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NEXUS » 48. Ningún plan sobrevive…

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CAPÍTULO 48

NINGÚN PLAN SOBREVIVE…

El Opal negro llegó al nivel del monasterio a tiempo para ver a los SEALs que desaparecían en el interior del helicóptero furtivo.

—Ahí. Kade está en ese —transmitió Shu a Feng—. Y Cataranes también se dirige hacia él.

Sam corría hacia el helicóptero donde estaba Kade. Feng pisó el acelerador con el coche dirigido hacia las puertas del complejo que se levantaban a un centenar de metros. El Opal embistió las ornamentadas puertas de bronce y hierro a ciento cincuenta kilómetros por hora, derrapó y se detuvo debajo del arco que dibujaba en el aire una de las cuerdas con su movimiento pendular. Una figura esbelta con el hábito blanco de monja estaba ascendiendo por ella.

El helicóptero se inclinó hacia delante, el zumbido apagado de sus palas se hizo más intenso y empezó a avanzar y a remontar el vuelo. El movimiento oscilante acercaba la cuerda al coche mientras el helicóptero se elevaba, y su extremo fue ganando altura gradualmente. Había abandonado el suelo para alcanzar la altura del pecho, de la cabeza, tres metros, cuatro, y subiendo.

Feng abrió la puerta del Opal, se subió al capó, brincó al techo, tomó carrerilla y dio un salto de más de tres metros de longitud y otros tantos de altura. Quedó suspendido en el aire una fracción de segundo con el brazo extendido y las piernas abiertas, desafiando las leyes de la gravedad, volando para aferrarse a la delgada cuerda que el movimiento oscilante le acercaba al tiempo que se elevaba en el cielo nocturno…

Feng atrapó el extremo de la cuerda con su mano izquierda enguantada justo cuando alcanzaba el punto central de la oscilación. Lanzó un gruñido de triunfo. El miembro del Puño de Confucio se tomó un respiro, balanceándose suspendido del helicóptero. Después, su mano derecha se reunió con la izquierda en la cuerda. El maníaco de rasgos asiáticos vestido con el uniforme de chófer dirigió una sonrisa espeluznante al helicóptero y empezó a trepar por la cuerda valiéndose únicamente de la fuerza de sus brazos.

Sam alcanzó el helicóptero y aprovechó la inercia del cabrestante motorizado para saltar al interior del aparato.

Se agachó justo a tiempo para esquivar un proyectil que pasó silbando por encima de su cabeza. Un SEAL le soltó una patada, pero Sam la esquivó con una voltereta lateral en el reducido espacio del helicóptero. Otro soldado se abalanzó sobre ella con la intención de propinarle un culatazo con su fusil, pero Sam lo agarró y lo lanzó contra el hombre que tenía a su espalda.

Otro de los SEALs apretó un botón rojo y la puerta por la que había entrado se cerró con un ruido seco.

«Oh, mierda.»

—La tenemos —anunció Williams—. Canario y Mirlo están en el Banshee 1, de camino aquí. Banshee 2 despegará dentro de veinte segundos.

—¡Combate! ¡Combate! —rugió Jane Kim—. Dos cazas de las fuerzas aéreas reales tailandesas. Se han puesto en contacto por radio y exigen el aterrizaje inmediato de los Banshees.

—Piérdanlos entre las nubes —ordenó Becker desde la pantalla 3—. Traiga a nuestros helicópteros de vuelta a casa.

Shu se concentró en el coche, recurrió a sus capacidades de guerra electrónica, activó la antena direccional de alta ganancia acoplada al techo. A través de ella sintió la presencia electrónica de los helicópteros. ¿Por dónde podía entrar? Todos los sistemas tenían un punto débil. Todos. Solo había que encontrarlo. Los americanos estaban bloqueando las transmisiones locales. Shu sorteó el bloqueo pasando a una frecuencia que no utilizaba las bandas normales y conectó a su ser superior. Navegó por una tormenta luminiscente de información. Su ser superior hurgó en las bases de datos secretas del ejército y del servicio secreto chinos buscando más información sobre los XH-83 Banshee. ¿Dónde radicaba su punto débil? ¿Dónde?

Sam giró sobre sí misma en el diminuto espacio del helicóptero. Kade estaba atado y amordazado en un rincón del habitáculo, con el ojo sano completamente abierto. Dos SEALs yacían en el suelo, al parecer aturdidos por la granada. Los otros cuatro iban por ella.

«Utiliza sus cuerpos contra ellos. —Había aprendido de Nakamura—. Uno solo puede derrotar a una multitud.»

Entregó el control de su cuerpo y de su mente al wing chun. Ninguna droga nublaba su mente. La ira de ninguna otra mente confundía la suya. Dejó que su maestría en el arte marcial se manifestara a través de su cuerpo.

Era un tallo de bambú. Era una tormenta de verano. Era un torbellino.

Estaba hecha para esto.

Arremetieron contra ella con puños, piernas, cuchillos y fusiles utilizados como porras. Los cuatro.

Girar, esquivar, golpear.

Arrancar cuchillo de la mano.

Esquivar, girar, arrastrar.

Tumbar soldado.

Girar, girar, bloquear.

Atraer soldado.

Golpear, girar, lanzar.

Empujó a un soldado contra otro que tenía detrás y sus cabezas chocaron. Ambos se derrumbaron con los brazos y las piernas enredados.

Bloquear, bloquear, agacharse.

Los otros dos se acercaron por los flancos y la arrinconaron.

Patada, finta, voltereta.

De repente apareció libre a la espalda de los SEALs. Eran rápidos. Ella lo era más.

Patada, giro, golpe.

Cayó un soldado. Uno de los SEALs que había derribado al principio se levantó.

Bloquear, girar, lanzar.

Empotró a uno contra otro y ambos cayeron como marionetas. Un soldado volvió a ponerse de pie, todos los demás yacían en el suelo, intentando levantarse.

Giró, bloqueó…

Sonó una explosión en el exterior.

«Joder.»

Estaban disparándoles. El helicóptero dio una sacudida y se inclinó violentamente hacia un lado. Sam salió disparada contra la pared del aparato y se golpeó la cabeza. El SEAL se abalanzó sobre ella, la agarró por la espalda y le rodeó el cuello con el brazo para inmovilizarla.

«Mierda.»

Sam lanzó un puñetazo hacia atrás dirigido a sus partes, pero le golpeó en el peto de la armadura. Intentó darle una patada en la rodilla, pero el soldado la mantenía levantada del suelo. Apretó los dedos alrededor de su antebrazo; era más grueso que su espinilla. Joder. El tío estaba fuerte. No podía zafarse de él. El soldado apretó el brazo alrededor de su cuello a pesar de que ella tiraba de él. Otro SEAL la apuntaba con un fusil y buscaba el ángulo correcto para un tiro limpio.

«Joder.»

Sus ojos se posaron en Kade. El chico, atado y amordazado, la miraba fijamente.

El cuchillo que había arrancado de la mano a uno de los soldados yacía en el otro lado del helicóptero. Era lo único que necesitaba… Kade estaba allí, junto al arma. Sam le envió una imagen mental, su intenso deseo de empuñarlo. Kade estiró un pie y se lo acercó de una patada.

Sam levantó una mano del brazo carnoso que le envolvía el cuello, la estiró hacia el cuchillo y rozó con un dedo la empuñadura, lo suficiente para acercarlo un poco más. El soldado le apretó el cuello con más fuerza. El otro SEAL, el que la apuntaba con el fusil, ya tenía un disparo franco. Por fin. Sam tenía el cuchillo en la mano. No podía pensar, no veía, dudaba de dónde clavarlo. Empuñó el cuchillo con ambas manos y apuntó al codo del soldado que le constreñía el cuello, y lo clavó con todas sus fuerzas. El SEAL gritó de dolor mientras el filo de grafeno se hundía entre las placas de la armadura y desgarraba tendones a su paso. El brazo que rodeaba el cuello de Sam se relajó.

Sam se liberó del SEAL, pero inmediatamente recibió una patada en la cabeza y otra en el estómago. Dos armas fueron directas hacia ella. No podía esquivarlas a la vez.

La ventana blindada del fuselaje explotó y lanzó una lluvia de cristales al interior del helicóptero. Disparos. Gruñidos. Apareció una mano cubierta con un guante negro empuñando una pistola que escupía fuego. A continuación asomó la sonrisa sanguinaria de Feng.

—¡Alerta misiles! ¡Alerta misiles! —exclamó Bruce Williams—. ¡Los dos cazas tailandeses han disparado misiles! Los Banshees responden.

A Becker se le salieron los ojos de las órbitas. Nichols se agarró a los brazos de su sillón. En la pantalla, unos puntos rojos se alejaban de los Rudras. Misiles indios Shiva-3, con radar de objetivo activo. Todavía no habían fijado su blanco. ¿El modo furtivo instalado en los helicópteros era tan bueno como se prometía?

Los Banshees dispararon señuelos para radares. Los misiles fijaron el blanco inmediatamente y viraron bruscamente en persecución de los señuelos, que ponían distancia con los helicópteros. Una explosión iluminó el cielo nocturno, seguida poco después por otra.

—¡Ninguno ha impactado en el blanco! —gritó Williams.

—Ordene a los Banshees que se oculten en las nubes —dijo Nichols.

—Disparos dentro del Banshee 1 —informó Jane Kim.

Nichols se volvió hacia la pantalla que mostraba el interior del Banshee 1.

«¿Un Puño de Confucio? ¿El chófer de Shu?»

«Joder.»

—Si Mirlo se hace con el control del aparato… —dijo Becker.

Nichols asintió.

—Activen la navegación remota del Banshee 1. Ordene al piloto que bloquee los mandos. Tomamos el control.

Jane Kim asintió.

—Recibido.

—¡Alerta misiles! —dijo Williams—. ¡Otros dos proyectiles en el cielo!

Feng atravesó la ventana destrozada iluminando el interior del Banshee con los destellos de sus disparos. Había perdido la gorra de chófer, pero el traje, los guantes y los zapatos conservaban su aspecto impoluto.

Sus balas lanzaron a uno de los SEALs contra la pared y a otro de morros contra el suelo del helicóptero. Sam tumbó de una patada a un tercero, le levantó la cabeza y comprobó que había perdido el conocimiento.

Una nueva explosión sacudió el helicóptero. El piloto inclinó el aparato bruscamente casi noventa grados. Sam se preparó para lo peor mientras el mundo daba vueltas a su alrededor. Feng saltó tranquilamente al nuevo suelo. Se movía como un bailarín, sin inmutarse por las acrobacias del helicóptero.

Solo quedaba un SEAL consciente. El hombre al que Sam le había hundido el cuchillo en el brazo se arrastraba con el brazo izquierdo estirado para coger un fusil que había tirado en el suelo. Cuando apenas un par de centímetros separaban sus dedos del fusil, echó un vistazo atrás, vio a Sam y a Feng, y se quedó paralizado.

Feng miró a los ojos al soldado y meneó la cabeza como queriéndole decir: «Mala idea, amigo».

El SEAL permaneció completamente inmóvil. Sam oyó un ruido procedente de la cabina y se volvió hacia ella. Momento que aprovechó el SEAL para impulsarse hacia el fusil, pero Feng se le adelantó y le propinó una patada en la cabeza. El soldado perdió el conocimiento. Feng volvió a menear la cabeza, recogió el fusil y se lo colgó del hombro.

Sam se sentó en el asiento del copiloto y apuntó a la cara al piloto con el cuchillo. Estaban volando entre las nubes. El piloto levantó las manos en señal de rendición.

—Llévanos de vuelta al monasterio —dijo Sam.

—No puedo —respondió el piloto.

—Ya lo creo que puedes —le amenazó con el cuchillo.

—El centro de mando se ha hecho con el control del helicóptero —repuso el piloto.

—Pues anúlalo. Recupera el control.

El piloto meneó la cabeza.

—He introducido el código de bloqueo. No hay manera de recuperar el control.

Sam frunció el ceño.

—¿Y por qué demonios lo has hecho?

El piloto se encogió de hombros y echó un vistazo a los cuerpos tendidos a su espalda, al chino con el traje inmaculado y los guantes negros y al cuchillo en la mano de Sam.

—Órdenes.

Sam sacudió la cabeza.

—No has tomado la decisión más inteligente de tu vida.

Volteó el cuchillo y descargó con todas sus fuerzas la empuñadura en la cara del piloto, que perdió el conocimiento.

Bueno… ¿de verdad no había ninguna manera de recuperar el control de esta cosa? Había pasado mucho tiempo desde las clases de vuelo básico.

Lo primero que había que hacer era poner el dedo pulgar del piloto en el sensor biométrico…

La palanca de mando empezó a moverse sola mientras Sam la estudiaba. El helicóptero estaba virando.

—Tenemos el control —dijo Jane Kim—. Los traemos de vuelta.

—Los cazas tailandeses han perdido a los Banshees —informó Williams—. Al parecer no nos encuentran en las nubes. Prácticamente toda la ruta de regreso está cubierta de nubes.

Nichols se relajó ligeramente. Aún quedaba mucho trabajo por hacer, pero daba la impresión de que todo iba por buen camino.

«¡Ajá! ¡Ahí está el punto débil!», se dijo Shu.

El helicóptero, el que transportaba a Feng, Cataranes y Lane, le había entregado en bandeja lo que buscaba.

Shu estudió el flujo encriptado de comandos y datos que circulaban en un sentido y otro, y lo comparó con la información que había recopilado de la base de datos del Ministerio de Defensa. Sí, ahora que le habían abierto esta puerta, podría hacerse con el control del helicóptero.

La antena direccionada del Opal se activó con la orden mental de Shu.

El Banshee 1 empezó a virar.

Jane Kim torció el gesto.

—Señor, el Banshee 1 no responde. He perdido el control. Ha dado media vuelta.

—¿La cabina ha recuperado el control de los mandos? ¿No había introducido el piloto el código de bloqueo? ¿No ha funcionado?

Jane Kim hizo algunas comprobaciones en su ordenador.

—No, señor. Creo que se trata de otra señal. El Banshee 2 está haciendo un barrido para conseguir una triangulación… Parece ser que proviene de las proximidades del objetivo.

«¿Qué diablos?»

—Banshee 1 está volviendo al monasterio, señor. Está perdiendo altitud. No tardará en salir de las nubes.

—Ordenen a Banshee 2 que se adelante. Rastreen la señal. Quiero saber de dónde procede exactamente. Sáquenlo de las nubes si es necesario.

«¿Qué ha fallado? —se preguntó Nichols—. ¿Qué está pasando?»

—Recibido —dijo Bruce Williams—. Saliendo de las nubes… ahora.

—Triangulación en proceso —informó Jane Kim.

Los datos telemétricos aparecieron sobreimpresionados en la imagen transmitida por la cámara.

—¡Ahí esta! —exclamó Williams.

La imagen se amplió. Un sedán negro. Un Opal. Matrícula china. Su-Yong Shu.

Becker apretó los labios.

—¿Pueden capturarla viva? —preguntó el subdirector de la ERD.

Nichols negó con la cabeza.

—Imposible con esos cazas ahí fuera.

Becker cortó la conexión con el Boca Ratón y llamó desde su teléfono personal a la consejera de Seguridad Nacional, Carolyn Price.

«Consiga pruebas y tendrá luz verde para ir por ella», le había dicho.

Respondieron la llamada.

—Consejera Pryce, se nos ha presentado la oportunidad de…

—Lo siento, señor. La consejera Pryce está reunida con el presidente. ¿Quiere que le diga que le devuelva la llamada?

«Mierda.»

—Soy el subdirector Becker, de la ERD. Necesito hablar con ella de manera urgente.

—No es posible, señor. Está reunida con el presidente.

—Entonces vaya a buscarla, por favor.

—Lo siento, señor, pero es una reunión importante.

—Es absolutamente urgente que hable con ella.

—Intentaré pasarle una nota dentro de unos minutos.

«Joder.»

Becker colgó y estampó el teléfono contra su escritorio.

Debería tomar él la decisión. «Año electoral», recordó.

Volvió a conectar con el Boca Ratón.

—Señor Nichols.

—¿Sí, señor? —respondió Nichols. Parecía nervioso.

—Señor Nichols, ¿está usted de acuerdo conmigo en que ese vídeo muestra a un miembro del Puño de Confucio chino atacando un helicóptero del ejército de EE.UU.?

—Sí, señor.

—Señor Nichols, ¿hay pruebas concluyentes de que ese miembro del Puño de Confucio ha matado a varios soldados del ejército de EE.UU.?

—Sí, señor —repitió Nichols.

—Señor Nichols, ¿las pruebas le llevan a pensar que existe una alta probabilidad de que dicho miembro del Puño de Confucio sea el chófer y guardaespaldas personal de la doctora Su-Yong Shu?

—Sí, señor.

—Y, señor Nichols, de acuerdo con su opinión profesional, ¿cree que el vehículo chino que aparece en nuestras pantallas está empleando armamento electrónico contra un aparato aéreo del ejército de EE.UU. con la intención de secuestrarlo?

—Sí, señor. No me cabe duda.

Becker miró su teléfono. Nadie lo apoyaría. Tendría que afrontarlo solo.

Devolvió la mirada a Nichols. La suerte estaba echada.

—Señor Nichols, destruya el vehículo.

—Sí, señor. Será un placer.

Nichols transmitió la orden.

El Banshee 2 inclinó el morro y disparó los misiles mientras descendía de nuevo sobre el monasterio. Los AGM-101 volaron hacia el Opal negro con una aceleración de 10 G.

Shu sintió el lanzamiento de los misiles. Se dirigían al coche. No podía penetrar en el sistema de seguridad del segundo helicóptero, pero los misiles eran otra historia. Dependían de otra fuente que les transmitía la información de los blancos. Shu retorció sus cerebros primitivos y los envío de vuelta al helicóptero que los había disparado.

—Los misiles se han desviado —informó Williams—. Vuelven al Banshee 2. Contramedidas.

Banshee disparó dos señuelos, uno a babor y el otro a estribor, y los misiles los tomaron por sus objetivos. Las explosiones encerraron entre paréntesis el helicóptero furtivo. El aparato atravesó las llamas y su figura negra emergió de la nube roja y anaranjada, descendiendo en picado para atacar el coche.

—Cambien a cañones —dijo Nichols—. Nada de proyectiles con sistemas de guiado.

Jane Kim asintió y transmitió la orden.

—Recibido —dijo Williams mientras el Banshee 2 descendía en espiral—. Fuego.

Los cañones del Banshee escupieron llamas de un metro de largo.

Los proyectiles de treinta centímetros de longitud con el núcleo de uranio salieron disparados del cañón de cadena de 25 mm en una rápida sucesión, acribillaron el sedán Opal y lo hicieron trizas. El vehículo se hundió cuando las suspensiones cedieron. La antena no tardó en desintegrarse ni medio segundo. Los proyectiles impactaron en el motor y los depósitos de combustible y se cebaron en ellos; las esquirlas de metal aterrizaron en los gases que escapaban del coche y prendieron la gasolina, y una bola de fuego se elevó quince metros en el cielo y partió el coche en dos.

—Objetivo eliminado —anunció Williams.

Shu ya casi había traído de vuelta el helicóptero. Podía verlo, a un par de centenares de metros de distancia. Tenía previsto enviarlo contra el otro aparato cuando sus ocupantes se hubieran reunido con ella.

Las balas acribillaron el coche y lo hicieron trizas. Perdió momentáneamente la conexión con el helicóptero. El coche estuvo a punto de desintegrarse. Después, explotó. Shu observó la escena desde la penumbra de la sala de meditación, llena de ira. Habían intentado matarla. Otra vez.

Tendió su mente hacia el Banshee 1. El helicóptero se hallaba en los límites de su radio de acción. Apenas lo rozaba con las yemas de sus dedos mentales. Recuperó el control. Respondió a sus pensamientos. Lo traería de vuelta al monasterio, sacaría a la gente que iba dentro y enseñaría a esos arrogantes americanos con quién estaban enfrentándose.

Vaya si se lo enseñaría.

Se reanudó la guerra por el dominio del Banshee 1.

—Banshee 1 empieza a responder —dijo Kim.

Pero entonces soltó un gruñido de frustración.

—Sigue oponiendo resistencia. Todavía hay alguien anulando mis órdenes.

Williams realizó una triangulación de las señales. El Banshee 2 recopiló datos mientras sobrevolaba el complejo del monasterio.

—La señal es más débil, pero sigue transmitiendo —dijo Williams—. Tiene su origen junto a uno de los edificios. Si es Shu, sigue viva.

—Eliminadla —ordenó Nichols.

—¡Alerta misiles! ¡Alerta misiles! —gritó Williams—. Los cazas tailandeses han vuelto. Cuatro proyectiles en el aire.

—Mierda —exclamó Nichols—. Maniobras de evasión. Y activen las arañas. Carguen armas letales. Objetivo: eliminar objetivos primarios.

—Recibido. Carguen armas letales.

Shu atrajo el Banshee 1. Las señales de los americanos pugnaban con las suyas para intentar cambiar el rumbo del aparato. Shu le ordenaba que aterrizara. Los americanos, que remontara el vuelo. El helicóptero danzaba alocadamente en el aire mientras se desarrollaba la lucha por el control.

Shu sabía que tenía todas las de perder. El coche había sido una herramienta muy útil, pero había quedado inutilizable. El combate que mantenía sin la ayuda del vehículo estaba acabando con ella. Los nodos Nexus estaban transmitiendo con una potencia desmesurada, utilizando hasta el último vatio que tenía a su disposición, excediendo los límites de seguridad. El calor residual estaba sobrecalentando su cerebro. El consumo de energía estaba agotando la glucosa de su torrente sanguíneo, minaba su fuerza física y debilitaba sus neuronas.

Se desplomó sobre una rodilla. Un monje la vio y acudió en su ayuda. Tenía que poner fin a esto.

Shu puso todo lo que le quedaba en un pensamiento definitivo: mandó descender al helicóptero y apagó el motor. Le restaba una última oportunidad para rescatar a Kade y a Cataranes. Hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban y lanzó un grito hacia sus mentes.

Sam agarró la palanca de mando cuando el helicóptero inició el viraje. Mala señal. El aparato no respondía a nada de lo que hacía.

Una bola de fuego se alzó en el cielo desde el monasterio. Una explosión. El helicóptero pegó una sacudida y empezó a comportarse de un modo errático. Se encontraban encima del lago a los pies del monasterio. El aparató empezó a girar hacia la derecha y bruscamente viró hacia la izquierda, cayó en picado, remontó el vuelo, giró en el aire. Se inclinó y se ladeó sin motivo aparente. Sam aporreó frenéticamente el panel de mandos con ambas manos, con las manos del piloto, intentó por todos los medios hacerse con el control. Nada de lo que hacía influía en su comportamiento. Era una locura.

«SALTAD AL LAGO. ES VUESTRA ÚNICA OPCIÓN.»

Shu. Los controles seguían sin responder. El helicóptero ahora estaba cayendo en picado, representando su baile demencial, dando tumbos, perdiendo altura. Solo mediaban nueve metros entre el aparato y el lago a los pies del monasterio. El helicóptero se estabilizó. Giró. Sam oyó un pitido en la cabina. Vio la señal luminosa.

MISILES EN RUTA – BLANCO SIN FIJAR

¡Hora de largarse!

Feng había cortado las bridas de plástico y tenía cogido a Kade por la cintura. Apretó el botón de emergencia que abría la puerta y esta salió disparada hacia fuera después de que explotaran los cerrojos. El aire nocturno les dio la bienvenida. Dos puntos luminosos surcaban el cielo. Los propulsores de los misiles. Sam oyó que cambiaba el tono del pitido que alertaba de los misiles.

MISILES EN RUTA – BLANCO FIJADO

«Oh, mierda.»

Volar la puerta había desactivado el modo furtivo del aparato y ahora lo detectaban los radares. Feng saltó con Kade. Sam, llevada por su instinto, agarró del cinturón al SEAL con el tajo en el brazo y saltó arrastrando al soldado en la caída.

Durante unos segundos, el silencio fue absoluto. Sam se sumergió en el fresco aire nocturno. Aislada del resto del mundo.

Entonces los misiles impactaron en el helicóptero y las explosiones desgarraron la noche con sus atormentados gritos de metal pulverizado y el rugido ensordecedor de las llamas. Una fuerza sobrehumana la empujó y aceleró su caída hacia el agua.

—¡Joder! —exclamó Jane Kim.

Nichols nunca había oído salir una palabrota por su boca.

—Banshee 1 ha sido alcanzado. Repito. Banshee 1 ha sido alcanzado. Siniestro total.

Nichols se volvió hacia las otras pantallas. Banshee 2 había esquivado los dos misiles lanzados contra él. Los Rudras ya no debían contar con más misiles. Solo podrían recurrir a los cañones.

—Ordene que vuelva a ocultarse en las nubes —espetó Nichols.

—Están subiendo cagando leches, jefe —dijo Williams—. Ascendiendo… ascendiendo. Cuatrocientos metros para alcanzar las nubes.

En la pantalla, los cazas de las fuerzas aéreas reales tailandesas estaban dando la vuelta para realizar una nueva pasada. Esto se había convertido en una carrera, y era evidente que los cazas tenían ventaja.

—Contacto visual con los Rudras —informó Williams con la tensión palpable en la voz—. Han abierto fuego.

En la pantalla, los cañones de los dos cazas escupían llamas, todavía a medio kilómetro del helicóptero. Doscientos metros para llegar a las nubes.

Nichols contempló en la pantalla que los proyectiles destrozaban la mitad de la cola y los rotores principales del Banshee 2. El helicóptero empezó a girar descontroladamente y se inclinó en un ángulo de cuarenta y cinco grados mientras perdía altitud a una velocidad alarmante. Se precipitó por el cielo girando sin parar y se estrelló contra la falda de la montaña a doscientos cincuenta kilómetros por hora. El rotor impactó contra la montaña y se partió, y despidió fragmentos de metal que entraron en el helicóptero a gran velocidad, prendieron el combustible y provocaron una bola de fuego descomunal mientras el Banshee 2 rodaba por la ladera convertido en un amasijo de hierro y llamas.

—Creo que ya hemos visto suficiente —dijo la voz del capitán del submarino—. Voy a ordenar la inmersión inmediata.

Nadie puso en duda la decisión.

En la celda recientemente abandonada de un monasterio, debajo de una cama dura y estrecha, se iluminó la pantalla de una tableta.

CONEXIÓN RESTABLECIDA

QUEDAN 14 MINUTOS

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