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NEXUS » 2. Cerrar la puerta, abrid la mente

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CAPÍTULO 2

CERRAD LA PUERTA, ABRID LA MENTE

Sábado, 18 de febrero de 2040. 6.12 h

El bulto en el antebrazo se había puesto rojo y palpitaba. Destacaba en su piel oscura. Wats se lo rascó. Estaba duro y caliente. Saltaron escamas de piel debajo de sus dedos. La sangre se acumulaba bajo su piel. Miró detenidamente el tumor. Casi distinguía en lo más hondo de él las cadenas de ADN rotas, los cromosomas deshilachándose para generar los cánceres que lo devoraban. Otro bulto atrajo su atención. Y luego otro. Tenía la muñeca plagada de ellos. Las manos. El brazo. Horrorizado, se arrancó la camisa. Por su pecho y su barriga estaban brotando bultos escarlata. Crecían, se expandían, se extendían bajo su mirada hasta cubrirle todo el cuerpo…

Wats se despertó con una sacudida.

«Respira. Respira.»

La luz del amanecer se filtraba por las ventanas.

«Los cánceres, no. Todavía no.»

Se examinó los brazos. Estaban limpios, inmaculados.

—¡Luz!

Se levantó de un salto de la cama y se examinó el resto del cuerpo.

Nada.

«Respira. Cierra los ojos. Respira. Serénese, sargento Cole.»

Hacía mucho tiempo que ya no era el sargento Cole.

Wats se acercó al fregadero y se mojó la cara con agua fría. Se lavó los residuos de la pesadilla. Sacó una prueba desechable e introdujo el dedo. Un pequeño pinchazo. El dispositivo absorbió una gota de su sangre por los conductos de microfluidos y emitió un leve zumbido mientras trabajaba. El sistema de citometría de flujo analizó hasta la última célula con láser, buscando inflamaciones características en el núcleo de las células, niveles de hormonas elevados y cromosomas anormales. Los análisis de ADN y de proteínas localizaban las células reventadas, las evaluaban y buscaban genes cancerosos y fragmentos proteómicos.

Wats no apartó la mirada del dispositivo mientras este hacía su trabajo. Quería que se encendiera la luz verde. Quería que acabara. Quería que le concediera el tiempo que necesitaba para hacer lo que tenía que hacer.

El dispositivo pitó. La luz se puso verde. No había indicios de cáncer. Todavía.

Wats suspiró aliviado y tiró la prueba a la basura. Algún día pagaría por sus crímenes. Pero ese día aún no había llegado.

Sábado, 18 de febrero de 1040. 21.08 h

Kade recogió a Sam pasadas las nueve en un autotaxi. El pequeño coche de plástico y fibra de carbono los trasladó hacia el sudeste por la 101, dejando atrás el aeropuerto de San Francisco, San Mateo, Menlo Park, Palo Alto, Stanford y el centro del capital de riesgo del mundo. Sam mantuvo a Kade entretenido con la conversación. Le preguntó sobre su trabajo, sus amigos, la fiesta, la música que escuchaba, dónde había probado Nexus por primera vez. Kade le respondió a todo salvo a las preguntas relacionadas con Nexus, y él a su vez la interrogó sobre su vida, Nueva York y su trabajo en el campo de la arqueología digital. Ella se metió en el papel y le respondió como lo habría hecho la Samara Chavez real. Después de tantos años, las mentiras salían solas. Le hizo morirse de risa con sus desventuras como arqueóloga digital.

El taxi los condujo hasta Simony Field, la antigua sede del Centro de investigación Ames de la Nasa, y los dejó frente al gigantesco Hangar 3, que se alzaba imponente por encima de ellos. Era más largo que un campo de fútbol y más alto que un edificio de siete plantas.

—Bienvenida a nuestra sala de fiestas —dijo Kade sonriendo.

Sam hizo un gesto de aprobación con la cabeza.

—Impresionante. ¿Cómo lo habéis conseguido?

—Nuestro laboratorio lo tiene alquilado para llevar a cabo los experimentos. Y, bueno, lo de esta noche es una especie de experimento.

Sam arqueó una ceja.

—Ya verás.

Kade la condujo hasta una puerta trasera del hangar. Llamó con tres golpecitos rápidos y la puerta se abrió.

En un enorme letrero que había en el vestíbulo se leía: «¡Bienvenidos! Por favor, desconectad todos los teléfonos, tabletas, gafas, gafas de sol, anillos, etc. ¡No entréis con transmisores activos, por favor!».

Debajo de ese primer letrero había otro: «Cuando entréis aquí, cerrad la puerta y abrid la mente».

A la derecha de Sam estaba el hombre que les había abierto. Medía un metro ochenta, era negro, musculoso y sin un gramo de grasa; llevaba la cabeza afeitada y parecía relajado. Watson Cole. Los datos desfilaron en rojo por la pantalla de sus lentillas tácticas. Nivel de amenaza: alto.

Watson Wats Cole (2009- )

Sargento de 1.ª clase. Marines de Estados Unidos (ret. 2038)

Destinos: Irán (2035), Birmania (2036-2037),

Kazajistán (2037-2038) (…)

Especialidades: Contraespionaje, combate cuerpo a cuerpo

Mejoras: Incremento de la capacidad de combate y de recuperación (2036, 2037, 2038)

Establecer contacto con extrema precaución

Cole y Kade chocaron las manos.

—Kade.

—Me alegra verte, Wats. Te presento a mi amiga Sam. Habrá que ponerla en la lista.

Wats enarcó una ceja sin desviar la mirada de Kade. Luego, muy lentamente, asintió con la cabeza. Sus ojos relajados y oscuros se volvieron hacia ella.

—Samara Chavez. Estás en la lista. Me llamo Wats. —Le tendió una manaza negra.

Sam había leído la biografía de Cole. Era un refugiado del Haití devastado por la guerra, un marine que su madre había conocido y con el que se había casado lo había traído a Estados Unidos. Cole se había alistado al cuerpo a los dieciocho años y había destacado en misiones por todo el planeta. Había sido escogido para la implantación de mejoras en su cuerpo y ascendido. Luego lo capturaron los rebeldes en Kazajistán. El hombre rescatado tras varios meses sufriendo esa terrible experiencia era distinto. Un activista por la paz. Un budista. Un pacifista. ¿El cambio se debía al cautiverio o había gato encerrado?

Sam le estrechó la mano.

—Encantada, Wats.

Cole le tomó la mano con firmeza pero sin apretarla. Podría triturar acero con aquellas manos. Habían matado hombres en dos continentes. Y a pesar de las mejoras ultra secretas de cuarta generación que le habían implantado a ella, Sam prefería no tener que vérselas con Watson Cole.

—Apaga todas las radios, por favor —le pidió Wats.

«¿Por qué?»

—Claro —respondió.

Sacó la radio del bolsillo de la chaqueta y la apagó, y aprovechó el movimiento para poner disimuladamente el equipo de vigilancia que llevaba en el cuerpo en modo pasivo.

Kade volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo. Se volvió y dijo sonriendo:

—¿Quieres echar un vistazo al sitio? Hemos llegado un poco pronto.

—Por supuesto. Te sigo.

Lane la condujo por una puerta enorme y pesada, que Sam sospechó que podía estar blindada contra las ondas electromagnéticas, y la cerró a su espalda. Al otro lado se extendía un pasillo. Kade abrió la puerta que encontraron al fondo y entraron en un vastísimo espacio abierto, el interior propiamente dicho del hangar original. Medía por lo menos sesenta metros de largo, y hasta el techo abovedado había unos veinte o veinticinco metros; el espacio suficiente para alojar un viejo 747. Uno de los lados del hangar estaba ocupado por un círculo de sofás. Una barra de bar recorría una de las paredes. Había una docena de personas pululando por allí, al parecer ultimando los preparativos para la fiesta. Sam vio en el otro extremo una tarima de pinchadiscos con cuatro grandes pantallas, y detrás de ellas al pinchadiscos, de piel oscura y con el pelo teñido de rubio platino, vestido con una túnica sufí multicolor.

Los datos en color amarillo se sucedieron por su campo visual. Sujeto de interés.

Rangan Shankari (2012- ) alias Axon (nombre artístico)

Doctorado en ingeniería neural, Laboratorio Sánchez, Universidad de California, San Francisco.

Nivel de riesgo tecnología R&D: medio (inteligencia humana mejorada)

Rangan les hizo señas con la mano.

—Oye, Kade, ¿puedes echarme una mano? —gritó—. Hay un problema técnico en los repetidores que no entiendo.

Kade asintió con la cabeza.

—Ahora voy.

Kade llevó a Sam en otra dirección, justo hacia el puñado de personas congregadas en un lado del hangar.

—Hola, Ilya.

Una mujer con el semblante serio y rasgos eslavos se volvió al oír su nombre. Tenía el pelo negro y unos ojos grandes y de mirada reflexiva; el vaporoso pañuelo morado que le rodeaba el cuello resaltaba el sencillo vestido verde que llevaba puesto. Una sonrisa afectuosa asomó a sus labios cuando vio acercarse a Kade acompañado por Sam.

Ilyana Ilya Alexander (2014- )

Investigadora postdoctoral, laboratorio Janus, neurociencia de los sistemas, Universidad de California, San Francisco (2039- )

Artículos publicados sobre metainteligencias e inteligencias de grupo

Nivel de riesgo tecnología R&D: medio (inteligencia poshumana o no humana)

Ilyana Alexander. Otro miembro del reducido grupo. Había huido de su Rusia natal durante las purgas de Pudovkin de 2027. Era una investigadora teórica de neurociencias cuyo trabajo se centraba en la cognición en grupos y redes.

Alexander recibió a Kade con un abrazo.

—Hola, Kade.

Kade sonrió.

—Sam, te presento a Ilyana Alexander, alias Ilya. ¿Ilya, podrías preparar a Sam? Tengo que ayudar a Rangan con una cosa.

Kade le dio un toquecito a Sam en el brazo.

—Tenemos una dosis para ti. Ilya te preparará. Te veo dentro de un rato.

—Gracias —replicó Sam—. Hasta luego.

Kade se dio la vuelta y enfiló hacia la mesa del pinchadiscos.

Ilya condujo a Sam fuera del hangar principal por una puerta con el letrero «personal» y entraron en una acogedora sala de descanso.

Se sentaron juntas en un sofá. Ilya sacó de su bolso una pequeña ampolla de cristal que contenía un líquido oscuro y plateado.

Sam notó que se le aceleraba el pulso.

—¿Nunca has probado Nexus? —preguntó Ilya.

—Nunca —mintió Sam.

«Solo durante mi entrenamiento.»

—Esto es Nexus 5.

«¿Nexus 5?»

Nexus 3 era la formulación más común en las calles. Nexus 4 había sido una creación efímera de un laboratorio de Santa Fe que la ERD y la DEA habían sacado rápidamente de la circulación en una operación conjunta. Se rumoreaba que había algo llamado Nexus 5, pero hasta entonces no se había confirmado su existencia.

—Tíos, ¿de dónde lo sacáis? —preguntó Sam.

Ilya dudó durante un instante demasiado largo.

—Tenemos un amigo en la Costa Este que nos lo consigue.

«Miente.»

—¿Tienes experiencia con psicodélicos? —preguntó Ilya.

—La normal, supongo. Los probé en la universidad, pero nunca fui una consumidora habitual.

—¿Cómo te sentaron?

—Bien. Me lo pasé bien. Tampoco me aportaron nada que me hiciera sentir la necesidad de repetir a menudo.

Ilya asintió.

—Eso está bien. La experiencia con psicodélicos siempre facilita las cosas. La gente que toma Nexus por primera vez suele sentirse un poco desorientada, sobre todo durante la primera hora más o menos. El cerebro está aprendiendo a relacionarse con la droga y con los demás cerebros. En una fiesta llena de gente queriendo acceder a tu cerebro, la experiencia será mucho más intensa.

Sam frunció el ceño.

—Creía que Nexus solo funciona en distancias muy cortas, como en un radio de un brazo.

—Normalmente es así. —Ilya desvió un instante la mirada de Sam—. Pero hay maneras de aumentar el alcance.

Las piezas empezaban a encajar para Sam. La regla de «nada de transmisores». Los «repetidores» que Rangan había mencionado. Aquellos chavales habían descubierto la manera de amplificar las transmisiones de Nexus.

«Dios mío.»

—Suena genial —exclamó Sam—. Soy toda tuya.

Se le iba a salir el corazón del pecho. Tenía un nudo en el estómago.

Ilya dio unos golpecitos en la cabeza de la ampolla. Sam atisbó un líquido metálico arremolinado tras el cristal. Las volutas grises y plateadas se enredaban con el movimiento browniano. Por un momento tuvo la impresión de que la droga era un ser vivo consciente, en guardia, resuelto.

Ese instante pasó. Ilya le ofreció la ampolla y a continuación un vaso de zumo que había en la mesa.

Sam se tragó la droga. Tenía un fuerte sabor metálico, ligeramente amargo. Lo notó denso en la lengua y oleaginoso mientras descendía por su garganta. Tomó unos sorbos de zumo. Era de naranja y guayaba. Eliminó de cuajo el sabor de Nexus y le dejó un regusto dulce, con un toque ácido y tropical.

«Ahora la otra parte que odio.»

Samantha Cataranes cerró los ojos y recitó el mantra que reorganizaba su memoria para hacerle creer que era otra persona.

«Elefante. Rascacielos. Arce.»

A medida que pensaba las palabras visualizaba los objetos superpuestos. Los interruptores mentales hicieron clic y se eliminaron los conocimientos que no debían salir de su cerebro. La ficción se convirtió en realidad.

Samara Chavez abrió los ojos.

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