A esa princesita mimada. ¿Te deja metérsela por el culo para que salves su preciada destilería? ¿Es tan buena que le estás pagando? Tendría que haberme trabajado más ese coñito. —La sangre brota de entre los dientes que le faltan mientras habla, y no me remuerde la conciencia cuando Saxon le da otra patada en la cara, rompiéndole unos cuantos más.

—Cierra la boca, gilipollas.

Brett escupe los trozos de dientes.

—Cabrón. Mount, eres un cabrón de mierda. Me he enterado de que te encontraron metido en un montón de mierda, sí.

En este momento, me doy cuenta de que me importa una mierda que me insulte. Le quedan pocos minutos de vida. Pero, de todas formas, como vuelva a insultar a Keira, le va a resultar mucho más doloroso.

—Le apuntaste a tu esposa con una pistola y amenazaste con matar a su familia. Yo diría que aquí el único cabrón de mierda eres tú —replica Ransom.

Brett lo fulmina con la mirada.

—No me casé con ella por su coño. Quería el dinero. Creía que era mi gallina de los huevos de oro, que había dado un braguetazo. Pero endeudó la destilería hasta las cejas en cuanto se hizo con el control. Solo pude escamotearle un poco aquí y allá, porque no dejaba casi dinero. —Escupe más sangre antes de continuar—. Y que follen a su familia también.

Saxon le da otra patada en las costillas, y Ransom lo reprende de nuevo.

—¿No sabes que es muy irrespetuoso hablar de tu puta esposa de esa manera? Joder, ¿qué coño te pasa? Hiciste unos votos.

Hyde escupe sangre en el suelo de la embarcación.

—Joder, si no fue real. Me casé con una zorra en Reno cuando tenía veinticinco y no hice nada para quitarme aquel marrón de encima. Keira nunca ha sido mi mujer legalmente. Menuda mierda de tía y de víctima.

Salto del muelle a la embarcación, haciendo que se balancee.

—¿Ya estabas casado? ¿Me tomas el pelo o qué?

Hyde asiente con la cabeza.

—¿Y a ti qué te importa? Si crees que esa destilería es una mina de oro, eres imbécil, porque no va a dar un puto centavo. Has hecho un trato de mierda, Mount.

Me agacho y hablo en voz baja, de modo que solo Brett pueda oírme.

—Ahí te equivocas, pedazo de inútil. Tengo todo lo que quería conseguir con el trato. No era por el dinero. Siempre ha sido por ella.

A Brett casi se le salen los ojos de las órbitas cuando lo entiende.

—Ni de coña…

Me levanto y le doy una patada en la cara, deseando poder acabar yo el trabajo, pero no lo haré. Prefiero estar en otro lugar.

Desembarco y miro a Saxon.

—Sé imaginativo. Tómate tu tiempo. No hace falta que muera deprisa.

—Oye… —protesta Brett, pero Saxon le da una patada en la cabeza y se calla de nuevo.

Saxon me mira y asiente con la cabeza.

Saber que ese gilipollas no estaba casado con Keira no cambia nada, pero a ella seguro que le importa. Claro que solo es una muestra de lo mucho que la había engañado.

A lo mejor no se lo digo. De todas formas, dará igual en cuestión de minutos.

—¿Lo tienes claro?

Parece que se ha tomado como insulto la pregunta.

—Por supuesto.

Miro a Ransom.

—Asegúrate de que no encuentran el cuerpo.

Ransom se echa a reír.

—Después de tantos años, ¿de verdad crees que necesito que me digas eso? Además, tengo un par de caimanes hambrientos a la espera de que les dé de comer.

Saco el móvil y abro una aplicación segura. Con unos toquecitos, termina mi parte.

—Ya tenéis el dinero en las cuentas. Quiero saber cuándo está hecho.

—Sin problemas —dice Ransom, y Saxon se limita a asentir con la cabeza.

Saxon amordaza a Brett mientras Ransom arranca el ensordecedor motor del hidrodeslizador.

Me doy la vuelta y echo a andar hacia el discreto Mercedes negro que llevé a la reunión, cuando Saxon me notificó que tenía el paquete y que Ransom estaba preparado para deshacerse de él.

El hidrodeslizador se aleja a toda velocidad del muelle, botando sobre el agua con cada maniobra, y desaparece de la vista antes de que yo arranque el coche.

Mientras vuelvo al Barrio Francés, no dejo de pensar en el día de perros que he tenido en todos los aspectos. Brett. El ataque de nervios de Keira. Que me atacara y me provocara un impulso que yo no había tenido en toda la vida.

«La he besado».

Nunca he besado a una mujer, de la misma manera que nunca había follado sin condón. Jamás. Keira Kilgore es la excepción.

Me cabrea saber que Brett Hyde nunca fue la barrera que yo creía que era y que dejara que se interpusiera en mi camino de todas formas. Ya estaba casado.

¿Cómo coño no descubrió mi gente el certificado de matrimonio? Mi investigador privado tendrá que explicar unas cuantas cosillas.

Sigo meneando la cabeza por lo imbécil y capullo que era Brett Hyde. Si fuera un pelín menos idiota de lo que yo pensaba, se habría asegurado de que todo era legal para garantizarse por ley una parte de los bienes. Pero lo más importante de todo es que Keira ha sido legalmente libre todo el tiempo.

Podría haber entrado en su vida y haberme hecho con el control mucho antes. Claro que Keira necesitaba darse cuenta de lo cabrón que era Hyde por sí sola. Cuando me enteré de que se había buscado una casa y de que se iba a reunir con un abogado matrimonialista, supe que había llegado el momento. ¡Por fin! Me sigue cabreando pensar en todo el tiempo que he desperdiciado.

Pero, ahora, es carne de cañón. No hay una sola cosa que me impida quedármela para siempre, joder.

El diablo que siempre me susurra al oído aparece para dar su opinión: «O podrías cargártela ahora mismo, coño, porque te está debilitando».

Me gustaría decir que tengo un ángel que me susurra al otro oído lo contrario, pero nunca lo he tenido y nunca lo tendré.

No llego a mi habitación hasta unas cuantas horas más tarde. Por culpa de esa puta vocecita, me obligué a hacer la ronda habitual por la zona de juegos, para ver y para que me vieran. No me desviaré de mi rutina, porque me niego a reconocer que la voz podría tener razón.

Una vez satisfecho, recorro el laberinto de pasadizos y abro la puerta que da a mi salón. Lo primero que me asalta es el extraño olor a comida procedente de la mesita del sofá. Levanto las tapaderas plateadas y descubro que hay sopa, langosta, entrecot y solo Dios sabe qué más. Todo intacto.

La lámpara de la mesilla sigue encendida, y Keira está sopa sobre el cobertor, totalmente vestida, aferrada a lo que parece mi botella de vodka más cara. Una botella de vodka vacía, por cierto.

Tiene el móvil junto a la cara y cuando lo cojo, espero que el movimiento la despierte. No es así. La veo abrir la boca y soltar un suave ronquido, y comprendo que no va a despertarse ni de coña antes del mediodía, algo que me viene muy bien.

Con cuidado, le quito la botella de vodka y la pongo de costado, de modo que pueda bajarle la cremallera de la falda y quitársela, junto con la blusa. La lencería que lleva es muy sensual, pero son las curvas de su cuerpo lo que me la pone dura contra el forro de seda de los pantalones.

«Esta noche no», me digo al tiempo que obligo a mi cuerpo a calmarse. Es mía, lo que quiere decir que mañana conseguiré lo que quiero.

Le quito el sujetador, porque no creo que sea muy cómodo para dormir, y soy incapaz de no admirar sus blancos pechos y los pezones rosados tan perfectos, que se endurecen por el aire frío.

«Esta noche no», me recuerdo, y la arropo bajo la ropa de cama, desnuda, como si así pudiera contener la tentación que representa.

Como Eva en aquel puto jardín. Adán no tuvo la menor oportunidad.

Un ramalazo de satisfacción me recorre al ver su melena pelirroja sobre la funda de almohada de satén negro de mi cama, como si fuera una llamarada. Nunca he metido a una mujer en esta cama, pero mentiría si dijera que no me había imaginado este preciso instante más veces de las que estoy dispuesto a admitir.

Sabía que deseaba a Keira Kilgore en mi cama, pero ni me imaginé lo mucho que me desafiaría fuera de las sábanas… ni lo adictivo que sería conseguir su sumisión.

Me aparto de la cama despacio y voy al vestidor para quitarme el traje. Me recuerdo que mañana tengo que hablar con G para que le haga ropa a Keira. Hasta este momento, solo le he ordenado que confeccione ropa para ciertas ocasiones, pero las cosas han cambiado.

Cuando me meto en la cama a su lado, gime y se pega a mí, al tiempo que se estremece. Si estuviera consciente, nunca haría algo así, de modo que me aprovecho de la situación y la pego a mi torso. Mi calor corporal la envuelve, y le rodeo la cintura con un brazo.

Emite un sonido, como si su cerebro luchara por recobrar la consciencia.

—Duerme —le susurro, y en cuestión de segundos, suelta otro suave ronquido. El hecho de que me parezca tan tierno me indica lo crudo que lo llevo.

Le dije a Hyde la verdad: nunca ha sido cosa de dinero. Siempre ha sido por ella. Él estaba demasiado ciego para ver el tesoro que tenía en las manos, pero yo no.

Veo a Keira Kilgore como la persona en la que se está convirtiendo: la mujer que podría ser lo bastante fuerte como para estar a mi lado y regir un imperio.

Me miraría, espantada, si se lo dijera ahora mismo. Primero, necesita disciplina y, más aún, la desea. Nunca he conocido a una mujer más terca con una vena sumisa tan fuerte. Estoy ansioso por domarla, pero no quiero apagar su fuego, solo encauzarlo en otra dirección. Puedo esperar a mañana para explicarle las reglas y cómo serán las cosas a partir de este momento.

Se acurruca contra mí mientras duerme, y me pregunto qué tendré que hacer para que sea tan complaciente despierta. Sin drogas ni alcohol, claro.

Cierro los ojos, aunque no espero dormir, porque tengo el cerebro revolucionado, pero, por sorprendente que parezca, me quedo dormido en cuestión de minutos, con el cuerpo de Keira pegado al mío.

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