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NEXUS » 36. La visita

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CAPÍTULO 36

LA VISITA

Kade soñó los recuerdos de Sam. Tenía catorce años; el hombre que había saltado con él desde la ventana de un tercer piso la había envuelto con una manta; contemplaba cómo ardía el infierno en el que había vivido durante los últimos seis años. Era una joven adolescente creciendo en un mundo nuevo y extraño. Desde el mismo momento que acabó su vida anterior, supo exactamente en qué quería convertirse. Quería ser uno de los que luchaban contra los malos, de los que salvaban a las niñas de los incendios.

Tenía dieciocho años y estaba en la academia de la recientemente creada ERD. Su mentor era un hombre llamado Nakamura, el mismo agente que la había rescatado del rancho en llamas. Sus instructores le enseñaban a luchar, a pensar, a sobrevivir. Tenía veintiún años, la edad a la que se había sometido a una serie interminable de operaciones quirúrgicas y terapias genéticas, ideadas para convertirla en un arma contra el mal. Tenía veintitrés años, estaba sola en la costa del mar Caspio, era el único superviviente de una misión que había destruido un laboratorio de bioterrorismo, pero el precio que había pagado su equipo… Tenía veintisiete años, de un día para otro le habían pedido que se infiltrara en una red de Nexus en San Francisco… Estaba en Bangkok. Había conocido a una niña. Una niñita increíble y prodigiosa…

Alguien la sacudía. Movió un brazo para apartar la mano que lo zarandeaba, pero, sorprendentemente, solo golpeó aire.

—¡Kade!

Un susurro. Una voz masculina. Kade. Eso era. Él era Kade, no Sam.

—¡Kade, despierta!

Loesan, era la voz de Loesan.

—Hay alguien que quiere verte.

Kade hizo un esfuerzo para abrir los ojos. Era tan temprano… Apenas habían dormido una hora. La mente de Loesan vibraba de excitación. Estaba ocurriendo algo fuera de lo común. Había llegado una persona importante.

—¿Qué? —masculló Kade.

—Vamos, levántate —murmuró Loesan—. ¡Te va a gustar!

Kade pestañeó y se despabiló. Sam murmuró algo apoyada en su brazo. Él la contempló, el cabello despeinado, el rostro vulnerable y más joven que nunca. Sintió ternura. Y confusión. Pero no era el momento para eso.

Se zafó delicadamente del abrazo somnoliento de Sam, se incorporó y volvió a pestañear.

—Vale, vale, ya voy.

Salió de la diminuta habitación para invitados y siguió a Loesan por el pasillo hasta el salón. La primerísima luz del alba entraba por las ventanas. Había dos lámparas encendidas que arrojaban una luz tenue. La mayoría de la gente que había participado en la reunión de la noche anterior dormía repartida por los sofás y el suelo, tapada con mantas.

«Mierda, pillamos la mejor habitación —pensó Kade—. Vaya descortesía.»

El anciano Niran estaba sentado con las piernas cruzadas delante del altar, meditando, abstraído y sereno. Narong y Suk estaban despiertos. Suk irradiaba tensión y sorpresa. Narong se levantó con la mirada clavada en la persona situada fuera del campo visual de Kade y enfiló hacia ella.

Kade se adentró en el salón y se volvió para mirar en la misma dirección que Narong. En la estancia había tres hombres tailandeses enormes con los abrigos puestos. Llevaban escrita la palabra «guardaespaldas» en la frente. Había un cuarto hombre tailandés, alto y tieso, con las sienes plateadas, un llamativo anillo en el dedo y una sonrisa de suficiencia en el rostro. Este se acercó a Kade y le tendió una mano.

—Buenos días. Mi nombre es Ted Prat-Nung. Me han dicho que puedo aprender mucho de usted.

«Oh, no. Dios mío, no.»

«Oh, maldita sea.» Sam esbozó una sonrisa contenida, todavía adormilada. Había sido tan agradable… Había soñado que era Kade; había sido el muchacho tímido y obsesionado por los ordenadores de su juventud, había revivido su descubrimiento de la ciencia, de las drogas psicodélicas, experimentado de primera mano su curiosidad intensa e insaciable, sus primeras tentativas con Nexus junto a Rangan, las conversaciones hasta altas horas de la noche y los experimentos que habían desembocado en el descubrimiento de que el núcleo de Nexus era programable… Había sido tan dulce y seguro. El amor permanente de la familia y los amigos, una vida en un mundo donde la curiosidad y la capacidad para maravillarse eran el motor, en lugar del dolor, el miedo o la búsqueda de justicia. Qué vida más apacible y fácil… El dolor había llegado de repente, muy recientemente, con la pérdida de los padres en un accidente.

Alargó un brazo para tocarlo, para abrazarlo, pero solo encontró el colchón. Mmm… ¿Dónde…?

Una luz destellante en sus lentes de contacto. Roja. Otro mensaje. ¿Qué estaba pasando?

COMBATE INMIMNENTE.

Sam se despabiló al instante. Pantalla táctica. Se aproximaban agentes desde todas las direcciones, empuñando armas cargadas con tranquilizantes y pertrechados además con armas letales como refuerzo. Tenía un objetivo de gran valor a solo unos metros. El cabrón de Ted Prat-Nung. Iban a entrar. Estarían allí en cuestión de segundos.

El pánico se apoderó de ella. «¡No! ¡Los civiles! ¡Mai!»

Parpadeó para presionar:

«ABORTAR, ABORTAR, ABORTAR.»

Navegó por el maldito menú, ¡ahí estaba!:

«CIVILES EN PELIGRO, CIVILES EN PELIGRO, ABORTAR, ABORTAR, ABORTAR.»

Alguien invalidó su mensaje. Ya estaban aquí.

«Mierda.»

Garrett Nichols se agarró a los brazos de la silla cuando el oleaje zarandeó el Boca Ratón. Estaban en alta mar, y maniobraron para eludir a la pareja de destructores tailandeses de la clase Kolkata que patrullaban la zona. Se esperaban condiciones adversas durante las próximas dos horas.

Nichols, Jane Kim y Bruce Williams estudiaban a los recién llegados en la pantalla de la atestada sala de control. La minúscula cámara omnidireccional colocada en el apartamento funcionaba como el culo con una luz tan débil. Tres de las figuras eran enormes, unas moles, alguna clase de matones. En cuanto a la cuarta…

—La madre que me parió —masculló Bruce Williams.

La tecnología de ampliación de imágenes de su ordenador había avisado de una concordancia. La cuarta figura, con una probabilidad del cincuenta y cuatro por ciento, no era otro que Ted Prat-Nung.

Nichols se quedó mirando fijamente la pantalla una fracción de segundo, anonadado, y luego empezó a repartir instrucciones.

—Código rojo, código rojo. Equipos A y B a las posiciones de contención. Equipo C en la reserva. ¡A sus puestos, gente!

—Recibido —respondió Williams.

—¿Situación de Noviembre? —inquirió Nichols mientras escribía a toda velocidad un mensaje de alerta para Becker.

—Está dormido, señor —respondió Jane Kim.

—Despiértenlo. Todas las miradas en el Objetivo Cuatro. Prepárense para capturarlo.

—Recibido.

La cara de Becker apareció en una ventana.

—Situación —ordenó.

—Es probable que Ted Prat-Nung esté en la habitación —respondió Nichols—. Estamos desplegando a nuestros agentes para capturarlo.

Becker pestañeó con incredulidad.

—La probabilidad ha subido al sesenta y tres por ciento —anunció Williams.

—Noviembre-1 se ha levantado —informó Kim—. Se dirige a su posición.

—Lane acaba de entrar en la habitación —dijo Williams con una tensión palpable en la voz. La pantalla táctica mostraba su posición. Cataranes estaba a unos pocos metros de él.

—¡Mirlo solicita que abortemos la misión! —espetó Williams—. Civiles en peligro.

—Invalide el mensaje —ordenó Becker—. Ya sabemos que hay civiles. Es una misión de captura. No vamos a matar a nadie.

Nichols asintió. Williams presionó una tecla de su consola de mandos.

—Noviembre-1 ya casi está en posición —informó Kim.

—Equipos de asalto A y B estarán listos en cuestión de segundos —anunció Williams.

El altavoz crepitó: «Mi nombre es Ted Prat-Nung».

—Ahí está —dijo Nichols—. Lo tenemos.

—Noviembre-1 está en posición —dijo Kim.

Nichols se volvió hacia la pantalla que mostraba el rostro de Becker. Este asintió.

—Equipos de asalto, preparados —aseveró Nichols—. Jane… dé la orden de que comience la captura con Noviembre-1.

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