Perfect

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Escena eliminada de Perfect cobertura de chocolate

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ESCENA ELIMINADA DE PERFECT COBERTURA DE CHOCOLATE

Alargué el brazo, pero lo único que encontré fue el aire y las sábanas frías. Abrí los ojos inmediatamente y me senté, como si acabara de despertarme de una pesadilla. La habitación estaba a oscuras y no tenía ni idea de qué hora era. Mientras trataba de orientarme, sentí una opresión en el pecho y un vacío en el estómago. Le rogué al cielo que las últimas horas no hubieran sido un sueño. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, vi una luz que provenía de otra habitación. Me puse los vaqueros rápidamente. La opresión en el pecho no hacía más que crecer. Tenía miedo de que todo hubiera sido un sueño o, peor aún, de que siguiera soñando y el sueño estuviera a punto de convertirse en una pesadilla. Salí de la habitación y me dirigí hacia la luz.

Al llegar a la puerta de la cocina solté el aire que había estado conteniendo. Todo era real; ella era real y estaba allí, frente a mí. Llevaba puesto un bóxer y una camiseta mía. El pelo alborotado le daba un aire muy sexi. Me estaba dando la espalda. Sin decir una palabra, observé cómo la camiseta se le levantaba cada vez que elevaba el brazo hacia la boca. La tela le acariciaba la curva superior de su culo perfecto. Traté de calmarme mientras ella repetía el mismo gesto varias veces, pero cada vez estaba más excitado.

La miré pensando en cómo la amaba con cada centímetro de mi cuerpo y de mi alma. Sabía que, si ella no sobrevivía, yo tampoco lo haría. Se me hizo un nudo en la garganta y me obligué a contener las emociones. «Por favor, Dios, no la apartes de mí; no te la lleves ahora que al fin es mía después de tantos años». Aparté de mi mente cualquier idea que implicara perder a Piolín, y ella se quedó tiesa al oírme carraspear. No se volvió hacia mí, lo que me hizo sospechar.

—¿Qué escondes ahí, Piolín? —le pregunté sonriendo.

Ella se volvió lentamente. Cuando estuvimos cara a cara, mi sonrisa se hizo aún mayor. Sostenía un plato con el resto del pastel que aún no se había comido, y tenía el tenedor en la boca. Su expresión era la de alguien que acababa de ser pillado con las manos en la masa. Era la visión más adorable, más sexi y más bonita que había visto nunca.

Se sacó el tenedor de la boca.

—Me estaba acabando el pastel. Habría sido una lástima que se estropeara —dijo con la boca llena.

Me acerqué a ella. Su expresión pasó de decir «Oh, mierda, me han pillado» a un sexi «Ajá, me han pillado». Aunque iba vestida con mi bóxer y mi camiseta y llevaba la pierna ortopédica, se notaba que se sentía guapa y sexi por la mirada que me dirigía entre las pestañas entornadas. Me sentí muy feliz y orgulloso por haber conseguido que creyera de una vez lo mucho que la deseaba.

Sin dejar de mirarla a los ojos, cogí el plato y lo dejé en la encimera, a poca distancia de donde la empotré. Se le puso la carne de gallina a toda velocidad, y también a toda velocidad se le aceleró la respiración. Le costaba mantener la vista clavada en mis ojos y no bajarla hacia mi pecho. La agarré por las caderas y la senté en la encimera. Apoyándome en el mármol, me incliné hacia ella todo lo posible sin tocarla. Luego le recorrí la mandíbula y el cuello con la nariz. Inspiré hondo, embebiéndome de su aroma, una mezcla de frambuesa, vainilla y chocolate. Ninguno de los dos dijo nada más. Piolín y yo no necesitábamos muchas palabras para expresar lo que deseábamos en ese momento.

Bajé la vista hacia su pecho, que ascendía y descendía, y me fijé en sus pezones, que se clavaban en la tela. Deslicé las manos bajo la camiseta y ella levantó los brazos, ayudándome a quitársela. Me separé un poco para contemplarla de arriba abajo. Nunca me cansaría de mirarla. Ella empezó a moverse, inquieta. Cuando volví a mirarla a los ojos, vi que tenían un brillo travieso, que hacía juego con la sonrisa ladeada que acababa de besar.

Tomó un poco de cobertura de chocolate con el dedo y se lo acercó a los labios. Yo tragué saliva con dificultad mientras esperaba a ver qué pretendía hacer con la cobertura. La punta de la lengua le asomó entre los labios y se deslizó dedo arriba hasta apoderarse de parte del chocolate. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, soltando un largo gemido de satisfacción mientras el dulce desaparecía entre sus labios.

«Joder».

Yo seguía con las palmas de las manos en la encimera, más para apoyarme que para enjaular a Piolín. La erección me apretaba tanto contra los vaqueros que empezaba a estar incómodo, pero no pensaba moverme.

Ella abrió los ojos.

—¿Quieres un poco? —me preguntó ofreciéndome el dedo, que había vuelto a llenar de cobertura y mordiéndose el labio inferior.

—Sí. —Respondí con la voz ronca.

Me incliné hacia su dedo pero me detuve en seco cuando ella empezó a untarse de chocolate la barbilla y el cuello.

«¡Joder, joder!».

Los ojos, el corazón y la polla estaban a punto de explotarme. No sabía cuánto tiempo iba a aguantar antes de agarrarla, arrancarle el bóxer y clavarme en ella hasta el fondo.

Piolín detuvo su provocador recorrido al llegar a uno de sus pechos. Yo respiraba entrecortadamente, jadeando. Tomando un poco más de chocolate con el dedo, se untó con él la endurecida punta del pezón. Mis manos se habían movido sin que me hubiera dado cuenta y estaba agarrando el borde de la encimera con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Me temblaban los brazos mientras esperaba a que ella me diera permiso para atacar. Seguí observando mientras hacía lo mismo con el otro pezón. Cerré los ojos y agaché la cabeza para no perder el control, pero no tener sus pezones cubiertos de chocolate delante de los ojos no impidió que me los imaginara vívidamente.

Reaccioné al oírla decir:

—¿Noah? Me parece que me he manchado con el chocolate. ¿Podrías ayudarme a limpiar…?

No le dejé acabar la frase. Me abalancé sobre su cuello, cogiéndola por sorpresa. Sus gemidos y sus risas me animaron a seguir. La agarré por las caderas y la desplacé hasta el borde de la encimera. Me rodeó la cintura con las piernas, acercándome más a ella. Tras lamerle el cuello, subí hasta la barbilla y, de allí, a su boca. Nuestros pechos estaban pegados, por lo que parte del chocolate fue a parar al mío. Imaginarme a Piolín lamiéndolo me puso a cien.

Dejé su boca para descender hasta su pecho, llevándome cualquier resto de chocolate que encontraba a mi paso. Le pasé la lengua por el pezón antes de metérmelo en la boca y succionarlo. Los gemidos que salían de la garganta de Piolín eran música para mis oídos. Me había agarrado por el pelo para que no me alejara.

Me separé unos centímetros para respirar y susurré:

—Joder, Piolín…

—Sí, eso es lo que quiero que hagamos.

La dejé en el suelo, le bajé el bóxer y se lo quité. Al incorporarme, ella me agarró por la cinturilla de los vaqueros y tiró de mí. Perdí el equilibrio y tuve que apoyarme en la encimera. Mientras nuestras lenguas se reencontraban, noté que me bajaba la cremallera y metía la mano en los pantalones, acariciándome. Gruñí, y el sonido retumbó en su pecho. Le solté los labios. Agarrándola por las nalgas, la elevé hasta dejar sus pechos a la altura de mi boca. Ella me rodeó la cabeza con los brazos y la cintura con las piernas. Mientras repasaba con la lengua que no quedara ni una pizca de chocolate sobre su piel, me dirigí a la nevera y la empotré contra ella.

Cuando ella ahogó un grito, la miré.

—Está fría —protestó, haciéndome reír.

Dejé que se deslizara lentamente, y me clavé en ella. Cada vez que volvía a entrar en su interior era mejor que la anterior, y cada una de las anteriores había sido perfecta.

Arqueó la espalda, echó la cabeza hacia atrás y me ordenó:

—¡Más deprisa, cariño!

La penetré tan rápida y profundamente que pensé que no iba a poder aguantarlo. Estábamos empapados en sudor. Noté que su cuerpo se tensaba al mismo tiempo que el mío, y ambos nos corrimos gritando el nombre del otro.

Apoyé la frente sudorosa contra la suya mientras recuperábamos el aliento. Mirándola a los ojos, dije:

—Volveremos a comprar ese pastel.

—Ya te digo —asintió ella, jadeando.

—Ya te digo. —Repetí.

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