Q

Q


Primera parte. El acuñador » La alforja, los recuerdos » Capítulo 14

Página 24 de 173

Capítulo 14 Eltersdorf, Navidad de 1525

Hoy el pastor Vogel no ha hablado para mí, ni tampoco al hermano Gustav. Su voz era como un trueno sordo, lejano. Estoy solo. Ninguna palabra que consiga convencerme. Ni después del holocausto de los indefensos, ni después de ese grito caído en el vacío. Puede quedarse para él el consuelo de la Palabra, pues yo estuve entre aquellos que creían en su fuerza.

Por la noche, en mi cuarto, con un frío intenso, leo las cartas.

Y siento que algo indefinido se abre paso y se acerca cada vez más cada día que pasa: algo que pugna por salir a la luz, pero yo lo mantengo escondido, en el fondo del estómago, con todas las fuerzas.

Y cada noche es más difícil.

Al ilustrísimo Magister Thomas Müntzer, pastor predicador de la ciudad de Allstedt.

Ilustrísimo Maestro:

El Espíritu de Dios, que infunde sabiduría y valor, esté con Vos en estas horas de tormento.

Os escribo con la urgencia y la agitación de quien ve avanzar el peligro en silencio y atacar rápido por la espalda al hombre que ha depositado sus esperanzas en él. Ya he tenido ocasión de exponeros que mis oídos habrían podido seros de ayuda, dada su proximidad a ciertas puertas que ocultan intrigas. Pues bien, no sabría decir qué es más fuerte en mí, si la alegría de poder seros por fin de utilidad, tras muchos meses desde mi última misiva, o bien la ansiedad y el desdén por todo lo que contra Vos está maquinándose.

Al Príncipe Elector, que hasta ahora había mantenido una actitud de expectativa, no le ha gustado en absoluto vuestra Liga de los Elegidos. Y de igual modo el sermón que dijisteis en presencia de su hermano. Sobre todo lo alarma el hecho de que podáis disponer de una imprenta y de que vuestras palabras puedan llegar a los focos de la revuelta que van encendiéndose poco a poco en todo su territorio y más allá. No tiene ningún propósito de atacaros directamente: creo que teme las posibles repercusiones de un gesto desatinado. Sin embargo, quiere alejaros de Allstedt, de vuestras prensas y de su Sajonia. Un tal Hans Zeiss estuvo de visita aquí hace unos días y conversó largo y tendido con micer Spalatino, el consejero de corte. Quieren aislaros. Zeiss fingirá estar de vuestra parte, pero, mientras tanto, con las debidas promesas, volverá contra Vos si no a todo el Consejo, por lo menos a vuestro burgomaestre. Dijo estar seguro de lograrlo, y no parecía una simple promesa.

Por su parte, Spalatino os escribirá una carta de parte del príncipe elector Federico para invitaros a Weimar, donde se os concederá la oportunidad de exponer de forma extensa, y ante algunos importantes teólogos, vuestras tesis. ¡No aceptéis la mano que parece que os tienden! No creáis que podéis llevaros la parte del león. No contéis con el apoyo de Zeiss y compañía: una vez lejos de los vuestros os abandonarán, jurando por lo más sagrado que vuestra llegada solo ha causado confusión en su ciudad, que vuestras teorías son peligrosas, que carecéis por completo de esa sumisión a la autoridad que Martín Lutero ha predicado.

Vos contáis con una gran fuerza: la fuerza de la palabra de Dios que encuentra a Su Pueblo por boca vuestra. Entre aquellas murallas, lejos de los campesinos y de los mineros, la fuerza os será arrebatada como a un nuevo Sansón. Zeiss será vuestra Dalila, y ya empuña las tijeras en su mano. Lo repito: no abandonéis Allstedt. Es allí donde os temen, por vuestros sermones y por vuestras prensas de impresión, temen la reacción del pueblo ante una acción violenta cualquiera contra Vos. No se atreverán a poneros la mano encima. No partáis para Weimar.

Que Dios Nuestro Señor os ilumine y sostenga.

Qoèlet

El día 27 de julio del año de 1524

Esta carta fue sin duda entregada al Magister demasiado tarde, tras su regreso de Weimar, cuando se había entrado ya en el juego del adversario. En esos difíciles días tal vez no tuvo siquiera tiempo de valorar su importancia y en cualquier caso no hizo mención de ello.

Es cierto que esta misiva revela anticipadamente lo que había de suceder. El que pergeñaba estas líneas estaba verdaderamente cerca de los aposentos de los príncipes.

Fue la lucidez de Ottilie la que había de salvarnos en aquellos días. Habríamos podido perdernos definitivamente, pero esa mujer se alzó de nuevo y nos condujo fuera del negro cenagal de una loca desesperación. Ottilie…, no estarás ahora para llevarme lejos de aquí. No sé cuál ha sido tu final: si fuiste pasto de los mercenarios o de los cuervos. El corazón, seco, me empuja casi a esperar que no hayas sobrevivido a esta nada, a la fría soledad que marca la Navidad de este año de muerte.

Ir a la siguiente página

Report Page