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NEXUS » 37. Una presentación violenta

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CAPÍTULO 37

UNA PRESENTACIÓN VIOLENTA

—Mi nombre es Ted Prat-Nung —dijo el hombre alto—. Me han dicho que puedo aprender mucho de usted.

«Oh, maldita sea», pensó Kade.

Suk recibió su pensamiento. Captaba los pensamientos de Kade, las imágenes de peligro, de hombres armados aguardando pacientemente. Lo comprendió todo en un destello de clarividencia.

—¡Es una trampa! —espetó el sobrino de Prat-Nung.

La inquietud se instaló en el rostro de Ted Prat-Nung. Los tres guardaespaldas desenfundaron las armas que llevaban debajo de los abrigos.

Pero Narong había sido más rápido. Se había levantado y apuntaba con una pistola a la cabeza de Prat-Nung a menos de un metro de él. Kade conocía esa pistola. La había visto en los sueños de Sam. Estructura de cerámica. Balas con la cabeza de grafeno. Invisible para los detectores de metales y los rayos X. Formaba parte del equipo estándar en las operaciones de la ERD y la CIA.

«Oh, no. No, joder. Por favor, no.»

—Todo el mundo quieto —ordenó Narong en voz alta, en un inglés sin acento—. Tanom Prat-Nung, queda arrestado por violar la ley internacional según los Acuerdos de Copenhague para las amenazas tecnológicas globales.

«¿Has visto a Narong?», le había preguntado a Sajja.

«Creo que está enfermo —le había respondido—. Debe encontrarse muy mal para perderse la sesión de los paneles.»

Narong no había estado enfermo, sino detenido por la ERD.

Uno de los guardaespaldas dio lentamente un paso hacia la derecha para intentar colocarse detrás de Narong.

—Te estoy viendo —dijo Narong—. Si das otro paso, le reviento la cabeza.

Kade visualizó la escena, la imaginó: la bala con la cabeza de grafeno entraba por un lado del cráneo de Ted Prat-Nung y salía por el otro, y la sangre y los fragmentos de su cerebro triturado regaban la pared.

—Bajad todos las armas. Estáis rodeados. Rendíos y no os pasará nada —dijo en voz alta y clara, en un tono autoritario que no tenía nada que ver con el verdadero Narong.

«Utilizarán tus herramientas para fines contrarios a tus intenciones —le había dicho Shu—. No te pedirán permiso.»

Los guardaespaldas miraron a su jefe, sin saber muy bien qué hacer. Ted Prat-Nung se volvió lentamente hacia Narong y se quedó mirando fijamente el cañón de la pistola.

—No —dijo Ted Prat-Nung—. Si me disparas, eres hombre muerto. Baja tú el arma.

Las facciones de los guardaespaldas se endurecieron.

«No se lo permitiré», le había respondido Kade.

Narong… Kade observó detenidamente la mente de Narong. Ahí estaba. No era Nexus 3… Era Nexus 5. La tecnología de Kade. Eso significaba que la ERD había actuado exactamente de acuerdo con la afirmación de Shu.

«No te pedirán permiso», se había mofado de su inocencia.

Pero también significaba que las puertas traseras que Rangan y él habían instalado…

Narong dio otro paso hacia Ted Prat-Nung y acercó aún más la pistola a su cabeza.

—Estáis rodeados. Soltad las armas y esto podrá acabar de una manera pacífica. Os doy tres segundos.

»Tres…

«Nadie utilizará mi obra como arma —se dijo Kade—. Jamás.»

Envió la contraseña de una puerta trasera. La mente de Narong se abrió para él.

—Dos…

Se sumergió en la mente de Narong y se hizo con el control.

—Uno.

Kade sometió la voluntad de Narong justo cuando pronunciaba la palabra. Un músculo se tensó en el rostro de Ted Prat-Nung. Uno de los guardaespaldas sacó un arma.

—No —dijo Kade.

Narong puso los ojos en blanco y dejó caer la pistola de la mano entumecida. Empezaron a flojearle las piernas.

Una ráfaga de metralleta le desgarró las entrañas. Uno de los guardaespaldas había sacado su arma y la sostenía con el cañón prácticamente hundido en el estómago de Narong, que se derrumbó en el suelo ante la mirada atónita de Kade.

Ted Prat-Nung se volvió hacia él.

—¿Quién eres? —le preguntó.

Las tres moles tailandesas habían sacado las armas y lo apuntaban con ellas.

Una explosión tiró abajo la puerta.

Garrett Nichols observaba sentado en el borde de la silla mientras Jane Kim dirigía a Noviembre-1.

—Os doy tres segundos —dijo Noviembre-1 manipulado por Kim.

»Dos…

»Uno.

Kim le ordenó disparar un tiro al objetivo en el vientre. Nada ocurrió. Noviembre-1 dejó de transmitir imágenes. Nichols se volvió rápidamente hacia las pantallas que mostraban las imágenes de la cámara instalada en la habitación. Una ráfaga de metralleta. Noviembre-1 caía al suelo. Todos los guardaespaldas empuñaban armas. Todo el mundo miraba a Kade.

—¡Mierda! —exclamó Nichols—. ¡Al asalto! ¡Al asalto!

Los equipos A y B apretaron los botones para volar las puertas y entrar en la habitación.

¡ABORTAR! ¡CIVILES EN PELIGRO! ¡CIVILES EN PELIGRO!

Alguien invalidó el mensaje de Sam.

«Mierda.»

Se levantó de un salto. Estaba desarmada. En su pantalla táctica apareció otro aliado a pocos metros de Prat-Nung y Kade. Salió corriendo al pasillo.

«¡Oh, no!»

Mai también estaba allí, sin atreverse a entrar en el salón, mirando. Sam tenía que alejar a la niña del peligro.

Recorrió sigilosamente el pasillo mientras se dirigía mentalmente a Mai. «Ven aquí, Mai. Ven a jugar conmigo.» Le envió el mensaje en imágenes, viñetas de ambas en la habitación, seguras, jugando con los muñecos.

Mai se volvió hacia ella y le sonrió, abrazada a su mono.

La puerta trasera saltó por los aires. La explosión derribó a Sam. Los mercenarios de la ERD entraron y los proyectiles tranquilizadores resonaron en el aire. Las metralletas respondieron.

«Oh, mierda.»

La puerta principal saltó por los aires. Kade se tiró al suelo y vio que Ted Prat-Nung hacía lo mismo. Alguien disparaba desde la entrada, dos hombres de negro. Una bala le rozó silbando la cabeza. Los dardos se incrustaron en los guardaespaldas.

Los escoltas dispararon sus armas automáticas hacia la puerta. Las bocas de los cañones despidieron treinta centímetros de llamaradas. Kade oyó un grito de dolor. Una de las figuras de la puerta se derrumbó; la segunda se batió en retirada. Ted Prat-Nung se refugió detrás de un sillón. Kade se escondió tras una puerta.

—¡Hombre herido! —gritó Bruce Williams—. Una baja en el equipo A. Las balas han atravesado la armadura. Munición tranquilizadora ineficaz.

«Mierda —se dijo Nichols—. Anticuerpos. A esos cabrones se los han inoculado contra nuestros tranquilizantes.»

La tecnología evolucionaba demasiado deprisa. Se difundía demasiado deprisa. Ahora moriría gente.

«Pasen a las armas letales —ordenó—. Maten a esos cabrones.»

Los guardaespaldas se agacharon y se dispersaron, apuntando en todo momento las metralletas hacia los escombros de la puerta principal. Flotaba una nube de humo y polvo en la habitación. Lalana gritaba tendida en el suelo con una herida de bala en la pierna. Niran la ayudó a levantarse y corrieron hacia el pasillo.

Una ráfaga de arma automática procedente de la puerta partió en dos a Niran. Las balas atravesaron su cuerpo y alcanzaron a uno de los guardaespaldas de Prat-Nung en el muslo. Cayó sobre una rodilla, pero no dejó de disparar. Los otros guardaespaldas también abrieron fuego hacia la puerta. La cabeza de Lalana había explotado durante el intercambio de disparos. Kade jadeó mientras sentía cómo se apagaba su mente.

Ted Prat-Nung sacó una pistola ametralladora que llevaba ceñida a la cintura y asomó la cabeza por el borde del sillón, con cara de pocos amigos.

Sam se salvó de la explosión de la puerta y levantó la cabeza. Desde el salón llegaban disparos de metralleta. La sonrisa de Mai se había tornado en una mueca de terror. Miraba en dirección a Sam, pero su mirada estaba fija en un punto detrás de ella mientras retrocedía hacia el salón y el estruendo del tiroteo.

«¡No! —le envió Sam—. ¡No!»

Alguien agarró a Sam por el brazo y la levantó.

—¿Mirlo, está herida? ¿Dónde está Canario?

La voz sonó ahogada a través de la máscara. Sam seguía mirando a Mai, intentando convencerla para que se alejara del tiroteo y se pusiera a salvo.

Un guardaespaldas envuelto en un abrigo apareció en su campo visual, en cuclillas, caminando hacia atrás en dirección al pasillo. El tipo echó un vistazo por encima del hombro, y cuando vio a los agentes dirigió el arma hacia ellos para disparar. Pero el mercenario que estaba junto a Sam reaccionó más rápido, levantó el fusil y apretó el gatillo. El cañón de su arma escupió una bola de fuego.

¡NO! ¡Mai estaba en la línea de fuego!

Sam se abalanzó sobre el soldado y lo empujó contra la pared. Las balas pasaron rozándolos. Mai gritaba, paralizada, en medio del fuego cruzado, aterrorizada.

El mercenario había perdido el sentido. Por la puerta que había detrás de Sam llegaban más disparos. Una bala le arañó el hombro. Sam actuó guiada por su instinto, dio la vuelta al soldado inconsciente y lo orientó hacia el equipo que se aproximaba, le envolvió la mano con la suya y apretó el gatillo con el dedo del mercenario.

Las balas impactaron en el cuerpo que sostenía y empujaron a ambos hacia atrás. Sam disparó a discreción contra la puerta trasera, apenas podía apuntar con el fusil de asalto en la mano del mercenario, así que mantuvo el dedo apretado contra el dedo del soldado apoyado en el gatillo hasta que vació el cargador. Vio caer a una de las figuras que intentaban entrar.

—¿Qué cojones está pasando? —bramó Garrett Nichols.

Bruce Williams meneó la cabeza.

—Dos bajas en el equipo B, señor. ¡Mirlo acaba de matar a dos de los nuestros!

—¡Dígale que se esté quieta! —ordenó Nichols—. Neutralícela si es necesario. Pero ¡la quiero viva!

Nichols examinó las imágenes en las pantallas. Tres miembros de los equipos de asalto estaban muertos. Todos los guardaespaldas estaban heridos, y al menos uno había muerto con toda seguridad. Ted Prat-Nung, desaparecido. Vaya cagada.

—¡Y envíe al equipo C!

Silencio. Sollozos. Sam soltó al hombre que había utilizado como escudo y el cuerpo se precipitó contra el suelo. Miró en todas direcciones.

¿Dónde estaba Mai?

Primero vio al guardaespaldas de Prat-Nung. Muerto, con un cráter que manaba sangre en el lugar de la cara. Allí estaba Mai. Sam corrió hacia ella y se agachó junto a la niña. Estaba cubierta de sangre. Tenía los ojos cerrados. Su mente transmitía dolor, dolor, dolor. Había recibido uno, dos, tres disparos. Las balas de los mercenarios de la ERD la habían empujado al pasillo. Su cuerpo diminuto estaba destrozado; el mono de juguete, hecho jirones. Su mente se apagaba.

«¡NOOOOO!»

Mai abrió los ojos y trató de sonreír a Sam.

«Te quiero, Sam», pareció decir su mente.

Y entonces murió.

Samantha Cataranes perdió la cabeza.

Alguien posó una mano en su espalda. Un agente. Sam la agarró y tiró al hombre al suelo. Sonaron más disparos procedentes del salón, un grito de dolor. Sam oyó chillidos, sollozos, gritos de ayuda. Los sintió en su mente. Otro agente se abalanzó sobre ella por un costado y Sam bloqueó una patada y lo derribó con un solo golpe en la cara.

Lalana estaba muerta. Niran agonizaba. Chuan estaba herido y desangrándose. La rabia la consumía.

Detuvo una acometida con un rifle por su izquierda e intentó lanzar una patada al agente que tenía delante, pero el agente repelió su ataque y Sam se llevó un golpe doloroso en la espinilla.

Chariya yacía herida y moribunda en el suelo, llorando silenciosamente por su marido, por la hija que había adoptado. Sarai gritaba de dolor y de desesperación con una bala alojada en el cuerpo, arrodillada junto al cuerpo sin vida de Sajja, el hombre que amaba.

Tenía a todos ellos dentro de su cabeza. Sus mentes unidas formaban una sola. Sam podía sentirlas todas. El Nexus y el Empathek las fusionaba con la suya.

Sam era ellos. Era su desesperación. Su ira. Su arma.

Bramó cuando los agentes se abalanzaron sobre ella y repartió puñetazos y patadas. Derribó a uno, a dos, a tres.

Un fusil le machacó la nuca y la tiró al suelo a cuatro patas. Había un hombre detrás de ella. Soltó una coz y un cuerpo salió volando por el aire hasta la pared de detrás. Otro tipo la golpeó con el rifle en la cara. Un hombre le dio una patada a traición en el estómago desde el suelo y la dejó sin aliento.

Sam se alejó rodando de los hombres que la tenían arrinconada y se llevó un golpe brutal en la cabeza. Un bota se posó en su torso, un rifle la apuntó en la cabeza.

—¡Cataranes! —espetó Lee—. ¡Basta!

Sam lanzó una pierna con la intención de arrancarle el rifle de las manos, pero otro hombre le soltó una patada en la cara, fuerte. Otros dos rifles la encañonaron.

—¡No te muevas, maldita sea!

Wats movía frenéticamente la cámara de fibra óptica. El piso de abajo se había convertido en un maldito campo de batalla. Kade había aparecido fugazmente antes de que todo saltara por los aires, luego se había esfumado. Tenía que sacarlo de allí. ¿Dónde estaba? ¿Dónde cojones estaba?

Kade se agachó junto a la puerta. Podía sentir el dolor y la muerte que lo rodeaba. Podía sentirlo todo a través de la conexión Nexus que compartían. Narong yacía en el suelo, confundido y aterrado, sin saber exactamente qué había hecho, sufriendo un dolor indescriptible y aterrorizado por la idea de una muerte inminente.

«Yo he hecho esto —se dijo Kade—. Es culpa mía. Yo soy el responsable.»

Chariya estaba herida, lloraba la muerte de su familia. Sajja estaba muerto. Lalana estaba muerta. Sentía a Niran desangrándose en el centro de la habitación.

Se le cortó la respiración. Sintió un dolor y una angustia que nunca había experimentado. Podía sentir cómo morían todos a su alrededor, su agonía, su desesperación.

«Yo los he matado —pensó—. ¡Los he matado!»

Las lágrimas se precipitaron por su cara. Tenía que dominarse. Recurrió al paquete de serenidad y lo reguló al máximo. La clarividencia dispersó la niebla de dolor y miedo que invadía su interior. Se abrió para los supervivientes, intentó analizar lo que veían en medio de su confusión, de su ira, de su terror.

Sintió que Chuan se arrastraba lentamente hacia el cadáver de un guardaespaldas de Prat-Nung para arrebatarle el arma con la intención de matar a los hijos de puta que habían invadido su hogar. Vio a través de los ojos de Chuan a Ted Prat-Nung, que salía de detrás de un sillón y se dirigía hacia Chariya mientras disparaba con su pistola metralleta a un agente. La ráfaga de disparos alcanzó al agente en el pecho y le agujereó la armadura. Una bala perdida impactó en Rajni, que estaba encogida en el suelo, y le agujereó el muslo izquierdo y le hizo añicos el fémur. El grito de dolor que lanzó no se lo había arrancado jamás putero ni chulo alguno con sus palizas.

Prat-Nung recogió a Chariya del suelo y enfiló hacia la ventana con ella en brazos. Otro mercenario levantó su arma. Los cristales cromados de la ventana se hicieron añicos delante de Prat-Nung. Las balas de las armas automáticas le pulverizaron el torso, lo elevaron en el aire y lo arrojaron contra el suelo. Chariya aterrizó encima de él.

Kade los borró de su mente. Sam. La habían neutralizado; los agentes la apuntaban con sus rifles. Envió la información a Chuan, insistió dentro de su cabeza. «¡Sam! ¡Ayúdala!»

Chuan se levantó con una rodilla clavada en el suelo. Empuñaba la metralleta de uno de los guardaespaldas de Prat-Nung. Disparó a los agentes que rodeaban a Sam. Una bala alcanzó a uno en la espalda y le destrozó la columna vertebral. Dos cañones se volvieron hacia él y escupieron sus llamaradas. El pecho de Chuan explotó. El chico cayó con una mirada de incredulidad en los ojos. Kade aún sentía su mente en funcionamiento, dominada por la sorpresa, por la incomprensión, todavía intentando entender qué le acababa de ocurrir, intentando asimilar el hecho de que estaba muerto, mientras los restos de su cuerpo regaban el suelo.

Tendría que ayudarla él mismo. Activó el programa Bruce Lee. Aparecieron unos círculos que rodeaban los objetivos en su campo visual. Clicó en uno de los hombres que había junto a Sam, encañonándola con su arma: «Ataque total».

Bruce Lee lo lanzó a la refriega.

Sam permaneció inmóvil en el suelo, mirando fijamente los cañones de las armas. Se llevó las manos a la cabeza. La tenían. Mierda.

Se oyeron más disparos en la cocina. Gritos. Sentía que Kade estaba buscándola; sintió que la encontraba.

Chuan se levantó con una rodilla hincada en el suelo y disparó el arma de uno de los guardaespaldas. Sintió cómo lo hacía. Las balas arrasaron el pecho de uno de los mercenarios que la rodeaban. Lee levantó su rifle, apartó los ojos de Sam y eliminó a Chuan.

Alguien golpeó a Lee en el costado. Era Kade, con una patada voladora que lanzó al agente contra la pared. Sam sintió que Lee estampaba la culata de su arma en la cara de Kade y lo tiraba al suelo. Pero por un momento solo hubo dos hombres a su lado, ambos con la mirada fija en Chuan y las armas en posición de disparar. Sam alargó los dos brazos y los agarró por los cinturones, tiró con fuerza para levantarse de un salto y simultáneamente los tumbó.

Giró sobre sí misma y lanzó una patada brutal, que habría decapitado a cualquier persona normal, contra la cabeza de uno de los mercenarios, que se empotró contra su compañero. Un fusil de asalto se disparó y las balas perforaron el techo o se perdieron detrás de Sam.

Lee corrió hacia ella blandiendo su rifle con las dos manos con la intención de estampárselo en la cara, pero Sam agarró el arma con ambas manos, se balanceó hacia atrás y soltó una patada que lanzó por los aires a Lee, que se estrelló contra la pared que había a la espalda de Sam.

Sam se puso en pie de nuevo, con el rifle de Lee en las manos. Alguien la atacó por detrás, pero Sam se dio la vuelta y le reventó la cabeza con el arma. Un agente que estaba en el suelo se lanzó para apresarle las piernas por detrás y Sam se desplomó de rodillas.

Sam recibió una patada en la cabeza. Un fusil le golpeó la espalda como un martillo y le robó todas las fuerzas del cuerpo. Rodó por el suelo para esquivar otro golpe dirigido a su cabeza y recibió una patada brutal en las costillas, soltó un puñetazo en la entrepierna de su atacante que lo obligó a doblarse a pesar de la armadura.

«Mierda. Mierda. Mierda. Son demasiados.»

Le llovieron patadas y culatazos. Los bloqueó uno tras otro y soltó patadas a ciegas mientras intentaba alcanzar una pistola. Los golpes no cesaban. Un dolor atroz irradió de su cara con el impacto de una bota con la puntera de acero. Detuvo un culatazo con el codo y perdió la sensibilidad del brazo izquierdo. El dolor se expandió por todo su cuerpo desde los riñones. La cadera, las costillas, el pecho, estaba recibiendo una paliza infernal. No podía respirar, y apenas veía.

«Son demasiados. Joder. Demasiados.»

Era imposible que saliera de esta. Acabaría muerta.

«¡Han matado a Mai!»

Un pie le apretó la sien contra el suelo. Dos hombres la sujetaban de las muñecas. Sam se revolvió y estuvo a punto de quitárselos de encima. Otro culatazo en la cara. Sus músculos se relajaron un instante. Le ataron las muñecas a la espalda con una brida de plástico. Tres fusiles la encañonaron.

—¡Ni se te ocurra moverte, maldita sea! —bramó Lee.

Estaba molida. Esta vez nadie acudiría al rescate. Tendría que pagar por sus acciones.

Y entonces el techo explotó encima de su cabeza, y algo grande y pesado se precipitó sobre los agentes que había debajo, y alguien alto y robusto como un toro cayó a continuación, con una metralleta en cada mano, disparándolas mientras aterrizaba en el suelo.

Wats examinaba la imagen frenéticamente. ¡Ahí! Ese era Kade. El chico apareció de la nada y embistió a un agente de la ERD. Intentaba rescatar a Cataranes.

Wats vio que el agente derribaba a Kade. Abajo había al menos seis hombres. Ni rastro todavía de los guardaespaldas de Su Prat-Nung. Era una misión casi suicida.

«Lo único importante es cómo aprovechamos el instante que se nos ha concedido.»

Wats depositó el explosivo plástico en el suelo, apretó el detonador de acción retardada y se cobijó detrás de un escritorio de madera maciza.

La explosión fue ensordecedora. Wats quedó cubierto inmediatamente por una lluvia de polvo. Empujó el escritorio de roble y lo dejó caer por el boquete en el suelo, luego empuñó las armas y también saltó a él.

Sam se quedó con los ojos como platos cuando vio que una mole negra caía por el agujero que la explosión había abierto en el techo y aterrizaba sobre los restos del escritorio que lo había precedido y había enterrado a los agentes. Lee levantó la mirada, atónito, y trató de apuntar con su pistola, pero Wats le pegó un tiro a quemarropa, y su cabeza se desintegró convertida en una nube roja de sangre.

Sam percibió la presencia de una mente. La había sentido antes. Una vez. Watson Cole. El tipo que había logrado huir.

El exmarine se volvió y abrió fuego contra el reducido campo de batalla. Uno de los agentes rodó por el suelo y se refugió detrás del escritorio destrozado. Otro levantó el arma para disparar a Cole, pero la metralleta del hombretón negro lo pulverizó.

Otro mercenario encañonó a Cole, pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Sam se abalanzó sobre él, con las manos todavía ligadas a la espalda, lo tiró al suelo y le dio patadas en la cara hasta que perdió el conocimiento.

Aún quedaba un agente, el que se había escondido detrás del escritorio de madera maciza.

Apareció por el lado contrario con la idea de pillar por sorpresa a Cole, pero este estaba allí, esperándolo, y el mercenario chocó contra los cañones de las dos metralletas de Cole. Las armas escupieron sus llamaradas cegadoras y las balas de grafeno atravesaron la armadura y perforaron el pecho y la entrepierna del agente.

Uno de los agentes aplastado por los trozos de escritorio se revolvía y trataba de alcanzar un fusil de asalto que casi rozaba con los dedos. Wats alejó el arma de una patada y soltó un culatazo en la cara del mercenario.

Cesó el estruendo de los disparos. Solo se oían los quejidos de los moribundos y el llanto de los que habían perdido a sus seres queridos.

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