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Tercera parte. El beneficio de Cristo » Basilea (1545) » Capítulo 2

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Capítulo 2 Basilea, Miércoles de Ceniza de 1545

He pergeñado unas líneas insuficientes, que atravesarán las colinas, allende el Franco Condado, para tomar por el Sena, siguiendo el curso cada vez más amplio y llano, donde las embarcaciones pueden navegar rumbo a París y el mar. Y luego el canal de la Mancha y las costas inglesas. Un mes, quizá más. Escaparán así a la guerra, a las tropas mercenarias de los príncipes alemanes, a los ejércitos acantonados en la frontera de los Países Bajos por los vasallos del Emperador.

Entrego la carta.

Dirigida a un fantasma de nombre Gotz von Polnitz, en la ciudad de Londres.

Aunque nadie lo dijera abiertamente, sabíamos que habíamos llegado al último lance. A buen recaudo ya doscientos cincuenta mil florines. Y la sensación de que Fugger comenzaba a sospecharse algo.

Gotz von Polnitz, el único que se había quedado siempre en la sombra, imposible sospechar de él y por si fuera poco muerto desde hacía varios años antes con el nombre de Lazarus Tucher.

A él he confiado el destino de las personas más queridas. Kathleen, Magda: si la cosa se pone fea es con él con quien debéis ir. Lot deberá correr más rápido que los esbirros, sin volver la mirada atrás ni por un instante.

Apenas bajo de la nave, un zagal se ha acercado a mí y me ha desaconsejado que vuelva a casa.

—Se los han llevado a todos.

El acuerdo con Gotz. Si consigue llevárselas con él, un trapo rojo en la ventana de la casa donde hemos escondido el dinero.

El trapo estaba, y acaso todavía esté. La casa era de un viejo mercader que se había trasladado a Goa, en las Indias. También estaba el dinero: cien mil florines.

Hubiera tenido que reunirme con Kathleen y Magda, en un lugar seguro, vivir el resto de mis días en paz.

Pero me ha faltado valor: la historia de que todo aquel que se roza conmigo muere. Amigos, hermanos, compañeros de aventura. Detrás de mí hay una estela de sangre que comienza lejos, en un día de mayo, y que llega hasta aquí.

Thomas Müntzer: torturado y ajusticiado, hace veinte años.

Elias el minero: decapitado por la espada de un mercenario en una calle fangosa.

Hans Hut: asfixiado en la cárcel por el incendio de su propia yacija.

Johannes Denck: la vida segada por la peste en esta misma ciudad.

Melchior Hofmann: probablemente se pudrió en las prisiones de Estrasburgo.

Jan Volkertsz: primer mártir de las tierras de Holanda.

Jan Matthys de Haarlem: descuartizado dentro de una cesta de paja.

Jan Beuckelssen de Leiden, Bernhard Knipperdolling, Hans Krechting: torturados con tenazas candentes, ajusticiados y expuestos a la vergüenza pública en tres jaulas, colgadas del campanario de San Lamberto.

Jan Van Batenburg: decapitado en Vilvoorde.

Los nombres son nombres de muertos.

Último superviviente de una raza sin fortuna, un pueblo que la historia ha querido exterminar. Único superviviente, junto con las mujeres, que infundían energía y sensatez a los guerreros. Ottilie, Ursula, Kathleen. Magda se ha salvado, bajo otros cielos. Sus doce años son el resquicio que le queda a la vida para escabullirse de medio siglo de derrotas.

Soy el último superviviente de una época y me arrastro al lado de todos sus muertos, pesada carga a la que no quiero condenar a nadie más. Mucho menos a la familia que habría podido tener. Están a salvo, esto es lo que cuenta. Gotz ya pensará en ellos. Lo prometió.

Tal vez lo hubiera hecho también por mí, gran mago de los números, pero era un riesgo, era un apestado, un rostro que muchos habrían podido reconocer. Por eso no dijiste nada y zarpaste sin volver la mirada atrás. Lo habías dicho desde un principio: si la cosa va mal, no nos conocemos de nada, no nos prestaremos ayuda, cada uno que piense en su propio pellejo. Has cogido tu parte, y la de Eloi para Magda y Kathleen. Has demostrado ser un hijo de puta de buen corazón.

Kathleen. No bastan estas líneas para explicar, no bastarían mil cartas. Me buscaban a mí, no a vosotros, habrían apresado también a las mujeres y a los niños, es cierto, pero a Gotz el fantasma no, ponlas entonces a salvo, Inglaterra, en brazos de tus amigos ingleses y del rey borracho.

Kahtleen. Tal vez me leíste en el rostro aquel día que todo terminaba allí. Que no volverías a verme, por más que lo consiguiera, por más que saliera bien librado de esta. Porque un viejo destino había vuelto a hacer presa en mí y mil amigos perdidos morían de nuevo con Eloi.

Han apresado a Balthasar, que no volverá a ver nunca más a su mujer, han apresado a Davion y a Dorhout. Han apresado a Dominique, su prosa muere con él. Y luego a Van Hove, el dinero no le ha servido de nada esta vez; y a Steenaerts, a Stevens, a Van Heer. La gran casa se ha quedado vacía. Yo me he escapado y estoy nuevamente solo, una vez más.

Nos temíamos la ira de Fugger el Listo: no podíamos imaginar que iban a ser los sabuesos del Papa los que nos echarían el guante.

No dijo ningún nombre. Su espíritu voló libre de la carne lacerada. Dicen que se rio, que se rio bien alto, que en vez de gritar se reía. Prefiero pensar que fue así, mientras lo envuelve el humo, él que se ríe a más no poder delante de aquellos cuervos. Pero debería estar aquí, invitándome de nuevo a licor y a esos cigarros perfumados de las Indias.

El destino ha querido que yo sobreviviera, siempre, para continuar viviendo en la derrota, consumiéndola un poquito cada vez.

Soy viejo. Cada vez que una borrasca hace sonar unos truenos en el cielo, me estremezco con el simple recuerdo de los cañones. Cada vez que cierro los ojos para dormir, sé que volveré a abrirlos después de que muchos espectros me hayan visitado.

Kathleen, ahora, en un lugar lejano de la guerra, paso el tiempo que me queda, oculto, entre gente en fuga de media Europa, buscada como yo por la Inquisición del Papa y por la de Lutero y Calvino. Gente pacífica que llega con su cargamento de libros, de historias, de aventuras; literatos, clérigos perseguidos, baptistas: soy solo un rostro entre tantos otros, bastante rico para permitirme el silencio. Dinero para terminar mis días. Cien mil florines. Y ningún modo decente de gastarlos.

Soy viejo. Tal vez es solo esto. He vivido diez vidas distintas, sin detenerme nunca y ahora estoy cansado. La desesperación no me visita ya desde hace algún tiempo como si el espíritu se hubiera cerrado al sufrimiento y consiguiera mirar las cosas a distancia, como si las leyera en un libro.

Y sin embargo, de aquellas páginas, surge aún la Negra Sombra que me acompaña desde siempre, para decirme que ningún precio puede saldar la cuenta, que no se paga nunca bastante y no existe refugio seguro. Hay una partida que quiere que se le ponga fin; hay que aguantar hasta el final, sea cual sea. Todo lo que me importaba está a salvo, estoy solo yo. Yo y los fantasmas que me acompañan. Todos.

También Lodewijck de Schaliedecker, alias Eloi Pruystinck: quemado extramuros el 22 de octubre de 1544.

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