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Segunda parte. Un Dios, una Fe, un Bautismo » Eloi (1538) » Capítulo 1

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Capítulo 1 Vilvoorde, Brabante, 5 de abril de 1538

A ti, Jan. A tu degollamiento inmisericorde. A la multitud berreante que vomita toda clase de humores, entre quienes avanza lentamente el carro que te conduce cargado de cadenas hacia el patíbulo. Al vómito que sube a la garganta y a la fiebre que arde en las entrañas. A la Ramera de Babilonia mientras ahoga al loco David que ha engendrado en su sangre y en la de sus hermanos. Al horror incesante que se ha tragado nuestra carne. Al olvido, que ha erigido esta torre de muerte allende el cielo. Al final, un final digno de piedad, cruel final, un final cualquiera y definitivo. Lo he olvidado.

A ti, Jan, hermano, malvado sanguinario, rostro tumefacto que arrostra el odio y los golpes que llueven de todos lados. A ti, demonio emporcado por todas partes, con las ropas hechas jirones empapadas de sangre, un coágulo informe en vez de oído. A ti, cerdo que ha de ser desollado el día de fiesta, me escondo y te veo inclinar la cabeza sobre el tajo, gritando una vez más el insulto: ¡LIBERTAD!

He golpeado, depredado, matado.

La multitud descuartizaría con sus propias manos, el verdugo lo sabe y hace voltear el hacha en una especie de danza, prueba el filo, da tiempo a la sed de sangre a que suba a recubrirlo todo en medio de un fragor que no se diría terrenal.

He destruido, saqueado, violado.

Todos aquí son unos carniceros, igual que en todas partes. Todos echan pestes de algún hijo o hermano degollados por el diablo de Batenburg y por sus Armados de la Espada. No es así y, sin embargo, es la pura verdad. Lo he olvidado.

El hacha en alto, silencio repentino, cae. Dos, tres veces.

Un borbotón de vómito ensucia el calzado y la capa con los que me arrastro inclinado, se alza de nuevo el griterío, el trofeo es levantado chorreante, se han limpiado los pecados, las acciones nefandas pueden continuar.

Me matarán como a un perro. ¿De qué ha servido, de qué, de qué ha servido? Frío, dentro de la boca, frío, frío de abandono. Tengo que irme, estoy ya muerto. Tos, el brazo izquierdo me quema hasta hacerme enloquecer en la muñeca, hasta el codo, estoy ya muerto. Qué debo hacer.

El gentío se relaja, una fina lluvia, acurrucado entre banastas apiladas hasta muy arriba contra una pared. El culo sobre unos talones inestables.

Me colgarán de un palo, estoy acabado, todos los que he sido exigen mi muerte. O bien seré asesinado a patadas y con arma blanca en una oscura calle de mierda, lejos, Dios mío, me abandonan las fuerzas. En Inglaterra, lejos de este charco de sangre, en Inglaterra tal vez, cruzando el mar, o bien acabar en el mar el destino de este pingajo humano. Mis nombres, las vidas, Jan, bastardo, vuelve aquí, asesino. Devuélvelas, o llévate también lo poco que ha quedado.

—¡Comienza a cargarlas!

Hacia la puesta del sol, soy un montón de jirones mojados, paralizado dentro de una banasta de gruesos listones con un poco de paja encima.

—Voy a arreglar los caballos para la noche, luego vuelvo.

No puedo moverme, no puedo pensar, el fuego que ha extirpado la marca quema, quema. ¿Es así el final?

—Pero ¿qué coño es esto?, vaya con el pordiosero este, pero si das miedo, sal de aquí.

No respondo. No me muevo. Abro los ojos.

—¡Oooh! Madre de Dios, pero si parece muerto… Hay que joderse, tendré que enterrar a este pobre tipejo… Maldita sea.

Un muchachote alto con cara de imberbe, unos poderosos brazos, vuelto un poco de lado para no mirarme. Parado.

—Me estoy muriendo. No me dejes morir aquí.

Se sobresalta:

—Madre de… Pero ¿qué coño dices? ¿Qué? Tú no estás muerto, pero me das miedo igual, amigo, miedo.

—No me dejes morir aquí.

—Estás loco, yo no puedo cargarte. El amo me joderá vivo a zurriagazos, no tengo más que quince años, joder, y dime tú cómo me las arreglo yo para…

Me mira fijamente.

—¡Aaron! ¿Qué coño haces, es que te has dormido? Vamos, empieza de una puta vez, por favor, ¿o tengo que decírtelo en latín igual que los curas, bardaje?, sí, esa es tal vez la lengua que a ti te gusta. ¡Aaaaron!

En el terror de mis ojos se refleja el suyo, duda unos instantes, balbucea unas palabras inconexas, sí, sí, amo… Un momentito nada más, amo… me cubre con más paja seca, sí, un segundito y la carga está al completo, Aaron me carga, todo en su sitio, ata la banasta bien fuerte junto con las demás.

—¡Muévete, vamos! Que tengo que comer aún, cagar y descansar, cabezón, y cuando amanezca llevaremos ya un buen rato en pie, para irnos a Amberes, a aguantar a esos cabezas de huevo y a los descargadores del puerto. ¡Venga, muévete, Aaron!

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