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NEXUS » 3. Calibración

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CAPÍTULO 3

CALIBRACIÓN

Sábado, 18 de febrero de 2040. 23.14 h

Samara Chavez volaba. Con los ojos cerrados, reclinada en el sofá, planeaba por un paisaje de formas y emociones, sensaciones y experiencias. Debajo de ella, un mar rojo y palpitante de excitación sexual acariciaba una orilla de matemáticas, afilada y de una negrura lustrosa, que daba paso a unas colinas verdes y pardas de español, mandarín e inglés. Se lanzó en picado hacia ellas y dejó que el suelo la absorbiera, y profundizó en la tierra, excavando, saboreando tonos, verbos y conjugaciones, palpando la forma de letras, palabras y caracteres, deleitándose con sus significados y la fusión de sus sonidos. La sensación era maravillosa.

Sam era consciente de que estaba colocada. No había tenido un viaje tan intenso desde… desde… Y al mismo tiempo se sentía completamente lúcida. Nada escapaba a sus sentidos. Todo era armonía. Sabía dónde estaba y lo que estaba sucediendo.

«Nexus está conociéndome. Estoy en la fase de calibración.»

Sam penetró por un grueso muro de idiomas y apareció en una caverna de abstracción, ocupada por una resplandeciente ciudad elevada de conceptos. Unas amplias avenidas de tiempo y espacio dividían la ciudad en barrios. Una campana tañía desde las altísimas torres del Templo del Yo, de delicado vidrio y acero, situado en el centro de la ciudad. El sonido de la campana era el sonido de todo lo que ella siempre había intentado expresar. Las campanadas vibraban en el aire, de una manera casi perceptible para la vista, y se propagaban en ondas concéntricas que podía ver, que palpitaban y resonaban en los edificios de la ciudad, en los que entrechocaban las ideas. Plazas públicas de contemplación, parques serenos y elegantes salas de conciertos de armonía y síntesis, obuses destrozados de discordia, confusión y malentendidos. Sus pensamientos se expandían por barrios periféricos llenos de recuerdos y continuaban su camino por el sombrío bosque del Otro, que rodeaba y aislaba la ciudad.

Se zambulló con gusto en la piscina pública de la Risa, al emerger anduvo por la calle de la Belleza, giró en un callejón y entró en el inmenso museo de las Cosas Animadas; salió por su puerta trasera a la calle de las Acciones, y no tardó en llegar a la extensa plaza que rodeaba el Templo del Yo. Allí, donde mirara veía llegar fieles convocados para la oración. Los fieles eran ella. Un centenar, un millar, diez millares de copias de ella, arrodilladas, rezando, rindiéndole culto y dedicándole oraciones a ella.

Giró sobre los pies y aprehendió toda la ciudad, su ciudad, su mente. Dio una vuelta, dos, tres, hasta que el movimiento de rotación se perpetuó alimentado por sí mismo; cada vez giraba más rápido, y la ciudad alrededor se volvía borrosa ante sus ojos, pero su mente se expandía para abarcarla, la fuerza centrífuga de sus giros endemoniados enviaba los límites de sus pensamientos y de sus sentidos lejos de ella, sujetos a los hilos de su voluntad, que se estiraban y se tensaban.

Ella era la ciudad. Era las millones de copias de ella que la poblaban. Probó un millar de recuerdos. Recuerdos de lugares y de momentos, de objetos y de palabras. Su sexto cumpleaños, la caída de la bicicleta, la sangre en la rodilla, el dedo hundido en la herida y luego a los ojos con el deseo de ver las células diminutas de la sangre. La entrega de los diplomas en la universidad, su sorpresa por la importancia que cobraba en su vida, los nervios, el orgullo evidente en el rostro de su tía y de su tío, la tristeza porque sus padres no pudieran estar allí por culpa de… por culpa de… La primera vez que probó el sushi, la textura increíble del atún blanco crudo, seguido por el intenso sabor del wasabi que le colmó el sentido del olfato. Un arcoíris en el desierto que vio sola. Un beso de su amante en el cuello. La diversión brutal de una pelea. Los juegos infantiles. Y la arqueología digital: el descubrimiento, a las 3 de la mañana, de la clave para abrir el archivo Watzer, la manera como se unieron las piezas del rompecabezas para descodificar el mensaje que Venter había encriptado con su genoma.

«Eres todas esas cosas», las palabras brotaron de manera espontánea. Los recuerdos no llegaban juntos, sino en paralelo, superpuestos, intercalados de un modo inédito para ella, los hechos de su vida se presentaban de una manera tridimensional.

Se sintió a punto de explotar de alegría, por la mera intensidad de existir, por la extraordinaria vastedad que experimentaba. Quería hacerse aún más grande, expandirse más allá de los límites de aquella ciudad y de la caverna, abarcar el planeta psicodélico del yo en toda su extensión, experimentar simultáneamente cada instante, cada bocado y cada potencialidad de su ser. Expandirse más allá de este planeta, ¡experimentar todo de todo!

—¿Sam?

Abrió los ojos. Tenía las mejillas rojas por la excitación. Jadeaba. El corazón le aporreaba el pecho. Tenía la entrepierna mojada. No se había sentido tan cachonda ni tan viva en toda su vida. Salvo… salvo…

—¿Sam?

Era Kade. Kaden Lane. El chico que la había llevado allí y le había dado la oportunidad de probar Nexus por primera vez. («¿Por primera vez?») El joven guapo, alto, desconcertante e inocente, con una mente siempre en estado de ebullición y una indiferencia pueril por las consecuencias de su curiosidad, estaba de pie junto al sofá donde ella yacía, mirándola sin saber muy bien qué hacer.

—Kade —dijo con una voz inesperadamente ronca. Probó de nuevo, esta vez intentando utilizar un tono más informal—. Hola.

—Hola, ¿qué tal? Siento no haber podido venir antes, me he entretenido ayudando a Rangan a localizar el problema.

Rangan. Claro. El pinchadiscos. Estaba en una fiesta. Vale.

«Serénate, Sam.»

—Kade. —Miró fijamente a los ojos a Kade e inspiró hondo—. Esto es alucinante. Estaba perdida, nadaba en las profundidades… ni siquiera puedo explicarlo.

Aún ahora, mientras hablaba, seguía sintiendo aquel torbellino, el proceso de asimilación y de calibración que continuaba desarrollándose en su interior. Tenía la piel hipersensible. Cada palabra y cada inspiración parecía una descarga de potencialidad.

Kade sonrió.

—Cuéntame qué sientes ahora.

Sam cerró los ojos y habló con ellos cerrados:

—Siento que estoy dentro de mí. En el interior de mi mente. Veo cómo encajan todas las piezas que forman mi yo. Los distintos conceptos. Las diferentes clases de conceptos que hay en mí. Y veo un montón de escenas de mi vida. Patrones que se repiten, conexiones de las que nunca me había dado cuenta. Me siento genial. Si estuviera así cuando estoy trabajando… no se me escaparía nada. —Hizo una pausa—. Y estoy muy, pero que muy excitada.

Abrió los ojos. Kade se había ruborizado y evitaba mirarla. Primero fijó los ojos en sus zapatos y luego en una pared. Sam sospechó que había estado mirándola directamente hasta que había pronunciado las últimas palabras. Y que también él estaba excitado. Por ella. Por un momento se vio a través de los ojos de Kade: la piel encendida y desprendiendo calor, los pezones endurecidos, el pecho hinchándose y deshinchándose, la respiración audible… y comprendió que esa imagen fugaz era algo más que una mera intuición, que procedía directamente de Kade.

«¿Es posible? ¿También ha consumido?»

—Kade, ¿ya has tomado Nexus?

Y entonces los ojos del chico volvieron a clavarse en los suyos, directamente, sin asomo de timidez. Kade se acercó al sofá sin decir palabra, se sentó a su lado, pegado a ella, y le puso una mano en la frente. Sam sintió algo. La mente de Kade acariciaba la suya. Una invitación, seguida de una apertura, y entonces Kade se desplegó ante ella.

Sam tuvo una visión de la excitación de Kade; del interés del chico por ella; de su timidez y su inseguridad con las mujeres.

Pero solo eran imágenes periféricas. En el centro de la visión destacaba su intelecto, facetado y cristalino como un diamante, la avidez de conocimiento de su cerebro, su torbellino de preguntas, su necesidad de respuestas… y lo que había hecho. Con Rangan y con Ilya.

Sam contuvo la respiración cuando comprendió su descubrimiento.

—¿Siempre estás así? ¿Este es tu estado permanente?

«Naturalmente. La noche anterior. El peligro era real.»

¿La noche anterior? ¿Peligro?

—El potencial está ahí. La integración del núcleo de Nexus es permanente. Pero no está activo todo el rato. Ni transmitiendo. Y te aseguro que no se experimenta el acelerón del primer mapeo por el que estás pasando tú ahora.

Sam seguía el hilo de su explicación. Comprendía el encadenamiento de pensamientos subyacente en sus palabras. El mapeo semántico. El mapeo sensorial. El mapeo emocional. Calibración y asimilación. Todas las cosas que se necesitaban para permitir la conexión en masa de Nexus.

Porque Kade, Rangan y unos cuantos más lo habían conseguido. Habían desbloqueado varios códigos del Nexus 3. Habían aprendido a programar los núcleos Nexus, a decirles lo que tenían que hacer. Les habían añadido capas de lógica y funcionalidad. Los habían convertido en plataformas para ejecutar programas informáticos dentro del cerebro. Y ahora lo habían implantado con éxito en el suyo.

Sam se quedó muda. Sentía el orgullo de Kade. Sentía su propio asombro por la brillantez del chico, por el logro de aquel grupo de jóvenes investigadores, por su audacia. Y deseó a Kade. Deseó engullir su mente como había hecho con la ciudad que alojaba en su interior; deseó experimentar todo lo que era Kade, saber lo que él sabía, sentir lo que él sentía, entender lo que estaba ocurriendo dentro de ella.

Y, de pronto, sintió miedo. Un escalofrío le recorrió la espalda. Tuvo un mal presentimiento. Pero lo desterró. Buscó las palabras adecuadas.

—Kade. Kade. Llévame a la fiesta. Preséntame a toda la gente que ha venido.

Kade se echó a reír.

—Acabas de empezar. ¿No prefieres practicar un poco más con una sola persona antes de enfrentarte a un centenar?

—Estoy preparada —respondió Sam—. Quiero más. Puedo controlarlo.

«Lo quiero todo.»

Kade rio entre dientes.

—De acuerdo. Pues vayamos a la fiesta.

Kade se levantó, sonrió y dio un paso atrás.

Sam respiró hondo, se serenó y se incorporó en el sofá. De momento todo iba bien. Notaba la mirada atenta de Kade, evaluando su comportamiento, tomando notas mentales de sus reacciones, su equilibrio, su afecto.

Sam levantó la mirada y sus ojos se encontraron. Le tendió una mano. Kade se la cogió y la ayudó a levantarse. El contacto de sus manos fue electrizante, franco, revelador. Buscó la atracción que Kade sentía hacia ella, su deseo, y los encontró enterrada debajo de su curiosidad científica, de su compromiso con el experimento del que ahora ella formaba parte, de la observación objetiva a la que estaba sometiéndola. Sam le envió toda su luz, le mostró su avidez, sus ansias de más, su anhelo de asimilar todo lo que había alrededor, empezando por él.

Kade estaba al mismo tiempo divirtiéndose e impresionado. Y su mente era fabulosa, rebosante de un conocimiento y unas experiencias que ella ansiaba.

Sam se levantó con soltura. Kade la mantenía cogida de la mano aunque ya no era necesario. Apenas unos centímetros separaban sus rostros, que quedaban a la misma altura gracias a los tacones altos de sus zapatos.

—Enséñame —le pidió ella.

Kade sabía a qué se refería. Se puso rojo; le soltó la mano y desvió la mirada. Rio para disimular la timidez que lo sobrepasaba y volvió a retroceder.

—Eres excepcional —dijo Kade—. Has nacido para esto. Sin embargo, no es tan fácil como crees. Una cosa es el mapeo interior. Pero en este momento no es posible alcanzar ese nivel de profundidad con otra mente. No hay bastante ancho de banda. Ni un protocolo lo suficientemente rico.

Sam vio la sinceridad de las palabras de Kade en su mente; también vio que estaba conteniéndose con ella. Pero encontró más. «Decepción.» Debía tener paciencia.

—Vale —dijo, sonriendo a su pesar—. ¿Vamos a la fiesta?

Kade volvió a cogerla de la mano con una amplia sonrisa en la cara, transmitiendo emoción.

—Te va a encantar, Sam.

Y Sam vio que era cierto.

Kade la sacó de la sala de descanso y entraron en la sala de personal; fueron hasta la pesada puerta blindada que daba paso al hangar principal.

—Primero te voy a dejar sentir un poco, e iré aumentando tu capacidad progresivamente.

Kade abrió la puerta y Sam recibió el impacto de la música. Electrónica y tribal, rítmica y trancedelic. Del género llamado flux. Con el ritmo necesario para quien quisiera bailar y lo bastante tranquila para quien prefiriera no hacerlo.

Un murmullo de otra naturaleza resonaba simultáneamente en la cabeza de Sam. Era el rumor de numerosas voces, amortiguadas, lejanas, pero hablando a la vez. Era algo más que una sucesión de sonidos. Era información. Significado. Emoción. Excitación. Atolondramiento. Aprensión. Asombro. Impaciencia. Desamor. Deseo. Satisfacción. Todo eso estaba allí. Al alcance de su mano. No tenían ni punto de comparación con sus experiencias interiores, pero ¡eran otras mentes!

Entró guiada por Kade.

El hangar había sufrido una transformación. Ahora la iluminación consistía en luces de colores que transitaban lentamente por la gama cromática de la luz. El otro extremo del hangar estaba bañado por una luz rojiza en transición hacia el color naranja. A su izquierda, la luz amarilla estaba volviéndose verde.

Había gente dispersa por todo el hangar; decenas de personas. Las suficientes para llenar de vida lo que había sido un espacio amplio y vacío. Iban vestidos para una fiesta nocturna de San Francisco: faldas cortas y pantalones ajustados; terciopelo, vinilo y piel artificial; tatuajes, piercings y composiciones biomórficas discutiblemente legales que cambiaban con el movimiento. Sam las sentía en su mente. Gays, heteros y bisexuales; solteros, parejas, tríos y relaciones aún más complejas.

Este chico la había introducido en el corazón de la contracultura. Y la contracultura consumía Nexus.

El tejido inteligente que cubría las paredes y el techo se ondulaba al ritmo de la música. Tonalidades de plata, rojo y azul fluían por la superficie interior ensortijada del hangar, como olas que brotaran de cada pulsación rítmica elemental, tribal, de la música que pinchaba Rangan. Era hipnotizador, orgánico. Sam escuchó con atención y reconoció la canción Buddha Fugue, del grupo Apoptosis. El ritmo se inspiraba en la fusión de la percusión tailandesa con el sonido de la espuma de las olas, tal como la había experimentado el miembro de la banda Sven Utler una cálida noche fumando porros en las playas de Koh Phangan.

Toda esa información apareció de repente. Como si la conociera de siempre. Como si hubiera oído la canción una docena de veces y el propio Sven, Rangan o Kade le hubieran explicado el origen de la canción.

Sam contuvo la respiración. La canción era genial, de esas que le hacían mover las caderas, pero le daba igual.

«¡La acaban de transmitir a mi cerebro!»

¡Las posibilidades que ofrecía aquella tecnología eran infinitas! ¡Podrían hacerse cosas impensables hasta ese momento en arqueología digital! ¡Y en educación! ¡Todo lo que se quisiera!

Se volvió a Kade boquiabierta y maravillada. Él le sonrió. Conocía sus pensamientos y ella los de él: el entusiasmo contagioso, el placer que le provocaba su excitación, el orgullo por sus logros.

«Como un niño enseñando sus juguetes», pensó Sam.

Kade se ruborizó, apartó la mirada y no pudo contener una risita tonta. La cogió de la mano y la condujo hacia la multitud. Pasaron junto a un par de personas colocadas una frente a la otra que se movían de una manera extraña y reían a carcajadas.

—¿Qué están haciendo? —preguntó a Kade.

Él se sonrió.

—Lo llamamos «tira y empuja». Están utilizando Nexus para mover el cuerpo del otro. Se envían impulsos a la corteza motora. O por lo menos lo intentan. No todo el mundo es capaz de hacerlo.

Sam los observó detenidamente.

—¿Podemos probar nosotros?

Kade volvió a sonreír.

—Luego.

Continuaron adentrándose en el hangar, en dirección a los sofás reclinados. Sam leyó en la mente de Kade que allí iba a suceder algo. Un experimento. Y ella podía participar en él.

—La experiencia de la calibración colectiva es lo más lejos que hemos llegado en el mapeo de otra persona. ¿Quieres probarlo?

«¡Sí! ¡Por supuesto!»

Nada ansiaba más que engullir todo lo que se le ofreciera.

«No», protestó una vocecita interior.

Pero Sam no le hizo caso y asintió en silencio.

Ya había media docena de hombres y mujeres reclinados en los sofás. Aún había sitio para otra media docena. Cuando Kade y ella se acercaron, el resto de las mentes dispersas por el hangar desaparecieron. Ahora solo sentía aquellas seis, y con una claridad cristalina. También sentía a Kade. Un manto de silencio mental había cubierto el resto de la fiesta.

Kade estaba detrás de ella y le tocó levemente los hombros, la condujo hasta uno de los sofás y la ayudó a sentarse. Luego se sentó a su lado.

Llegó más gente y se sentó con ellos. En los sofás había una docena de personas, y un puñado de curiosos los observaban en las inmediaciones.

—¿Preparada? —preguntó Kade en voz alta, lo imprescindible para que ella lo oyera.

Sam asintió con la cabeza.

Entonces se produjo un acontecimiento. Once mentes se amplificaron en su percepción; su brillo se incrementó y ganaron nitidez. Se exhibían en su totalidad. La riqueza de pensamientos, recuerdos, emociones y deseos era extraordinaria. La respiración de Sam se sincronizó con la de sus compañeros. Cerró los ojos y fue capaz de ver y de sentir los razonamientos de los demás de una manera individualizada.

Once mentes entraron en contacto simultáneamente con ella en once zonas de su psique. Por un lado estaba el puro disfrute de Brian con la delirante, y apasionante, locura meditativa de jugar mentalmente con sus amigos. Por otro lado estaban Sandra y su poso de serenidad y elegancia, sus años de yoga, su remanso de paz que acogía a los que la rodeaban. Para ella era como el samādhi. Luego estaba la visión de físico de Ivan, que apreciaba las matemáticas y la musicalidad de la interacción, el baile, la armonía y la disonancia de los pensamientos que lo envolvían. Y también estaba la visión de la mente de Leandra, llena de formas proteínicas, con pliegues, receptores y enlaces, de una docena de hombres y mujeres conectados mentalmente para decodificarlas… El rostro de Josephine estaba surcado de lágrimas, lágrimas brotadas por un recuerdo feliz de infancia, de un espectáculo de fuegos artificiales en compañía de su querido padre, al que ya había perdido. Perdido como… como…

Ahora era Sam quien tenía el rostro bañado en lágrimas. No sabía por qué. Notaba la mirada de preocupación de Kade, pero no tenía una respuesta para ofrecerle.

Cada mente, lejos de limitarse a un pensamiento, engendraba varios simultáneamente que discurrían en paralelo y se entrecruzaban, conectándose unos con otros. Pensamientos y recuerdos que cambiaban y fluían. Los primeros tonteos de Sandra con otras niñas cuando se asomaba a la adolescencia. El dominio de Antonio de la programación cuántica, que escapaba de los límites de la comprensión de Sam. El éxtasis de Jessica en los saltos de caída libre desde cuatro mil metros de altitud, la inyección de adrenalina en el salto y luego la tranquilidad al abrir el paracaídas, la felicidad cada vez que quedaba suspendida bajo la bóveda de tela y dirigía su rumbo hacia el suelo, cantando, respirando y planeando sin ataduras.

Conoció el amor de Sandra por la serenidad, la meditación, el gozo que le proporcionaba sentirse dentro de su cuerpo todos los días. Esa sensación se introdujo como una espiral en Sam y se encontró con sus recuerdos como sparring en combates de boxeo, la belleza absoluta de un golpe perfecto, de un bloqueo o de un movimiento para esquivar una acometida. La serenidad de una forma física excelente, la adrenalina de una lucha dura e igualada, la felicidad saturada de endorfina que le seguía. Y… y…

Sintió a Kade. El chico estaba con ellos, con ella. Y su mente… su mente… Sam descubrió la belleza del núcleo de Nexus. Kade estaba fascinado, asombrado, con su diseño sublime. Sam saboreó el espacio de pura abstracción que ocupaba el interior de Kade, donde el muchacho daba lo mejor de sí, y percibió una minúscula porción del protocolo que había elaborado con Rangan, la capa semántica entre las conexiones neurales individuales y el magma de pensamientos. La visión era maravillosa, un atlas con fragmentos de pensamientos de todas las clases, una ontología de la conciencia. Y eso existía dentro de Kade, en una parte de su mente resguardada de la duda y del miedo, incluso de la consideración de los demás. Una parte de Kade hermosa y a la vez distante, ajena, pero que en ese momento fugaz le pertenecía por completo a ella.

Sam vio a través de sus ojos. Vio el flujo de pensamientos, emociones y experiencias como bits, paquetes y patrones de transmisión, pero de una manera que no era fría y árida, sino hermosa y sinfónica, orquestal. Los instrumentos se conjuntaban para crear una obra con una textura riquísima, mayor que la suma de sus partes. Vio sus aspiraciones de trascender los límites de la mente individual, vio que Ilya había esculpido sus ideas, vislumbró el camino que Kade juzgaba viable, su fascinación por un futuro que no tuviera nada que ver con el pasado.

Entonces Sam lloró. Lloró porque la mente de Kade era clara como el agua y su visión extraordinariamente pura e impresionante a su manera, y, sin embargo, le producía terror. Lloró porque compartía con Josephine la pérdida de unos padres que les habían arrancado de su lado en su niñez, una infancia truncada. Lloró porque Kade había perdido a sus padres recientemente. Lloró porque recordaba el dolor y el miedo que Sandra había destapado: Sam herida en plena noche, el brazo izquierdo colgándole inservible, la sangre metiéndose en sus ojos, ella aterrada, temerosa de no ver amanecer, temerosa de no ser capaz de completar la última guardia…

Estaba confusa, desorientada. Surgían recuerdos sin sentido. Josephine experimentó los recuerdos de Sam de la última Navidad de sus padres en San Antonio. Pero también revivía el profundo dolor que asoló a Sam con su muerte hacía varios años. Su horror por el descubrimiento de algo sucio, inconsistente, provocado…

La experiencia de Leandra en la proteómica conectó con la identidad de Sam como arqueóloga digital. Sam trabajaba para empresas que querían acceder a información de valor de su patrimonio intelectual.

No sabía nada de bases de datos de gobiernos del Tercer Mundo… ni de informes de experimentos humanos o transhumanos…

Sam percibió la preocupación general. Kade era el más afectado. Notó que todos tendían lazos hacia ella para consolarla, para apoyarla. Cada contacto despertaba un recuerdo. Una noche en vela en la universidad, sumergida en las ecuaciones diferenciales para un examen parcial. Su primer triatlón y esa sensación que trascendía el agotamiento, la felicidad, todo lo que no fuera seguir moviendo su cuerpo… Esa vez que había superado el límite de sus fuerzas en la costa iraní del mar Caspio, al noroeste de Sarí, muerta de miedo, intentando llegar a una playa de piedras en Turkmenistán lastrada por la incertidumbre de que realmente fuera a encontrar refuerzos allí…

Sam estaba perdiendo la razón.

Le gustaba montar en bici. Nadaba. Había cursado un máster en arqueología digital. Tenía unos padres maravillosos. Tenía el recuerdo de una pistola enorme entre las manos y del hombre al que había disparado tirado en un charco de su propia sangre, desangrándose lentamente, que merecía eso y mucho más por las cosas horribles que había hecho…

Sam recordaba el entrenamiento específico para la misión. Otra dosis de Nexus, Nexus 3; no se acercaba ni de lejos a la experiencia que estaba viviendo ahora. Una reunión. Las instrucciones. Un mantra que ocultaba su verdadera identidad…

Entonces Sam lo entendió y se sintió superada por la revelación. Comprendió quién era, comprendió que esta experiencia constituía una traición a sí misma. Y ese conocimiento emergió hecho un revoltijo de las capas superiores de su mente. Sam sintió la perplejidad de las mentes con las que estaba conectada; cada una de ellas veía una parte del conjunto. Notó que su inquietud iba en aumento. Solo tenía unos segundos para actuar.

—¡NOOOOOOOOO!

El grito brotó de su mente y de su garganta de manera natural; era exactamente lo que necesitaba. Sam arrancó su mente de las demás con toda la brutalidad de la que fue capaz y sintió cómo se desgarraban los lazos en su interior. Vio y percibió que sus compañeros estaban atónitos y desorientados.

Recordó su nombre. «Samantha.» Samantha Cataranes. Recordó quién era.

Las lentes de contacto tácticas se conectaron a la red, siempre habían estado conectadas, y empezaron a aparecer mensajes de amenazas y recomendaciones, vectores de fuga e información complementaria.

«[EXTRAER EXTRAER EXTRAER]», se leía en la pantalla.

Las flechas señalaban vectores de fuga. Salidas alternativas. Una escotilla en el techo a veinte metros de altura. Probables puntos débiles en las paredes. La puerta por la que había entrado. Escogió esta última.

Samantha Cataranes se puso de pie. Su fuerza de voluntad la sacó del caos de las alucinaciones narcóticas. Los años de entrenamiento dominaron la situación. Recorrió con la mirada la escena que se desarrollaba a su alrededor. Aparecieron una veintena de nombres con letras luminosas, rostros reconocidos, biografías. Todo ello en verde o amarillo. No había una amenaza importante.

Tanteó con los dedos en la bota y activó la secuencia de transmisión de emergencia. La información almacenada fue transferida inmediatamente a gran velocidad. Sus observadores recibieron todo lo que había visto y oído.

El teléfono emitió una, dos, tres veces, violando de largo los registros de potencia FCC y consumiendo un cuarto de la batería de su móvil para enviar el mensaje.

Un ruido blanco recorrió el espacio mental y rompió la cohesión de las mentes. Sam vio que un par de personas se encorvaban con las manos apretadas contra la cabeza. A ella misma le dolía la cabeza. Cesó la música.

Entonces se volvió hacia la puerta. Las voces y las mentes a su alrededor rebulleron tras el silencio impuesto por la estupefacción y la consternación. Solo unos pocos alcanzaban a entender qué había ocurrido en realidad, pero la mayoría sabía que algo malo había sucedido.

«¡Vaya cosa más enfermiza, más depravada! No puedo creer que haya participado en algo así.»

En su cabeza aparecieron imágenes de la fusión de mentes que acababa de experimentar y sintió náuseas; le recordaron la enorme cantidad de personas que… que había tenido que matar para escapar.

No era el momento de ponerse a recordar. Vio de refilón a Kade, arrodillado, vomitando en el suelo. Sintió una punzada de compasión, de arrepentimiento. Tampoco era el momento para eso.

Avanzó a trancos hacia la entrada, bloqueó su mente. La multitud se abría a su paso. Entonces sintió el ataque de una mente, vio moverse a una persona para cortarle el paso. Era Watson Cole.

Parecía decidido, preparado, resignado. Pacifista o no, no iba a permitirle pasar.

[Amenaza de combate. Extremar precaución.]

La pantalla le mostró varias rutas alternativas; flechas que indicaban otras rutas de huida. Podía darse la vuelta y correr o enfrentarse a él para intentar salir.

Pero Sam no estaba de humor para permitir que un vulgar soldadito quemado se interpusiera en su camino.

Puso la mente en blanco y avanzó con paso vacilante; se llevó la mano izquierda al estómago y la derecha a la cara. Cuando llegó a la altura de Cole simuló desequilibrarse hacia su derecha y le lanzó un puñetazo salvaje con el dorso de la mano derecha hacia la sien.

Wats no mordió el anzuelo. El enorme marine negro se había anticipado a su acción o algo por el estilo y levantó una mano para parar el golpe, pero se echó hacia atrás y no consiguió repeler el puñetazo mientras retrocedía.

Bien. Ella era más rápida. Sus mejoras de cuarta generación superaban las técnicas de tercera generación del cuerpo de marines. La ERD se reservaba lo mejor para los suyos.

Los siguientes dos golpes de Sam ya volaban por el exiguo espacio que los separaba. Un puñetazo en el plexo solar y una patada baja en la rodilla. Wats esquivó el primero mientras retrocedía un poco más, levantó la pierna y dejó que su cabeza rapada amortiguara el golpe de la patada.

Cole era un buen luchador. Experimentado. Letal. Las actualizaciones víricas de tercera generación de los marines habían aumentado su fuerza y su velocidad y lo habían hecho menos sensible al dolor que una persona normal.

Sam era más pequeña, sus brazos eran más cortos y tenía los músculos menos desarrollados, pero había sido entrenada por los mejores y disponía de una tecnología superior. La genética poshumana de cuarta generación le daba unos nervios de mercurio, unos músculos de titanio y unos huesos de fibra de carbono orgánico.

Se había convertido en una versión de lo que odiaba. Se había asomado al abismo y eso la había transformado. Para destruir el mal, se había convertido en él.

Wats contrarrestaba la velocidad superior de Sam cediéndole terreno, paso a paso, pero ella seguía acercándose y neutralizaba la ventaja que le daba la mayor longitud de sus brazos. La sucesión de golpes, fintas y bloqueos era tan rápida que ningún espectador habría podido seguirla.

Sam advirtió que Wats se crecía, vio cómo se le disparaba la adrenalina, y eso lo convertía en un rival más peligroso. Sintió destellos de valor y de ira en los asistentes a la fiesta que se planteaban sumarse a la pelea. No tardarían demasiado en atacarla en grupo.

«Hora de acabar.»

Una táctica. Un sacrificio. Sam cedió a Wats medio metro para que se sintiera cómodo, esquivó otros tres golpes dirigidos a la ingle, los ojos y el plexo, y a continuación dejó expuesto el estómago.

Wats vio el hueco y dirigió un puñetazo brutal hacia él, justo debajo de las casi irrompibles costillas de Sam. Esta encajó el golpe plegándose para amortiguarlo, y sintió cómo nacía el dolor en su interior. Mientras se doblaba, Sam agarró a Wats por la muñeca, tiró de él para hacerle perder el equilibrio y le soltó una patada debajo de las rodillas, mientras con la otra mano le asestaba un golpe en la espalda que lo tumbó.

Wats lo vio venir, pero fue demasiado tarde. La táctica había funcionado y el marine dio con sus huesos en el suelo al momento.

La pierna de Sam cortó el aire una, dos, tres veces, para impactar en la cabeza de Wats.

Se contuvo. No matar. Neutralizar.

Respiraba con dificultad y tenía el pulso acelerado. Había sufrido daños graves, pero no revestían peligro de muerte inmediata. Era hora de marcharse. Pasó por encima del cuerpo inmóvil de Wats de camino a la puerta.

Y entonces lo sintió. Le sintió. A Kade. Lo tenía detrás. Lo tenía metido en su cabeza. Sentía la ira y el dolor del chico, su confusión, la herida de la traición, su enfado consigo mismo por haberse dejado engañar tan fácilmente… por el riesgo que había asumido en representación de un montón de personas y haberlas decepcionado. Muy a su pesar, Sam se sintió culpable por haberlo engañado, por las terribles consecuencias que su misión tendría para él.

—No —dijo Kade.

Sam sabía que el chico estaba a punto de hacer algo en su mente. Lo leyó en sus pensamientos. Kade representaba una amenaza.

Se dio la vuelta y recorrió el espacio que los separaba en tres zancadas. No matar. Neutralizar. Lo embistió con un puñetazo con el dorso de la mano en la sien.

«No.»

Sam lo oyó en su cabeza. Sintió que la voluntad de Kade arremetía contra algo que había dentro de ella.

Un puño apretado golpeó el cuerpo de un civil. Todo se volvió negro.

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