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25. Póquer

Horas más tarde, y después de perder el avión de Cullen y tomar un vuelo comercial a última hora, finalmente me dirijo a la zona de recogida de equipajes, ansiosa por llegar al torneo.

—¿Oliver?

Me sorprende ver al chófer de Cullen, vestido con un pantalón corto e informal de color azul y un polo de manga corta; probablemente, Oliver no planeaba estar aquí.

—Señorita Watson.

Sonríe como si guardara el secreto más grande del mundo.

—Te ha llamado Callan.

—Sí. Y el señor Carmichael… Cullen… No sabe que está usted aquí. Estaba… de mal humor antes de que me llamase Callan. —Le brillan los ojos, lo que indica que parece pensar que su estado de ánimo era por mi culpa—. Y se me ocurrió que era mejor dejarlo fuera del plan para evitar más distracciones antes de la partida.

—Eso es perfecto. Quiero sorprenderlo, no solo le traigo su amuleto de siempre, sino que también le traigo uno de trece años. —Aplaudo con entusiasmo, y luego me doy cuenta de que, tal vez, Oliver no lo sepa—. ¿Te dijo Callan lo de Adam?

Él asiente una vez, su sonrisa se amplía.

—Tuvo algunos problemas para apartarlo de su madre, pero, al parecer, unas vacaciones gratis para ella bastaron para dejarnos disfrutar de él este fin de semana. Su avión acaba de aterrizar. Está ahí.

Con el corazón saltando de la emoción por conocer al hijo de Cullen, sigo el dedo de Oliver. Es curioso cómo me aletea ligeramente el corazón mientras escudriño caras entre la multitud. Solo tardo un momento en encontrar al niño larguirucho de ojos plateados. Está despeinado, probablemente porque habrá dormido en el avión, y lleva una camiseta de «El póquer domina el mundo» con un lema: «Acércate con precaución. Puedo leerte».

Me río.

—Es clavado a su padre.

—Ya lo creo.

Me acerco al hijo de Cullen con indecisión y espero a que recoja las bolsas de la cinta transportadora. Tiene una expresión ilegible y, al instante, me pregunto si ha sido mala idea. No a todos los niños les gusta la pareja de su padre.

¿Es eso lo que soy?

Caray, Wynn, ha sido una idea pésima.

Estoy inmersa en mis dudas cuando el niño me tiende la mano.

—Soy Adam. El tío Callan me ha hablado mucho de ti.

Intento no reaccionar de forma exagerada, pero estoy que no quepo en mí cuando se la estrecho.

—Soy Wynn. Encantada de conocerte. Tu papá me ha hablado mucho de ti.

—Me sorprende que hable de mí. —Frunce el ceño—. Mamá hace lo que puede por mantenernos separados.

—Pues la señorita Watson os ha reunido —añade Oliver, que le lanza una sonrisa amable al niño—. Y tu papá estará encantado de verte.

—¿Cómo le va? —pregunta Adam.

—No ha habido novedades todavía. —Oliver mira su reloj—. Debería estar llegando al torneo. Lo verás en el hotel. Se transmite en directo.

—Pues venga.

Exhalo feliz ante las palabras de Adam. Tiene tantas ganas de llegar como yo.

Cuarenta minutos más tarde, me pongo el vestido negro y los pendientes de la suerte cuando veo un sobre en la mesita de noche, la que está al lado de la cama de Cullen.

Nuestra cama.

Miro dentro y sonrío al ver la ficha de diez mil dólares y la nota que dice: «No tardes, porfa. Eres mi amuleto de la suerte».

Es tan predecible… Es esa previsibilidad la que me hace pensar con mis propias predicciones en un futuro con mi jugador especial.

Mi hombre está a punto de ganar un título y un brazalete.

Y…

Estamos a punto de iniciar una racha ganadora que podría durar toda la vida.

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