NERVE

NERVE


Cinco

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Dos minutos después de enviar mi mensaje y aceptar, NERVE responde con una descripción del primer reto en vivo. Se me acelera la respiración conforme voy leyendo el mensaje. Aparto el teléfono de Tommy de manera instintiva.

¡BIENVENIDA A LAS RONDAS EN VIVO, VEE! TENDRÁS LA OPORTUNIDAD DE GANAR MONTONES DE PREMIOS FANTÁSTICOS. Y TE VAMOS A EMPAREJAR CON ALGUIEN A QUIEN YA CONOCES: ¡IAN!

¿Que el tío mono de la cafetería va a ser mi compañero? No está mal.

PUES BIEN, AQUÍ TIENES LOS ELEMENTOS QUE FORMAN PARTE DE TU PRIMER RETO:

LÍBRATE DE TU NOVIO.

Salta una foto de Tommy en la pantalla. Mmm, a lo mejor su investigación no es tan exhaustiva como yo creía. Aun así, novio o no, la idea de salir sin mi compañero extraoficial me inquieta.

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En el muy improbable caso de que yo sea una amish o que viva en otro planeta, incluyen la letra de una canción que va sobre echar un polvo y que suena unas veinte veces al día en la radio. Vale, la mayoría de las canciones de la radio van sobre echar un polvo, pero esta es la más explícita.

Tommy se apoya en la pared.

—Y bien, ¿de qué va?

—Mmm, voy a hacer un reto con Ian.

—¿Es él tu compañero?

Se le quiebra la voz con la última palabra.

—Lo siento. Deberían haberme puesto contigo. Lástima que no te apuntases.

Su mirada se aparta, y traga saliva.

—¿Cuál es tu reto?

—No sé si te lo puedo contar.

—Técnicamente, yo no formo parte de la multitud ni soy un Seguidor. Además, nadie lo sabrá.

Se lo cuento.

Su expresión se mantiene neutra, pero hay una cierta dureza en su mirada.

—Bueno, déjame ir contigo al menos. Sería una locura quedar con él a solas.

—Más o menos tengo que hacerlo —le enseño el móvil.

Se le tensa la mandíbula igual que cuando la señora Santana, la profesora de teatro, intentó rebajarle el presupuesto para hacer los decorados.

—Eres demasiado inteligente para esto.

—Tampoco es que me vaya a largar con ese tío. La bolera es un sitio público.

Saca su móvil.

—Me voy a inscribir como Seguidor.

—No hace falta que te gastes el dinero para tenerme vigilada.

Se encoge de hombros.

—Me habría apuntado igualmente. Las fiestas del reparto no me interesan demasiado.

—¿Estás seguro? Matthew piensa añadir un ingrediente extra al ponche.

La señora Santana no es famosa por sus dotes de carabina, y creo que Tommy podría pasárselo bien si se soltase un poco. Suspira.

—Tú ten cuidado. ¿Lo prometes?

—Mientras tú me prometas que te vas a inscribir solo como Seguidor online, y no en persona, porque de lo contrario harías que me descalificasen.

Asiente.

—Trato hecho. Recuerda, puedes dejarlo en el momento en que tú quieras.

—Por supuesto. En el instante en que algo me dé mala espina, me salgo.

No hay tiempo para determinar si lo que se asoma al rostro de Tommy es duda o esperanza. Me meto deprisa en mi coche y compruebo el recorrido que NERVE me ha enviado con el reto. También empiezo a descargar la app que me han pasado. Qué lástima que Tommy no pueda venir conmigo para discutir la estrategia. Pero el reto parece bastante sencillo. Por supuesto, también lo parecía el de tirarse agua encima. Una tiritona me asciende por la espalda con el recuerdo de la tela fría pegada al pecho.

Trato de distraer mi mente de la próxima misión poniendo una lista de hip-hop, pero eso solo hace que el corazón me lata más rápido. Veinte minutos más tarde, entro en un aparcamiento lleno de todoterrenos y monovolúmenes. Ian está junto a la puerta de entrada. Oye. Es justo que él me haya tenido que esperar a mí esta vez. Reviso el aparcamiento en busca de Seguidores. ¿No debería haber unos cuantos para grabarnos? A lo mejor están en camino. Sin embargo, no hay razón para no bajarme ya del coche y saludar a mi compañero. Cuando llego hasta él, me fijo en un letrero en la puerta que dice: «¡BIENVENIDOS, JÓVENES COMPROMETIDOS CON LA CASTIDAD!».

—Este reto se acaba de complicar mucho —le digo.

Él se encoge de hombros como si se lo esperase.

—Solo recuerda que el reto dice que tenemos que preguntar. No dice nada sobre esperar una respuesta.

¿Por qué no lo había visto yo de ese modo? Voy a tener que espabilar si quiero ganar algo esta noche.

—Bien pensado.

Me da un toque en la chapa de Jimmy Carter.

—Estuve con él una vez en un proyecto de Hábitat para la Humanidad.

Vaya, un tío que se fija en los accesorios y que ayuda a los sin techo. Lo ves, Tommy no tenía nada por lo que preocuparse.

—Bueno, ¿cuánto tiempo tenemos que esperar a los Seguidores?

—¿Por qué esperar? Esto lo podemos grabar nosotros. La app de NERVE incluye un canal de videochat que podemos usar.

Compruebo mi móvil, que ahora tiene una pequeña app de NERVE, en pleno centro de mi apartado de favoritos. Conforme a las instrucciones que me han dado, ejecuto el programa, que muestra mi reto con un botón de videochat y una pequeña barra de estado que dice: «TAREA NO INICIADA».

—La cámara de mi móvil es una mierda —le digo.

—No hay problema. Puedes conectarte para grabar el audio como respaldo. Utilizaremos mi móvil para el vídeo principal. ¿Qué te parece si te grabo yo a ti primero, antes de que los irritemos demasiado, y después me grabas tú a mí?

Se lo agradezco, complacida con su consideración, pero con una punzada ante la idea de lo que supone irritar a la gente.

Una chica de mejillas sonrosadas y su novio pasan de largo tan tranquilos por delante de nosotros camino del interior. Van cogidos de la mano entre risitas, y la timidez de sus miradas sugiere que no se han dado su primer beso aún, lo que me hace sentir mundana en comparación por más que yo tampoco haya ido mucho más allá del paso del beso.

Se me tensan los hombros.

—Me siento como una idiota. Estos críos pensarán que nos estamos riendo de ellos. No se merecen eso.

Ian respira hondo, mirando hacia el interior. A continuación escribe en su teléfono. Tras un minuto de lectura, dice:

—Los estudios que se han hecho sobre los programas de abstinencia muestran que los que tienen más éxito son los que no despotrican contra la práctica del sexo seguro, así que esta gente debe estar al tanto de los condones. Y si no lo están, les estaremos haciendo un favor.

Sacudo la cabeza.

—Una racionalización fantástica.

—Mira, es una bobada de reto. A lo mejor a ellos les parece gracioso. Se los pediremos con cortesía, ¿vale?

La gente de nuestra edad debería ser capaz de tratar con un par de memos que van pidiendo condones. Tampoco es que le hagamos daño a nadie. Quién sabe, a lo mejor alguno de ellos ha oído hablar de NERVE y se ríe con nosotros. Una broma enorme y feliz.

—¿Lista? —me pregunta.

Hago un gesto de asentimiento antes de poder convencerme de lo contrario.

Cuando entramos en el pasillo iluminado con fluorescentes, nos llega una oleada de risitas junto con el aroma de las patatas fritas y la cera que utilizan en las tarimas de las calles de los bolos. El sitio está lleno de docenas de adolescentes con unos cuantos adultos que hacen de carabinas. Unos carteles en las paredes proclaman: «¡Guárdate lo mejor para el matrimonio!» o «El amor verdadero no es hacerlo el primero».

El corazón me vibra como las cuerdas de un bajo; no, como las de un banjo mejor. Ian me coge de la mano, lo cual no consigue calmarme lo más mínimo por mucho que el tacto de su piel sea cálido y suave. En el rincón opuesto al bar parpadea y resuena media docena de videojuegos. Cinco tíos fornidos están de pie alrededor de unas pantallas que retumban y a las que apuntan unos

joysticks con forma de escopetas. Si les pregunto a todos cubro la mitad de mi cupo, y nadie más podrá oír lo que está pasando, con un poco de suerte. Hago un gesto con la cabeza en su dirección. Ian va por delante.

Cuando llegamos hasta ellos, Ian inicia el videochat con NERVE. El tío que está más cerca de mí, un rubio enorme con el pelo rapado al uno, me arquea una ceja.

Carraspeo.

—Disculpa, ¿podrías prestarme un condón?

Pone los brazos en jarras e hincha el pecho.

—¿Qué?

—Estoy buscando un condón —le digo, más alto—. ¿Tienes uno?

—No tiene gracia.

Uno menos. Me acerco a un tío de pelo rizado junto a él.

—¿Tienes un condón que me puedas prestar?

Como si fuera algo que te dedicas a devolver después de usarlo. Asco y más asco. El rizos me frunce el ceño.

—Piérdete.

—No hasta que haya preguntado aquí, a tu amigo —me inclino hacia un tío bajito que se muerde el labio—. ¿Tienes un condón?

Antes de que pueda decir nada, le pregunto a los tíos que tienen las escopetas de la máquina. Los dos me apuntan con ellas, y el ruido de una bola al estamparse contra los bolos atraviesa el aire como un disparo. Pego un bote. Ian me pone la mano en la parte baja de la espalda, lo cual juro que produce un impulso eléctrico que me atraviesa a pesar de mi ansiedad.

—Gracias de todas formas —jadeo mientras vamos como flechas a otro grupo de chicos.

Un conjunto de tres chicos y dos chicas está sentado alrededor de una mesa bebiendo unos refrescos. Sin esperar a trazar un plan, le doy un toque en el hombro a la primera persona que tengo delante. Cuando él se vuelve hacia mí, se me corta la respiración. Es un tío que se llama Jack, por el que mi amiga Eulie ha estado colada durante meses. Supongo que su presencia aquí explica por qué nunca ha llegado a ninguna parte con él. Creo que también suele ir con Tommy al club de video. Por favor, Dios, haz que se dé cuenta de que estoy participando en NERVE. No sé por qué, sin embargo, sospecho que Dios no se va a poner de mi parte en esta pequeña aventura.

Me froto las manos contra la falda.

—Mmm, Hola, Jack. Me preguntaba si me podrías dar, ejem, un condón.

Se pone rojo como un tomate.

—¿Por qué me preguntas eso?

Combato el impulso de llorar.

—Lo siento mucho —disculparse no va contra las reglas, ¿no?

Me observa con los ojos entrecerrados, como si me estudiase, mientras hace un gesto negativo con la cabeza.

Ian me agarra del brazo y me lleva a rastras a otra mesa.

—No te pares a pensar en ello. Ya casi estás.

Tiene razón. Pregunto a dos tíos más en una rápida secuencia, sin esperar respuesta. Uno de ellos se pone de pie y se me planta delante de la cara.

—Esto no tiene gracia. Creo que deberías irte.

Me siento como una imbécil mientras nos trasladamos hacia las chicas que hay junto a ellos. Estos chavales no han hecho nada para merecer nuestro acoso. Le cojo el móvil a Ian con las manos temblorosas.

—No te pases con ellas.

Ian se dirige a una chica con varias capas de sombra azul de ojos.

—Supongo que no llevarás un condón encima, ¿no? Aunque no lo fueras a usar ni nada.

—¡Fuera de aquí, gilipollas! —le gruñe.

¿Está «gilipollas» en su lista de vocabulario permitido?

—¿Y tú? —le pregunta a la otra chica.

Cuando le grita que no, nos alejamos corriendo de la mesa.

Ocho en mi cuenta, dos en la de Ian.

Nos acercamos a otro grupo mixto. Jack todavía me observa desde su mesa con el ceño fruncido. Me doy la vuelta para evitar su mirada y le suelto mi petición a otros dos tíos, uno de los cuales es el chaval al que antes he visto entrar con su novia. Ella le aprieta la mano con fuerza y adopta una expresión horrorizada. ¿Les habré estropeado su cita? Les ofrezco una rápida disculpa a voces y le cojo a Ian la cámara. Ya son diez. ¿Por qué no me siento eufórica? Todo cuanto deseo es gritar cuánto lo siento y salir corriendo por la puerta. Pero no puedo. No hasta que Ian haya cubierto su cupo. Le apunto con la cámara mientras él le pregunta a una morena menuda. La chica suelta un gritito como si fuera un cachorro herido, que hace venir a los tíos del videojuego.

El rubio grandote nos fulmina con la mirada.

—Ya está bien con vosotros dos. ¡Fuera de aquí!

—Nos vamos enseguida —le digo—. Solo unos minutos más.

Ian pregunta a la cuarta y la quinta chica mientras los demás nos rodean. La cara que pone el rubio es como si no le entrase el aire suficiente. Supongo que todo ese compromiso con la castidad no incluye ningún ejercicio de reducción del estrés.

Uno de los adultos, que nos ha estado echando un ojo desde el rincón de la sala, se une a la refriega. Lleva el pelo engominado hacia atrás, y su cazadora vale más que la mitad de mi armario. ¿Será su líder o algo así?

El hombre le pasa el brazo por encima a Ian y dice con tono jovial:

—¿Qué pasa aquí, chavales?

Ian se quita el brazo de un salto, como si se hubiera quemado.

—Estamos, mmm, realizando una entrevista. Me alegra decir que, hasta ahora, su grupo aprueba con nota.

El hombre estruja la frente.

—¿Una entrevista?

Ian aparta a la gente y se abre paso hasta otra mesa con tres chicas. Sus mejillas morenas han adquirido un tinte rosado. Le sigo con la cámara lo mejor que puedo, y no estoy segura de haber captado su última pregunta, pero el berrido de la pelirroja alta con la que acaba de hablar debería ser suficiente prueba para la gente de NERVE. Rápidamente, causa unos gritos similares en las dos amigas de la chica. Van ocho.

El rubio le dice algo al hombre de la cazadora cara, que se limita a asentir y a sonreír. ¿Qué están tramando?

Ian me mira, con reflejos en el rostro y la respiración acelerada. Corre hacia una mesa cerca de la puerta. La gente nos sigue y nos expone a gritos unos sentimientos nada castos. Apunto la cámara hacia ellos, y el rubio intenta quitármela. Sus dedos no la alcanzan por los pelos, justo cuando la meto por dentro del sujetador. Saco pecho y le reto a que meta la mano más allá del colmillo de vampiro que llevo dibujado en la camiseta mientras rezo por que no me deje en evidencia.

Alarga la mano y se queda a escasos centímetros de mi pecho. Tiene el cuello lleno de manchas rojas que antes no estaban ahí.

—¡Fuera de aquí, puta!

Vaya, eso no me lo han llamado nunca, pero tampoco me voy a poner a discutir mi vida amorosa con este tío. Acelero el paso para alcanzar a Ian. Ya se lo ha preguntado a otra chica, pero no lo he grabado con la cámara. ¿Será suficiente si yo doy mi palabra por él? Saco de un tirón el móvil y grabo su siguiente pregunta.

—Pregúntaselo a una chica más —le grito.

—Pero si ya llevo diez —dice él.

—A una no la he grabado.

Se queja.

Una de las mujeres que hacen de carabinas se une a la multitud meneando el dedo delante de la cara de Ian.

—¡Debería darte vergüenza de ti mismo!

—Y me da, pero ¿sería usted tan amable de prestarme un preservativo? —dice con una sonrisa encantadora.

El tío rubio le grita a Ian en la cara:

—¡Ten un poco de respeto, gilipollas! —parece que está a punto de reventar.

Vuelvo a meterme el teléfono dentro de la camiseta y agito el puño.

—¡Oye, recuerda: no matarás!

En respuesta, el rubio me escupe. Grito mientras el escupitajo me aterriza en la punta del zapato. El hombre se ríe y le da unas palmaditas en la espalda al joven.

—¡Seréis cerdos! —le escupo de vuelta.

El rubio me coge por los brazos y los aprieta por los codos. Le huele el aliento a gasolina, sin duda una ventaja de cara a mantener la castidad.

Ian tira del hombro del rubio.

—Eh, colega, que ya nos vamos. Déjala en paz.

El tío sigue avanzando.

—Habéis tenido la oportunidad de marcharos como quisierais. Ahora lo vais a hacer a nuestra manera.

Me arrastra hacia la puerta mientras el hombre del pelo engominado hacia atrás y otros chicos sujetan a Ian. El gentío vocifera a nuestro alrededor.

Jack tira del rubio y grita:

—Deja que se vayan. Creo que es para un juego.

Por fin se lo ha imaginado alguien, pero el tío rubio aparta a Jack con el hombro y sigue agarrándome. Siento los brazos como si los tuviera en un tornillo de banco.

Respiro hondo y, aunque lo que estoy a punto de hacer me invita a desear enroscarme en un ovillo, empiezo a cantar la canción que habla de echar un polvo. Jack me mira horrorizado. Tal vez Tommy o Eulie puedan convencerlo de que en realidad no soy tan mala. Si es que sobrevivo.

Ian se suma y la cantamos los dos a pleno pulmón mientras nos echan por la puerta. En el exterior también se ha reunido una muchedumbre. ¿Seremos capaces de llegar al coche sin que nos den una paliza? Alguien me empuja con fuerza por la espalda. Caigo al asfalto con un grito y aterrizo con un fuerte golpe en la cadera. Ian llega rodando a mi lado. Nos damos la vuelta hacia la puerta y cantamos temblorosos al unísono mientras esta se cierra de golpe.

Los impulsos de llorar y de reír son igualmente fuertes. En cambio, sigo cantando para mis adentros como si la canción fuese un mantra que mantuviese a raya la hostilidad que nos rodea.

Ian se levanta.

—Se acabó el reto. Lo hemos hecho.

Me ayuda a ponerme de pie sujetándome por los brazos con suavidad, pero firme. Una vez recobro el equilibrio, me paso la mano por la falda. Ningún roto, pero mañana me saldrá un moratón gigantesco en la cadera. Ian se frota el codo y me mira fijamente, tal vez porque no he dejado de cantar.

Me pone las manos en los hombros.

—He dicho que el reto se ha acabado. Respira hondo.

Lo intento, pero me sale como si tuviera hipo.

—Siento no habernos grabado cantando la canción —me saco el móvil del sujetador y lo limpio sobre la camisa antes de dárselo.

Se ríe y hace un gesto con la barbilla hacia el aparcamiento.

—No hacía falta que lo hicieras.

En toda aquella conmoción, no me había percatado de que la muchedumbre del exterior es mucho más amistosa que la del interior. Cuando nos damos la vuelta hacia la gente, ellos nos aplauden. La mayoría nos apunta con el móvil. Son Seguidores en persona, todos ellos conectados directamente con NERVE.

Ian me coge de la mano y hacemos una reverencia. Mi ánimo mejora conforme aumentan los aplausos. Me desaparece, incluso, el dolor de la cadera. De repente, el reto no parece tan horrible como hace un minuto atrás, con la potente emoción de haber sobrevivido. Me dan ganas de bailar, de echar a correr por ahí y chillar.

Una docena de Seguidores que van desde nuestra edad a varias décadas más, se aproximan para chocarnos los cinco. No tenía ni idea de que hubiese una gente tan distinta metida en este juego.

—Lo hemos visto desde las ventanas. NERVE nos ha dicho que no podíamos entrar para verlo —dice una mujer menuda con unas gafas con la montura en punta—. Esa gente tenía pinta de querer lincharos.

—Debe de ser toda esa energía contenida —digo en voz alta.

La gente se ríe, aunque lo que he dicho no tiene tanta gracia. Aun así, su buen humor me levanta los ánimos.

Señalo mi móvil con un gesto exagerado.

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