Nexus

Nexus


NEXUS » 49. Alimañas

Página 58 de 65

CAPÍTULO 49

ALIMAÑAS

Kade recobró el conocimiento en la parte trasera de una camioneta que circulaba por una carretera sinuosa y escarpada. Estaba calado hasta los huesos y envuelto con una manta. Feng lo abrazaba. El soldado chino debía haber perdido en algún momento la chaqueta del traje y los guantes, y ahora iba en mangas de camisa. Sam estaba enfrente de él, con la cabeza afeitada y el hábito de monja empapado, apuntando con una pistola a un Navy SEAL inconsciente.

Kade tosió. Se había resfriado. Esta vez había sido agua en lugar de fuego. Quizá la próxima lo enterrarían vivo. O quizá lo tirarían al vacío. Sí. Al vacío.

Sam captó el hilo de sus pensamientos.

—Por lo menos estás vivo, Kade —le dijo en un tono sarcástico—. Considérate afortunado.

—Soy… —Tosió— …el tipo… —Más tos— …más afortunado del mundo.

Sam y Feng se echaron a reír.

—Te pondremos delante de un buen fuego, ¿vale? —le prometió Feng.

Kade asintió. Le pareció una idea genial. Estaba temblando a pesar del cálido aire tailandés.

Shu se reunió con ellos cuando llegaron al monasterio. La recibieron como una bendición. Abrazó a Feng, a Kade e incluso a Sam.

Feng llevó a Kade hasta la enorme chimenea de la cocina. El monasterio estaba sumido en el caos. Por todas partes había camiones con ametralladoras y pequeños lanzamisiles. Ananda estaba hablando con un oficial del ejército. Los monjes llevaban a rastras a los compañeros que continuaban inconscientes hasta la sala de meditación, que se había convertido en una enfermería improvisada.

Sam, que tenía una estampa absolutamente cómica con el enorme cuerpo del SEAL cargado sobre el hombro, dijo que iba a entregarlo al ejército tailandés. Shu, por su parte, comunicó al resto que tenía que hablar con Ananda.

En la cocina había media docena de cocineros tailandeses preparando té en unas ollas gigantescas y sopa en otras aún más grandes. Feng buscó una silla para Kade y la arrastró hasta la chimenea, depositó en ella al chico con suma delicadeza. A Kade volvió a dolerle todo el cuerpo.

El miembro del Puño de Confucio sirvió dos tazas de té de la olla más pequeña y le llevó una a Kade.

—Gracias, Feng. Y gracias por salvarnos. Te debo una.

Feng asintió y se acuclilló delante del fuego, al lado de Kade.

—Deberías darle las gracias a Su-Yong. Esto va a costarle caro.

Kade asintió.

—Se las daré. ¿A qué te refieres con que va a costarle caro?

Feng miró el fuego.

—A los jefes en China no va a gustarles. Demasiada gente implicada. Demasiado público. Ella… ¿cómo lo decís vosotros? Ha jugado todas sus cartas.

Kade no supo qué decir. Permaneció callado.

Feng seguía con la mirada fija en el fuego.

—¿Recuerdas que cuando nos conocimos me llamaste robot? Me dijiste que era un esclavo.

Kade asintió.

—Sí.

—Pues soy libre. Soy libre gracias a ella —dijo Feng sin apartar la mirada de las llamas. Tomó un sorbo de té—. Elegí servir a mi país. Pero por encima de eso… por encima de eso elegí servirla a ella.

Su-Yong Shu eligió ese preciso momento para entrar con una sonrisa en los labios. Irradiaba alivio y resolución.

—Solo ha muerto un monje —dijo—. Todos los demás están bien. Y los tailandeses están reforzando la defensa. Si los americanos vuelven a intentarlo se considerará una declaración de guerra.

Kade sintió que se le aceleraba el corazón.

—¿Qué monje?

Shu le lanzó una mirada inquisitiva sin alcanzar a comprender.

—¿Qué monje? ¿Quién ha muerto? ¿Cómo se llamaba? —insistió Kade.

—Ah —exclamó Shu—. Era un novicio. Recibió un disparo, y luego se rompió el cuello al caer por una escalera. Se llamaba Bahn.

Bahn… Kade clavó la mirada en su taza de té. Otra muerte sobre su conciencia.

—Levanta el ánimo —le dijo Shu.

Pero entonces dejó la mirada perdida. Se había marchado muy lejos. Kade y Feng la miraron alarmados.

Sus ojos volvieron a fijarse en Kade. Estaba en estado de shock. Desbordaba ira.

—Pero ¿qué has hecho?

Spider BR-6-7-21 merodeaba por un rincón de la habitación. El modo de combate se había activado hacía treinta y siete minutos, a la 1.08 h, hora local. El protocolo de actuación había pasado de Observación del objetivo a Eliminación.

Tenía autorización para utilizar armas letales.

Encontrar y eliminar a los objetivos primarios.

BR-6-7-21 recorrió lentamente la habitación, siguiendo el largo rincón que formaban la pared y el techo, identificando a las personas que se encontraban dentro. En ese momento aparecieron en la estancia posibles correspondencias con Objetivo Primario Gamma y Objetivo Terciario Sigma. BR-6-7-21 se deslizó sigilosamente por el techo para mejorar su ángulo de visión. En efecto, se confirmaba que los dos objetos antropomorfos eran Objetivo Primario Gamma y Objetivo Terciario Sigma. Mientras se producía el proceso de confirmación, apareció en escena Objetivo Primario Alfa.

El control humano estaba desconectado en ese momento, de modo que BR-6-7-21 revisó sus instrucciones y su modo de combate. El protocolo de actuación era Eliminar. Los objetivos que tenía a tiro habían sido verificados. La autorización para utilizar armas seguía vigente.

Como no tenía acceso al control humano, consultó la información con sus hermanas mientras se movía lenta y furtivamente en dirección a sus objetivos. Las respuestas llegaron cuando ya los tenía a tiro. Más del noventa y cinco por ciento de sus hermanas coincidía en sus conclusiones.

BR-6-7-21 se afirmó a la pared y el techo, extrudió la diminuta lanzadera para sus dardos de neurotoxinas, los cargó y disparó una ráfaga controlada.

—Pero ¿qué has hecho? —le espetó Shu.

¡Ah! Kade sintió un pinchazo en la mano derecha. Se la miró, entre molesto y sorprendido, y se descubrió una gotita de sangre.

Feng se había puesto en movimiento visiblemente agitado. El miembro del Puño de Confucio se había subido a la encimera de la cocina y sujetaba una olla gigantesca llena de agua hirviendo. Arrojó el agua hacia la parte superior de la pared y la emprendió a golpes con la misma olla vacía contra algo que cayó al suelo, y ni siquiera entonces paró de machacarlo.

Shu-Yong Shu se había derrumbado sobre las rodillas, entre Kade y la chimenea. Tenía una mancha de sangre en un lado del cuello. Feng se volvió hacia ella. Tenía sangre en el pecho.

Kade notó que se le dormía la mano. Dejó de sentirla.

—Neurotoxinas —dijo Shu en un hilo de voz—. Salva al chico.

Feng giró sobre los talones. Empuñaba un cuchillo de carnicero enorme.

Kade puso los ojos como platos.

—¡No, Feng!

Feng agarró a Kade por la muñeca y levantó el cuchillo de carnicero.

Kade intentó liberar la mano. Era como intentar sacarla de unas esposas de acero.

—¡No, Feng! —gritó—. ¡No!

La luz del fuego tiñó de rojo la hoja del cuchillo. Todo pareció transcurrir a cámara lenta. Kade tuvo tiempo para reparar en una leve mueca en la cara de Feng, en la tensión de sus tendones en su muñeca y su semblante endurecido mientras el cuchillo descendía trazando un arco en el aire, destellando con la luz de la chimenea, hasta que entró limpiamente en su antebrazo y se hundió en la madera de la silla con un ruido sordo. Kade salió despedido hacia atrás agitando el brazo seccionado.

Su mano derecha había desaparecido; había desaparecido todo su brazo desde el codo hacia abajo.

Al principio no sintió dolor, solo conmoción.

«¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?»

Kade lanzó un grito de horror y desesperación, y siguió gritando mientras lo invadía el dolor. Feng le estaba envolviendo el brazo con su cinturón. Lo apretó para hacerle un torniquete. Kade se fijó de nuevo en la gota de sangre que Feng tenía en el pecho, a la derecha.

Kade dejó de gritar y se quedó con la mirada fija. En el brazo de la silla donde había estado sentado, su mano, la mano que le había pertenecido, se ponía gris. Los dedos se encogían.

Apartó la mirada de la mano y vio a Shu. Su cara estaba adquiriendo un tono ceniciento. La investigadora lo tocaba con la mente. El dolor cesó. La conmoción continuó. Feng había acudido junto a ella y estaba succionando y escupiendo frenéticamente la toxina de la herida del cuello. Era inútil. Kade lo percibía en la mente de Shu. Él se limitó a observar.

—Kade… —dijo mentalmente Shu—. Otra vez han intentado matarme.

Sus pensamientos eran débiles. Su mente estaba apagándose.

—Otra vez.

Entonces lo vio. Entonces lo entendió. El fuego que había matado a su mentor, Yang Wei. La limusina destruida. Yang Wei atrapado en el asiento al lado de Shu, donde debía haber estado su marido. Yang Wei gritaba… mientras ardía vivo.

Ella también estaba quemándose. El fuego había prendido su cabello. Tenía las piernas rotas, atrapadas como Yang Wei. Su piel se carbonizaba. Algo le había atravesado el estómago y la sangre escapaba a borbotones por la herida. Sus pulmones estaban llenándose de humo.

El feto en el vientre. No era Ling, sino un niño anterior. Un niño que nunca nació.

La cama en el quirófano. La cabeza afeitada. No estaba enferma. Estaba herida de muerte. Estaba muriéndose a causa de las quemaduras. Tenía los pulmones encharcados. Su sistema inmunológico no respondía. Las infecciones se multiplicaban.

Una medida desesperada. El trabajo que habían estado realizando juntos ella, su marido y Ted Prat-Nung. Los nanorrobots que hurgaban en la barrera hematoencefálica y en el tejido neuronal y copiaban todo lo que hallaban, haciendo caso omiso al daño que causaban a las células durante su carrera contrarreloj para conservar la información.

El proceso que digitalizaba la estructura de su cerebro. El proceso que había fracasado en todas las ocasiones anteriores.

No había esperanza de recuperar su cuerpo. Solo una oportunidad para su mente.

Demasiado tarde para el feto.

Dolor. Terror. Confusión.

Transcendencia.

Odio.

Habían intentado asesinarla. Habían intentado asesinar a su marido.

Habían asesinado a su mentor en su lugar. Habían asesinado al hijo que llevaba dentro en su lugar.

La habían convertido en otro ser. En un ser que los despreciaba profundamente. En un ser que los destruiría.

El tapiz de sus pensamientos estaba deshilachándose.

—Feng… Confía en Feng.

—¡No! —exclamó Kade—. ¡No debes odiar! ¡No!

Era demasiado tarde. Ya se había ido. Aquel cuerpo clonado había muerto.

Feng se puso de pie, gritando en tailandés. Tenía la boca manchada por la sangre de Shu. La camisa blanca estaba salpicada de sangre. En ella se advertía el orificio diminuto que había abierto el dardo cargado con la neurotoxina. Pero estaba vivo.

Kade desconocía las palabras que gritaba en tailandés, pero comprendió su significado: «¡Arañas! ¡Arañas asesinas! ¡Encontradlas y destruidlas!».

Kade estaba inmóvil en la silla, frente al fuego, con el cuerpo lívido y sin vida de Shu derrumbado sobre su regazo, con el cinturón de Feng ligado en el brazo con el muñón, cuando Sam y Ananda se reunieron con él.

Ir a la siguiente página

Report Page