Maverick

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Aránimas

Sentado delante de la consola de control con forma de herradura, parecía una araña hambrienta esperando en medio de su tela. Tenso, alerta, observando y esperando con una intensidad casi salvaje; todo su cuerpo estaba inmóvil, todo excepto sus ojos.

Los ojos: dos lágrimas negras y brillantes que sobresalían dentro de dos protuberancias de piel arrugada a ambos lados de su calva y enorme cabeza. Se movían de forma independiente, en rápidas sacudidas como de rabo de lagartija, sondeando los numerosos monitores y las lecturas de control del instrumental, analizándolo todo.

Vigilando.

Uno de sus ojos estaba fijo en la imagen de una pequeña criatura que tenía forma de estrella de mar. Con el otro ojo seguía atentamente el modo en que el monitor se dividía para mostrar la criatura-estrella de mar en un lado y la negritud color tinta del espacio en el otro. Cuando un pequeño asteroide helado apareció en la pantalla, un par de amenazadores cañones se desplazaron lentamente para seguir su trayectoria.

Se movió. Su brazo siniestro y alargado, que mostraba unos huesos carpales demasiado prolongados que le hacían parecer que tenía dos codos, se desplegó para alcanzar un pequeño botón cerca de la imagen de la criatura-estrella de mar.

Su boca, adusta y carente de labios, se abrió. Su voz era potente y algo aflautada:

—Denofah. Praxil mastica.

Los cañones emitieron una brillante explosión. Un instante después el asteroide había desapareado, siendo reemplazado por una nube de gas incandescente que se desvanecía con rapidez.

Los extremos de su boca palpitaron imperceptiblemente, mostrando lo que bien podía ser una sonrisa sardónica.

—Rijat.

Presionó de nuevo el botón, haciendo que los cañones volvieran a su posición inicial y que la imagen de la criatura-estrella de mar apareciera otra vez en la pantalla.

De repente, un indicador comenzó a parpadear en el extremo derecho de la consola de control. Al tiempo que hacía girar uno de sus ojos en dirección al monitor situado justo encima del indicador, presionó otro botón. Entonces apareció la imagen de un joven miembro de su especie.

—Señorr, perrdone la intrromisión —dijo el joven con un fuerte acento espacial, multiplicando la vibración de la letra «r»—, pero me orrdenó que le informarra de inmediato de cualquierr interrferrencia en la banda K.

Sus dos ojos se concentraron de repente en la pantalla y desplazó su silla hasta que estuvo situado justo enfrente de la misma.

—¿Coincide la trayectoria? ¿Ha sido posible fijar las coordenadas?

—Señor Aránimas, la trayectoria coincide de forma exacta. Los robots están usando las llaves para teletransportarse; debe de haber miles de ellos. Hemos fijado las coordenadas y calculado la distancia aproximada.

—¡Excelente! Dame las coordenadas y las introduciré en el navegador —mientras el joven recitaba uno a uno los números, Aránimas dirigió uno de sus ojos a otra pantalla y presionó otro botón—. ¡Control! Prepárate para llevar a cabo el salto hiperespacial dentro de cinco décadas —otra pantalla, otro botón—. ¡Navegador! Calcula cuál es el trayecto más rápido hasta estas coordenadas —dijo repitiendo los números que le había dado el joven.

Cuando acabó de dar todas las órdenes y los monitores estuvieron en blanco, se dejó caer satisfecho en su silla, unió sus largos y huesudos dedos y se regaló a sí mismo una sonrisa satisfecha:

—Wolruf, pequeña traidora, ahora te tengo. Y tú, Derec, jovencito entrometido, todas tus Llaves de Perihelion y tus robots serán míos, y expondré tu cabeza en la vitrina de mis trofeos —dijo al tiempo que se incorporaba y accionaba una palanca, haciendo que la estrella apareciera de nuevo en la pantalla.

—Deh feh opt spa, nexori. Derec.

La criatura-estrella de mar parecía entusiasmada ante la perspectiva.

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