Raven

Raven


Capítulo 3 » ESCAPAR A CASA VOLANDO

Página 7 de 15

Capítulo 3

ESCAPAR A CASA VOLANDO

 

-U

n centro de rehabilitación para drogadictos —murmuró tío Reuben mientras masticaba un trozo de su bistec de solomillo de ternera. Las escasas veces que mi madre y yo comíamos bistec, solían ser sobras recalentadas que ella se traía de Charlie’s—. ¡Eso es desperdiciar el dinero de los contribuyentes! —añadió, masticando mientras hablaba. Parecía clavar los dientes en sus amargas palabras al igual que en el bocado de carne.

—No es desperdiciar el dinero, si a ella le ayuda —dijo tía Clara con suavidad.

Él dejó de masticar y la fulminó con la mirada.

—¿Ayudarla? Nada puede ayudarla. Es un caso perdido. Lo mejor que podrían hacer con ella sería encerrarla y tirar la llave a la alcantarilla.

Jennifer se echó a reír. Levanté la vista del plato y clavé los ojos en ella.

—Deja de mirarme fijamente —espetó—. Es de mala educación mirar a alguien fijamente, ¿verdad, papá?

Tío Reuben me dirigió una fugaz mirada y entonces asintió con la cabeza.

—Sí, es de mala educación, pero ¿cómo quieres que ella lo sepa?

Jennifer volvió a reírse y me sonrió. La carne me sabía a trozos de cartón y se me atragantaba en la garganta. Dejé de comer y me eché hacia atrás en el asiento.

—Pido permiso para retirarme —musité.

—¡Y un cuerno! Tú no te levantas de la mesa hasta que te acabes todo eso —replicó tío Reuben, señalando hacia mi plato con un ademán de barbilla—. En esta casa no desperdiciamos la comida.

Jennifer cortó un trozo de su bistec y masticó con fruición sin dejar de mirarme, sonriendo con su cara regordeta mientras hacía ver que saboreaba cada bocado.

—Está riquísimo —dijo.

—Es de mala educación hablar con la boca llena —repliqué a toda prisa.

William alzó la mirada y sonrió con expresión divertida. Jennifer dejó de masticar y miró a tío Reuben. Él siguió engullendo las patatas de su plato, llevándose la comida a la boca como si tuviera que acabar en un tiempo récord.

—He hecho una tarta de pacana, Reuben. Es tu favorita —le dijo tía Clara.

Él asintió, como dando a entender que no esperaba menos. «Todos están mimados», pensé.

—Hoy he sacado un ocho en el examen de inglés —le comentó Jennifer.

—¿En serio? ¡Un ocho! Eso está muy bien —repuso tío Reuben.

—Puede que consiga estar en el cuadro de honor si el señor Finnerman me pone una nota decente en matemáticas este trimestre —alardeó.

—¡Vaya! ¿Has oído eso, Clara? Así me gusta, que mi niñita haga sentirse orgulloso a su papá.

—Sí, está muy bien —dijo tía Clara—. Por cierto, William ha sacado un nueve en ortografía —añadió.

William miró a tío Reuben, pero éste simplemente siguió comiendo al tiempo que hacía un leve ademán de asentimiento con la cabeza.

—Supongo que tendré que empezar a hacer todo el papeleo para ésta —dijo al cabo de un rato, refiriéndose a mí—. ¿Ha ido todo bien en la escuela?

—Sí —repuso tía Clara—. Ya está matriculada.

—¿Qué notas has sacado últimamente? —me preguntó él.

—Apruebo todas las asignaturas —contesté, apartando la mirada rápidamente.

—Sí, claro —dijo con soma—. ¿Tu madre te pregunta alguna vez cómo vas en la escuela?

—Sí, lo hace —repliqué, indignada. Los labios de tío Reuben se curvaron en una sonrisa desdeñosa—. Ella tenía que firmar mi boletín de calificaciones, así que siempre veía las notas que sacaba.

—¿Nunca falsificaste su firma? —me preguntó Jennifer con una sonrisa gélida, capaz de helar un río de lava.

—¿Por qué? ¿Eso es lo que tú haces? —espeté.

—Para nada. No necesito hacerlo. Yo apruebo de verdad —repuso ella—. Papá firma mi boletín de notas, ¿verdad, papá?

—Sí, siempre —convino él. Corrió su silla hacia atrás y se levantó—. Si ella va a desperdiciar comida, Clara, encárgate de no ponerle tanta cantidad cuando sirvas. Tengo que trabajar muy duro para ganar el dinero con el que se paga todo en esta casa —añadió, dirigiéndose ami.

Aunque mi estómago se quejaba, me obligué a tragarme el último trozo de came y otra cucharada de judías verdes.

—Quiero ver las noticias. Avísame cuando esté preparado el café y la tarta —agregó mi tío, y salió de la cocina para ver la televisión.

Lo seguí con la mirada, y entonces miré a William, que me observaba fijamente con expresión comprensiva. Le sonreí y a él se le iluminó el semblante.

—Tengo que hacer deberes, mamá —dijo Jennifer—. De todas formas, no tengo que fregar los platos, ¿verdad? La tienes a ella —añadió, señalándome con un ademán de cabeza.

—Aun así, deberías ayudar, Jennifer.

—No puedo. Ya has oído a papá. Él quiere que consiga estar en el cuadro de honor. ¿Es que no quieres que acabe los deberes? —preguntó en tono lastimero.

—Claro que sí.

—Pues entonces —dijo poniéndose en pie de un brinco—. Luego bajaré para coger un trozo de tarta.

Salió de la cocina. Tía Clara sacudió la cabeza con tristeza.

—Yo ayudaré —se ofreció William, y empezó a recoger los platos de la mesa conmigo.

—¿Quieres que te enseñe la casa para pájaros que he construido? —me preguntó cuando acabamos.

Tía Clara me sonrió, contenta de que William estuviera saliendo un poco de su caparazón.

—Claro —contesté.

—Está arriba, en mi cuarto. La he hecho yo solo —me dijo.

Subí tras él a su dormitorio y una vez dentro, bajó la casa para pájaros de la estantería. Era una casita de forma triangular, con mazorcas de maíz secas pegadas en la parte exterior.

—Las he pegado yo con cola —me dijo, mostrándome lo bien pegadas que estaban las mazorcas.

Cogí la casita con cuidado.

—Es una maravilla, William. Ha debido de costarte mucho hacer todo esto tú solo. ¿Cuánto has tardado?

—Un par de días —respondió con orgullo—. En cuanto ahorre lo suficiente, voy a comprarme unos gemelos para poder ver de cerca a los pájaros que vengan a la casita. ¿Sabes algo de pájaros?

Negué con la cabeza y entonces él se acercó a su escritorio y cogió una enciclopedia repleta de fotografías de pájaros de vistosos colores, con explicaciones acerca de sus hábitats y de qué se alimentaban. Después me enseñó otro libro, un manual de instrucciones para construir casas de pájaros.

—Ésta es la siguiente que quiero hacer —me dijo, señalando una casa de dos plantas.

—Es preciosa. ¿Y podrás construirla?

—Claro —repuso con confianza—. Te avisaré cuando consiga los materiales y, si quieres, puedes ver cómo la hago.

—Gracias —dije.

Me obsequió con la mejor de sus sonrisas, tan radiante que se le iluminó la mirada.

—Bueno, será mejor que empiece a hacer los deberes —le dije.

Salí de su cuarto y al pasar frente al dormitorio de Jennifer, cuya puerta estaba entornada, la vi sentada en el suelo, hablando por teléfono. Me detuve, y ella alzó la mirada hacia mí.

—¿Qué estás haciendo? ¿Espiarme? —espetó en tono desagradable.

—De eso nada. Pero pensaba que tenías que hacer tus deberes, ¿o es que estás haciendo un cursillo de chismorreo? —repliqué y empecé a bajar por la escalera, con el corazón latiéndome a toda prisa. Oí que daba un portazo a mis espaldas.

Como el cuarto de la costura estaba situado tan cerca del comedor, pude oír la conversación que tío Reuben mantenía con tía Clara mientras tomaba café y un trozo de tarta.

—No pienso gastarme un montón de dinero en comprarle ropa nueva. Quiero ver si podemos conseguir algún tipo de ayuda estatal. Tengo entendido que si acoges a un crío, recibes una prestación y te dan dinero para la manutención.

—Ella necesita algunas cosas, Reuben —le dijo tía Clara con suavidad—. ¿No crees que deberíais volver al apartamento y ver qué más tiene allí?

—¿De qué serviría eso? Tendríamos que despiojarlo todo.

—No puedes dejar que simplemente se ponga las cuatro cosas de ropa que se ha traído —insistió suavemente tía Clara.

—Está bien, está bien. Cómprale algo de ropa. Pero no quiero que te gastes un montón de dinero, Clara. Ten en cuenta que a Jennifer le hace falta ropa nueva. Ya ves lo rápidamente que está creciendo.

—A lo mejor Jennifer estaría dispuesta a compartir algunas de sus cosas con Raven —sugirió tía Clara.

Él gruñó y a continuación dijo:

—Si lo está, asegúrate de que Raven esté bien limpia antes de que se ponga algo de Jennifer.

—Oh, ella va muy limpia, Reuben. Raven es una chica realmente estupenda, a pesar de la vida que llevaba con tu hermana.

—Ya lo veremos —repuso él. Oí que se levantaba—. Asegúrate de que recoja y limpie todo esto antes de acostarse. Quiero que valore lo que se le da aquí.

—Lo valora.

Él no respondió. Lo oí entrar en la sala de estar y encender el televisor. Entonces fui a ayudar a tía Clara.

—No tienes por qué hacer esto, Raven —dijo ella en un susurro—. Ya está casi todo hecho. Anda, ve a hacer los deberes.

—Apenas me han puesto deberes, tía Clara. La semana que viene tengo que reunirme todos los días con mis profesores después de clase para ponerme al día. ¿Cuándo crees que sabremos si dejarán que mamá hable conmigo? —le pregunté.

Ella sacudió la cabeza.

—No lo sé, cielo. Reuben lo averiguará mañana.

—Él debería haberle dado más importancia al sobresaliente que William ha sacado en el examen de ortografía —comenté en voz baja—. Además, un ocho tampoco es nada del otro mundo —añadí, refiriéndome a la nota de Jennifer.

Tía Clara asintió, mirándome con una expresión que denotaba más cautela que temor.

—Lo sé —musitó—. He intentado convencerlo de que pase más tiempo con William.

—No estoy tan segura de que eso ayudara a William —murmuré, más para mí misma que para ella. Si es que me oyó, no dijo nada. De repente se quedó petrificada, como si hubiera visto un fantasma. Me di la vuelta. Tío Reuben estaba en el umbral de la puerta.

—Eso debería hacerlo ella, Clara. Tú necesitas descansar. Ven —le ordenó, al tiempo que me fulminaba con una mirada penetrante.

—Pero si ya no queda nada por hacer, Reuben.

Él continuó mirándome fijamente. ¿Me habría oído?

—Está bien, Reuben. Ya voy —repuso tía Clara. Se secó las manos con el paño y salió de la cocina. Él la dejó pasar, me dirigió otra mirada y a continuación la siguió.

Por lo que había podido observar en el poco tiempo que llevaba en aquella casa, comprendí que tío Reuben imponía su voluntad con una simple mirada, una palabra o un gesto. Era el maestro titiritero y todos los demás miembros de la familia saltaban cuando él tiraba de las cuerdas. Me sentía como si él estuviera atándome los brazos y las piernas con esas cuerdas, y tuve la sensación de que pronto me habría convertido en un títere más.

Cuando acabé de hacer los deberes, me hice la cama, me desvestí y me puse el único camisón que tenía. Tendida ahí, mientras miraba por la única ventana de la habitación y contemplaba las escasas estrellas que asomaban entre el cielo cuajado de nubes, pensé que, de algún modo, me había convertido en la Cenicienta, pero sin zapatito mágico ni hada madrina. No habría ninguna magia en mi vida.

En otro tiempo me pasaba las horas soñando con lugares lejanos, casas maravillosas, jóvenes apuestos, bailes de gala, ropa elegante y joyas preciosas. Protagonizaba mi propia película, proyectando las escenas en las paredes de mi imaginación. Así me evadía y salía de aquel pequeño apartamento.

Tuve que reírme.

Ahora que había salido de aquel cuchitril, que vivía con una familia e iba a un colegio nuevo, ¿con qué soñaba?

Con volver a mi pequeño apartamento.

 

 

La verdad es que acabó por gustarme mi nuevo colegio. Como había muchos menos alumnos por clase, los profesores podían dedicarme más tiempo y, además, comencé a hacer algunas amigas. Jennifer seguía rehuyéndome todo lo posible, pero yo empezaba a aceptarlo. En vista de la clase de amigas que tenía —chicas que se le parecían mucho, egoístas, vanidosas y taimadas—, la verdad es que no sólo aceptaba que mi prima me evitara, sino que me alegraba de ello. Había chicas mucho más agradables que ella y sus amigas a las que conocer.

Además, Jennifer distaba mucho de ser la chica modélica que aparentaba ser en presencia de tío Reuben. Era de las que fumaban a escondidas en los lavabos, y por lo que me habían contado y yo misma veía, solía copiar los deberes y en los exámenes. También me di cuenta de que sus profesores no le tenían mucho aprecio que digamos. Terri Johnson me contó que sabía de buena fuente que Jennifer y sus amigas se dedicaban a ir al centro comercial a robar, por pura diversión. Mi prima, pese a ser una chica con padres, con una casa bonita y tener de todo, no era mejor que las chicas de mi barrio, que procedían de familias rotas y vivían en lugares mucho más pobres y desagradables. Me pregunté qué haría tío Reuben si llegaba a descubrir la verdad sobre su queridísima hija perfecta.

Un día, en la cafetería del colegio, Jennifer se detuvo ante mi mesa con dos de sus amigas. Dejé de hablar y alcé la mirada hacia ella.

—Te has retrasado con la colada —me dijo—. Necesito la blusa azul y blanca para mañana. Encárgate de lavármela.

Me quedé boquiabierta, al tiempo que la miraba a ella y a sus amigas, que sonreían con expresión de superioridad.

—Pues si la necesitas, ¿por qué no te la lavas tú? —repliqué al cabo de un momento.

—Se supone que te tienes que ganar el que te estemos dando alojamiento y comida, ¿no?

—¿Y qué me dices de ti? —espeté.

—Yo, no. Yo tengo padres —repuso con aire de suficiencia—. Haz lo que te digo, o se lo diré a papá —me amenazó, y se alejó riéndose.

Terri bajó la mirada, abochornada por mí.

—Es una estúpida consentida —afirmó.

Sentí el impulso de decir mucho más que eso de ella, pero me costaba hablar. No me salían las palabras porque tenía un nudo en la garganta y hacía esfuerzos por contener las lágrimas.

—Preferiría vivir con una víbora antes que con ésa —comentó Terri, y las demás chicas de la mesa se echaron a reír.

—Sí, bueno, eso es lo que hago —murmuré—, vivir con una víbora.

Cuando volví a casa después de clase aquel día, busqué su preciosa blusa blanca y azul en el cesto de la ropa sucia. Antes de meterla en la lavadora, le hice un agujero en el hombro con la punta de mi compás. Los martes, después de cenar, tía Clara y yo doblábamos la ropa lavada y planchábamos. Ella no se fijó en que la blusa tenía un agujero, y subió toda la ropa limpia de Jennifer a su habitación. De manera que no fue hasta la mañana siguiente, cuando yo estaba segura de que ella se la pondría para lucirla en el colegio, cuando la oímos dar un alarido.

Yo ya me había levantado y vestido. Tía Clara estaba conmigo en la cocina preparando el desayuno.

—Pero ¿qué demonios...? —Salió a toda prisa hacia el pie de la escalera.

Jennifer estaba arriba, en falda y sujetador, con la blusa en la mano.

—¡Mira esto, mamá! ¡Míralo!

—¿Qué diablos ocurre? —bramó tío Reuben mientras salía de su dormitorio y se abotonaba la camisa.

—Hay un agujero en mi blusa favorita, y lo ha hecho ella. ¡Ha sido ella, papá!

Jennifer le mostró la blusa. Él dirigió la mirada a la blusa y luego a mí, desde lo alto de la escalera.

—¿Lo has hecho tú?

Negué con la cabeza.

—Ni siquiera me he fijado en que tenía un agujero. Si lo hubiera visto, se lo habría dicho a tía Clara —contesté.

—¿Por qué iba a hacer Raven algo así? —preguntó tía Clara.

—Porque está celosa —gritó Jennifer.

—Ni siquiera me gusta esa blusa. Está pasada de moda, es una blusa de abuelita —afirmé secamente.

—¡No es verdad! Todo el mundo lleva blusas como ésta. ¡No tienes ni idea de lo que es vestir a la moda!

—Por favor, Jennifer —intervino tía Clara—, deja de gritar.

William se asomó y nos miró con cara de sorpresa. Yo le sonreí, y él me correspondió.

—Si me entero de que tú has agujereado esta blusa... —me dijo tío Reuben en tono amenazante. Miró de nuevo la blusa—. No sé cómo demonios se puede hacer un agujero así en una blusa.

—Puede haberlo hecho algún bicho —sugerí.

Él me miró con acritud.

—En esta casa no hay bichos, o por lo menos no los había hasta que llegaste tú —replicó—. ¿Clara?

—Hoy mismo le compraré una blusa nueva, Reuben.

—Más te vale que no vuelva a ocurrir nada parecido a esto —me advirtió él. Le devolvió la blusa a Jennifer y entró de nuevo en su dormitorio para acabar de vestirse. Tía Clara regresó a la cocina, y Jennifer y yo nos miramos.

—Me las pagarás —dijo—. Pienso ponerme la blusa y contarle a todo el mundo lo que has hecho.

—Tú misma —repuse—. Sólo conseguirás hacer el ridículo aún más —añadí, y le guiñé el ojo a William.

—¿Y tú de qué te ríes? —le dijo Jennifer, y entró corriendo en su dormitorio.

Por primera vez en mucho tiempo, tenía apetito y tomé un gran desayuno. Hasta tío Reuben se quedó impresionado al ver que no dejaba ni una migaja en el plato.

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page