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NEXUS » 26. Máscaras

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CAPÍTULO 26

MÁSCARAS

Kade estaba despierto cuando volvió a la habitación. El chico abrió los ojos cuando la oyó entrar. Se sentía mucho más tranquilo que un par de horas antes. Sonrió a Sam.

«Mierda», pensó Sam.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.

Kade se incorporó en la cama.

—Mucho mejor. Siento lo de antes. Y gracias. Esta noche me has salvado la vida.

—Solo he hecho mi trabajo, Kade —respondió Sam.

—Esos tipos del callejón, ¿explotaron?

Sam asintió.

—¿Llevaban explosivos implantados? ¿Cómo es posible que alguien acceda a algo así?

—Quizá no sabían que podían explotar —respondió Sam lentamente—. Sus jefes podrían haberles implantado las cargas explosivas sin su conocimiento.

Sam sintió que Kade asimilaba la información.

«¿Tendré yo dentro de mí cosas que desconozco?», se preguntó Sam.

Desterró ese pensamiento. No era digno de ella.

Kade asintió con el semblante pensativo.

—¿Una charla dura con Becker? —preguntó.

La pregunta la pilló por sorpresa. ¿La había transmitido? ¿Se había enterado de que Lee había entrado para avisarla de la llamada? Sam se encogió de hombros, intentando restarle importancia.

—Solo hemos repasado la situación. Hemos intentado averiguar quién hay detrás del ataque y cómo podemos evitar que se repita.

—¿Ha habido suerte?

Sam entornó los ojos.

—Explícame la conexión Nexus entre tú y Ananda durante la recepción de anoche.

Sam atisbó un leve cambio en su rostro antes de que Kade se pusiera en guardia. Sintió que los pensamientos de Kade se robustecían a medida que él ejercía su control sobre ellos.

—¿A qué te refieres? No hubo una conexión Nexus entre nosotros. Simplemente nos encontramos en la cola.

Mentía. Sam estaba segura. «¿Acaso esperaba otra cosa?»

En cierto sentido se sintió aliviada. Su burda mentira lo colocaba como era debido en la categoría de «baza», donde necesitaba situarlo. Y al mentir había confirmado la sospecha que la rondaba. Ananda tenía Nexus dando vueltas por su cerebro.

—Kade, no te hagas el tonto conmigo.

Kade se encogió de hombros.

—Estaba en la cola y él se colocó detrás de mí. Intercambiamos un par de palabras. Eso fue todo. Nada de Nexus.

Sam meneó la cabeza.

—Perfecto, si quieres que sigamos ese camino. También sé que Shu y tú os comunicasteis por medio de Nexus, y me lo ocultaste. Estás jugando con fuego. Tu trato exige una colaboración total. ¿Lo has entendido?

Kade negó con la cabeza.

—No tengo ni idea de lo que dices. Te enseñé lo que ocurrió. Mis transmisiones Nexus estaban apagadas, y no noté que Shu quisiera colarse en mi cerebro. Conseguí que me invitara a Shanghái. Misión cumplida, ¿no?

Sam lo miró fijamente. Nada indicaba que mintiera. Ni un tic, ni una mirada desviada. Aun así, el teléfono había registrado el tráfico Nexus. ¿Era posible que procediera por entero de Shu? ¿Con qué intención?

—Enséñamelo otra vez —dijo Sam—, y enséñame tu interacción con Ananda.

Kade asintió.

—De acuerdo. —El paquete de serenidad lo mantenía tranquilo y con la cabeza fría.

Entró en la máscara de recuerdos falsos que Shu le había creado. Extendió la conexión a Sam y observó mientras ella recorría su mente. Kade valoró la textura de los recuerdos alternativos. Consistían más que nada en un guion. Una historia. Shu la había llenado de detalles, pero el cerebro hacía por sí solo lo mismo con la misma eficacia. Los recuerdos eran relatos. Historias. Si conseguía dominar el relato correcto, colocarlo a la vista como una máscara, se podía engañar a cualquiera.

¿Podía construir un relato convincente para su breve encuentro con Ananda? Intentó imaginarlo, intentó contarse la historia de su encuentro casual, hacerlo real, intentó dotarlo de los mismos atributos que la máscara que Shu había creado en su mente.

Sam se movía de una manera sistemática, concienzuda, por los recuerdos de su cena con Shu. Reprodujo varias veces algunos momentos. No encontró nada. Los recuerdos falsos se sostenían.

—Enséñame tu encuentro con Ananda.

Kade se sumergió en el guion alternativo, se transformó en otro Kade, contó la historia de su breve conversación en la cola del bar. La sensación de proximidad de otro cuerpo. Calor corporal, el sonido de la respiración, un par de palabras intercambiadas.

Sam terminó y mantuvo los ojos clavados en los de Kade. Luego sacudió la cabeza. Transmitía decepción. Amargura.

—Kade, no sé cómo lo haces, pero sé que me mientes. Voy a decírtelo una vez más. Si no prestas una colaboración total, irás a la cárcel, docenas de amigos tuyos irán a la cárcel. Algunos nunca volveréis a pisar la calle.

Su desagrado era evidente mientras hablaba. No le gustaba lo que estaba haciendo, Kade podía sentirlo. Ella prefería llevar a cabo misiones sobre el terreno, no chantajear a personas. Kade se preguntó si sería consciente de todo lo que estaba revelándole sobre sí misma.

—Estoy diciendo la verdad. No tengo ningún motivo para mentirte. Quiero acabar de una vez por todas con esto y seguir con mi vida. —Dejó que la frustración y la ira afloraran en su voz, en las emociones que se filtraban en el cerebro de Sam desde el suyo.

«Sería muy fácil conseguir que me creyera —se dijo Kade—. Podría utilizar una de las puertas traseras… Podría colarme en su mente y hacer que me creyera.»

No. No lo haría. No al menos mientras tuviera otras opciones. Tenía que fijar un límite.

Sam suspiró.

—Vale, como tú quieras. No digas que no te avisé cuando estés de mierda hasta el cuello.

Sam volvió a sacudir la cabeza. Estaba furiosa consigo misma por algo. Algo que tenía que ver con él.

—Ahora hablemos sobre lo que ha pasado hoy. Tenemos que remontarnos al hotel. Tu historia es…

—Espera, espera, espera un momento —la interrumpió Kade.

—¿Qué pasa?

—Ya hemos terminado, ¿no? He hecho lo que me pedisteis. He conseguido que me inviten a Shanghái. Al parecer me quiere para la plaza de posdoctorado. ¿Qué tal si vuelvo a casa ya?

Sam meneó la cabeza.

—No. La misión todavía no ha terminado. —Estaba adoptando el papel de dura. Tampoco le gustaba eso. Estaba armándose de valor para decirle cosas con las que ella tampoco estaba de acuerdo.

—Vamos, Sam… Nos acaban de atacar. Tú misma dijiste que querían secuestrarme. Alguien sabe que aquí hay gato encerrado. Y mataste a esos tipos. Se darán cuenta de que eres algo más que una simple estudiante. ¿Qué les impedirá volver a intentarlo? ¿Es mejor para tu misión que yo desaparezca? ¿O que me maten?

Sam lo sintió, Kade lo veía. Y sus argumentos daban en la diana. Resonaban en ella.

—Marcharte no es una opción, Kade. La decisión ya está tomada. Nos quedamos. No podemos hacer nada que despierte las sospechas de Shu, y si te vas antes de lo previsto resultará sospechoso. —Kade sintió un vacío en el interior de Sam mientras hablaba; la amargura que le producía oír las palabras que brotaban de su boca. Una resolución inquebrantable por hacer su trabajo.

—Escucha, no sería tan complicado. Podríamos decir que pillé la gripe. Enviaré un correo a Shu para confirmar mi visita a Shanghái.

—No. —La resolución eclipsó todo lo demás—. Ya te lo he dicho. La decisión está tomada. Se reforzará la seguridad. No correrás peligro. Pero nos quedaremos y completaremos nuestra misión.

Kade permaneció en silencio un momento, con la mirada fija en Sam.

—No voy a ayudarte a chantajear a esos críos. No voy a ayudarte a joderles la vida como me la has jodido a mí. No dejaré que los utilices para llegar a otra persona.

—En ese caso, Rangan e Ilya irán a la cárcel. Tú iras a la cárcel. Más de un centenar de amigos tuyos que estaban en la fiesta irán a la cárcel. Perderán sus trabajos. Perderán las becas. Serán expulsados de las universidades.

El odio que sentía hacia sí misma se reflejaba en su voz mientras hablaba. Sin embargo, su resolución era aplastante.

—Y todo eso será culpa suya, señor Lane. Todo.

Una ira glacial se apoderó de Kade. ¿Cómo era posible que hubiera empezado a confiar en esta mujer? Daba igual que odiara lo que estaba haciendo. Estaba haciéndolo. Era uno de ellos.

—Que te jodan, Cataranes —dijo con frialdad, en un tono firme, para que se enterara de que se lo decía en serio.

Sam se levantó. Su ira crecía por momentos.

—No, que te jodan a ti, Kade.

Salió de la habitación y espetó por encima del hombro:

—Y levántate. Nos vamos dentro de diez minutos.

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