Raven

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Capítulo 2 » LA PESADILLA DE CENICIENTA

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Capítulo 2

LA PESADILLA DE CENICIENTA

 

-¿Q

uién te crees que eres, una princesa? —vociferó tío Reuben desde la puerta de la habitación—. Todo el mundo ya está levantado y desayunando. Clara no va a estar esperándote a ti.

—Iba a levantarme ya —repuse—. No me había dado cuenta de que fuese tan tarde. No hay ningún reloj en el cuarto y yo tampoco tengo, así que no sabía qué hora era.

—Conque no tienes reloj, ¿eh? Pues ya me encargaré yo de darte uno. Esa clase de excusas no te servirán de nada aquí.

—No es ninguna excusa, es la verdad —repliqué.

Plantado ante la puerta, me observó con los brazos en jarras. Entonces miró hacia el pasillo y entró en el cuarto de costura.

—Ahora mismo vamos a establecer unas cuantas normas —afirmó—. En primer lugar, a partir de ahora tú serás la primera en levantarte todos los días. Pondrás la mesa para el desayuno y prepararás el café. Antes de irte a la escuela tendrás que recoger la mesa, fregar los platos y dejarlo todo recogido. Cuando salgas de clase, deberás ayudar a Clara en las tareas de la casa. Quiero verte limpiando la casa, los cristales, y fregando los suelos. También la ayudarás a hacer la colada. No vas a estar aquí a mesa puesta simplemente porque tu madre sea una inútil de marca mayor, ¿entendido?

Lo fulminé con la mirada.

—Cuando te haga una pregunta quiero que me contestes —me dijo—. Necesitas disciplina. Vivías como una especie de animal salvaje en ese cuchitril con la borracha de mi hermana. Pero a partir de hoy mismo, todo eso se ha acabado. ¿Me has oído? ¿Y bien?

—Yo no vivía como un animal salvaje —repliqué.

Él sonrió con desdén.

—Por lo visto voy a ser tu tutor legal. Eso significa que tienes que rendir cuentas ante mí, y te lo advierto, Raven, yo no me ando con chiquitas. La letra con sangre entra. ¿Entendido? —preguntó, alzando su manaza. La palma de la mano parecía tan ancha como una pala.

—Sí —musité—. Entendido.

Se había acercado y estaba prácticamente sobre mí, con el rostro enrojecido de ira. No me cabía la menor duda de que me pegaría si lo consideraba necesario, y tuve miedo.

—¡Raven! —espetó en tono despectivo, torciendo el labio—. ¡Mira que llamarte «cuervo»! Ya me dirás qué clase de nombre es ése para una niña. Mi hermana debía de estar borracha el día que te parió.

—Pues a mí me gusta mi nombre —afirmé. Me sentía aterrada por él, pero aun así tenía mi orgullo.

Se quedó allí plantado unos minutos más, observándome fríamente de arriba abajo. Me tapé hasta los hombros con el edredón, pero me sentía como si él pudiera ver a través de la tela.

—Sé que te estás haciendo mayor y que creces muy de prisa, y recuerdo lo que le pasó a tu madre, cómo se comportaba cuando los chicos empezaron a fijarse en ella. Más te vale no seguir su ejemplo. No toleraré que corrompas a mi Jennifer, ¿entendido?

Aparté la vista, con los ojos tan arrasados en lágrimas que no podía seguir mirándolo. Yo no era una enfermedad contagiosa. No contagiaría a su preciosa Jennifer.

Dejó escapar un gruñido y salió del cuarto. Lo oí decirle a tía Clara lo que acababa de decirme sobre las tareas que debía hacer. Ella no rechistó. Al cabo de un rato, cuando oí que se marchaba con Jennifer y William, me levanté.

—¿Tienes hambre, cielo? —me preguntó tía Clara mientras me dirigía al cuarto de baño.

—No mucha —respondí.

—El café aún está caliente y si te apetece, hay huevos. Y también hay gachas de avena.

—Ya me prepararé algo yo misma, tía Clara. No estés pendiente de mí, por favor —le dije.

—Tú no te preocupes por eso —repuso.

Me vestí y tomé unos cereales. Tía Clara me sirvió un vaso de zumo de naranja y se sentó conmigo mientras yo desayunaba.

—Reuben habla mucho pero ya sabes lo que dice el refrán: «perro ladrador, poco mordedor» —comentó, intentando tranquilizarme—. Lo que pasa es que está muy disgustado por lo ocurrido, lo ha cogido por sorpresa. No hagas caso de todas esas órdenes que te ha dado.

—No me importa echarte una mano —le dije—. La verdad es que en casa yo lo hacía casi todo.

—Seguro que sí —musitó, asintiendo con la cabeza. Bebió un sorbo de café.

—Tía Clara, ¿qué le ocurrirá a mi madre? ¿De verdad se va a pasar mucho tiempo en la cárcel? —le pregunté.

—No lo sé. Reuben ha comentado que a lo mejor la internarían en un centro de rehabilitación para toxicómanos, pero habrá que esperar a ver qué pasa. ¿Sabes?, ésta no es la primera vez que tu madre se mete en un buen lío —añadió.

Asentí con la cabeza. No tenía ningún sentido negar la realidad o vivir en un mundo de ensueño. Mi madre se había buscado serios problemas, y eso significaba que yo también los tenía. ¿Quién querría vivir ahí con una prima como Jennifer y con un hombre como el tío Reuben? Prefería vivir en la calle que con ellos.

—Tú descansa un poco, tesoro —me dijo tía Clara—. Esto ha sido un shock terrible para ti. Cuando haya acabado de hacer algunas tareas de la casa, comeremos y después te acompañaré al colegio para matricularte, ¿de acuerdo?

—Te ayudaré con las tareas de la casa, tía Clara. Es lo que tío Reuben quiere y, además, eso ayudará a mantener la paz.

—Mira que eres lista —comentó, sonriendo. Entonces me dio una palmadita en la mano y añadió—: Tú quédate aquí y primero acaba de desayunar.

Salió de la cocina y subió al piso de arriba. Cuando acabé de desayunar, recogí la mesa y fregué todos los platos. Subí a ayudar a mi tía cuando empezaba a limpiar el dormitorio de Jennifer. Me detuve junto a la puerta, escandalizada al ver el desorden. Había ropa esparcida por todas partes y un plato con restos de tarta de manzana en el suelo, junto a la cama, donde también había dejado el teléfono. Me imaginé que mi prima se habría tumbado a hablar por teléfono con sus amigas mientras comía tarta, pero ¿por qué lo había dejado sin recoger? ¿Acaso no le preocupaba que vinieran ratones o bichos?

No se había hecho la cama, y el cuarto de baño que compartía con William estaba hecho un desastre, como si hubiera tenido que irse a toda prisa. El tarro del maquillaje estaba destapado, el lavabo aún estaba lleno de agua turbia, había una barra de labios abierta a un lado del mármol, junto a un tubo de pasta de dientes que también estaba destapado y del que había caído un poco de dentífrico dentro del lavabo. Una manopla colgaba del pomo de la puerta y había varias revistas en el suelo, junto al inodoro. La puerta de la ducha estaba abierta y había una toalla mojada en el suelo.

Tía Clara empezó a recogerlo todo sin hacer comentario alguno sobre el desorden.

—¿Por qué se deja su dormitorio y el cuarto de baño así, tía Clara? Y eso que tío Reuben me decía que yo vivía en una pocilga —murmuré—. Supongo que no entrará aquí a menudo.

—Sí que lo hace —musitó tía Clara, dejando escapar un profundo suspiro—. No creas que no he intentado que Jennifer recoja sus cosas, pero ella está... está un poco consentida —reconoció.

—¿Un poco? Yo diría que está pero que muy consentida —afirmé, pero arrimé el hombro y empecé a ayudarla. Limpié el cuarto de baño hasta que quedó reluciente, e incluso fregué los espejos, que estaban manchados con restos de pintalabios y de maquillaje.

La verdad era que el dormitorio de William estaba mucho más ordenado y limpio. Lo más desordenado de la habitación era la cama, que estaba sin hacer. Cuando acabé de recoger su habitación, bajé al cuarto de la costura e hice otro tanto. Plegué la cama para que el cuarto no pareciera un dormitorio. Con mis escasas pertenencias pulcramente guardadas, nadie sabría que había dormido allí.

—No hace falta que hagas eso todos los días —me comentó tía Clara—. Bastará con que cierres la puerta de la habitación.

—Estoy segura de que eso no le gustaría al tío Reuben —repuse.

Ella no me lo discutió. Aunque él no estaba presente, su sombra parecía permanecer en la casa, vigilando. Por el modo en que tía Clara miraba por encima del hombro, daba la impresión de que temiera que la sombra le contaría lo que ella y yo habíamos hablado en su ausencia.

Cuando acabamos de limpiar y ordenar los dormitorios, tía Clara pasó el aspirador por la sala de estar. Yo enceré algunos muebles y barrí la cocina. Necesitaba mantenerme ocupada para no pensar demasiado en que mi madre estaba en la cárcel.

—Eres muy trabajadora, Raven. Espero que algunas de tus buenas costumbres se le peguen a Jennifer —dijo tía Clara, aunque sin mucho optimismo.

Preparó una ensalada de pollo para las dos, y estuvimos charlando tranquilamente mientras comíamos. La verdad es que yo apenas sabía nada de tía Clara. Me explicó dónde se había criado y cómo conoció a tío Reuben. Me dijo que él acababa de empezar a trabajar de peón en el Departamento de Obras Públicas y que ella acababa de finalizar los estudios secundarios en el instituto.

—Cuando lo vi trabajando en la carretera, parecía un adonis. Recuerdo que iba sin camisa y que sus músculos brillaban bajo la luz del sol. En aquel entonces era mucho más esbelto que ahora —dijo con cariño. Se echó a reír y añadió—: Un día, fingió que tenía que hacer unas obras justo delante de la casa de mis padres, para así poder charlar conmigo. Mi madre esperaba que yo al menos estudiaría secretariado, pero cuando eres joven, eres muy impulsiva —comentó, y se quedó pensativa durante un momento. Entonces sacudió la cabeza y me dio una palmadita en la mano—. No te lances a los brazos del primer hombre que conozcas, cielo. Contente, escucha a tu cabeza en vez de a tu corazón, y tómate tu tiempo.

Tenía la impresión de que todas las mujeres que conocía me daban el mismo consejo. Empezaba a creer que el amor era una trampa que los hombres tendían para mujeres ingenuas y confiadas. Ellos nos decían lo que queríamos oír. Nos prometían el oro y el moro. Nos llenaban la cabeza de sueños y hacían que todo pareciera sencillo, pero una vez que conseguían satisfacer sus deseos, desaparecían e iban a la caza dé otra mujer joven e inocente.

Incluso la tía Clara, que se había casado con su joven enamorado, descubrió que había caído en una trampa. Tío Reuben era el amo y señor de la casa, se comportaba como un ogro y había convertido a su mujer en poco menos que una criada en lugar de tratarla como una reina, como seguramente le habría prometido. Ella se limitaba a sacudir la cabeza y a vivir un día tras otro de su vida como un ratón atrapado en un laberinto.

Después de comer, me acompañó en coche al colegio. Era más pequeño y parecía más tranquilo que el mío. El director, el señor Moore, un hombre corpulento, de cuello ancho y unos cuarenta años de edad, nos hizo pasar a su despacho. Tras escuchar a tía Clara, llamó a su secretaria y le dio instrucciones rápidamente.

—Quiero que te pongas en contacto con su anterior escuela, que hables con su tutor y que les pidas que nos envíen su expediente académico a la mayor brevedad posible, Martha —le dijo mientras ella tomaba nota. Yo estaba impresionada por su talante práctico y su eficacia—. Supongo que sabrá usted que tendremos que recibir algún tipo de instrucciones por parte del Servicio de Protección de Menores respecto a su situación legal. Imagino que usted y su marido van a ser sus tutores legales, claro.

—Sí, claro —repuso tía Clara.

—Raven no tendrá ningún problema aquí —afirmó él, observándome detenidamente—. Sé que esto no resulta fácil para ti, pero también debes pensar en lo que supondrá para tus nuevos profesores. Ellos tienen que cargar con el trabajo adicional de ponerte al día en sus clases. Puede que las asignaturas sean las mismas pero cada cual imparte la materia a su manera, y seguro que habrá diferencias. Algunos profesores dan el programa más rápidamente que otros.

—Lo sé —contesté.

Él asintió, escrutándome por un momento con sus ojos oscuros y expresión preocupada. Entonces sonrió.

—Pero por otra parte, tienes una prima que estudia aquí. Ella te será de gran ayuda. Su hija es un año mayor que Raven, ¿verdad? —le preguntó a tía Clara.

—Sí.

—No es mucha diferencia de edad. Las dos tendréis intereses similares, estoy seguro. Ella puede echarte una mano y aclararte las dudas que tengas sobre las normas y el reglamento de la escuela. No te metas en líos, y todos nos llevaremos estupendamente, ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza.

El señor Moore le sugirió a tía Clara que me incorporara a las clases inmediatamente.

—No tiene sentido perder más tiempo. Aún puede asistir a da clase de matemáticas y de ciencias sociales. Además, por lo menos le darán los libros en esas clases —dijo.

—Es una buena idea —convino tía Clara.

Una ayudante del Departamento de Alumnado me acompañó a la clase de matemáticas y me presentó al profesor Finnerman, quien me entregó un libro de texto y me dijo que me sentara en el último asiento de la primera fila. Todo el mundo me miraba, observando cada uno de mis movimientos. Recordé el interés que siempre despertaba en mí la llegada de un alumno nuevo. Estaba segura de que todos sentían esa misma curiosidad.

Una chica, una muchacha negra llamada Terri Johnson, se ofreció a enseñarme dónde estaba el aula de ciencias sociales y me presentó a otros alumnos mientras íbamos hacia allí. Se refería a mí como «la nueva». Al acercamos al aula, vi a Jennifer venir por el pasillo, acompañada de dos amigas. En cuanto me vio se detuvo en seco y dejó escapar un gemido.

—Esa es —la oí decirles cuando pasó junto a mí, sin dirigirme la palabra.

Fue aún peor cuando acabó la clase de ciencias sociales y tuve que averiguar cuál de los autobuses escolares era el que debía tomar para volver a casa. Jennifer no me esperó y cuando finalmente di con el autobús, ya estaba sentada en la parte trasera con sus amigas y fingió que no me conocía. Yo tomé asiento en la parte delantera y me puse a hablar con un chico delgado de cabello oscuro llamado Clarence Dunsen, que tartamudeaba mucho. Eso lo hacía ser muy tímido, pero también muy receloso. Cuando se decidió a hablarme, esperó a ver si me burlaba de él. Volví la mirada hacia Jennifer, cuyas risotadas resonaban en el autobús con más fuerza que las del resto.

«Por favor, mamá —pensé—, sé buena, haz todas las promesas que hagan falta, arrástrate por el suelo si tienes que hacerlo, pero consigue que te suelten y llévame a casa. Llévame a donde quieras, pero ven a buscarme y sácame de aquí.»

 

 

—Tengo noticias —me dijo tía Clara en cuanto entramos en la casa.

—¿Qué? —pregunté a toda prisa, apretando mi nuevo libro de texto contra mi pecho.

—Tu madre no irá a la cárcel.

—¡Menos mal! —exclamé. Estuve a punto de añadir: «Hasta nunca, señoritinga Jennifer Mimada», pero vi que tía Clara no sonreía. Sacudió la cabeza—. ¿Qué pasa, tía Clara?

—El juez ha ordenado su ingreso en un centro de rehabilitación para toxicómanos. Puede que tenga que pasarse una buena temporada allí, Raven. Ni siquiera le permiten llamarte por teléfono hasta que su terapeuta lo autorice.

—Vaya —musité, dejándome caer en una silla.

—Ha ido mejor de lo que pensábamos —afirmó tía Clara.

—Genial —gimió Jennifer—. Ahora tengo una tía que está en un centro de rehabilitación para drogadictos. —Clavó sus ojos en mí, como dos pequeños focos rebosantes de odio—. Más te vale hacer lo que te dije y decirle a todo el mundo que tu madre ha muerto —me advirtió en tono amenazante.

Me limité a mirarla fijamente.

—No digas esas cosas, Jennifer —intervino tía Clara—. Y quiero que sepas que tu prima me ayudó a limpiar y ordenar tu dormitorio. A ver si puedes mantenerlo así.

—¿Y qué si ella te ayudó? Debería limpiar la casa entera. Ya oíste lo que dijo papá. Está viviendo a nuestra costa, ¿no? —replicó Jennifer.

—¡Jennifer! —exclamó tía Clara—. ¿Dónde está tu sentido de la caridad y tu amor?

—¿Amor? Yo no la quiero. Bastante canutas las he pasado ya para explicarles a mis amigas quién era. Todo el mundo quería saber por qué es tan morena. Tuve que decirles de dónde era su padre —protestó.

—¡Jennifer!

—No eres mejor que yo porque tu piel sea más blanca que la mía —espeté.

—Claro que no —dijo tía Clara—. Jennifer, yo nunca te he educado de esa manera.

—No es justo, mamá. Ahora todas mis amigas se hacen preguntas sobre nuestra familia. ¡No es justo! —repitió en tono lastimero.

—Deja de decir esas tonterías, o se lo diré a tu padre —repuso tía Clara.

—¡Pues díselo! —replicó Jennifer en tono desafiante, esbozando una sonrisita de suficiencia, y subió la escalera.

—No sé de dónde le viene esa mezquindad —murmuró tía Clara, malhumorada.

Yo me la quedé mirando. ¿Realmente estaba tan ciega o escondía la cabeza bajo el ala a propósito para no ver la realidad? Saltaba a la vista que Jennifer había heredado esa mezquindad de mi tío Reuben.

—Lo siento —me dijo tía Clara.

—No te preocupes, tía Clara. Estaré bien, con o sin la amistad de Jennifer.

Oí abrirse y cerrarse la puerta de la calle, y William entró lentamente. Alzó la mirada hacia mí con timidez.

—¿Cómo te ha ido hoy en el colegio, William? —le preguntó tía Clara.

Él abrió su carpeta y le mostró un examen de ortografía en el que había sacado un nueve.

—¡Eso es estupendo! Mira, Raven —dijo mi tía, enseñándomelo.

—Muy bien, William. Tendré que recurrir a ti para que me eches una mano con los deberes de ortografía.

Él pareció complacido, pero cogió la hoja a toda prisa y se la guardó en la carpeta.

—¿Te apetece un vaso de leche y unas galletas, William? —le preguntó tía Clara.

Él sacudió la cabeza, me miró un instante procurando esbozar lo más parecido a una sonrisa y después subió rápidamente a su habitación.

—Es muy tímido. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo tímido que es. ¿No tiene amigos con los que jugar al salir de clase? —pregunté, mientras lo observaba alejarse.

Tía Clara sacudió la cabeza con tristeza.

—Se encierra demasiado en sí mismo, ya lo sé. El sicólogo de la escuela me llamó para hablar sobre él. Sus profesores opinan que es demasiado retraído. Todos dicen que nunca participa ni levanta la mano en clase. Apenas habla con los demás alumnos. Ya lo has visto, parece una tortuga a punto de esconderse en su caparazón. No sé por qué es así —añadió, con los ojos arrasados en lágrimas.

Sentí el impulso de rodearle los hombros con mi brazo.

—Ya lo irá superando —le dije, pero ella no sonrió. Sacudió la cabeza.

—Algo no va bien, pero no sé por qué. Lo he llevado al médico. Está sano, casi nunca se resfría, pero algo... —musitó, dejando la frase inacabada. Entonces se volvió hacia mí, con los ojos llenos de lágrimas, y me preguntó—: ¿Qué es lo que hace que un chiquillo se comporte así?

En aquel momento, yo no lo sabía.

Pero pronto lo descubriría.

Sólo que no podría encontrar las palabras para explicárselo a mi tía.

 

 

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