Nora

Nora


Capítulo 33

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La felicidad de al fin conseguir la aceptación de Nora le generaba un estado de ensoñación constante; uno que no le quitaba practicidad.

Los preparativos de la boda estaban en camino, y se harían con celeridad. Ninguno de los dos tenía intenciones de postergar la unión, ni de separarse bajo ninguna circunstancia. La presencia de Kaliska no era suficiente para mantener las formas, y los tortolitos no estaban dispuestos a cambiar de techo. Charles había expuesto el trabajo pendiente y lo funcional de tener a Nora temprano en la mañana para avanzar. Una mentira que todos reconocían, pero que no cuestionaban para no ensuciar el buen nombre de Nora. De modo que Amy se trasladó esas semanas previas al hogar Miler y cumplió el rol de carabina.

Lo hizo todo lo mal que pudo. Aunque no permitía las escapadas nocturnas, no se preocupaba demasiado por las diurnas. Y era una chaperona muy propensa a distraerse con la enorme biblioteca del editor. Kaliska y ella entablaron una buena relación enseguida, y la mujer Miwok se complotaba con la señorita Brosman para hallar los libros más interesantes y perder el tiempo leyendo. El resto de las horas se ocupaban como era debido, Amy y Nora marchaban al pueblo con la señora Grant y las hermanas Foster, y mientras la maestra impartía su clase, las demás mujeres compraban lo necesario para la boda.

Ese día Nora fue en compañía de las hermanas, dejando a la señora Grant al mando de la decoración de su casa, el lugar en donde se celebraría la unión. Charles aprovechó los instantes sin Nora para cerrar algunos asuntos que le concernían, pero deseaba mantener en secretismo.

—¡Charles, querido! —exclamó la señora Grant al verlo llegar en su montura. No lo trataba de señor, era incapaz, ¡si tenía la edad de sus hijos!—, ¡qué bueno que estés aquí!, tu prometida me está volviendo loca. Nunca vi una muchacha tan austera como ella… dime, dime, res para la cena, ¿te parece bien? Podemos reducir la comida a unos seis platos…

—¿Cuántos quiere Nora?

—Tres…, pero no cedas, Charles, o esa muchacha te llevará de las narices toda la vida. —Lo decía con un dejo de satisfacción.

—Ya me lleva de las narices, señora Grant, y creo que lo dejé bastante en claro frente a varios testigos. —Salir tras una mujer que te rechaza en público requería de bastante valor, o estupidez.

—Oh, eso no es llevar de las narices, querido. Eso es lo que toda mujer enamorada hace…

—¿Huir?

—¡Exacto! —Remarcó sus palabras con un suave golpe en su brazo, como si intentara espabilarlo por no comprender lo evidente—. Mi Emily, cuando se supo enamorada de Lord Colin Webb, se subió a un barco y estuvo a punto de poner un océano más un continente de distancia… Menos mal que mi yerno es un hombre lo suficientemente listo para tirarse al Támesis y casi morir ahogado, si no… oh, me imagino las penas de mi pequeña. Y usted hizo lo mismo al salir tras ella… —Guardó silencio por unos segundos, en los que la mirada se le vistió de nostalgia, luego susurró—: Ojalá yo hubiera criado hombres menos tercos, Charles. Sí… sí… que esa fuerza de cactus de desierto a veces no los deja ver más allá de sus narices.

—Sus hijos han hecho buenos matrimonios… —se atrevió a conjeturar.

—Oh, sí, esos dos. Y mi Louis que se llevó todo el corazón, pero mi Zach. Sabe, apuesto lo que quiera, mi fortuna completa, hasta el último centavo de dólar, a que una mujer huyó de mi Zach y el muy cabezotas, en lugar de tirarse al Támesis, se subió al barco. Ay, que si fuera pequeño le daba un sacudón para que entrara en razón… ahora, ¿cómo se hace para que un hombre hecho y derecho acepte las reprimendas de su madre?

—Madre… —intervino Louis, al ver que su invitado había sido apresado.

—¡Louis, no interrumpas!, estoy hablando de amor con Charles.

—Creo que así, señora Grant, es como se reprende a un hombre hecho y derecho.

—Mira, querido, que, si algún día necesitas de uno que otro consejo maternal, aquí estaré.

—No confíes en ella, sus consejos suelen traer más problemas que aciertos. —La mirada de Louis brillaba; sí, su madre era propensa a dar riendas a los corazones; las razones, en cambio, no siempre prevalecían. Si había un Grant que hubiese salido más a Sandra que a Benedict, ese era el mismo Louis—. Ven, vayamos a mi despacho.

—Señora Grant… —La saludó con una inclinación de cabeza—, le doy permiso para obrar a espaldas de mi prometida, confío, pese a las palabras de Louis, en su criterio. Sé que no hará nada que la incomode.

—Claro que no… solo haré res y… muchachos, Louis, ve a la bodega de tu padre y sácale los de la cosecha del ’55 así mientras hablan le haces probar a Charles el vino de la boda —y se marchó en un eco de órdenes a quienes la rodeaban.

—Hagámosle caso a mi madre, cambiemos el despacho por la bodega.

Los dos hombres dejaron la inmensa casa principal de los Grant para avanzar por los serpenteantes senderos hasta llegar a la bodega. Una construcción fresca, repleta de toneles, en las que se fabricaba el vino y se lo dejaba reposar en contacto con la madera para que los sabores se asentaran. Louis sorteó las barricas hasta dar con las indicadas y buscó la que se usaba para la cata. Las copas y utensilios estaban a mano, y mientras el joven Grant servía para su amigo y para él, una de las sirvientas de la casa se acercaba con una selección de quesos y embutidos para que acompañaran la selección de vinos.

Se sentaron, usaron una barrica como mesa, y se saturaron la boca de delicias y manjares, sin poder hablar. En la segunda copa, las lenguas estaban más livianas.

—¿Qué te trae por aquí, si no son los preparativos de la boda?

—Es eso lo que me inquieta, pero no los relativos a los festejos. Tu madre está muy entusiasmada…

—Le has dado un gusto, está feliz. Si bien las hermanas Foster son buenos partidos, también vienen de una familia adinerada, y de mucho mejor gusto y educación que nosotros, ya sabes… la señora Foster y mi madre se llevan como dos buenas consuegras.

—Pelean por todo, ¿eh?

—Veo que sabes cómo funciona esto. Que le hayas dado vía libre, la tiene en la gloria. Por fin hará una fiesta a su antojo…

—Con res.

—Con res, con vino y con una cena para todos los empleados del rancho. Charles, ¿por qué estamos hablando de mi madre? No sueles ser un hombre de rodeos.

—Nora tiene un secreto —confesó—, un secreto que ahora es mío. Y solo confío en ti. —Louis asintió, bebió de su copa y aguardó a que Charles se abriera. Él conocía de primera mano la historia de torturas sufridas por el hombre. La marca del carimbo, los dedos amputados, el ojo arrancado: Nunca volverás a escribir mierda había sido la amenaza que le habían lanzado antes de mutilar cada parte del hombre que era requerida para su trabajo. Hotah llegó a tiempo de salvarle un ojo y cinco dedos, y con eso mantuvo el imperio editorial. Pero la confianza no volvía a entregarse con facilidad, era un tesoro que Louis había sabido ganarse y que resguardaba con celo, reconocedor de lo valioso que era. Siempre sintió algo de orgullo al saber que, cuando pensó en escapar, su nombre fue el que le vino a la mente, que Charles Miler no asociaba el apellido Grant al oro, sino a la lealtad—. Soy marqués…

—¿Qué?

—Soy el verdadero marqués de Aberdeen.

—¡¿Qué?! —Louis se atragantó con el vino y tosió un par de veces—. ¡¿Cómo demonios?!, ¿de qué hablas?

Charles le relató la historia de Nora, de cómo ella había cruzado el océano como polizón escapando del poder e influencia de un marqués que se había aprovechado de la indefensión de las hermanas Jolley. Le explicó que ella buscaba a su padre, al primer Charles Miler, y que creyó, al enterarse de que había fallecido, que con él habían muerto también las posibilidades de justicia. Se ahorró los miedos de Nora a que el título los separara, pues eran miedos vacíos, se dijo. Prefería renunciar a cualquier herencia, incluso destruir la editorial, antes que perderla. No existía riesgo de ruptura entre ellos, pero no desmerecía el temor, uno que nacía de la inseguridad del afecto profesado. Él también lo sufría, saber que estabas a merced del amor te hacía vulnerable; dependías de otra persona, tu felicidad estaba atada a la del ser amado.

—¡Demonios, Charles!, desearía que estuviera mi cuñado aquí. Él de seguro conoce al marqués, y su padre es un hombre de olfato, ten por seguro que, si es de mala calaña, lo saben.

—Lo saben, pero… ¿pueden hacer algo?

—Probablemente no. El poder es poder, Charles. Del mismo modo que aquí se saben las aberraciones que viven los esclavos y no siempre se hace nada, allí no es distinto.

—Pero yo puedo cambiarlo, no… —Su mano detuvo la inminente advertencia de Louis—, no hablo de hacer una locura, de desafiar las normas británicas e ir a ganarme enemigos a Inglaterra. Tengo pruebas, solo debo reconocer mi título para quitarle el poder.

—Charles… ¿qué pides de mí?

—Que seas mi apoderado en América. No puedo hacer esto desde las sombras, ni oculto en California. Debo viajar, presentarme allí y reclamar lo que me corresponde por nacimiento. Si creen que no me corresponde, bien, regresaré a ser editor…

—¿Y si no?, ¿serás marqués? Charles…

—Sé que amas a alguien, Louis. Todo California lo sabe… —Buscó la mirada de su amigo para que pudiera leer en la suya la verdad—. Amo a Nora, y ella estaba dispuesta a renunciar a la justicia por su hermana, incluso a sus valores… estaba dispuesta a renunciar a todo por estar a mí lado. No me perdonaría jamás ser tan egoísta con ese sacrificio. Sí, es un cambio radical en mi vida, es asumir nuevas responsabilidades. Pero, demonios, Louis, no se trata siquiera de saltar a la pobreza, ¿no? No, mi Nora hasta para eso es magnánima, hasta para pedir sacrificios…

Louis no pudo más que reír.

—Tienes razón, ¡marqués!, ¡maldición!, serás más poderoso que mi cuñado.

—No contemos el ganado hasta que no esté en el corral. Necesito, ante todo, que aceptes ser mi apoderado. Las oficinas se gestionan por su cuenta, lo sabes, y manejan los presupuestos que tienen. Conoces el trabajo, las decisiones que debes tomar son las que tomo yo…

—Jugarme o no las pelotas por una publicación, sacar dinero de aquí para poner allí…

—La fortuna es que jugarás con mis pelotas. —Los dos sonrieron.

—Podemos apostar más fuerte, serás marqués.

—¡Eres un peligro, Louis! —lo reprendió Charles—, primero deja ver cómo sale esto. Pero sí, no es algo que no haya pensado… y estudiado, y analizado.

Pasaron una hora más bebiendo vino y conversando. Hablaron de política, de la influencia que aún tenía Gran Bretaña en tierras americanas y en los posibles usos que le podía dar al título de marqués. Louis le prometió mover los hilos que lo conectaban a su cuñado, para asegurarle el apoyo de los Sutcliff y de los Thomson; Charles, por su lado, tenía el apoyo de Lady Vanessa Witthall, su escritora estrella, y con ella, la de su esposo. Y Amy, con poca sutileza, le comentó al pasar mientras Nora se preparaba para la cena que ella tenía una relación estrecha con el marqués de Shropshire, un hombre defensor de causas justas y que detestaba a quienes usaban el poder con fines viles. Dio a entender, en sus formas británicas, que dicen todo sin decir nada, que había comentado los rumores sobre el carácter para nada apropiado del actual marqués de Aberdeen y las posibilidades de que el mismo fuera un impostor. Lo había hecho sin permiso de Nora, por lo que, entre líneas, le pedía discreción. Había sido cuando creyó que su amiga renunciaba a la justicia por amor, y quiso, al igual que en esos momentos quería Charles, regalarle al ser querido lo más anhelado.

Se despidieron algo achispados por tanta bebida.

—Dile a tu madre que es un sí para el vino, y para la res. —Louis carcajeaba al ver a su amigo caminar algo mareado, él tenía mejor tolerancia para el alcohol.

—Le diré, dejemos a la novia en los asuntos importantes, como el vestido y el novio. Ve a dormir, y ya me dirás, cuando mañana no tengas dolor de cabeza, si el vino Grant no es el mejor de California. Por cierto, Charles, antes de que te marches, es mi turno de pedir un favor… —Se acercó a él y le sostuvo la montura.

—Pide lo que sea, ya sabes que estoy más que en deuda, hasta lo imposible lo intentaré.

—No sé cuán posible o imposible sea… Thelma Ferrer.

—¿Quién?

—Thelma Ferrer —repitió el nombre que había oído de labios de su hermano Zachary en una noche de borrachera y nostalgia—. Solo sé que vive en Inglaterra. Es la mujer que tiene a mi hermano sumido en la melancolía, por quien se niega a conocer a otras mujeres. Hállala, y tráela si es posible, ya sabes a lo que me refiero, o trae respuestas que sanen al cabezota de Zach.

—Ten por seguro que cumpliré. —Thelma Ferrer, para él también se convirtió en la llama de la esperanza, en la de devolver parte del cariño brindado por los Grant.

Se marchó de la casa principal, y al regreso a la suya, Charles fue recibido por una entusiasta Nora que corrió a sus brazos, como si en lugar de una tarde separados hubiesen estado una eternidad.

—¡Ya tengo el vestido! —exclamó. Amy y Kaliska mostraban su desacuerdo por la elección, pero Nora se veía feliz y eso era lo que valía. Permitió que se burlaran de él mientras cenaban acompañados de agua y las risas siguieron un poco más, cuando Amy decretó que ella y Kaliska leerían un pasaje más de una novela pícara que habían encontrado entre los estantes.

Nora y Charles salieron a pasear por los jardines y se alejaron hacia la zona del arroyo.

—¿De verdad creen que no lo sabemos? —comentó Amy a Kaliska.

—Solo no les importa. Como a nuestro protagonista… ese tal John Graham. —Rieron conteniendo las carcajadas. Sarah Lorean no se había gastado demasiado en ocultar en quién estaba basado el héroe de su novela.

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