Perfect

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Capítulo 8

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CAPÍTULO 8

Los dos sentimientos más devastadores del mundo son el fracaso y la soledad.

El fracaso, hasta cierto punto, está bajo nuestro control. En teoría, si uno trabaja duro y da el cien por cien de sí mismo, logra su objetivo. Yo tengo la sensación de que trabajo duro, pero o me engaño a mí misma, o tengo el gen de la incompetencia muy desarrollado. Tal vez tuve un tataratataratatarabuelo que era una nulidad absoluta.

La soledad es peor que el fracaso porque la controlan los demás. En mi vida solo hay una persona que influye en la percepción de si estoy sola o no. Y ser tan vulnerable ante una persona da mucho miedo.

Hacía tres días que no hablaba con Noah. Nunca habíamos pasado tanto tiempo sin hablar. Creo que no habíamos pasado ni un solo día sin hablar o sin vernos. Y no es que yo no lo intentara. Lo llamé varias veces, pero él no respondió; siempre acababa saltando el buzón de voz. Lo vi algún momento en clase, pero se mostraba muy distante; se podría decir que me ignoraba. Si pasábamos uno al lado del otro, me decía «Hola» y para de contar. Después de cada uno de esos encuentros tenía que ir al lavabo de las chicas y me pasaba un buen rato llorando. No era capaz de concentrarme en nada. Tras un día entero sin ningún tipo de contacto, estuve a punto de ir a su casa para obligarlo a hablar conmigo. Me dije que podría superar mis inseguridades; que sería capaz de cruzar la frontera y ser su novia. Pero el pánico volvió a adueñarse de mí. No sabía cómo impedir que el miedo dictara mis actos; no sabía cómo superarlo.

Todos los días, al acabar las clases, iba al aula de periodismo y contemplaba las fotos que le habíamos hecho para el artículo. Luego lo seguía por todas partes. Pasaba mucho rato frente a los vestuarios masculinos, lo que me hizo ganarme varias miradas extrañadas y unos cuantos números de teléfono. Él me vio varias veces, pero fingió que no se daba cuenta. No tener contacto diario con él hacía que me sintiera perdida, sin rumbo. Sin él no sabía quién era. Era consciente de que mis palabras de la otra noche le habían hecho daño, pero supongo que no me di cuenta de hasta qué punto. Había dicho que estaría disponible si lo necesitaba, pero no era verdad. Lo necesitaba mucho y él no me hacía ni caso.

El día del baile llegué a casa antes de lo habitual. Emily había venido a pasar el fin de semana. Me iba a ayudar a arreglarme para el baile, y me había dicho que no me entretuviera al salir de clase. Me dijo que necesitaba varias horas para dejarme a punto; no supe cómo tomármelo. Normalmente, no tardaba mucho en arreglarme para ir a cualquier sitio. A esas alturas, lo que menos me apetecía en el mundo era ir al baile de las narices, pero había invitado a Vincent, y no me parecía bien llamarlo para anularlo.

Estaba tumbada en la cama de Emily mientras ella buscaba el vestido de fiesta perfecto para mí. Por suerte, mi hermana era una chica guapa que iba a un montón de bailes y que tenía una talla parecida a la mía. Yo seguía siendo un poco más bajita y con más curvas que ella, pero la diferencia no era tan notoria como cuando éramos pequeñas. Me importaba bien poco lo que llevara puesto esa noche. La oía refunfuñando dentro del vestidor. Al ver que no respondía, asomó la cabeza.

—Amanda, ¿me has oído? —me preguntó.

—¿Eh?

—¿Qué te parece ir de amarillo?

—Con tal de que no lleve plumas pegadas, me parece estupendo, Emily. —Respondí sin entusiasmo.

Ella se me quedó mirando unos instantes antes de echarse a reír.

—Es verdad, me había olvidado de Piolín. ¡Qué risa! Sabíamos en cada momento dónde estabas: solo teníamos que seguir el rastro de plumas amarillas.

Le dirigí una mirada asesina.

—¿Aún es demasiado pronto para gastar bromas? Perdón. Venga, dúchate, lávate bien el pelo y aféitate por todas partes.

Eché un vistazo a la hora en la mesilla de noche.

—Aún faltan dos horas y media para el baile —protesté gimoteando.

—Lo sé, has de darte prisa; no tenemos mucho tiempo. —Me cogió de las manos, tiró de mí para que me levantara y me empujó hacia la puerta.

Seguí al dedillo las instrucciones de mi hermana, a pesar de que no le veía el sentido a nada. Tenía el cerebro tan embotado que no era capaz de tomar ninguna decisión. En mi cabeza solo había sitio para Noah. Su imagen aparecía una y otra vez ante mis ojos. Me duché, me enjaboné y me depilé antes de volver a la habitación de Emily. El vestido que había elegido colgaba de la puerta del vestidor. Era el que ella había llevado a la gala en la que se presentaba a reina del instituto. Por supuesto, ganó. Era un vestido de tafetán amarillo pastel sin mangas.

El corpiño se ajustaba perfectamente a mis curvas. Me sentaba tan bien que parecía que tuviera más de todo. La falda me llegaba justo por la rodilla. Era acampanada, con mucho vuelo, y estaba adornada por flores en relieve distribuidas estratégicamente cerca del dobladillo. Me había dejado al lado unas sandalias plateadas con un tacón de casi diez centímetros. Los tacones no acababan de convencerme, pero no fui capaz de mostrar resistencia.

Emily me hizo poner el vestido antes de empezar con el peinado y el maquillaje. Estaba sentada en su tocador, con la ropa protegida por una enorme toalla para que no se manchara.

¡Cuánto trabajo por un baile al que ni siquiera quería ir!

—Creo que te quedaría muy bien un recogido. ¡Ah, y necesitas pendientes! Puedes llevar las lágrimas de diamante que me regalaron papá y mamá cuando cumplí los dieciséis —me ofreció Emily con entusiasmo.

—Lo que tú digas estará bien —repliqué en el mismo tono monótono.

—Para ser tu primer baile, no pareces muy entusiasmada. —Me encogí de hombros—. ¿A qué hora vendrá a buscarte Noah?

Se me hizo un nudo en el pecho. Solo le había dicho que iba a ir a un baile, pero no le había aclarado quién era mi acompañante.

—No me viene a recoger.

—¿Por qué no? —preguntó, observándome a través el espejo mientras me cepillaba el pelo.

—Porque no voy con él.

Mi hermana dejó de cepillarme el pelo y me miró sin entender.

—Lo siento; daba por hecho que…

—Pues ya ves.

—¿Por qué no vas con él?

—Porque no se lo pedí.

—¿Voy a tener que seguir arrancándotelo todo con sacacorchos o me vas a contar de una vez por qué no vas a tu primer baile con Noah?

—Pues porque no lo invité a ir. Además, él no está precisamente muy contento conmigo ahora mismo.

Bajé la vista hacia mi regazo para no tener que mirar a Emily a los ojos. Temía que si decía una palabra más me echaría a llorar.

Ella dejó lo que estaba haciendo y se apoyó en el tocador para mirarme a la cara.

—¿Quieres contármelo?

No podía hablar. Estaba a punto de derrumbarme por completo. Si abría la boca para decir aunque fuera una sola palabra, no sería capaz de seguir conteniéndome, así que negué con la cabeza. Con la punta de los dedos, Emily me levantó la cara. Yo tenía ya los ojos llenos de lágrimas.

—Cuéntamelo, Manda. ¿Qué ha pasado?

—No sé qué decirte. Solo sé que lleva ya tres días sin hablarme. No responde al teléfono y me ignora en el instituto.

Me sequé una lágrima de la mejilla. Menos mal que aún no había empezado a maquillarme.

—Debe tener alguna razón para comportarse así; eso no es propio de Noah. Puedes contármelo, no se lo diré a nadie.

Dudé si contárselo o no. No es que no tuviera confianza con ella; sí la tenía, pero me daba vergüenza admitir que yo era la causante del problema. Era un desastre, una fracasada. Había roto mi amistad con Noah.

—Las cosas están cambiando y… no sé qué hacer… —Se me rompió la voz y se me escaparon varias lágrimas.

Emily me dirigió una sonrisilla.

—Es duro cuando tu mejor amigo se convierte en un chico guapo, ¿eh? —No respondí, ni falta que hizo. Por mi expresión, Emily vio que había acertado—. ¿A Noah le gusta alguna chica? —Asentí—. Y a ti, ¿te gusta ella?

—No, no me gusta. Esa chica no es lo bastante buena para él.

Aparté la mirada. No estaba mintiendo…, no del todo. Lo que pasaba era que Emily no sabía que estaba hablando de mí misma.

—Y ¿por eso se ha enfadado contigo?

—Sí —susurré.

—Cariño, sé que es duro y que ahora te parece que las cosas no tienen solución, pero se arreglarán, ya lo verás. Noah y tú tenéis algo muy especial, desde siempre. Nada podrá interponerse entre vosotros mucho tiempo.

—Gracias.

—Vamos a acabar de arreglarte. Serás la chica más guapa del baile.

Me dio un abrazo y siguió peinándome.

El dichoso baile se había convertido en una pesadilla, y eso que todavía no había bajado del coche. Cuando llegamos al aparcamiento, sentí ganas de vomitar. Estaba nerviosa por todo: por mi aspecto, por tener que socializar con Vincent, por tener que ver a Noah y a Beth juntos y, bueno…, básicamente porque iba a ver a Noah. Durante el trayecto en coche, fui tirando constantemente de las flores de tafetán cosidas en el vestido. La guinda de mi helado de nervios la ponía el hecho de que iba en el coche con mis padres. Yo quería que me acompañara Emily, pero ellos insistieron. Dijeron que, ya que Vincent no venía a buscarme a casa, querían acompañarme para poder hacerme fotos. Tuve que aceptar: al fin y al cabo, era mi primer baile.

Papá aparcó y nos acompañó a mamá y a mí al gimnasio, donde se celebraba la fiesta. Mientras nos acercábamos, vi unos flashes. Eran los padres de Vincent, que le estaban sacando un montón de fotos. La verdad es que no estaba mal. Podría decirse que era mono, así, a lo empollón. Llevaba una chaqueta universitaria oscura, unos pantalones chinos y una camisa azul cielo con una corbata de cachemir. No exactamente lo que uno se encuentra en las portadas de la revista GQ, pero no estaba mal.

Al ver que me dirigía hacia él, abrió la boca y pestañeó varias veces, como si no pudiera creerse lo que estaba viendo. Sonreí. Sabía que probablemente no era verdad, pero por primera vez en mi vida me sentí guapa. Teniendo en cuenta la materia prima con la que contaba, Emily había hecho un gran trabajo. Vincent y yo permanecimos allí sufriendo mientras ambas parejas de padres nos hacían un millón de fotos, por lo menos. Al fin nos despedimos de ellos y nos dirigimos a la entrada.

A cada paso, el estómago me daba una vuelta de campana. Habían logrado que la puerta del gimnasio pareciera bonita decorándola con rosas blancas y diminutas flores también blancas.

Al entrar, apenas distinguí nada hasta que los ojos se me acostumbraron a la iluminación, muy tenue. En las cuatro esquinas de la cancha de baloncesto habían colocado cuatro columnas, adornadas también con las mismas lucecitas blancas. Y había globos con los colores del instituto —blanco y azul marino— atados por todas partes. El DJ estaba colocado en el extremo más lejano. Y en la pared de enfrente habían montado una mesa donde se servía ponche y aperitivos.

Busqué a Beth y a Noah entre la multitud. Ninguno de los dos sabía que yo iba a estar allí. No tenía muy claro si me apetecía que me vieran o no. El gimnasio estaba abarrotado, así que sería fácil pasar desapercibida. Solo quería verlos un momento; necesitaba verlos juntos.

Vincent y yo nos apoyamos en la pared, escondidos detrás de un grupo de chicos y chicas demasiado tímidos para sacar al otro a bailar. Los ojos se me iban a la puerta constantemente para ver quién entraba.

—¿Quieres bailar conmigo? —me preguntó Vincent, nervioso.

—¿A ti te apetece?

—Buenos, estamos en un baile, ¿no?

—Vinnie, no permitas que las reglas de la sociedad dicten nuestros actos. Pensaba que eras un librepensador, tío. De hecho, esa fue la principal razón por la que te invité al baile.

Él se encogió de hombros y volvió a apoyarse en la pared.

Llevaba cuarenta minutos de pie, escaneando la sala, y no había visto ni rastro de Noah ni de Beth.

—Voy a buscar ponche. ¿Te apetece un vaso? —me preguntó Vincent con indiferencia.

—¿Cómo? Ah, no, gracias, no hace falta.

Al moverse, me tapó la vista durante un segundo. Cuando salió de delante, los vi: Noah y Beth acababan de entrar. No sé si fue porque no estaba acostumbrada a la altura de los tacones, pero cuando vi a Noah, las rodillas me temblaron y comencé a marearme. Tuve que apoyarme en la pared para no caerme.

Estaba impresionante. Casi todos los chicos llevaban chaqueta universitaria, pantalones chinos y camisa de vestir, pero él se había puesto un traje negro que contrastaba maravillosamente con la camisa gris y la corbata, de un gris más intenso. Aunque había poca luz, sus ojos azules brillaban con más intensidad en comparación con los tonos oscuros de la ropa. La combinación de las prendas oscuras, los ojos claros y el pelo castaño era tan sexi y caliente que quemaba.

Cuando Beth y él se metieron entre la multitud, varias parejas fueron a su encuentro. Las chicas se agruparon y los chicos se quedaron a un lado. No podía apartar la mirada de Noah. Tan embobada estaba que ni me di cuenta de que Vincent se había acercado, y me sobresalté cuando me habló.

—Amanda, eh…, Sarah Grice me ha invitado a bailar. Le he dicho que tenía que preguntártelo a ti.

—¿Me estás dejando plantada en mitad del baile? —Me sorprendió un poco, la verdad.

—No, claro que no. Mira, sé por qué me invitaste. Te oí hablar con Beth el otro día en el banco. —Me dolió que pensara que lo estaba utilizando—. No pasa nada, me alegro de haber venido contigo y no con una chica de verdad. —Fruncí las cejas molesta—. Ya sabes lo que quiero decir. Además, en el instituto todo el mundo sabe que Noah y tú…

—Noah y yo, ¿qué?

—No sé, es evidente que entre vosotros hay algo.

—Es mi mejor amigo; nos criamos juntos, no hay nada más.

Vincent empezó a juguetear con un botón de su chaqueta.

—Mira, esta conversación me hace sentir muy incómodo, y no quiero que Sarah invite a otro. ¿Puedo ir a buscarla?

—Sí.

—Gracias, Amanda, eres una colega. —Me dio unos golpecitos en el hombro, se volvió y desapareció entre la multitud.

Volví a buscar a Noah y a Beth, que seguían en la misma posición, apartados el uno del otro. Las cosas iban bien. Yo estaba a cubierto, y Beth y Noah no bailaban. Con eso me daba por satisfecha, pero en ese momento oí su voz.

—Hola, Amanda, ¿qué demonios estás haciendo aquí?

—Hola, Brittani. Es un acto académico. ¿Por qué no iba a asistir?

—Tenías que venir con pareja.

—He venido con pareja.

—¿Con quién?

—Con Vincent Chamberlin.

Ella miró a un lado y a otro.

—¿Ah, sí? ¿Y dónde está?

Titubeé unos instantes antes de responder:

—Ahora mismo está bailando con Sarah Grice.

—Oh, Dios mío, ¡eres patética! Ni siquiera puedes mantener la atención de un empollón.

Le dirigí una mirada enfadada. Con el rabillo del ojo vi que se sacaba algo del bolso y lo mantenía oculto con la otra mano para que yo no viera lo que era. Se llevó la mano a la boca y echó la cabeza hacia atrás. Estaba bebiendo de una petaca.

—¿Quieres un trago? —me ofreció al acabar.

—Eres como un personaje de una serie para adolescentes —repliqué negando con la cabeza—. Será mejor que vayas con cuidado: como te pillen, te expulsarán.

Siguiendo la dirección de mis ojos, vio que estaba mirando a Noah.

—Noah es perfecto. Nunca podrás tenerlo. —No le dije nada; aguardé a que se alejara reptando como lo que era, una serpiente—. Me das un poco de pena. Nunca sabrás lo que se siente al tenerlo pegado a tu cuerpo; al sentir sus labios y sus manos por todas partes. Le encantan estas —se señaló su enorme delantera—. No puede mantener las manos lejos de ellas, y mi culo lo apasiona…

—¿Adónde quieres llegar con esto? —La interrumpí bruscamente.

—Piensas que eres mejor que yo, ¿no?

—No es que lo piense.

—Ahora entiendo por qué Noah dice que nunca saldría contigo. Cree que eres una bruja estirada. De hecho, nos dijo a Beth y a mí que lleva tratando de librarse de ti desde el año pasado, pero que no sabía cómo hacerlo. Supongo que no quería herir tus sentimientos. Ahora que ya lo sabes, ¿por qué no lo dejas en paz? Beth y él hacen muy buena pareja; son perfectos el uno para el otro.

Noté que los ojos se me llenaban de lágrimas. No sabía si era el alcohol, que la volvía más zorra de lo normal, o si siempre era así. Se había dado cuenta de mi punto débil y lo había machacado con fuerza. Pero no pensaba darle la satisfacción de verme llorar.

Abriéndome camino entre la multitud, crucé la pista de baile en dirección a la salida, oyendo su risa mientras me alejaba.

Una vez fuera, el aire de la noche me dio en la cara. Respiré hondo un par de veces tratando de calmarme. Necesitaba estar sola. De una esquina salía la escalera que llevaba a la planta superior del gimnasio. Estaba cubierta y tenía paredes a ambos lados, por lo que me proporcionaría un poco de intimidad hasta que llegaran mis padres a recogerme. Subí unos cuantos escalones y me senté. Cuando me convencí de que nadie me veía, me tapé la cara con las manos y dejé que las lágrimas fluyeran.

Me daba mucha rabia que Brittani tuviera la capacidad de amargarme tanto. Sabía que probablemente me había mentido, pero daba igual; conocía mis inseguridades y las usaba contra mí. Me sentía como si estuviera en caída libre y no tuviera dónde sujetarme. Quizá esa vez él se había hartado y no sabía cómo librarse de mí. Llevaba días ignorándome; ni siquiera respondía a mis llamadas. Lo único que yo quería era salvaguardar nuestra amistad para que siguiera siendo como siempre. Solo deseaba dar un pequeño paso atrás; no apartarlo de mi vida por completo.

Mis padres vendrían a buscarme dentro de media hora y no pensaba moverme de allí hasta entonces. Respiré hondo varias veces más, tratando de contener las lágrimas. Cuando al fin pareció que empezaba a tenerlas bajo control, oí pasos que se acercaban. Me pegué tanto como pude a la pared, para pasar desapercibida. No había luz en la escalera, así que no podían verme. Esperaba que pasaran de largo. La única luz de la zona provenía de la fachada del edificio de música. Los pasos se acercaron más y más hasta que se detuvieron. Contuve el aliento.

—¿Piolín?

Al levantar la cara vi que Noah se había asomado a la escalera y estaba mirando hacia arriba. Hacía tres días que no lo oía pronunciar mi nombre; hacía tres días que no lo veía. Tal vez Brittani tenía razón y era verdad que estaba harto de mí.

—Hola —dije, y ya solo esa sencilla palabra me costó de pronunciar.

—¿Estás bien? —Se acercó un poco más al pie de la escalera.

No podía permitir que me viera con las mejillas llenas de lágrimas, así que permanecí inmóvil en la oscuridad y respondí tratando de sonar despreocupada:

—Muy bien. ¿Qué estás haciendo aquí? —No logré evitar que me temblara la voz.

—Yo iba a preguntarte lo mismo. No sabía que ibas a venir.

—Ya, bueno, fue una decisión de última hora. ¿Cómo has sabido dónde encontrarme?

—Te vi cruzar la pista de baile y te seguí. Además, parece que estás mudando las plumas otra vez, Piolín. —Sonriendo, me enseñó dos flores de tafetán que se me habían caído por el camino, sin duda las dos que había estado retorciendo en el coche—. ¿Puedo sentarme a tu lado?

Sentí una fuerte punzada en el estómago y una opresión en el pecho. Me sequé los ojos y me levanté, pero me quedé quieta en el sitio.

—No, me iré enseguida; mis padres están a punto de llegar.

—¿Por qué lloras, Piolín? —me preguntó con cariño y preocupación.

Algo tenía que responder, así que mentí:

—Porque mi acompañante me ha dejado plantada en medio de este estúpido baile y se ha ido a bailar con otra chica.

—Dime quién es y le patearé el culo. Cualquier tío que te deje plantada es gilipollas.

—Bueno, ahora mismo parece que me salen por las orejas —dije, pero enseguida me arrepentí e hice una mueca. No quería discutir con Noah; solo quería recuperarlo.

No obstante, al parecer, a él le hizo gracia porque se echó a reír.

—¿Me harías un favor? —me preguntó.

—Depende.

Me ofreció la mano.

—Baila conmigo.

—No puedo volver ahí dentro, Noah. Mis padres están a punto de llegar y…

—No hace falta que sea dentro. —Hizo una pausa—. Por favor, Piolín.

No le veía bien la cara, pero me pareció que tenía la voz rota, como si se estuviera aguantando las lágrimas. Respiré hondo, eché los hombros hacia atrás y bajé la escalera.

Le di la mano y él me ayudó a descender los últimos escalones. Retrocedimos un par de pasos hasta llegar a la pequeña superficie iluminada por la farola. Noah me rodeó la cintura con su otro brazo y me atrajo hacia sí. Contuve el aliento al notar escalofríos por todo el cuerpo. Me soltó la mano y, apoyando la suya en mi mejilla, me secó las lágrimas con el pulgar. Apoyó la frente en la mía y susurró:

—Estás preciosa. Me gusta cómo te queda el pelo recogido.

Bajé la vista, esperando que no notara que tenía los ojos rojos de haber llorado.

—No hay música —protesté en voz baja.

Él me soltó la cara y me rodeó la cintura con el otro brazo. Yo lo abracé por la nuca. Apoyando la mejilla en mi cabeza, quedó con los labios casi pegados a mi oreja. Empezamos a movernos lentamente a un lado y a otro mientras él cantaba Everything.

Cerré los ojos con fuerza, pero fue inútil; no podía dejar de llorar. Sabía que lo había echado de menos durante los últimos días, pero no me di cuenta de cuánto hasta que estuve entre sus brazos, sintiéndome segura.

Empecé a temblar; ya no podía controlar los sollozos. Oculté la cara en su pecho. Noah dejó de cantar y, apretando el abrazo, me susurró al oído:

—Lo siento. Te he echado mucho de menos. He tratado de mantenerme apartado hasta que se me pasaran las ganas de tocarte, pero no han hecho más que crecer.

—Noah. —Fue lo único que fui capaz de decir entre sollozos.

—Siempre has sido mi chica y siempre lo serás. Nadie me separará de ti, Piolín. Eres mi corazón y mi alma y eso nunca va a cambiar, por mucho que te empeñes en decir lo contrario.

Los brazos de Noah eran el mejor sitio del mundo; no quería estar en ninguna otra parte. Quería quedarme allí para siempre, escuchando sus palabras. Estaba tan desesperadamente enamorada de él que no me importaba nada más. Casi no había sobrevivido a tres días sin verlo. Tal vez si fuéramos con mucho cuidado y muy pero que muy despacio, podríamos estar juntos. Podría hablar con Emily y preguntarle qué pasó entre ella y Tyler para no repetir sus errores. En ese momento decidí que iba a decirle que lo amaba y que quería estar con él.

Respiré hondo.

—Noah, yo…

Pero mis palabras se vieron interrumpidas por la voz de Beth, que lo llamaba. El hechizo en el que estábamos sumidos se rompió y ambos dimos un paso atrás.

—Te encontré —dijo Beth al volver la esquina—. Oh, hola, Amanda; no sabía que venías.

—Fue una decisión de última hora. —Noah y yo no apartamos la mirada el uno del otro en ningún momento.

Beth paseó la vista entre los dos.

—¿Qué estáis haciendo aquí, chicos?

—No me encontraba bien; necesitaba un poco de aire. Noah ha salido a ver cómo estaba. —Respondí.

—¿Ya te encuentras bien?

—No del todo, pero mis padres deben de estar a punto de llegar.

—Bien —Beth agarró a Noah por el brazo para llevárselo a rastras—, vamos.

Pero él tenía los pies bien plantados en el suelo y no se dejó arrastrar. Tenía la mirada clavada en la mía.

—¿Querías decirme algo, Piolín?

Lo miré a los ojos, esos preciosos ojos que brillaban de amor, sufrimiento y deseo, y supe que los míos brillaban de la misma manera. Creo firmemente en la teoría de que todo pasa por algo, y eso me ayudó a responderle.

—No, nada —susurré, y su rostro mostró una expresión de decepción y frustración.

Beth le tiró del brazo con más fuerza.

—Tenemos que volver. Aún no hemos bailado ni una vez.

Los miré sorprendida.

Antes de permitir que ella lo arrastrara, Noah me dirigió una sonrisa discreta.

—Buenas noches, Piolín —se despidió por encima del hombro mientras Beth se lo llevaba de mi lado.

—Buenas noches, Noah —dije en un tono tan bajo que no era más que un susurro—. Tú también eres mi corazón y mi alma.

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