Perfect

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Capítulo 7

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CAPÍTULO 7

La honestidad no es siempre la mejor opción si, al usarla, hacemos daño a la persona que más queremos y la apartamos de nuestro lado.

Me quedé una hora en el aula de periodismo antes de volver a casa, con la idea de que Noah ya se hubiera marchado. Me sentía fatal rehuyéndolo después de que él se hubiera comportado de un modo tan maravilloso y dulce. Me había pillado con la guardia baja. No reacciono bien a bote pronto, sobre todo en temas importantes. Necesitaba un poco de tiempo para aclararme las ideas.

Brenda, una estudiante muy maja de último curso, me acompañó en coche. Entré en casa disfrutando del aroma de la salsa para espaguetis de mi madre, que le sale de cinco estrellas. Dejé la mochila sobre la encimera de la cocina y vi que estaba cubriendo un pastel con chocolate.

—Hola, mamá —la saludé mientras cogía una botella de agua de la nevera. Me acerqué a ella y apoyé la espalda en la encimera—. ¿Qué haces?

—Pues, ya ves, cariño, aquí, poniendo masilla en las paredes —respondió con una sonrisita irónica.

—La gente me pregunta a menudo de dónde saco esa vena listilla.

—Y tú les respondes que de la familia de tu padre, ¿no? Todo el mundo sabe que es un defecto congénito que tienen.

Vi que la mesa estaba puesta para seis personas. Desde que Emily se había ido a la universidad, solo quedábamos tres en casa.

—¿Por qué has puesto mesa para seis?

—Los Stewart vienen a cenar con nosotros esta noche.

—¿Por qué? —pregunté con un nudo en la garganta.

—Porque tienen que comer, cariño.

Me pasó la espátula cubierta de chocolate y llevó el pastel a la mesa.

—¿Todos? —pregunté con la boca llena de cobertura de chocolate.

—Que yo sepa, sí, todos comen.

Mamá se movía por la cocina a una velocidad endiablada, preparando las cosas para la cena con los vecinos. Era una madre genial, sobre todo cuando preparaba más cobertura de la cuenta porque sabía lo mucho que me gustaba. Sin embargo, había veces en que tenía la sensación de que el universo y ella se confabulaban contra mí.

Mientras lamía la espátula hasta dejarla reluciente, los nervios se apoderaron de mi cuerpo ante la idea de volver a ver a Noah más tarde. Dejé la espátula en el fregadero, cogí mis cosas y me fui a mi habitación. Oí que mi madre decía «Cenaremos dentro de dos horas» justo antes de cerrar la puerta. No sabía cómo iba a sobrevivir a esa cena.

Tenía demasiada energía nerviosa acumulada, así que fui a dar una vuelta en bici por el barrio, evitando pasar por la calle de Noah. Normalmente, montar en bicicleta me ayudaba a despejar la cabeza, pero en esos momentos tenía tantas ideas y sensaciones a la vez que no podía centrarme en ninguna.

Cuando regresé a casa, me duché y me puse el vestido sin mangas de rayas blancas y grises. Me dejé secar el pelo al aire y me senté a escribir el artículo sobre Noah que tenía que entregar a finales de semana, pero alguien llamó a la puerta.

—¿Sí?

La puerta se abrió una rendija. No tuve que alzar la cara para saber quién era; las mariposas que me daban vueltas en el estómago y la carne de gallina me dieron esa información.

Noah asomó la cabeza.

—Dice tu madre que la cena estará lista dentro de veinte minutos.

—Gracias.

Permaneció en el umbral un minuto antes de acabar de entrar en la habitación y cerrar la puerta. Se acercó a la mesa, apoyó las manos sobre el respaldo de la silla para mirar por encima de mi hombro y preguntó:

—¿En qué estás trabajando?

—En tu artículo. —Respondí echando la cabeza hacia atrás hasta encontrarme con su mirada.

—Hazme quedar bien.

—Como si pudieras quedar de otra manera.

«¿Y eso a santo de qué ha venido, Amanda Marie Kelly?».

Cuando lo tenía tan cerca, me sofocaba y no siempre era capaz de controlar lo que decía.

Sonriéndome, Noah cruzó la habitación y se sentó a los pies de la cama, apoyándose en los codos. Yo me volví en la silla para no perder el contacto visual. Era consciente de que él quería hablar, pero aún no sabía qué iba a decirle. Mis sentimientos me resultaban muy confusos. Lo necesitaba en mi vida. Sabía que no era lo bastante buena para él, pero no podía soportar que se fijara en otra chica. La atracción que sentía por él no hacía más que crecer y, después de lo que me había dicho esa tarde, no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar antes de rendirme a mis sentimientos. No obstante, sabía que, si me rendía, nuestra amistad se vería afectada. Decidí esperar a ver si él sacaba el tema. Tendría que improvisar.

—Piolín, ¿de qué iba lo de antes?

—¿A qué te refieres?

—No te hagas la tonta.

—No me hago la tonta.

—¿Por qué huiste de mí antes?

—Tenía que irme.

Estaba empezando a ponerme nerviosa y, cuando me pongo nerviosa, me entra ansiedad y tengo que moverme. Fui al tocador y lo revolví todo hasta encontrar el cepillo. Hice correr las cerdas con fuerza entre mi pelo antes de recogerlo en un moño alto y sujetarlo con horquillas. A través del espejo veía que Noah no perdía detalle de mis movimientos.

—¿Por qué? —preguntó.

—Porque tenemos invitados a cenar.

Estaba tratando de mantener el ambiente distendido, pero la expresión de Noah me dijo que él no estaba de humor para bromas.

Se incorporó y negó con la cabeza. Soltó el aire, frustrado, y exclamó:

—Joder, Piolín, ¿podrías parar de hacerte la graciosilla y hablar en serio un momento? —Me volví hacia él—. Lo haces cada vez que sale un tema serio.

—¿El qué?

—Sueltas un chiste y sales corriendo. —Aunque lo había dicho en voz baja, se notaba que estaba enfadado. Se pasó las dos manos por la cara un par de veces mientras esperaba mi respuesta.

—Lo siento —susurré.

—Por favor, habla conmigo.

—No estoy segura de qué quieres que te diga.

—Pues empezaré yo —repuso en un tono más calmado. Se levantó y se acercó a mí lentamente—. Eres la primera chica en la que me fijé y la última en la que me fijaré. Mi primer beso fue el mejor primer beso de la historia porque fue contigo. No puedo dejar de pensar en ti.

Di un paso atrás y choqué contra el tocador. Él estaba justo delante, y sus ojos azul claro me tenían prisionera. Apoyó las manos en el tocador a un lado y a otro de mis caderas y se inclinó sobre mí. Se me aceleró la respiración. Noté que me daba un beso muy suave en la sien y los escalofríos que me provocó fueron brutales. Bajó los labios hasta mi oreja, acariciándome la piel con la suavidad de una pluma. Notar su cálido aliento en el cuello hizo que me diera vueltas la cabeza; tuve que apoyarme más en el tocador para no caerme. Cuando sus labios me rozaron la oreja, oí que susurraba:

—Quiero que seas más que mi mejor amiga; quiero que seas mi novia. ¿Qué quieres tú, Piolín?

Sabía que eso iba a pasar; soy débil y no pude seguir resistiéndome. Llevaba meses soñando con él día y noche, con el estómago lleno de las mariposas que él ponía ahí. Estaba tan cerca, y sus labios dejaban un reguero de calor por donde pasaban. Sus palabras hacían que me derritiera, sus ojos tenían un tono de azul precioso y su aroma era fresco, como el de las naranjas dulces.

Rindiéndome, le susurré al oído:

—Te quiero a ti.

Noah se apartó un poco y ladeó la cabeza. A medida que sus labios se iban acercando, el corazón empezó a darme golpes en el pecho y la respiración se me alteró. Entre las piernas, una sensación nueva me estaba volviendo loca.

Su mirada me recorrió la cara arriba y abajo y acabó centrándose en mis ojos.

—Dios, qué hermosa eres —susurró.

Cerré los ojos sin pensar y noté que sus labios rozaban los míos. La cabeza me daba vueltas mientras mi cuerpo se entregaba a él. De repente, alguien llamó a la puerta con brusquedad. El sonido retumbó por la habitación, sorprendiéndonos. Noah saltó hacia atrás y se volvió hacia la puerta. Su movimiento fue tan brusco que me tambaleé un poco hacia delante. Mi padre gritó:

—¡A cenar!

Noah me dirigió una mirada aterrorizada por encima del hombro.

—No te preocupes, no entrará —lo tranquilicé.

Mi padre era experto en llamar sin entrar. Empezó a aplicar esa norma el día en que entró en casa y se encontró con que la profesora Tampón, también conocida como mi madre, estaba dando una charla sobre productos de higiene femenina a mi hermana Emily y a dos de sus amigas con ayuda de ilustraciones.

Me tranquilicé pasando las manos por el vestido, alisando las arrugas. Miré a Noah, que seguía con la mirada clavada en la puerta. Empecé en los anchos hombros y seguí bajando por la musculosa espalda hasta llegar a las caderas, donde había apoyado las manos. Los bíceps ponían a prueba la tela de la camisa. Sacudí la cabeza intentando no pensar en el cuerpo de Noah. Volví a contemplar de arriba abajo la fantástica visión que tenía delante y le pregunté:

—¿Vienes?

Con la barbilla escondida en el pecho, alzó el dedo índice para indicarme que necesitaba unos cuantos minutos antes de ir a la mesa. Supuse que lo mejor sería dejarlo solo, así que fui a cenar.

Cuando Noah llegó a la mesa, ya estábamos todos sentados, por lo que ocupó la única silla que quedaba libre, que, casualmente, estaba a mi lado. Papá y el señor Stewart hablaban de trabajo mientras mamá y la señora Stewart intercambiaban cotilleos sobre los vecinos. Yo aún me estaba recuperando del intenso momento que habíamos vivido en mi habitación. Tal vez si Noah no hubiera estado sentado a mi lado podría haberlo hecho, pero así era imposible, ya que no dejaba de buscar sutiles maneras de tocarme. Lo que había pasado en mi habitación había sido un error. Aunque no habíamos llegado lejos, daba igual. Tenía que mantenerme firme y no dejar que las cosas fueran más allá.

Noah apoyó un brazo en el respaldo de mi silla y alargó el otro para coger un poco de pan, acercándose tanto a mi cara que sus labios casi me rozaron la mejilla.

En voz muy baja, le dije:

—Sé lo que estás haciendo.

—Yo también; me encanta el pan de ajo.

—Te lo habría pasado si me lo hubieras pedido.

—Lo sé, pero así he podido echar un vistazo por el escote. —Le dirigí una mirada asesina—. Por cierto, me gusta el sujetador que has escogido para esta noche. Excelente elección.

Me llevé una mano al pecho tratando de cubrir el hueco al que se había asomado.

—Por favor, dime que llevas las bragas a juego —susurró, y luego se echó un poco hacia atrás, bajando la vista hacia esa zona. Cuando volví a mirarlo a los ojos, me dirigió una sonrisa burlona y un guiño antes de meterse un gran trozo de pan de ajo en la boca.

—Felicidades, Noah —le dijo mi padre.

En ese momento noté una mano en la rodilla y unos dedos que trataban de colarse bajo el vestido. Contuve el aliento y miré a Noah. Me habría enfadado mucho con él de no ser porque el contacto de su mano con la piel desnuda de mi rodilla era alucinante.

—Gracias, señor.

¿Cómo podía hablar con tanta tranquilidad y actuar ante nuestros padres como quien no quiere la cosa mientras me acariciaba la rodilla? No lo entendía.

—No es nada habitual que fichen a un alumno de segundo para el primer equipo. Estamos muy orgullosos de ti.

Para mi padre, Noah era como un hijo.

—Su madre y yo estamos muy orgullosos de él. Ya se sabe, de tal palo, tal astilla —añadió el señor Stewart.

Los dos padres se echaron a reír como si el comentario fuera de lo más gracioso. Noah sonrió mientras me acariciaba el muslo. Al querer darle una palmada, golpeé la mesa. El golpe hizo que se sacudiera.

—Amanda, ¿estás bien? —me preguntó mi madre.

—Sí, estoy bien. —A Noah se le escapó la risa por la nariz—. Quería matar una mosca.

Mi madre me dirigió una mirada molesta, pero mantuvo la voz alegre al replicarme:

—Eso es ridículo; en esta casa no hay moscas.

—Me habré confundido.

Noah volvió a apoyar la mano en mi rodilla y la apretó un poco, haciendo que inspirara ruidosamente. Las cuatro cabezas parentales se volvieron hacia mí.

—Eh…, mamá, ¿podrías pasarme el…?

La mano de Noah seguía su exploración de manera inexorable. Me apretaba la rodilla y luego me acariciaba la parte interna del muslo. Yo era incapaz de pensar, y mucho menos de formar una frase coherente.

—Eso, lo que hay en la botella…, la cosa esa que le echas a la ensalada… —dije con la voz cada vez más aguda.

—¿Te refieres al aliño para la ensalada? —me preguntó mamá, destilando más sarcasmo en sus palabras que una lluvia torrencial. Cuando asentí, añadió—: Tu ensalada ya está aliñada.

—Necesito más; por favor, dame más.

Ella me miró como si no fuera hija suya antes de pasarme el aderezo.

—¿Cómo está Emily? —preguntó el señor Stewart mientras yo inundaba mi ensalada con el aliño.

En la cara de mi madre apareció una sonrisa orgullosa.

—De maravilla; le encanta la universidad.

—¡Qué bien! —comentó la señora Stewart.

—De hecho, se ha apuntado al grupo de debate. Es una joven extremadamente elocuente —replicó mi madre, clavándome la mirada. Si hubiera sabido lo que estaba pasando por debajo de la mesa, no habría sido tan dura conmigo.

Yo estaba tan alterada que se me cayó el tenedor.

—Yo te lo recojo, Piolín.

Noah retiró la mano de mi rodilla y aproveché el momento para dar un trago de agua para calmarme. Él echó la silla hacia atrás y se agachó para recuperar el cubierto.

—¡Nos la hemos pulido! —exclamó papá sosteniendo en alto la botella vacía de vino.

De repente noté el contacto de unos labios en el muslo, justo por encima de la rodilla, y escupí toda el agua que tenía en la boca justo cuando mi padre preguntaba si querían otra.

Noah se sentó y tres pares de ojos se clavaron en mí. Los Stewart me miraron con pena, aunque seguro que era pena por mis padres. Mi madre me miraba como si se estuviera arrepintiendo de no haberme apuntado a clases de etiqueta cuando era pequeña. Mi padre, en cambio, no me prestaba atención. Estaba ocupado tratando de que la última gota de vino de la botella le cayera en el vaso.

—Iré a buscar otra. Total, no voy a comer más —dije secándome el agua de la cara.

Me levanté a toda velocidad y dejé el plato en el fregadero antes de dirigirme al garaje, donde mis padres tenían otra nevera en la que guardaban su colección de vino.

Al abrir la nevera me di cuenta de que no tenía ni idea de si querían vino blanco o tinto. Cogí una de cada para ir sobre seguro. Al cerrar la puerta de la nevera, me encontré con Noah, que me dirigía una sonrisa de oreja a oreja. Di un paso atrás y él apoyó las manos en la nevera, aprisionándome. A ese chico le encantaba aprisionarme.

—¿De qué vas, con ese rollito de las caricias y los besos? Me has besado el muslo por debajo de la mesa, la mesa donde ceno con mi familia, ¡por Dios!

—No he podido resistirme. Estás muy buena. —Meneó las cejas varias veces y se acercó un poco más.

«Me cago en todo, otra vez los dichosos escalofríos».

—Déjame en paz lo que queda de noche —le pedí, tratando de sonar enfadada, pero hasta yo me di cuenta de que estaba sonriendo. Era muy difícil enfadarse con Noah, sobre todo cuando lo que me hacía era tan delicioso.

—Vale, lo haré.

Dejó caer los brazos y dio un paso atrás para que yo pudiera salir.

—Gracias.

Al pasar junto a él, noté que me levantaba el vestido por detrás. Di un paso a un lado para que no pudiera alcanzarme.

—Joder, Noah, ¡para ya! No puedo defenderme con las dos manos ocupadas.

Él alzó los brazos en señal de rendición.

—Pensé que tenías una mota de polvo en el vestido. Trataba de ayudarte, nada más.

Lo fulminé con la mirada antes de volver a entrar en la casa.

Tampoco tomé postre, aunque el pastel de chocolate me vuelve loca. Me levanté de la mesa y me disculpé diciendo que tenía que acabar un trabajo, alejándome así de miradas paternales y de las manos y los labios demasiado juguetones de mi mejor amigo.

Me senté en la cama, recordando la sensación de sus manos y sus labios sobre la piel, y empezó a subirme la temperatura. ¿Qué coño me estaba pasando? Solo de pensar en él ya me ponía como una moto. Alguien llamó a la puerta, trayéndome de regreso a la realidad.

—¿Sí? —pregunté con la voz ronca.

La puerta se abrió lo suficiente como para dejar pasar un plato que parecía flotar en el aire con un trozo de pastel de chocolate encima. Sonreí y vi aparecer mis ojos azules favoritos.

—Te he traído el postre.

Noah entró y cerró la puerta ayudándose con el pie. Dejó el plato en la mesilla de noche y se sentó frente a mí en la cama. Levantó el tenedor, lleno de cobertura de chocolate, y me lo puso delante. Clavé la vista en mis dos cosas favoritas del mundo, aún sintiendo los efectos de la cena. Entreabrí los labios y solté un suspiro mientras nuestros ojos permanecían fijos en los del otro.

Él me ofreció el tenedor y me lo llevé a la boca, deslizándolo entre los dientes lentamente. La punta de su lengua asomó entre sus labios y se acarició el inferior con ella. No perdió detalle de mis labios mientras se cerraban en torno al tenedor. Lo oí tragar saliva cuando lo retiré, haciéndolo resbalar entre mis labios. Noah se inclinó hacia mí para recuperarlo y, al hacerlo, sus labios casi me rozaron la mejilla.

Acercándose, me susurró al oído:

—Tienes un poco de chocolate en la comisura de los labios.

Yo me quedé muy quieta. Con la mirada fija en él, aguardé mientras permanecía a un centímetro de mi boca. La temperatura de mi cuerpo se elevó hasta los cuarenta grados. ¿Qué demonios estaba haciendo? Tenía que parar inmediatamente. Era débil y estúpida por permitir que las cosas llegaran tan lejos. Además, sus padres y los míos estaban en casa; en la otra punta, pero bajo el mismo techo. Empecé a imaginarme cómo sería no tener a Noah en mi vida y me angustié. ¿Con quién compartiría mis sueños y mis miedos? ¿Cómo iba a sentirme segura si él no estaba en mi vida? La angustia se transformó en pánico, oprimiéndome el pecho. Me faltaba el aire y empecé a marearme. Tuve que apartarme de él.

Él también se apartó sin perderme de vista. No quería mirarlo a los ojos, pero tenía que hacerlo para que entendiera que hablaba completamente en serio.

—No podemos seguir con esto; no puedo ser tu novia. —Él se me quedó mirando unos segundos más antes de volverse y sentarse mirando hacia fuera, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza gacha.

—¿Por qué? —me preguntó con un hilo de voz.

—Tengo miedo de que pase algo y rompamos la relación. Si la jodemos y las cosas se tuercen mucho, no querrás volver a saber más de mí.

—Menuda tontería.

—No, no lo es. ¿Te acuerdas de Tyler Evans? Emily y él eran buenos amigos. No tanto como nosotros, pero casi. Decidieron cruzar esa línea y empezaron a salir. Duraron seis meses y las cosas acabaron muy mal. Ni siquiera siguieron siendo amigos. Emily y yo nos lo encontramos un día en el centro comercial y la trató fatal. No podría soportar que nos pasara lo mismo.

—Nosotros no somos ellos.

—Lo sé, pero Emily es perfecta en todo. Y si ni siquiera ella logró hacerlo funcionar, es evidente que yo tampoco podría. Necesito que formes parte de mi vida. Salir contigo sería exponerse demasiado. No pienso correr ese riesgo. Siento lo que ha pasado antes; no debería haber permitido que las cosas llegaran tan lejos.

—Pues yo no siento lo que ha pasado; lo único que siento es que no estemos juntos.

—No es que no quiera; pero no quiero complicar las cosas y cargarnos nuestra amistad. Además, tú te mereces a alguien mejor que yo, Noah.

«Te mereces lo mejor y, por mucho que quiera ser lo mejor para ti, sé que acabaré por decepcionarte. Tengo la sensación de que decepciono a todos los que me conocen, y tú eres la última persona en el mundo a la que querría decepcionar».

—Para mí no existe nadie mejor que tú —me dijo mirándome por encima del hombro.

—Pero esos sentimientos se desvanecerán y las cosas volverán a la normalidad. Nuestros cuerpos están sujetos a un montón de cambios; tenemos las hormonas revolucionadas. Solo debemos controlarnos y aguantar hasta que pase. —Estaba tratando de reprimir las lágrimas. Él se sentó y, cuando se volvió hacia mí, vi que le había hecho daño. No pude seguir conteniéndome y se me escaparon unas cuantas—. No puedo perderte, Noah.

—Nunca me perderás, Piolín. Siempre estaré aquí si me necesitas. —Me acarició la cara, desde la mandíbula hasta llegar a la barbilla.

Yo negué con la cabeza, apartándome un poco de él.

—Por favor, Noah, no puedo —susurré.

De un solo movimiento, bajó la mano, se levantó y se dirigió a la puerta. Ya tenía la mano en el pomo cuando le dije con un nudo en la garganta:

—Te veo mañana cuando vayamos a recogerte para ir al insti, ¿vale?

Él respondió sin mirarme:

—No hace falta que paséis a recogerme mañana. El entrenador ha convocado reunión del equipo antes de que empiecen las clases. Me llevará Travis.

Al ver que seguía sin darse la vuelta, me puse nerviosa. Con voz temblorosa, añadí:

—Te veo allí, pues.

—Tal vez. Nos vemos, Piolín.

Cuando oí el ruido de la puerta al cerrarse, me desmoroné por completo. El dolor que hasta ese momento tenía en el estómago se desplazó al resto de mi cuerpo. Me volví y enterré la cara en la almohada para disimular los sollozos. Temblaba de arriba abajo y estaba ardiendo. Nunca había sentido un dolor tan intenso. Al ver desaparecer a Noah se apoderó de mí una sensación de pérdida abrumadora. Me repetía que ya hablaría con él al día siguiente; que estaba enfadado pero que, tras una noche de reflexión, se daría cuenta de que tenía razón. ¿Por qué cambiar algo que nos había funcionado tan bien hasta ese momento? Aunque nuestra relación podría mejorar temporalmente si nos hacíamos novios, estaba convencida de que, a la larga, yo no sería lo bastante buena para él. Y necesitaba estar segura de que Noah estuviera en mi vida siempre.

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