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NIVEL DOS » 0025

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0025

Max me alertó de la llegada de Shoto, que se produjo, aproximadamente, una hora después. Autoricé a su nave el acceso al espacio aéreo de Falco y le pedí que estacionara en mi hangar.

El vehículo de Shoto era una gran nave interplanetaria llamada la Kurosawa creada a imagen y semejanza de la nave Bebop que aparecía en la serie clásica de anime Cowboy Bebop. Desde que los conocía, Daito y Shoto la habían usado como base móvil de operaciones. Se trataba de una nave tan grande que apenas cabía por las puertas de mi hangar.

Había ido a recibir a Shoto a la rampa de lanzamiento y lo vi salir de la Kurosawa. Iba vestido con ropa negra de luto y en su rostro se dibujaba la misma expresión inconsolable que le había visto cuando habíamos hablado por teléfono.

—Parzival-san —dijo, bajando la cabeza.

—Shoto-san.

Le devolví la reverencia, respetuoso, y le alargué la palma de la mano extendida, en un gesto que reconoció de cuando habíamos participado juntos en algunas misiones. Sonrió y la chocó con la suya, pero al momento volvió a ponerse serio. Era la primera vez que veía a Shoto desde la misión que habíamos compartido en Tokusatsu (sin contar aquellos anuncios de «Daisho Energy Drink» en los que tanto él como su hermano aparecían), y su avatar parecía unos centímetros más alto de lo que recordaba.

Lo conduje a uno de los salones de mi fortaleza, muy poco utilizado, una recreación de la sala de estar de la serie Enredos de familia. Shoto reconoció la decoración al momento y asintió, expresándome en silencio su aprobación. Con todo, hizo caso omiso de los muebles y se sentó en el suelo, en el centro de la habitación. Lo hizo al estilo seiza, con las piernas dobladas bajo los muslos. Yo lo imité y situé a mi avatar para que quedara frente al suyo. Permanecimos un rato en silencio. Cuando Shoto, finalmente, empezó a hablar, lo hizo manteniendo en todo momento la vista clavada en el suelo.

—Los sixers mataron a mi hermano anoche —dijo con una voz que era más un susurro.

En un primer momento mi asombro me impidió responder.

—¿Quieres decir que mataron a su avatar? —le pregunté, aunque ya sabía que no se refería a eso.

Shoto negó con la cabeza.

—No. Entraron en su apartamento, lo arrancaron de su silla háptica y lo tiraron por el balcón. Vivía en una planta cuarenta y tres.

Shoto abrió en el aire, entre los dos, la ventana de un buscador. Mostraba el artículo de un periódico japonés. Lo rocé con el índice y el programa Mandarax lo tradujo al instante. El titular rezaba: OTRO SUICIDIO OTAKU. El breve artículo que seguía informaba de que un joven, Toshiro Yoshiaki, de veintidós años, se había arrojado al vacío desde su apartamento, situado en la planta cuarenta y tres de un hotel reconvertido en bloque de viviendas en el barrio de Shinjuku, Tokio, donde vivía solo. Junto al texto aparecía una foto escolar de Toshiro. Se trataba de un joven japonés de pelo largo y mal cuidado, y piel muy deteriorada. No se parecía en nada a su avatar en Oasis.

Cuando Shoto vio que había terminado de leerlo, cerró la ventana. Vacilé un momento antes de preguntarle:

—¿Estás seguro de que no se suicidó? ¿Por haber perdido a su avatar?

—No —aseguró Shoto—. Mi hermano no cometió seppuku. Estoy seguro. Los sixers entraron en su apartamento cuando los dos librábamos un combate con ellos en Frobozz. Así es como lograron derrotar a su avatar: matándolo en el mundo real.

—Lo siento mucho, Shoto.

No sabía qué decirle. Sabía que me estaba contando la verdad.

—Mi nombre verdadero es Akihide —añadió—. Quiero saber cómo te llamas tú.

Sonreí y le dediqué otra reverencia, acercando la frente hasta el suelo durante un breve instante.

—Valoro que me honres con la revelación de tu verdadero nombre —le dije—. El mío es Wade.

Ya no tenía sentido seguir con secretos.

—Gracias, Wade —contestó Shoto, devolviéndome la reverencia.

—De nada, Akihide.

Permaneció un momento en silencio, y entonces carraspeó y empezó a hablarme de Daito. Las palabras brotaban sin interrupción. Era evidente que necesitaba hablar con alguien sobre lo que había sucedido. Sobre su pérdida.

—El verdadero nombre de Daito era Toshiro Yoshiaki. No lo supe hasta anoche, cuando vi la noticia.

—Pero yo creía que eras su hermano…

Siempre había dado por hecho que Daito y Shoto vivían juntos. Que compartían apartamento.

—Mi relación con Daito es difícil de explicar. —Hizo una pausa y carraspeó de nuevo—. No éramos hermanos. No en la vida real. Solo en Oasis. ¿Lo entiendes? Nos conocíamos online. Yo no lo había visto nunca en persona.

Alzó los ojos lentamente, para comprobar si lo juzgaba. Yo alargué la mano y la posé en su hombro.

—Créeme, Shoto, lo comprendo muy bien. Hache y Art3mis son mis mejores amigos, y tampoco los he visto nunca en la vida real. De hecho, tú también eres uno de mis mejores amigos.

Él bajó la cabeza.

—Gracias.

Por el temblor de su voz noté que estaba llorando.

—Nosotros somos gunters —dije, intentando llenar aquel silencio incómodo—. Vivimos aquí, en Oasis. Para nosotros, esta es la única realidad que tiene sentido.

Akihide asintió y, momentos después, siguió hablando.

Me contó cómo se habían conocido, hacía seis años, cuando los dos estaban apuntados en un grupo de apoyo de Oasis para hikikomori, jóvenes que se apartaban de la sociedad y optaban por vivir en un aislamiento total. Los hikikomori se encerraban en sus habitaciones, leían manga y se pasaban el día metidos en Oasis. Solo comían si su familia les llevaba alimentos. En Japón ese grupo social existía desde finales del siglo XX, pero su número había aumentado espectacularmente desde que había comenzado La Cacería del Huevo de Halliday. Millones de hombres y mujeres de todo el país se habían apartado del mundo. En ocasiones llamaban a aquellos jóvenes «los millones desaparecidos».

Akihide y Toshiro se habían hecho amigos íntimos y pasaban casi todos los días juntos en Oasis. Cuando se inició La Cacería, decidieron inmediatamente sumar fuerzas y buscar juntos el Huevo. Formaban un equipo perfecto, porque Toshiro era un prodigio de los videojuegos, mientras que Akihide, mucho más joven, sabía muchísimo sobre cultura pop americana. Su abuela había ido al colegio en Estados Unidos y sus padres habían nacido allí, por lo que Akihide se había educado entre películas y series de televisión americanas, y había aprendido japonés e inglés.

El amor compartido por las películas de samuráis les sirvió de inspiración para los nombres y el aspecto de sus avatares. Shoto y Daito llegaron a ser tan amigos que se sentían como hermanos, por lo que, cuando crearon sus nuevas identidades gunter, decidieron que, a partir de ese momento, en Oasis lo serían.

Una vez que Shoto y Daito franquearon la Primera Puerta y se hicieron famosos, concedieron varias entrevistas a los medios de comunicación. A pesar de mantener en secreto su identidad, sí revelaron que eran japoneses, lo que los convirtió, de la noche a la mañana, en auténticas estrellas en su país. Empezaron a anunciar productos nipones y se crearon unos dibujos animados y una serie de televisión de acción en directo sobre sus personajes. Cuando estaban en la cima de su fama, Shoto le sugirió a Daito que tal vez ya fuera hora de que se conocieran en persona, pero este reaccionó airadamente y dejó de hablarle durante varios días. Después de aquello, Shoto no volvió a sugerirlo más.

Finalmente, Shoto se armó de valor y me contó cómo había muerto el avatar de Daito. Los dos se habían montado en la Kurosawa y llevaban un rato viajando entre los planetas del Sector 7, cuando en La Tabla apareció que Hache había obtenido la Llave de Jade. Cuando eso sucedió, supieron que los sixers usarían la Tablilla de Búsqueda de Fyndoro para determinar su posición exacta y que sus naves pronto se dirigirían hacia aquel punto exacto.

Anticipándose a ello, Daito y Shoto habían pasado las últimas semanas instalando dispositivos de seguimiento microscópicos en los cascos de todas las naves sixers que habían encontrado y gracias a ellos habían podido seguir a los cazas cuando estos, abruptamente, cambiaron de rumbo y se dirigieron a Frobozz.

Tan pronto como Shoto y Daito supieron que Frobozz era el destino de los sixers, la solución del enigma de «La cuarteta» cayó por su propio peso y, cuando minutos después, llegaron a la superficie del planeta ya habían adivinado qué debían hacer para obtener la Llave de Jade.

Dejaron la Kurosawa junto a una de las recreaciones de la casa blanca que todavía no había sido ocupada. Shoto entró corriendo para recoger los diecinueve tesoros y obtener la llave, mientras Daito permanecía en el exterior, montando guardia. Shoto se daba mucha prisa; solo le quedaban dos tesoros por obtener cuando Daito le informó, por el intercomunicador, de que diez cazas sixers se acercaban al lugar. Le pidió que no tardara y le prometió que repelería al enemigo hasta que hubiera obtenido la Llave de Jade. Ninguno de los dos sabía si se les presentaría otra ocasión de hacerlo.

Cuando Shoto se disponía a recoger los dos tesoros que le faltaban y a colocarlos en la vitrina, activó a distancia una de las cámaras externas de la Kurosawa y la usó para grabar un vídeo corto de la lucha de Daito con los sixers que se aproximaban. Shoto abrió una ventana y me mostró el vídeo. Pero él apartó los ojos hasta que hubo terminado. Era evidente que no tenía ninguna gana de volver a verlo.

La imagen mostraba a Daito de pie, solo en el campo, junto a la casa blanca. Una pequeña flota de cazas sixers descendía y empezaba a disparar sus cañones láser apenas se encontraban a la distancia adecuada. Una lluvia constante de rayos rojos caía alrededor de Daito. Tras él, en la distancia, veía a más cazas aterrizando y salir tropas de tierra con armaduras. Daito estaba rodeado.

Los sixers habían avistado, sin duda, la Kurosawa durante su descenso a la superficie del planeta y habían convertido en prioridad matar a los dos samuráis.

Daito no dudó en sacar su as de debajo de la manga. Sacó la Cápsula Beta, la sostuvo en la mano derecha y la activó. Su avatar se convirtió al momento en Ultraman, un superhéroe extraterrestre de ojos brillantes, rojos y plateados. En su transformación, alcanzó también una altura de casi cincuenta metros.

Las fuerzas de tierra de los sixers que se aproximaban a él se detuvieron en seco, anonadados, y alzaron la vista con gesto de pánico mientras Ultraman-Daito agarraba al vuelo dos cazas y los hacía chocar uno contra otro como si fuera un niño gigante entreteniéndose con dos aviones de juguete. Después los dejó caer al suelo, en llamas, y atrapó más, como quien caza moscas. Las naves que escapaban a sus garras mortíferas lo rodeaban y disparaban rayos láser y fuego de ametralladora, pero tanto una cosa como la otra rebotaban en su piel blindada de extraterrestre. Daito soltó una carcajada atronadora que reverberó por todas partes, cruzó los brazos y creó una intersección con los puños. Un rayo de energía radiante surgió de sus manos, volatilizando a más de cinco cazas que, por desgracia para sus pilotos, en ese momento volaban por allí. Daito se volvió y dirigió el rayo a las fuerzas de tierra de los sixers que le rodeaban, friéndolas como a hormigas puestas al sol bajo una lupa.

Daito parecía estar pasándolo en grande, hasta tal punto que no prestó atención a la luz de advertencia empotrada en el centro de su pecho, que había empezado a emitir un parpadeo rojo, intenso. Se trataba de una señal que indicaba que casi habían transcurrido los tres minutos concedidos y que su poder estaba casi agotado. Aquel límite de tiempo era la principal debilidad de Ultraman. Si Daito no desactivaba a tiempo la Cápsula Beta y regresaba a su forma humana antes de que se consumieran aquellos tres minutos, su avatar moriría. Pero, por otra parte, era evidente que si adoptaba la forma humana en pleno ataque masivo de los sixers, sería destruido al momento. Y, además, Shoto no lograría montarse en su nave.

Vi que las tropas sixers pedían refuerzos a gritos a través de sus intercomunicadores y que seguían llegando oleadas de cazas. Daito los abatía uno a uno, con ráfagas certeras de rayos. Con cada disparo, la luz intermitente de su pecho latía aceleradamente.

Entonces Shoto abandonaba la casa blanca y le decía a su hermano, por el pinganillo, que había conseguido la Llave de Jade. En ese preciso instante, las fuerzas de tierra de los sixers lo divisaban y, comprendiendo que se trataba de un blanco mucho más asequible, dirigían la munición contra su avatar.

Shoto avanzaba desesperadamente hacia la Kurosawa. Activó las Botas de Velocidad que llevaba puestas y su avatar se convirtió en una nube borrosa, apenas visible, que avanzaba a gran velocidad por el campo abierto. Mientras Shoto corría, Daito variaba la posición de su gigantesco cuerpo para proporcionarle la mayor protección posible. Sin dejar de lanzar disparos de energía, lograba mantener a raya a los sixers.

Y entonces la voz de Daito, que se escuchaba a través del intercomunicador, se quebraba.

—¡Shoto! —gritaba—. ¡Creo que hay alguien aquí! ¡Hay alguien dentro…!

Y la comunicación se cortaba. En ese mismo momento, su avatar dejaba de moverse, como petrificado, y sobre su cabeza aparecía el icono de desconexión.

Desconectarte de Oasis mientras estabas en pleno combate equivalía a un suicidio. Durante la secuencia de desconexión, tu avatar quedaba inmóvil, en el mismo lugar durante sesenta segundos, durante los cuales quedabas totalmente indefenso y susceptible de ser atacado. Dicha secuencia se había diseñado para impedir que los avatares la usaran para escapar de un combate con facilidad. Debías defender tus posiciones o retirarte a un lugar seguro antes de desconectarte.

La secuencia de desconexión de Daito se producía en el peor momento posible. Tan pronto como su avatar quedó paralizado, empezó a recibir ataques con láser y munición desde todos los ángulos. La luz roja del pecho parpadeaba cada vez más deprisa, hasta que dejó de hacerlo y quedó fija. Cuando sucedió, el cuerpo gigantesco de Daito se inclinó, cayó al suelo y estuvo a punto de aplastar a Shoto y la Kurosawa. En el momento del impacto contra la superficie del planeta, el avatar recobró su tamaño y su aspecto, y después empezó a desaparecer, a disolverse, hasta dejar de ser. Cuando se hubo desvanecido por completo, solo quedó de él un pequeño montículo de objetos que giraban sobre sí mismos: las cosas que llevaba en su inventario, entre ellas la Cápsula Beta.

Estaba muerto.

En el vídeo se distinguía entonces otra nube borrosa, que correspondía a Shoto corriendo para recuperar los objetos de su hermano. Tras hacerlo, daba media vuelta y se subía de nuevo en la Kurosawa. La nave despegaba y alcanzaba la órbita casi al instante, sin dejar de recibir el fuego enemigo en ningún momento. Aquello me recordó a mi propia huida de Frobozz. Afortunadamente para Shoto, su hermano había abatido a casi todos los cazas sixers y los refuerzos todavía no habían llegado.

Shoto había logrado, así, alcanzar la órbita y escapar a la velocidad de la luz. Por los pelos.

El vídeo terminó y Shoto cerró la ventana.

—¿Cómo crees que los sixers supieron dónde vivía? —le pregunté.

—No lo sé —respondió—. Daito era cuidadoso. Borraba sus huellas.

—Si lo han encontrado a él, es posible que también te encuentren a ti —le dije.

—Lo sé. He tomado precauciones.

—Bien.

Shoto separó la Cápsula Beta de su inventario y me la ofreció.

—Daito habría querido que la tuvieras tú.

Yo levanté la mano.

—No, creo que debes quedártela tú. Podrías necesitarla.

Shoto negó con la cabeza.

—Tengo todos sus otros objetos —insistió—. No la necesito. Y además no la quiero.

Volvió a ofrecérmela, insistentemente.

Agarré el artefacto y lo examiné. Se trataba de un pequeño cilindro de metal, plateado y negro, con un botón rojo de activación a un lado. Por su tamaño y aspecto, me recordaba a una de mis espadas-láser. Pero espadas-láser las había a montones. Yo poseía más de cincuenta en mi colección. Y en cambio solo había una Cápsula Beta, un arma mucho más poderosa.

Levanté la cápsula con las dos manos y bajé la cabeza en gesto de respeto.

—Gracias, Shoto-san.

—Gracias a ti, Parzival —dijo él, correspondiendo en la reverencia—. Gracias por escucharme.

Se puso en pie lentamente. Todo, en su cuerpo, hablaba de derrota.

—No te das por vencido, ¿verdad? —le pregunté.

—Por supuesto que no. —Enderezó la espalda y me dedicó una sonrisa triste—. Pero encontrar el Huevo ya no es mi meta. Ahora me entrego a una nueva misión, una misión mucho más importante.

—¿Qué misión?

—La venganza.

Asentí. Me acerqué a la pared y descolgué una de las dos espadas de samurái que la decoraban. Se la ofrecí a Shoto.

—Por favor —le dije—. Acepta este regalo. Que te ayude en tu nueva misión.

Shoto cogió la espada y extrajo el filo ornamentado unos pocos centímetros de su vaina.

—¿Una masamune? —me preguntó, contemplándola con asombro.

Asentí.

—Sí, y tiene un filo Vorpal + 5.

Shoto volvió a inclinar la cabeza y me mostró su gratitud.

Arigato.

Entramos en el ascensor y, en silencio, descendimos hasta el hangar. Antes de acceder a la nave, Shoto se volvió hacia mí.

—¿Cuánto tiempo crees que tardarán los sixers en franquear la Tercera Puerta? —me preguntó.

—No lo sé. Espero que el suficiente para que podamos pillarlos.

—El partido no acaba hasta que el árbitro pita el final, ¿verdad?

Asentí.

—El partido no acaba hasta que acaba. Y todavía no ha acabado.

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