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26. Texas Hold'em

Cullen

El nuevo comentarista de póquer aumenta nuestras credenciales cuando entro en la zona acordonada, listo para tomar asiento. Siete de los nueve jugadores de la final han ganado numerosos brazaletes. Solo dos jugamos al póquer profesional y estoy mirando al otro, el hombre que planea conseguir un trabajo «de verdad».

—¿Todavía no te has retirado?

—Después de hoy —promete.

Lucas llega a la mesa de la final con el tercer montón más grande y esas fichas podrían ser mías.

—¿Y tu suerte? —pregunta Lucas antes de sentarse.

Miro detrás de él. Es difícil pasar por alto a sus seguidoras de cabello revuelto, joyas llamativas y voces estridentes.

—¿No podías dejar a las niñas en la guardería? He oído que en el casino hay una muy bonita.

Se echa a reír.

—Supongo que tu chica no viene.

—¿Qué les pasa a las adolescentes?

Puedo ser yo mismo mientras las bromas continúen, pero no permitiré que Lucas me moleste hablando de Wynn.

Lucas sorbe por la nariz.

—Todas tienen veintiún años o más.

—Pues no lo habría dicho. Estaba a punto de preguntar quién te hace los carnés falsos.

—¿Por qué insultas tanto a un amigo?

—Solo lo hago en las mesas —bromeo, pero he terminado de hablar, así que nos damos la mano—. Suerte. A ver si llegamos a la final de cuatro, que es donde está el dinero de verdad.

Traducción: tú quedas cuarto y yo me lo llevo todo.

Frunce el ceño ante eso y es desconcertante. Si Lucas frunce el ceño ante la palabra «suerte», solo puede significar que alguien lo está ayudando a desarrollar sus habilidades para el póquer.

Maldito. No me importaría verte a la defensiva al final, pero ahora no puedo arriesgarme.

Como no lo deje sin fichas rápido, cabe la posibilidad de que se me adelante y se quede ahí.

Una vez más, examino a la multitud, en busca de ella, mi amuleto de la suerte. Aunque parezca que las tengo todas conmigo, me siento miserable.

Odio estar en Las Vegas, en este torneo, sin ella.

El comentarista está listo para irse. Se levanta. Dice unas palabritas para acabar y se dirige a la mesa.

El crupier baraja.

Tengo la primera mano.

Pero mi chica no está aquí.

Miro las cartas.

¿Cómo coño voy a jugar a cámara lenta cuando lo único que quiero hacer es adelantar el tiempo y volver a ver a Wynn?

Wynn

Estoy tan emocionada por verlo que apenas noto a la multitud hasta que Mike está a mi lado diciendo:

—Agobia un poco, ¿eh?

—Ay, Mike, perdona. Ni te he visto. —Me sonrojo nada más decirlo. Sueno como una mujer enamorada—. Estaba distraida.

—Suele pasar. —Me tiende el brazo—. Ven, que te llevo a tu sitio. Alguien se alegrará mucho de verte.

Segundos después, siento sus ojos en mí. Pasamos delante de la prensa cuando noto el calor familiar en la parte posterior de mis piernas. La presión en mis caderas. El cosquilleo en mi espalda.

Le aprieto el codo a Mike y casi pierdo el equilibrio. Estamos frente a una multitud de mujeres cuando oigo a alguien decir:

—Mira. Es ella. Es la novia de Playboy. ¿Verdad que es guapa?

Mike me da una palmadita en el brazo como si me dijera «a por ello».

Y lo hago. Voy a por ello.

Me enderezo, respiro hondo y reúno toda la seguridad que puedo cuando finalmente me giro.

Y el tiempo se detiene.

No hay nadie. Nadie en la multitud. Nadie en su mesa. Nadie a mi lado.

Solo nosotros.

Arroja las cartas sin mirarlas.

Una sonrisa se asoma en sus labios mientras me ve tomar asiento junto a Mike.

—Ya estoy aquí —articulo con la boca.

—Nunca te fuiste.

Se golpea en el pecho, cerca del corazón.

—Hala, ¿has visto? —chilla una seguidora—. Ojalá me mirase a mí así.

Ni siquiera me doy la vuelta para ver quién lo ha dicho.

No tengo competencia.

Solo estamos Cullen y yo. Su amor me envuelve cuando encuentro mi sitio entre la multitud, un asiento donde puedo ver cómo hace lo que mejor se le da.

En cuanto me acomodo, lo miro boquiabierta y siento que su amor va dirigido a mí.

Me muero por besarlo, por abrazarlo y por estar en su cama.

Me muero por volver a ser completamente suya, porque cuando me estoy muriendo, es cuando más viva me siento.

Para, Wynn. Ya darás rienda suelta a tus fantasías luego.

Ahora está a punto de ganar el torneo más importante del mundo. Lo siento en mis venas. Veo al tiburón afilando sus aletas mientras mentalmente da vueltas alrededor de los demás jugadores de la mesa.

Está a punto de atacar.

Se adueñará del título, del brazalete y del dinero… Y después, se adueñará de mí y me devorará.

Finalmente he llegado a un acuerdo con la tristeza que he sentido estos últimos días. Puede que haya estado en Chicago, rodeada de mis pertenencias, pero no estaba aquí con el hombre al que amo. No estaba donde debía.

De alguna manera, de muchas y adorables maneras, Cullen se ha convertido en mi corazón y mi hogar.

* * *

Horas más tarde quedan cuatro jugadores y los comentaristas hacen predicciones en el momento en el que piden un descanso de quince minutos. Lucas Ingram va en cabeza. Cullen va segundo. Los montones pequeños pertenecen a dos desconocidos, jugadores que probablemente no tengan una oportunidad si las predicciones de los comentaristas están en lo cierto.

Espero a Cullen al lado del cordón y, en cuanto consigue derrotarlos, se echa a mis brazos, y sin importarle quién lo mira me atrae hacia él y me da un beso abrasador. Cuando nuestros labios se juntan, se separan y vuelven a por los del otro, no puedo creer que hayamos pasado una noche separados.

—Cullen.

Mi cara debe de estar tan roja como las rosas de verano.

—Estás estupenda —me dice sin aliento—. Empezaba a preguntarme si…

—Perdí tu avión.

—Me ha llamado el piloto para decírmelo. —Enmarca mi rostro y me mira con ternura—. Eres un espectáculo para mis ojos cansados.

—Cullen, lo siento mucho. Soy una cobarde. Yo…

—Shh… —susurra en mis labios—. Cuando te miro, veo a una mujer fuerte y hermosa. Estos ojos no ven a una cobarde. —Espera un segundo y añade—: Estás aquí y no me debes una explicación… de nada.

Sus palabras son reveladoras. Debe de tener alguna idea, alguna pista de por qué llego tarde.

—No hay secretos entre nosotros.

—Vale…

—Emmett estaba allí.

Me avergüenza admitir que perdí mi avión por mi ex.

—Lo siento.

—No me debes una explicación. —Se lo ve impasible—. ¿Y qué pasó?

—Estoy aquí.

—Sí.

Sus ojos brillan.

—Y le dije que…

—¿Qué le dijiste?

—¿Puedes darme un minuto? —Lo miro y mi corazón da un vuelco. Se me acelera el pulso. Me flojean las piernas—. Quiero hacer esto bien.

—Tú. Esto. —Señala la mesa de la final con la cabeza—. Somos perfectos.

—Entonces quiero que te quede perfectamente claro que quería estar aquí desde el momento en que me dejaste. Necesito decirte que…

Quedan dos minutos. Los jugadores pasan por nuestro lado arrastrando los pies y Cullen me toma de la mano.

—Luego. Tendremos todo el tiempo del mundo.

Me besa en la sien y me deja sola.

Mike se pone a mi lado.

—Tenía mis dudas.

—¿A qué te refieres?

Estoy tan fascinada que aparto la mirada de Cullen.

—Nunca me imaginé a Playboy sentando la cabeza y queriendo a alguien. Y míralo. Eres buena para él.

—Él es mejor para mí.

Mis palabras no han salido como pretendía.

—Tienes razón. Juega mejor, finge mejor, gana más y mejor; me gusta que formes parte de su vida.

Reclamo mi asiento y pienso que a mí también me gusta formar parte de su vida.

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