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Lunes, 12 de noviembre. Sevilla, España » Capítulo 4

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4.

La comisaria Mora está sentada en su despacho.

 

Tiene los codos apoyados en la mesa de nogal, el rostro vencido sobre las palmas de las manos, los labios apretados y la mirada baja, fija en ningún lugar. La cabellera plateada le cae hacia delante, rozando la madera.

Ayer cometió tres errores, a saber:

El primero fue quedar con Elsa. Desde que le pidió ayuda con el caso Especie, su ex no ha desperdiciado una sola ocasión para tratar de cobrarse el favor. Mora llevaba un tiempo dándole largas, pero ayer acabó cediendo. Ya fuera por los cambios hormonales de la puñetera menopausia, porque se sentía sola o porque estaba cansada de inventar excusas, aceptó esa cena pendiente.

El segundo error fue beber de la botella de vino amontillado que Elsa ya se había encargado de pedir. De esa, y de las que vinieron después.

El tercero, el más previsible dadas las premisas anteriores, y también el más catastrófico: acabar en la cama con ella.

Por la mañana consiguió huir de su propia casa sin que Elsa se despertara, pero su ex no tardó en llamarla. Mora dejó sonar el teléfono con una punzada de culpabilidad. Después comenzaron los mensajitos empalagosos, aderezados con varias cucharadas de reproche por irse sin avisar. Se van amontonando en el chat, y duda mucho que paren. Le costó meses cerrar la relación y sabe que Elsa aprovecha la mínima fisura para apalancar la vía de entrada. Basta una felicitación de cumpleaños, un «me gusta» en su nueva foto de perfil, o un encontronazo casual en el súper. No hablemos ya de todo lo que le hizo —y se dejó hacer— en su cama king size. Los quebraderos de cabeza con los que presiente que tendrá que lidiar se añaden al martilleo propio de la resaca que le pasa factura hoy.

El trino de un pájaro virtual le notifica un nuevo mensaje al tiempo que la jefa de Homicidios golpea la puerta del despacho y asoma su cabeza empapada. Mora no está segura de a quién le da más pereza atender.

—¿Sí, Vargas?

—Quiero pedirle una cosa, comisaria.

Un suspiro resuena en la estancia.

—Pasa.

Camino se sienta justo en el momento en que suena el repiqueteo del teléfono fijo, impidiendo cualquier intento de conversación.

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