Perfect

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Cinco años más tarde

Noah

Puedo decir en qué momento exacto me enamoré de ella. Fue el 23 de marzo de 1990, a las 22.59 horas. La he amado desde siempre. Cuando era niño no sabía que eso que sentía era amor. Solo sabía que me hacía mucha ilusión verla y que quería estar con ella todo el rato.

También recuerdo el momento exacto en que me di cuenta de que Piolín se había convertido en una chica y que yo me había convertido en un cabrón salido. Fue el 27 de mayo de 2004, a las 19.03.

Piolín y yo íbamos camino de nuestro refugio secreto cuando se detuvo bruscamente.

—Un penique, no lo dejes pasar, y todo el día la suerte te va a acompañar —canturreó.

Me eché a reír mientras ella se agachaba a recoger la moneda, pero al bajar la vista no me pude creer lo que estaba viendo: el culo más redondo, monísimo y perfecto del mundo, un culo que encajaría perfectamente en mis manos.

Me mostró el penique, orgullosa, como si se hubiera encontrado un millón de dólares. Me quedé mirando sus labios sonrientes como un idiota. Eran rosados, tenían forma de corazón, y sentí ganas de besarlos. Permanecí hipnotizado en el sitio, pensando en otras partes de su cuerpo que también quería besar. ¡Piolín estaba buenísima!

No estaba escuálida como otras chicas del instituto. Tenía las curvas necesarias en los lugares adecuados. Tenía unas piernas preciosas, pero lo mejor de esas piernas era que te llevaban directamente hacia su precioso culo. Su pelo, del color del chocolate, le llegaba por debajo de los hombros. Su melena, siempre brillante, contrastaba con la palidez de su piel. Tenía unos ojos increíbles. Eran de color verdeazulado. Nunca había visto unos ojos de ese color. Cuando me miraban, era como si pudieran leer en mi alma. ¿Qué demonios me pasaba? Pensé que parecía una chica, pero justo en ese momento, una sacudida en los pantalones de camuflaje me demostró que era un macho, un auténtico cabrón salido, de sangre caliente, cien por cien norteamericano.

Salí de mis fantasías calenturientas cuando la oí gritar:

—¡NOAH! ¿VIENES O QUÉ?

—¡Sí, ya voy!

La seguí varios pasos por detrás. Dentro de mis pantalones había un montón de actividad y no hacía falta que ella se enterara.

Ese verano pasé un montón de tiempo imaginándome que la tocaba y la rozaba siempre que tenía ocasión, procurando ser siempre muy sutil.

Querido Noah:

Estoy aquí sentada buscando la mejor manera de empezar esta carta. Es lo peor de la escritura. Una página en blanco es algo muy feo.

He tenido muchas dudas en la vida, pero si de algo he estado siempre segura era de que te amaba. Te he amado cada minuto de cada día; mi corazón siempre ha sido tuyo. Nunca lo he dudado. Mi amor ha ido cambiando de forma, pero siempre ha estado ahí. Sobre el amor se han escrito tropecientos libros, artículos y poemas. Nos hacen creer que es complicado, pero no es el amor lo que es complicado; es la mierda que le echamos encima. Siento haber tardado tanto en darme cuenta.

Gracias por amarme. Me has dado tanta felicidad que podría durarme mil vidas. Me enseñaste lo que era amar y ser amado. Eres mi fuerza, mi esperanza, mi paz y mi luz. Lo eres todo para mí.

Gracias por ser mi alma gemela, el amor de mi vida y mi amigo.

Gracias por las charlas, las risas, la música y los ratos que pasábamos en silencio en nuestro escondite.

Gracias por compartir las primeras veces conmigo.

Gracias por los pasteles de chocolate.

Gracias por todas las cosquillas, vibraciones, escalofríos y estremecimientos que me has provocado.

Gracias por darme la mano y por todos los abrazos. Gracias por el primer beso y por el último.

Gracias por estar en mi vida; siento haber tenido que despedirme tan pronto, pero tienes a Halle. Ella te dará fuerzas y esperanza. Serás el mejor padre del mundo.

Gracias por darme a alguien a quien echar de menos.

Te amo profundamente, por completo, aunque no esté ahí contigo.

Adiós, Noah.

Te amaré siempre,

Piolín

Estaba doblando la carta cuando Emily entró en casa.

—Hola, Noah.

—Hola.

—¿Qué haces?

—Leo una carta que me dejó tu hermana.

Emily me dirigió una mirada triste. Se había portado de manera increíble con nosotros durante la enfermedad de Piolín.

—¿Dónde está mi pequeña Halle?

—En la habitación, asegurándose de que lleva suficientes muñecas para vuestra tarde de chicas.

—Ah, muy bien. Eso es importante. —Me miró fijamente—. Y tú, ¿estás bien?

—Sí, un poco nervioso, pero bien. —Sonreí.

—Todo irá bien, ya lo verás. Déjame a Halle esta noche; que se quede a dormir. Así no tienes que preocuparte por la hora. Lo que has pasado es muy duro, Noah. Te mereces salir una noche sin tener que estar pendiente de la hora de vuelta. Sal y diviértete.

—Genial, muchas gracias, Emily. Voy a preparar la bolsa de Halle.

—No te preocupes; ya lo hago yo.

En ese momento oímos que se acercaban pasitos por el pasillo. Me gustaba mirar a Halle hacer cualquier cosa, pero sobre todo me encantaba verla correr. Lo hacía con tanta seguridad y determinación.

—¡Emmie, Emmie, Emmie! —gritó.

A Halle le hacía mucha ilusión ver a su tía. Le encantaba pasar tiempo con ella, haciendo cosas de chicas. Cruzó el salón y se estrelló contra el pecho de Emily, que la esperaba con los brazos abiertos.

—¡Hola, pichoncita! ¿Te gustaría quedarte a dormir en mi casa esta noche?

—Sí, me encantaría, pero necesitaré más muñecas.

—Claro, evidentemente.

Halle volvió su deliciosa carita redonda hacia mí y me miró con preocupación.

—Papi, ¿qué harás esta noche?

—Tengo planes. He quedado con alguien.

Emily y yo cruzamos una mirada cómplice.

—Echo de menos a mamá.

—Lo sé, pajarillo. Yo también, pero ahora tengo que irme. Voy a buscar a mi amiga, y quiero llegar con tiempo.

—Halle, vamos a buscar más muñecas y, de paso, el pijama y el cepillo de dientes —dijo Emily.

Halle le dio la mano a su tía y se alejaron pasillo abajo. Poco después, mi hija volvió corriendo hacia mí. La levanté del suelo y nos abrazamos.

—Te quiero a rabiar, pajarillo —le susurré con la cara hundida en su pelo.

Sus preciosos ojos azules buscaron los míos y su boca diminuta se curvó en una sonrisa.

—Yo también te quiero a rabiar, papi.

Durante el trayecto, estaba tan nervioso que tuve que secarme las palmas de las manos en los pantalones un par de veces. Bajé del coche y me dirigí al lugar donde habíamos quedado. Permanecí de pie, tratando de tranquilizarme. Doblé el cuello a un lado y al otro, hice rodar los hombros y respiré hondo varias veces, pero no sirvió de nada. Luego oí mi nombre:

—¿Noah?

Me volví y me la quedé mirando fijamente tras tragar la bola del tamaño de una pelota de baloncesto que se me había quedado atascada en la garganta. ¡Dios mío, era preciosa!

—Hola. —Respondí sonriendo.

—Siento llegar tarde. Había mucho tráfico. —Miró a su alrededor—. ¿Qué es todo esto?

Sin dejar de mirarla, me acerqué a ella dando tres zancadas.

—¿Es que un hombre no puede preparar algo especial para su chica?

Ella me miró entornando sus increíbles ojos de color verdeazulado.

—Sí, claro que puede.

—Bienvenida a casa, Piolín.

La sujeté por la nuca mientras la abrazaba por la cintura con el otro brazo y la atraje hacia mí. Nuestras bocas se reencontraron. Me encantaba besarla; seguía siendo mi sabor favorito.

Me aparté un poco y sonreí cuando la oí protestar con un gruñido. A ambos nos faltaba el aliento. Con los labios rozando los suyos, dije:

—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que odio que tengas que desplazarte fuera de la ciudad para escribir un artículo?

—Lo has hecho, pero tus recibimientos a la vuelta son espectaculares y lo compensan. —Me guiñó el ojo.

Negué con la cabeza para quitarme de la mente la imagen de Piolín desnuda bajo mi cuerpo. Debía mantener la cabeza clara. Estábamos en nuestro refugio secreto, así que el sexo tendría que esperar.

Había venido antes para esparcir pétalos de rosas amarillas sobre nuestra mesa y había colgado un par de hileras de lucecitas amarillas de los árboles cercanos. El sol se estaba ocultando y las luces empezaban a ser visibles. Había puesto la mesa con platos blancos, cubertería fina, una botella de vino, dos copas y un trozo de pastel de chocolate.

Le di la mano y tiré de ella en dirección a la mesa.

—¿Dónde está Halle? —me preguntó.

—En casa de Emily.

Me detuve frente a la mesa y puse la música que tenía preparada en el iPhone. Había guardado los pequeños altavoces que usé en nuestra primera cita. Sabía que algún día los volvería a usar. Cuando empezó a sonar Everything, me volví y la estreché contra mi pecho.

—¿No ha querido venir a verme?

—Sabes que, si le hubiera dicho que volvías hoy, habría querido acompañarme, pero quería tenerte solo para mí. —Ella sonrió y no dijo nada. La besé en los labios y susurré—: Echaba de menos tus labios.

—Ellos también te han echado de menos —repuso—. A todas las partes de tu cuerpo —añadió con una sonrisa sexi.

Permanecimos así unos minutos, meciéndonos ligeramente al ritmo de la música. Aún no me acababa de creer lo que estaba a punto de hacer, pero había llegado el momento.

—El doctor Lang ha llamado porque ya ha recibido los resultados de tus análisis. —Dejamos de bailar y nos quedamos mirando en silencio—. Todo limpio este año también. Ya son cuatro años libre de cáncer —dije con un nudo en la garganta.

Aunque la quimio había funcionado bien tras el nacimiento de Halle y Piolín no había vuelto a recaer, los días antes de que llegaran los resultados siempre eran una tortura. Había estado a punto de perderla dos veces, y los recuerdos de esa época volvían con fuerza cada año.

Ella suspiró hondo y admitió:

—Odio esta época del año. Aunque los resultados sean buenos, me temo que nunca me libraré del cáncer por completo.

La abracé más fuerte.

—Me gustaría poder decirte que las cosas mejorarán con el tiempo.

—¿Encontraste la carta? —me preguntó.

—Sí. ¿Por qué decidiste dármela ahora? —Me la había dejado sobre el tocador del dormitorio antes de irse de viaje.

—Me pareció que era un buen momento. Iba a esperar a que pasaran cinco años, pero ¿para qué esperar? —Me miró con sus preciosos ojos verdeazulados, que empezaban a llenarse de lágrimas.

Tenía que salvar la situación. Era una noche para la celebración, no para recordar el pasado.

—¿Cómo querrás celebrar el quinto aniversario?

—Deberíamos hacer algo especial. Irnos de viaje…, algo así.

—¿Qué te parecería una boda?

Me miró confundida.

—¿Una boda? ¿Una boda de quién?

—¿Nuestra?

Di un paso atrás y planté la rodilla en el suelo. Ella puso una cara de sorpresa tan graciosa que estuve a punto de coger el móvil para hacerle una foto, pero por suerte reaccioné a tiempo y me di cuenta de que no sería buena idea.

—Cuando te miro a los ojos, veo todo lo que quiero. No necesito nada más. Me despierto contento cada mañana porque sé que voy a verte durante el día y voy a dormir contigo esa noche; sé que voy a compartir el día contigo y con nuestra preciosa hija.

»Cada segundo de cada minuto de cada día, mes y año que he pasado contigo han sido perfectos. Te quiero. Te adoro. Quiero pasar el resto de mi vida haciéndote feliz. —Guardé silencio mientras sacaba el anillo con el diamante amarillo del bolsillo de la chaqueta. La miré a los ojos y empecé a decir—: Amand…

—Nunca me llamas así. No lo cambies ahora —me interrumpió con los ojos llenos de lágrimas.

—Piolín, ¿me harías el honor de ser mi esposa?

Estaba tan emocionada que no le salían las palabras. Alargó la mano temblorosa y yo le puse el anillo en el dedo. Me levanté, la abracé y le di un beso lento y profundo que la dejó sin aliento.

—Te quiero, Noah.

—Dilo otra vez.

—Te quiero, Noah.

—Una vez más.

—Te quiero, Noah. —Hizo una pausa—. Voy a ser la señora Piolín Stewart. —Se echó a reír—. Perdón, no me estoy riendo de ti, es que suena tan…

—¿Perfecto? —le pregunté.

—Pues sí. No podría ser más perfecto.

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