M.A.S.H.

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LIBRO I » XII

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XII

A fines de verano, la pelota de béisbol que los ocupantes de La Ciénaga habían tirado u golpeado de vez en cuando para hacer un poco de ejercicio y matar el tiempo, adquirió aire y una nueva finalidad. Se convirtió en una pelota de fútbol y en un objeto que perseguían, en sus momentos de ocio, se la pasaban y la pateaban cuando coman tras ella de un extremo a otro del campo de fútbol, acompañados por los gritos de: «¡Ahí va!» — «¡Buen tiro!» — «¡Halcón, esta vez yo paso a Duke, Duke me pasa a mí y marcamos un gol!» — «¡Paso libre!» — «¡Para ésta!». Y así sucesivamente.

—¿Saben qué tendríamos que hacer? —dijo Ojo de Halcón, una tarde en que regresaron jadeantes a La Ciénaga.

—Tomen un trago —dijo Duke.

—No —repuso Ojo de Halcón—, Tendríamos que formar un equipo de fútbol.

—¿Y jugar contra quién? —preguntó Duke.

—Contra los Osos de Chicago —repuso el Trampero—, Sería una manera de regresar a los Estados Unidos.

—No, gracias —dijo Duke—. Prefiero que me maten aquí.

—Escuchen, muchachos —dijo Ojo de Halcón—. Hablo en serio. Tenemos que empezar a movernos de nuevo. Necesitamos hacer algo. Ese tipo llamado Vollmer que está en Intendencia jugaba de centro en Nebraska. El Pelmazo era medio centro en Oklahoma…

—Que Dios nos asista —comentó el Trampero.

—Luego está Pete Rizzo.

—Era un interior, creo —observó Duke.

—Pero en el Instituto ya jugaba al fútbol.

—¿Y dónde jugaremos, si se puede saber? —preguntó Duke.

—En la Bahía Verde de los Paquidermos de Houlihan Labios Abrasadores —repuso el Trampero.

—Quiero tener a la Guapa McCarthy de nuestra parte —dijo Duke.

—Espérate un momento —dijo Ojo de Halcón—. Repito que hablo en serio. Han organizado aquí una especie de Campeonato de Liga. Los del 325º de Evacuación de Yong- Dong-Po aseguran que son campeones porque el año pasado derrotaron a otros dos equipos. Sé que podemos formar un verdadero equipo, y si podemos ganarles reuniremos una buena bolsa con las apuestas.

—Estás loco —observó el Trampero.

—Sí —asintió Duke—, ¿Y quién será el capitán del equipo?

—¿Han oído hablar de Oliver Wendell Jones? —les preguntó Ojo de Halcón.

—No —repuso el Trampero.

—Parece el nombre de un negro —dijo Duke.

—No me salgas ahora con prejuicios raciales. Pero supongo que habrán oído hablar de Jones, el Rayo Negro.

—Hombre, de ése sí —dijo el Trampero.

—Quizá la mejor defensa en el fútbol profesional desde Nagurski —observó Ojo de Halcón.

—Muy bien —dijo el Trampero—, pero ¿qué tiene que ver eso con nosotros?

—Probablemente en estos últimos tiempos lo habrán visto aparecer muy pocas veces en los periódicos, ¿no? —dijo Ojo de Halcón.

—Sólo de vez en cuando —asintió Duke.

—Claro —dijo Ojo de Halcón—. ¿Y quieren saber porqué no han oído hablar de él?

—Sí —dijo Duke—. Me interesa.

—No, no nos lo digas —dijo el Trampero—. Preferimos jugar al juego de las adivinanzas.

—No han oído hablar de Jones, el Rayo Negro en estos últimos tiempos —dijo Ojo de Halcón—, porque su verdadero nombre es el de doctor Oliver Wendell Jones, y está como neurocirujano en el 729 Hospital de Evacuación de Taegu.

—¡Mierda! —exclamó el Trampero.

—Sí —asintió Duke.

—¿Pero cómo es —preguntó el Trampero, repartiendo las bebidas— que eres tan experto en la cuestión?

—Porque —repuso Ojo de Halcón— cuando estuve en Taegu, antes de que me trajesen aquí a la rastra, entre gritos y pataleos, compartí la habitación con el Rayo Negro. Aunque estudió en un colegio para gente de color, consiguió ingresar en la facultad de medicina. Aunque había jugado al fútbol cuando estaba en el colegio, pero nadie que valiera la pena lo había visto. Al terminar la carrera se casó y quiso fijar su residencia en algún sitio. Para ello necesitaba dinero y empezó a jugar los domingos como semiprofesional en los alrededores de Nueva Jersey. Alguien lo descubrió y lo contrató para las Águilas de Filadelfia. Era un gran jugador, aunque no podía consagrarse totalmente al deporte. Mantenía en secreto su calidad de médico, la que habría tardado en descubrirse si no lo hubiesen llamado a filas cuando empezaba a hacerse famoso.

—¿Y eres aquí el único que lo sabe? —le preguntó el Trampero.

—Algunos muchachos de color conocen también su identidad, pero no la revelarán por su propio pedido.

—Bueno —dijo el Trampero—. ¿Y crees de verdad que podremos contar con él?

—Tenlo por seguro —le contestó Ojo de Halcón.

—Un momento, un momento —terció Duke—. Ya sé como piensan ustedes los yanquis. ¿De verdad se proponen que este negro venga a vivir con nosotros en La Ciénaga?

—Sí, señor —contestó Ojo de Halcón.

—Muy bien, pues —dijo Duke—. Si ustedes pueden vivir con él, yo también. De todos modos, en el Sur me mirarán igualmente mal, después de haber convivido con ustedes.

—¿Y cómo nos las arreglaremos para conquistarlo? —preguntó el Trampero.

—Muy fácil —repuso Ojo de Halcón—. Diremos a Henry que no podemos pasar más tiempo sin un neurocirujano. Si no pica con esto, le diremos la verdad. Menudo oportunista está también hecho Henry.

—Estupendo —asintió el Trampero—. Vamos a empezar inmediatamente.

—¿Pero este negrazo está en forma? —inquirió Duke.

—Este negrazo, como tú dices, tendría que estar muy poco en forma para que cualquier jugador de aquí le llegase siquiera a la suela del zapato —dijo Ojo de Halcón, para tranquilizarlo—. Y además es un tipo estupendo.

Cinco minutos después el coronel Henry Blake, que se encontraba gateando por el suelo de su tienda para buscar unos papeles personales que guardaba bajo su cama, se vio interrumpido por los moradores de La Ciénaga, que entraron sin molestarse en llamar.

—¡Media vuelta! —dijo el Trampero, cuando Henry levantó la mirada—. Nos hemos equivocado de dirección. Sin duda nos hemos metido en un santuario sintoísta.

—Así parece —dijo Ojo de Halcón—. Pidamos disculpas a este Santo Varón.

—Déjense de idioteces —dijo Henry, levantándose—. ¿Qué quieren ahora, bastardos?

—Que nos invites a beber algo —repuso el Trampero.

—Cualquiera diría que no tienen qué beber en la tienda —dijo Henry, mirándolos con malevolencia—. ¿Y qué más quieren?

—Toma —dijo el Trampero, tendiendo un whisky a Henry, mientras Ojo de Halcón y Duke se servían por su cuenta—. Ahora tranquilízate.

—Henry —dijo Ojo de Halcón— usted no es el único afectado por este renacimiento religioso. Nosotros acabamos de tener una revelación.

—¿Bueno, de qué se trata? —empezó a decir Henry—. ¿Qué…?

—Henry —interrumpió el Trampero—. Acabamos de saber, por revelación divina, que necesitamos un neurocirujano.

—Eso mismo —asintió Duke.

—Han perdido la cabeza —dijo Henry.

—Después de todo lo que hemos hecho por el Ejército —dijo el Trampero—, ¿cree usted que esto es pedir demasiado?

—Por favor —dijo Ojo de Halcón, postrándose de hinojos ante él—. Por favor, oh Santo Varón, haz que nos envíen un neurocirujano.

—Hablamos completamente en serio —añadió el Trampero.

—Eso mismo —dijo Duke.

—Muy bien —dijo Henry, sin quitarle los ojos de encima—. ¿Qué juego se traen?

—Fútbol.

—¿Cómo?

—Fútbol.

—¡Qué fútbol ni qué carajos! —exclamó Henry.

—Repito que hablamos en serio —dijo Ojo de Halcón—. Es algo muy sencillo. Queremos formar un equipo de fútbol para participar en los campeonatos de Corea contra el equipo del 320º de Evacuación, y para esto necesitamos un neurocirujano. ¿No le gustaría que el 4077º MASH fuese el equipo campeón de fútbol de Corea? ¡Vaya usted a saber! ¡Incluso podrían invitarnos a participar en el Campeonato de la Liga!

—A la mierda con eso —intervino el Trampero—. Piensa solamente en la plata que ganaríamos, apostando con un poco de cabeza por nosotros mismos.

—A ver, explíquense —dijo Henry, que empezaba a mostrarse interesado—. ¿Pero qué carajo tiene que ver un neurocirujano con todo esto?

—¿No ha oído hablar de Jones, el Rayo Negro? —le preguntó Ojo de Halcón.

—Cómo no. Es un muchacho de color que juega al fútbol como profesional. ¿Y eso qué tiene que ver?

—Ahora no juega como profesional, y si queremos podemos incorporarlo a nuestro equipo.

—¿Qué dices? ¿Y cómo?

—Bastará que diga al general Hammon que necesita un neurocirujano, y que éste tiene que ser el capitán Oliver Wendel Jones, del 729º de Evacuación.

Al cabo de un momento se hizo la luz en el cerebro del coronel.

—¿Lo dicen en serio? —preguntó Henry—, ¿Hablan verdaderamente en serio?

—¿Ven? —dijo Ojo de Halcón a sus compañeros—. Ya les había dicho yo que Henry también cree en la iniciativa particular.

—Están soñando —les dijo Henry—. ¿De veras creen que podremos contar con él?

—Claro que sí —repuso Ojo de Halcón—. Aquí nadie conoce su verdadera identidad, salvo algunos amigos suyos, que no hablarán.

—Bueno —dijo Henry y empezó a caminar por la tienda. Buena idea. ¿Ahora, quieren saber otra cosa?

—¿Qué?

—Pues que Hammon —dijo Henry, sin dejar de pasear como un león enjaulado—, valiéndose de sus estrellas de general, se autotitula entrenador del equipo que han formado en el 325º de Evacuación. Pero está aún en la prehistoria del fútbol. No tiene ni la más remota idea de las tácticas modernas.

—Mejor que mejor —dijo el Trampero.

—Lo único que hace es valerse de su graduación —comentó Henry.

—¿Entonces, nuestra idea es factible? —preguntó Ojo de Halcón.

—Sí —contestó Henry—, pero con una condición.

—¿Cuál es?

—Yo quiero ser el entrenador —repuso Henry.

—Lo que usted diga, señor entrenador —respondieron los tres amigos al unísono.

—¿De dónde habrá sacado Hammon la idea de que puede ser entrenador? —dijo Henry, pensativo.

Al día siguiente Ojo de Halcón escribió una carta al capitán Oliver Wendell Jones, comunicándole el plan. Le alabo las magníficas condiciones de trabajo que existían en el Doble Natural, le describió en términos rimbombantes la atmósfera amistosa que reinaba en La Ciénaga, de la que el capitán Jones se convertiría en el cuarto miembro si aceptaba su invitación. Luego le señaló los beneficios, tanto económicos como físicos, que podrían obtenerse con jugar un poco al fútbol contra los inocentones del 3259 de Evacuación. Simultáneamente el coronel Henry Blake riendo para sus adentros, elevó la debida solicitud al general Hamilton Hammon, y diez días después el capitán Jones hizo su aparición, con su imponente anatomía llenó toda la puerta de La Ciénaga.

—¡Santo Dios! —exclamó el Trampero—. Se ha hecho de noche al mediodía. ¡Hay que ver qué tipo nos ha caído encima!

—Y toma el doble whisky y coca-cola que nosotros. Trampero —dijo Ojo de Halcón, mientras se levantaba de un salto para estrechar la mano del capitán Jones—. ¡Bienvenido, Rayo Negro, bienvenido!

—¿De veras no me habré equivocado de sitio? —preguntó el capitán Jones, sonriente.

—En absoluto —le aseguró Ojo de Halcón—. Da un apretón de manos al Trampero. Otro a Duke. Y ahora otro a este whisky doble.

El capitán Jones hizo lo que se le ordenaba. A decir verdad, dio varios apretones de manos a varios whiskies dobles mientras los demás demostraban su afecto acostumbrado por los martinis que preparaba el Trampero. Ojo de Halcón y el capitán Jones evocaron algunos recuerdos comunes, y después John el Trampero se metió en la conversación.

—Dime una cosa —preguntó al capitán Jones—. ¿De dónde te viene ese ánodo de Rayo Negro?

—Empezaron a llamarme así en la época en que me dedicaba a lanzar la jabalina —le explicó Jones—. Los críticos deportivos consideraron que era un nombre publicitario, y empezaron a emplearlo en sus crónicas.

—¿Y cómo fue que tú y el Halcón se hicieron tan amigotes en Taegu?

—Pues verás —repuso Jones—, resulta que me destinaron allí, no había otro soldado de color y no iban a darme una habitación para mí solo. Entonces Ojo de Halcón se fue a ver al comandante y le dijo: «Dígale a ese animalazo, que, si no le importa, puede compartir mi habitación».

—Tanta amabilidad me confunde —dijo el Trampero—, pero eso no lo hace acreedor a la Medalla del Mérito Militar.

—Nadie habla de conceder medallas —dijo el Rayo Negro—, pero la verdad es que existen por ahí demasiados hipócritas. Los peores son los tipos que pregonan a los cuatro vientos que el color de tu piel les importa un bledo, pero si no fuese por el color de tu piel no te harían el menor caso. Esos tipos forman parte también de la carga que tiene que soportar el negro.

—Lo entiendo perfectamente —comentó el Trampero.

—Sea como fuere —dijo el Rayo Negro—, allí hay bastantes muchachos de color, y conozco a algunos de ellos. De vez en cuando venían a visitarme. Algunas veces Ojo de Halcón se quedaba, pero casi siempre se escurría discretamente, hasta que un día le dije: «Ojo de Halcón, por lo visto algunos de mis amigos no te caen simpáticos, ¿no?». Y entonces éste —prosiguió el Rayo Negro e indicó a Ojo de Halcón con un movimiento de cabeza—, me dijo: «Y a ti, ¿te caen simpáticos todos los muchachos blancos de aquí?». Yo no tuve más remedio que contestarle: «Desde luego que no, Ojo de Halcón, y gracias por tu sinceridad». ¿Se dan cuenta de lo que quiero decir?

—Bueno, ahora esto no interesa —dijo Ojo de Halcón—. Vamos a hablar de otra cosa.

—Espera un momento —dijo Duke, que hasta entonces se había limitado a escuchar la conversación—. Yo también tengo algo que decir.

—¿Qué es? —dijo el Rayo Negro, mirándolo fijamente.

—Yo soy de Georgia —dijo Duke.

—Ya lo sabía —repuso el Rayo Negro.

—Si surgiese un problema entre tú y yo —prosiguió Duke— nosotros seríamos los únicos capaces de entenderlo, no esos yanquis, pero lo que quiero decir es que por mí el problema no existe, pero si por tu parte lo hay, dímelo ahora, sin esperar a hacerlo más tarde.

El capitán Jones bebió un trago, sonrió y miró a Duke.

—Para mi no existe el menor problema, pequeño Duke —les elijo.

—Un momento —dijo Duke, mirándolo fijamente al capitán Jones—. ¿Por qué se te ha ocurrido llamarme pequeño Duke?

—Verás —repuso el Rayo Negro—. Cuando Ojo de Halcón me escribió, me habló de ustedes dos y me dijo que tú cíes oriundo de Forrest City, en Georgia. ¿Me equivoco?

—No —dijo Duke—, pero…

—¿Y no era tu padre médico?

—Sí.

—¿Y no tenía una pequeña propiedad rural al norte de la población?

—Vamos, por Dios —dijo John el Trampero—. Deja eso.

—Espera un momento —dijo Duke—. Lo que dice es verdad. Vamos a ver, continúa.

—¿Y quién era el colono de esa propiedad? —preguntó el capitán Jones a continuación.

—Pues un tal John Marshall Jones —contestó Duke.

—Yo tendría que haber sido abogado —dijo Oliver Wendell Jones—. ¿Y qué fue de John Marshall Jones?

—Otro negro lo mató de una cuchillada —contestó Duke.

—¿Y su familia qué hizo entonces?

—Se fue al norte.

—Exactamente —dijo el capitán Jones, asintiendo—. Se fue al norte. ¿Y sabes de dónde sacó el dinero para el viaje?

—No.

—El médico vendió las tierras, canceló las deudas de la familia Jones y ofreció mil dólares a mi madre. Mi familia lo llamaba el gran Duke. ¿Qué me dices ahora a esto, pequeño Duke?

El capitán Forrest no dijo nada. Siguió sentado donde estaba, miraba al capitán Jones y movía la cabeza.

—¿Comprendes ahora por qué para mí no existe problema alguno? —dijo el Rayo Negro.

—Duke —dijo Ojo de Halcón—, te voy a hacer la misma pregunta que Grant le hizo a Lee en Appomattox: «¿Te rindes?».

—Sí, me rindo —contestó Duke.

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