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Primera parte. El acuñador » La alforja, los recuerdos » Capítulo 13

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Capítulo 13 Allstedt, Turingia, 13 de julio de 1524

—Abre la Biblia, amigo mío.

La voz me coge por sorpresa desde la mesa en que debe de haber estado trabajando toda la noche. Apenas despierto, la boca pastosa, me vuelvo con un refunfuño:

—¿Qué?

Los ojos hinchados de quien ha escrito con una luz demasiado escasa, señala el libro sobre la mesa.

—Primera epístola a los Corintios 5, 11-13. Lee, por favor.

—No, Magister, tenéis que dormir un poco o no tendréis fuerzas siquiera para hablar… Dejad la pluma y echaos en el catre.

Sonríe:

—Tengo tiempo aún… Léeme ese pasaje: 5, 11-13.

Sacudo la cabeza mientras abro la Biblia y me pongo a buscar. Su resistencia al sueño nunca deja de impresionarme.

—«Lo que os escribo es que no os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano, sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con estos, ni comer; pues ¿por qué voy a juzgar yo a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes os toca juzgar? Dios juzgará a los de fuera; vosotros arrojad de entre vosotros al malvado».

Mientras leo asiente en silencio. Parece reflexionar sobre las palabras, repasarlas de memoria. De repente levanta los ojos, milagrosamente aún despiertos:

—¿Tú qué crees que se propone el apóstol?

—¿Yo, Magister…?

—Tú, sí. ¿Qué piensas que significa?

Releo rápidamente las palabras de san Pablo y la respuesta me sale del corazón:

—Que hicimos bien en incendiar el templo de la idolatría. Que los franciscanos de Neudorf se dicen hermanos, pero viven en la avaricia e incitan al pueblo a adorar las imágenes y las efigies.

—Vosotros lo hicisteis por una cuestión de celo. Pero ¿no crees que puede haber alguien que haya recibido de Dios la espada precisamente para este fin? ¿Que esté «al servicio de Dios por la justa condena de quien obra el mal»?

—Pablo afirma que la autoridad está por encima de este fin. ¡Pero si no hubiera sido por nosotros nadie habría castigado a esa caterva de usureros idólatras!

Se le ilumina el rostro:

—Eso exactamente. El celo de los elegidos ha tenido que arrebatar la espada a los poderosos para hacer lo que ellos no hacían: defender al pueblo y la fe cristiana. ¿Y esto no nos enseña acaso que cuando los gobernantes permiten que la impiedad se extienda, entonces traicionan su cometido y se vuelven cómplices de la iniquidad? Así pues, igual que los malvados, en palabras del apóstol, deben ser borrados de en medio.

Lo desatinado de aquellas palabras me impacta como un puñetazo, mientras él comienza a leer de su manuscrito:

—«Yo afirmo con Cristo y con Pablo, y en conformidad con las enseñanzas de toda la ley divina, que debe darse muerte a los gobernantes impíos, especialmente a los curas y monjes que tachan de herético al Santo Evangelio y no obstante pretenden ser mejores cristianos».

No es posible, trago saliva:

—Magister, esto… ¿es esto lo que vais a predicar hoy en presencia de los duques de Sajonia?

Una risa sarcástica, sus ojos relampaguean, más despiertos ahora que nunca.

—No, amigo mío, no solo de ellos. Si no me equivoco estarán también el canciller de corte Brück, el consejero von Grefendorf, nuestro Zeiss, el burgomaestre y todo el Consejo de Allstedt.

Me quedo de piedra, mientras él se levanta estirando los brazos.

—Gracias por ayudarme a ahuyentar toda duda. Ahora creo que aceptaré tu consejo y me echaré un poco. Te ruego que me llames cuando suene la campana.

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