M.A.S.H.

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LIBRO I » XIII

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XIII

El coronel Henry Blake no había estado tan atareado desde los días del Diluvio, ni más lleno de contento desde que puso por primera vez el pie en Corea. Lo primero que hizo la mañana del día siguiente al de la llegada de su nuevo neurocirujano fue telefonear a Seúl para preguntarle al general Hammon, sin dejar de reír entre dientes, si por casualidad el equipo de fútbol del 3259º Hospital de Evacuación querría enfrentarse con los once que defenderían los colores del 4077º MASH.

El general Hammon se mostró encantado con la proposición. El año anterior su equipo había administrado tales palizas a los dos únicos equipos de Corea que cometieron la locura de desafiar a aquella temible combinación de fuerzas, que ambos equipos abandonaron la partida y no volvieron a tocar una pelota. Esto le dejó dos deslumbradoras victorias, la visión de que algún día ingresaría entre los equipos de primera división… y nadie contra quién jugar. Se fijó la fecha del encuentro para el día de Acción de Gracias —aún faltaban cinco semanas—, y en el campo casero de los campeones, o sea en Yong-Dong-Po.

La cosa siguiente que hizo el coronel Blake fue enviar un oficio a la sección de Servicios Especiales de Tokio para solicitar que le enviasen dos docenas de camisetas de fútbol con sus correspondientes calzones, zapatos, calcetines y rodilleras, todo ello por vía aérea y lo antes posible. Luego dictó un aviso, en el que se invitaba a todos cuantos deseasen formar parte del equipo para las dos de la tarde siguiente, y se pusieron copias del mismo en el comedor, las letrinas, las duchas y en la Clínica Dental y Salón de Póker del Polaco Indoloro. Después de hecho todo esto, se presentó en La Ciénaga.

—Ahora —dijo cuando terminó su informe—, ¿cuándo empezaremos a embolsarnos la plata?

—¿Por qué no esperamos primero un poco, entrenador —le respondió John el Trampero—, hasta que veamos de qué material disponemos?

—No importa el material de que dispongamos —respondió Henry—. Lo que importa es que Hammon no sabe nada de fútbol.

—Pero si nos ve demasiado ansiosos por empezar, entrenador —observó Ojo de Halcón—, podemos mostrar la hilacha.

—Sí, creo que tienes razón —asintió Henry.

A la tarde siguiente y a la hora fijada se presentaron quince candidatos en el campo de fútbol. Como el equipo aún tardaría varios días en llegar, Henry, con un silbato atado a un cordón alrededor del cuello, y previamente aconsejado por su neurocirujano, hizo que su heterogéneo grupo diera dos veces la vuelta al campo a la carrera y los obligó a hacer algunos ejercicios gimnásticos. Después les dejó que hiciesen piernas y jugasen a su gusto, patinaban y se pasaban las tres pelotas de que disponían, mientras él y los ocupantes de La Ciénaga los contemplaban con ojo crítico.

—Bien —dijo Henry poco después, mientras tomaba el aperitivo en la tienda de los tres amigos—, ¿qué les parece?

—¿No podríamos cancelar el encuentro? —preguntó Duke.

—Sí —dijo Ojo de Halcón—. ¿De quién fue la idea, si se puede saber?

—Tuya, imbécil —le dijo el Trampero.

—Dios mío, qué manga de idiotas —comentó Ojo de Halcón.

—Estarán muy bien —dijo Henry—, cuando vayan vestidos de futbolistas.

—El hábito no hace al monje —observó Duke.

—Escúchenme —terció el Rayo Negro—, El entrenador tiene razón. No lo digo precisamente por los uniformes, pero no hay equipo que cause buena impresión los primeros días. Ye he podido observar que hay entre ellos algunos chicos que saben jugar al fútbol.

—Además —dijo Henry—, ¿qué sabe el Hammon ese de fútbol? Es como tener un hombre más de nuestro lado.

—Lo primero que tenemos que hacer —dijo el Rayo Negro— es planear un método ofensivo.

—Tienes razón —dijo Henry—. Eso es lo primero que tenemos que hacer. ¿Qué método emplearemos? ¿El del cerrojo?

El Trampero había jugado de defensa en Dartmouth, y Duke había jugado igualmente de defensa en Georgia, Androscoggin, donde Ojo de Halcón había jugado de extremo, aún empleaba la táctica del ataque por un ala, pero el Rayo Negro había empleado la formación en T cuando estaba en la universidad y luego, naturalmente, cuando jugó de profesional. Ojo de Halcón fue denotado por tres votos contra uno. Henry se abstuvo de votar pero se mostró de acuerdo con la táctica propuesta.

—Ahora tenemos que pensar algunas jugadas —dijo Henry—. ¿Por qué no se ocupan ustedes de eso, muchachos, mientras yo me cuido de resolver algunos otros detalles?

El Rayo Negro dibujó seis jugadas básicas y cuatro liases largos adelantados, y aquella noche presentó estos estudios a Henry, acompañándolos con las respectivas explicaciones. Henry estudió los diagramas, instaló una mesa de— entrenamiento a un extremo del comedor y ordenó a sus atletas que redujesen el consumo de alcohol y cigarrillos. Los ocupantes de La Ciénaga se resignaron a tomar dos— copas antes de la cena y ninguna después de ella, redujeron su inhalación de nicotina y alquitranes del tabaco a la mitad.

Durante los días siguientes, Henry, ayudado por subrepticias indicaciones del Rayo Negro, hizo que el equipo efectuase las jugadas primero andando y después corriendo. Cuando llegaron las camisetas y el resto del equipo, Duke, que había lucido la camiseta roja de Georgia, vio con consternación que consistían en camisetas purpúreas con pantalón blanco. Mientras los jugadores buscaban entre el equipo las tallas más apropiadas, Henry trataba de contenerse, se moría de impaciencia por verlos debidamente equipados.

—¡Magnífico! ¡Magnífico! —exclamó Henry, radiante, cuando los jugador es se alinearon ante él en el campo—. ¡Están imponentes de verdad!

—Lo que parecemos es una colección de cerezas —comentó el Trampero.

—¡Magnífico! —repitió Henry—. Esperen a que Hammon los vea. Se va a llevar la mayor sorpresa de su vida.

—Pues será la última que se llevará —dijo Duke—, porque se morirá de risa.

No obstante, la situación no era tan desesperada como daban a entender las observaciones de los tres amigos. Para la experimentada mirada de su más reciente miembro, en realidad, era aparente que sus colegas poseían por lo menos algunas de las cualidades que debe reunir un buen jugador. John el Trampero, después de patear desde el centro del campo, corrió hacia atrás y se quedó plantado y expectante, con todo el aspecto de un espantapájaros, pero no tardó en recuperar su aplomo. Ojo de Halcón demostró poseer gran movilidad en los pases y regates. Duke tenía la zancada corta y potente que necesita una buena defensa, corría velozmente, marcaba bien al contrario, y, durante los entrenamientos, demostró poseer un gran ardor combativo. El sargento Pete Rizzo, que había sido interior en un equipo de tercera división, era un atleta y un medio centro nato. En cuanto a los restantes, el sargento de Intendencia llamado Vollmer, que había jugado de centro delantero en Nebraska, era el mejor de todos. John el Feo resultaba un guardameta bastante aceptable y el capitán Waiter Koskiusko Waldowski, el Polaco Indoloro, un sobreviviente del fútbol que se jugaba en el Instituto de Hamtramck, tenía la suficiente estatura y corpulencia para ser un segundo delantero. El resto del equipo estaba formado por soldados, con la sola excepción de un extremo que, venciendo las objeciones de John el Trampero, fue ocupado por el doctor R. C. (Jeeter). Carroll.

El Rayo Negro, por supuesto, fue mantenido en reserva, y sólo se le permitió alguna que otra breve aparición para hacer algunos pases. Pero cuando empezaban a fijarse en él, se retiraba del juego. Como nadie descubrió su identidad, los espías del Hospital de Evacuación sólo pudieron informar al general Hammon que aquel negro grandullón era un payaso, y que por buenos que hubiesen sido en otros tiempos los ocupantes de La Ciénaga, y por más que se esforzasen por recuperar su antigua forma, el whisky y el tabaco los habían hecho polvo. Además, el equipo contaba tan sólo con cuatro reservas.

Ojo de Halcón se fue al 325º una tarde en misión de reconocimiento. Trató de aparentar que iba a cumplir varios recados entre los barracones que rodeaban al campo de deportes, mientras se dedicaba a examinar la oposición.

—Son pan comido —informó a su regreso—. Hay tres chicos que parecen haber jugado un poco al fútbol en la universidad, pero probablemente no son mejores que el Trampero, Duke y yo. Tienen un pasador piojoso, pero su línea de ataque es más dura que la nuestra, y nos ganarán en profundidad. Creo que sin el Rayo Negro estaríamos más o menos igualados. Pero con él, ni les dejaremos tocar la pelota.

—Estupendo —comentó el Trampero—. En tal caso, sugiero que hagamos lo siguiente: mantendremos escondido al Rayo Negro hasta la segunda parte, reteniendo la mitad de nuestras apuestas. Empezaremos la segunda parte con el marcador ligeramente en contra nuestra, y entonces echaremos toda la carne en el asador.

—¡Magnífico! —exclamó Henry—. ¡Nos vamos a enriquecer!

Después de que todo el mundo hubo efectuado sus apuestas —médicos, enfermeras, personal del laboratorio, soldados rasos, personal de Intendencia y de la cocina, Henry había reunido 6.000 dólares. A la mañana siguiente —cinco días antes del partido— llamó al general Hammon, y cuando dejó el teléfono y se presentó en La Ciénaga, en su semblante se retrataba una evidente turbación.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó el Trampero—. ¿No has conseguido la plata?

—Sí —dijo Henry—, tengo tres mil dólares contantes y sonantes.

—¿No están igualadas las apuestas? —le preguntó Duke.

—No —dijo Henry—. Están dos a uno. Eso es lo que él me dijo.

—Vaya, vaya —comentó John el Trampero—. Esto me huele mal.

—A mí también —dijo Henry—. Ese Hammon es más duro que lomo de burro en época de tábanos. No sé qué se propone, pero sea lo que sea, no me gusta ni pizca.

—Les voy a decir lo que tendríamos que hacer —dijo Ojo de Halcón—. Cuando fui a observar a esos zoquetes, no me parecieron mejores que nosotros, pero como están tan ansiosos por recuperar su dinero como nosotros, quizá se me pasara algo por alto. Más valdría que mañana fuese allá a investigar el Rayo Negro. A ése no se le escapará nada.

—Sí, desde luego, me gustaría ir —dijo el aludido.

A la noche siguiente, cuando el capitán Jones regresó de su misión de espionaje a Long-Dong-Po, no parecía más contento que lo había estado Henry la víspera.

—¿Qué nos cuentas? —le preguntó John el Trampero.

—Tienen dos interiores de los Pardos, y un medio centro que había jugado con los Arietes.

—¡Eso no es justo! —exclamó Henry, poniéndose de pie de un salto—. Esto tenía que ser un partido igualado…

—Un momento —dijo Ojo de Halcón—, ¿son muy buenos esos jugadores?

—Son jugadores profesionales, eso es todo. ¿Lo eres tú, acaso? —dijo el Rayo Negro.

—Entiendo lo que quieres decir —repuso Ojo de Halcón.

—Tengo una pierna lesionada —declaró el Trampero—, No creo que pueda jugar.

—¿Y bien, qué hacemos? —preguntó Henry.

—Es usted quien tiene que contestar a eso —dijo Duke—. ¿No es el entrenador?

—Creo que no tendremos más remedio que jugar —dijo Henry, al ver que se evaporaban sus sueños de oro y gloria.

—Esos granujas han sido más listos que nosotros —observó Ojo de Halcón.

—Tal vez no —dijo el Rayo Negro—. Ya pensaremos en algo.

—¿Qué, por ejemplo? —preguntó Duke.

—Pues por ejemplo, quitarles a ese medio centro así que podamos —repuso el Rayo Negro.

—¿Tú lo conoces? —le preguntó Duke.

—No —repuso Jones—, solamente lo he visto jugar. Sólo llevaba un año con los Arietes antes de alistarse. Es un muchacho de color que sólo pesa unos 80 kilos, pero es rápido como el rayo y tiene dinamita en los pies.

—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó Henry.

—Pues quiero decir —repuso Jones— que cuando ve un poco de espacio libre, le gusta hacer una verdadera exhibición… corre, hace poses, y toda una exhibición. Cuando logra agarrar la pelota, corre como un loco pero no está acostumbrado a que le corten el paso, por lo que creo que si podemos interceptarlo bien, conseguiremos anularlo.

—Eso es lo mejor que se puede hacer —dijo Duke.

—Buena idea —asintió Henry.

—Pero cuidado —prosiguió el Rayo Negro—. Con campo descubierto por delante, es peligrosísimo. Hay que marcarlo bien y acorralarlo, para hacerlo titubear.

—Buena idea —repitió Henry.

—Desde luego —dijo Ojo de Halcón—, pero, ¿cómo lo conseguiremos?

—Ellos lo harán atacar por el extremo derecho —dijo el Rayo Negro— para que así pueda profundizar. Ojo de Halcón tiene que marcarlo y cuando él trate de hacer un tiro a la izquierda, tratará de cerrarle el paso asistido por Duke.

—¡Gran idea! —exclamó Henry—. Esto le enseñará una lección a ese Hammon.

—Sí —asintió Duke—, pero ¿podremos hacerlo?

—No existe otra solución —dijo el Rayo Negro—, Si se les escapa la primera vez, ya les dará muchas otras ocasiones de repetir la jugada.

Pero cuando lo interceptemos, si podemos —dijo Ojo de Halcón—, tendremos por lo menos que romperle una pierna para evitar que siga fastidiando.

—No será necesario —dijo John el Trampero—. Se me acaba de ocurrir una idea.

—¿Qué idea? —le preguntó Henry.

—Luego se las contaré —repuso el Trampero—, si llega a ser factible.

Después de estas palabras John el Trampero se disculpó, salió de la tienda y se dirigió a la de Henry para efectuar una llamada telefónica. Estuvo hablando durante cinco minutos y cuando regresó se encontró a sus compañeros y al entrenador sumergidos en una discusión acerca del problema que ofrecían los dos interiores que habían jugado con los Pardos.

—No marcaremos ningún tanto hasta que yo intervenga en el partido en la segunda parte —estaba diciendo el Rayo Negro—. Esos dos muchachotes deben de tener un exceso de peso de diez o quince kilos. Trataremos de esquivarlos, salvo algún que otro centro de Duke desde medio campo para pasar la pelota al Trampero.

—Que Dios me ayude —dijo el Trampero.

—Y a mí también —dijo Duke.

—En resumen —prosiguió el Rayo Negro—, con eso me propongo dejarlos bien fatigados durante el primer tiempo. Creo que con eso tendremos la ventaja suficiente, señores.

—Muy bien —dijo Henry—. Ahora supongamos que Hammon tenga también su plan preparado.

El Día de Acción de Gracias se fijó el saque de honor para las diez de la mañana; así es que poco después de amanecer el equipo de fútbol del 4077° MASH, los «Red Raiders» del Imjin, en número de quince, más su entrenador, su aguatero y varios hinchas, emprendieron la marcha en jeeps y camiones. Los ocupantes de La Ciénaga iban juntos en el mismo jeep, sumidos en el mayor silencio. No circulaba entre ellos la botella ni fumaban; cuando llegaron a Yong-Dong-Po se dirigieron al barracón que les habían destinado para vestuario, John el Trampero se disculpó y desapareció.

—¿Adónde cuernos te habías metido? —preguntó Ojo de Halcón, cuando su defensa regresó finalmente, con el tiempo justo para vestirse y hacer algunas genuflexiones.

—Sí —dijo Duke—. Creíamos que habías tomado las de Villadiego.

—Tenía que ver a uno para hablarle sobre un tipo que tiene dinamita en los pies —contestó el Trampero—. A mi viejo amigo Austin, de Boston.

—¿Quién? —le preguntó Duke.

—¿Y para hablar de qué? —dijo Ojo de Halcón.

—Ya lo diré, si es que da resultado —repuso el Trampero—. Ustedes ocúpense de marcar al medio centro.

—Bueno, muchachos —dijo entonces Henry—. Escúchenme un momento. A ver si se callan. Este partido…

Se puso a explicarles cuál era la táctica en W, trataba de tocarles su amor propio y hacerlos sentir orgullosos de su equipo, los colores que vestían y sus cuentas corrientes bancarias. Cuando terminó, sin palabras y sin aliento, tenía el rostro tan colorado como las camisetas de sus jugadores, y sólo entonces los soltó para que saliesen al encuentro de la horda negro-anaranjada de Hammon.

—Mira el tamaño de esas dos bestias —dijo John el Trampero, señalando a los dos jugadores procedentes de los Pardos.

—Ya los había visto la otra vez que estuvimos aquí —repuso Duke—. Desde luego, habrá que hacer de tripas corazón.

—Para mí, eso es pedir peras al olmo —dijo el Trampero.

—Y para mí lo mismo —añadió Jeeter Carroll.

—Pues, que Dios nos ampare —dijo el Trampero.

Como Ojo de Halcón había sido el ideólogo de encuentro, lo habían nombrado capitán; por lo tanto le correspondió enfrentarse con el capitán del equipo contrario para sortear quién empezaba el partido, para eso tiraron la moneda al aire. Cuando regresó comunicó que había perdido y que sacarían los otros.

—Procura mantener la pelota lejos de ese tipo que corre tanto —dijo el Rayo Negro a Duke—. Pásala a quien quieras, menos a él.

—Eso es —dijo Henry, que ya había recuperado el aliento—. Pasa a cualquiera menos a él.

—No hace falta que me lo digan —dijo Duke, algo ofuscado—. ¿Me toman por idiota?

—¡A ellos, muchachos! —gritó Henry.

Duke arrebató la pelota al medio centro que había jugado un año con los Arietes. La pateó lo más lejos que pudo, pero el enemigo no se chupaba el dedo. El individuo que agarró la pelota mediante la sencilla maniobra de correr lateralmente e interceptarlo, hizo un pase de costado al medio centro que habla jugado un año con los Arietes. Inmediatamente, los Red Raiders del Imjin vieron una especie de centella negro-anaranjada, trataron de formar barrera para impedir que les marcasen un tanto, pero no lo consiguieron.

—¡Deténganlo! —gritaba Henry desde una de las bandas—. ¡Paren a ese hombre!

—Sí, ya, ya —dijo Duke, mientras todos corrían despavoridos por el campo—. Si me dan un rifle, lo detendré; también podríamos ponerle una venda en los ojos y atarlo a una estaca.

Era imposible detener aquel rayo. El Trampero indicó a Ojo de Halcón que tratase de arrebatarle la pelota por la izquierda, hasta que el Rayo Negro pudiese intervenir por la derecha. Ojo de Halcón sólo pudo correr un par de metros y Pete Rizzo corrió otros dos más por el otro lado.

—No hay quien pueda —dijo Ojo de Halcón con desaliento—. Ese tipo es una locomotora.

—Yo trataré de quitarle la pelota —dijo Jeeter Carroll— y de pasársela a Ojo de Halcón.

—Tengo la pierna lastimada —comentó el Trampero.

—Déjate de idioteces —le dijo Duke.

—Que Dios nos asista —repuso el Trampero.

Pero John el Trampero se dio cuenta de que su táctica defensiva era inútil. Lo comprendió cuando se vio marcado por los dos jugadores de los Pardos y empezó a correr. Primero corrió hacia la derecha, se paró y corrió hacia la izquierda.

—¡Muy bien! —gritaba el Rayo Negro desde una de las bandas—. ¡A ver si dejas sin aliento a ese par de sabuesos!

—¡Pasa! —gritaba Henry—. ¡Pasa!

El Trampero efectuó un pase u Ojo de Halcón, que se fue con la pelota y tiró un pase largo hacia el campo contrario.

Duke, descolocado, no consiguió recuperarla.

—No te pongas tan lejos —le gritó Ojo de Halcón—, Lo que tienen que hacer es patear alto así nosotros bajamos y cercamos a ese hijo de puta.

—Sí, claro, —dijo Duke—, si puedo.

Logró obtener la pelota, la pateó a gran altura y cuando ésta descendió de nuevo al campo, el medio centro que había jugado un año con los Arietes la estaba esperando muy seguro de sí, pero se encontró rodeado de camisetas rojas que se lo impidieron.

—Ahí está el que tiene dinamita en los pies —dijo el Rayo Negro desde un costado.

—Sí, eso mismo —dijo Ojo de Halcón a Duke, mientras ambos corrían juntos—. El Rayo Negro tiene razón.

—Sí —dijo Duke—. Tratemos de marcarlo constantemente, como nos dijo el Rayo.

El partido se fue desarrollando más o menos como había pronosticado el Rayo Negro. El medio centro que había jugado un año con los Arietes corrió desde su puesto en la izquierda del campo, logró la pelota, gambeteó maravillosamente y empezó a correr como una luz. Cuando vio que Ojo de Halcón venía dispuesto a cortarle el paso, hizo una estupenda gambeta, pasó la pierna derecha frente a la izquierda como si posara para la fotografía de tapa del programa del Campeonato de Liga, una vez en pose sobre la punta de su pie izquierdo, la otra pierna en el aire y mi brazo extendido. En esta elegante postura recibió súbitamente la carga de casi cien kilos de un antiguo finalista del Colegio de Androscoggin en las rodillas, por el otro lado recibió el impacto de casi noventa kilos de una antigua defensa de Georgia.

—¡Fault! —se puso a gritar uno de los antiguos jugadores de los Pardos—. ¡Fault!

—El juego se detuvo por unos instantes. El medio centro que había jugado un año con los Arietes permaneció tumbado en el campo durante unos cinco minutos, hasta que sus compañeros lo levantaron y lo sacaron del terreno de juego, para dejarlo sentado en un banco.

—¿Cuántos dedos tengo? —preguntó el general Hammon, arrodillado ante la estrella ofensiva de su equipo mientras le mostraba los dedos de una mano.

—Quince —contestó su estrella.

—Que se lo lleven —dijo el general tristemente—. Que le den masajes y a ver si lo tienen listo para el segundo tiempo.

Se llevaron al jugador lesionado a través del campo y lo metieron en el 325 de Evacuación. Mientras los ocupantes de La Ciénaga veían cómo se llevaban al héroe caído, John el Trampero fue el primero en hablar.

—Asunto concluido —dijo—. A éste ya pueden borrarlo de la lista.

—¿Tú crees que está tan mal? —preguntó Duke.

—Qué va —repuso el Trampero—, pero ya no lo volveremos a ver.

—Me huelo algo —dijo Ojo de Halcón—. A ver, explícate.

—En esta asquerosa unidad —les explicó el Trampero— se encuentra un viejo amigo mío de Dartmouth. Anoche lo llamé por teléfono después de que el Rayo Negro nos expuso su táctica, y le dije que se las arreglase para ser hoy el oficial de guardia.

—Empieza a hacerse la luz en mi mente —dijo Ojo de Halcón.

—Esta mañana —prosiguió el Trampero— fui a verlo y le ofrecí una parte de nuestras ganancias, si cobramos las apuestas. En este mismo instante mi amigo Austin de Boston se dispone a administrar a esa fiera una dosis de calmantes capaz de dormir a un caballo. Así lo tendremos fuera de combate durante el resto del partido y probablemente durante el resto del día también.

—Trampero —dijo Ojo de Halcón—, eres un genio.

—¿Quieren que les diga una cosa? —terció Duke—. Ahora sí creo que podemos ganar a esos yanquis.

—¡Hay que patear ese fault! —gritó el árbitro, y tocando pito como un desesperado—. ¿Han venido aquí a jugar al fútbol o a conversar?

—Hombre, sí nos diesen a elegir —dijo Ojo de Halcón, mientras formaba barrera con sus compañeros—, nosotros preferiríamos conversar.

—Pero no pueden elegir —le dijo uno de los jugadores de los Pardos—, y ahora verán lo que es bueno. ¡Que jugada más sucia!

—¿Qué quieres decir? —repuso Duke—. Fue una jugada limpísima.

—Eso mismo —dijo Ojo de Halcón—, y en cuanto a eso de ver lo que es bueno, primero tendrán que agarrarnos.

El equipo contrario pateó el fault y volvió a ejercer su dominio. Por su parte, los Red Raiders limitaban casi todos sus esfuerzos ofensivos a agotar a los dos jugadores de los Arietes y los hacían correr de un extremo del campo al otro. Cuando faltaba poco para finalizar el primer tiempo consiguieron marcar un tanto, a pesar de que a John el Feo ya le habían metido varios pelotazos. Poco después Ojo de Halcón logró dominar un pase adelantado de John el Trampero y cayó cuán largo era frente a la meta contraria. Poco antes de que el árbitro señalase el final del primer tiempo, el equipo local consiguió marcar otro gol, con lo que el marcador estaba 17 a 7 cuando ambos equipos se retiraron en busca de un bien merecido descanso.

—Muy bien, señores —les dijo el Rayo Negro, que se había dedicado a pasear por una de las líneas envuelto en una manta caqui—. Jugaron estupendamente.

—Sí —dijo John el Trampero, para dejarse caer al suelo como un fardo—, pero yo querría tomar una…

—¿… cerveza, señor? —dijo Radar O’Reilly, que se encargaba de los refrescos.

—Ni más ni menos —dijo el Trampero, aceptando la bebida—. Gracias muchacho.

—Les voy a decir una cosa —dijo Ojo de Halcón—. Nos llevan diez tantos de ventaja, por lo que ahora no habrá más remedio que echar toda la carne en el asador. ¿Entrenador?

—¿Diga usted, señor? —dijo Henry—. Pienso que sí.

—Más vale que se vaya enseguida a ver a ese Hammon —le dijo Ojo de Halcón—, para decirle que a partir de ahora no se la verán tan tranquilos.

—Sí, señor —dijo Henry—. Sí, quiero decir. ¿Y yo que tal lo hago?

—Estupendo entrenador —dijo Duke—. Está usted haciéndolo muy bien.

Aún no habían pasado cinco minutos cuando Henry ya estaba de vuelta. Les informó que no había podido ir a los vestuarios del equipo contrario pues en el centro del campo se encontró con el general Hammon, que acababa de interesarse por el estado del jugador número uno de su equipo, y lo había encontrado aún bajo los efectos del calmante. Según dijo Henry, el general estaba hecho un basilisco.

—Estaba tan furioso —dijo Henry—, que quiso saber si aceptaríamos aumentar la apuesta.

—¿Y usted le contestó que sí? —le preguntó Duke.

—Tan furioso estaba —repitió Henry—, que dijo que estaba dispuesto a apostar triple contra sencillo.

—¿Y usted aceptó? —le preguntó el Trampero.

—Le dije que eso era poco: que tenía que ser cuatro a uno —contestó Henry, risueño.

—¡Estupendo, entrenador! —se pusieron a gritar todos—. ¡Qué entrenador tan colosal tenemos!

—Pero —dijo Henry, se puso súbitamente serio, como si se le hubiese ocurrido algo de repente y agregó—, para cobrar el cuádruple de nuestras apuestas, aún tenemos que ganar.

—Tranquilo, entrenador —le dijo el Rayo Negro con voz firme—. Si esa mierda blanca me pasa la pelota y luego se dedican a atender a esos dos caballeros de Cleveland, Ohio, yo le prometo que nuestra cruzada tendrá un final victorioso.

Henry les dirigió entonces una versión algo modificada de su arenga inicial. Se puso a pasear entre los jugadores, braceaba como un poseído, los exhortaba, los alababa, les suplicaba, hasta que la cara y el cuello lograron la misma coloración que sus camisetas. Luego, y por última vez, los envió a vencer o morir. Cuando los Red Raiders de Imjín se alinearon para efectuar el saque, el capitán Oliver Wendell Jones se sitió estratégicamente en la lírica de gol. Aunque no le pasaron la pelota directamente, el receptor, que fue el capitán Augustas Bedford Forrest, se aseguró de que la recibiera. El capitán Jones burló fácilmente a los jugadores que trataban de oponérsele, cruzó las defensas enemigas y marcó un tanto. La operación se repitió hasta que el marcador estuvo en 17-14. Cada vez que los equipos volvían a alinearse para el saque, se podía observar que los dos jugadores de los Pardos se dirigían a sus puestos con paso cansado. Una vez se los encontró en animada conversación con el general Hamilton Hartington Hammon, quien, mientras sus dos alicaídos jugadores regresaban al campo arrastrando los pies, fue visto blandiendo el puño en actitud amenazadora hacia el teniente coronel Henry Braymore Blake.

—Esos dos, mi coronel —informó Radar O’Reilly a su jefe— acaban de decir al general Hammon que han reconocido al capitán Jones.

—¡Chúpate esa! —gritó Henry, haciendo caso omiso de lo que le decía el cabo—. ¡Chúpate esa!

—Usted tranquilo —le aconsejó Ojo de Halcón—. Tenemos que repetir varias veces la misma jugada.

—Aunque no creo que tengamos que preocupamos por eso —les dijo el Rayo Negro, que aún resoplaba como un fuelle—, me parece que no estoy en la forma que creía. La batalla será aún bastante reñida.

Y así, fue, en efecto. En realidad, se libró principalmente entre los dos jugadores, de los Arietes y el Rayo Negro, con la intervención de algunos jugadores inocentes, como eran John el Feo, el Polaco Indoloro y Vollmer, el sargento de Intendencia, que había sido delantero centro en Nebraska. Cuando los Red Raiders consiguieron obtener nuevamente la pelota lanzaron una brillante ofensiva, que permitió al Rayo Negro marcar otro tanto en un avance relámpago, pero luego el enemigo contraatacó y marcó a su vez, con el resultado de que a los tres minutos de haber empezado la segunda parte el marcador estaba con 24 para Hammon y 21 para Blake, o sea que el equipo visitante aún no había conseguido imponerse.

—No podemos permitir que sigan marcando —dijo el Rayo Negro.

—Necesitamos un minuto de descanso —dijo John el Trampero— y alguna información.

—¡Minuto! —pidió Ojo de Halcón al referee.

—Radar —dijo John el Trampero a Radar O’Reilly, que estaba a su lado con el balde de agua y las toallas—, ¿crees que puedas oír lo que están diciendo los del otro equipo?

E indicó a los jugadores contrarios, que cuchicheaban en un grupo.

—Creo que sí, señor —dijo Radar—. Lo intentaré.

—Bueno, entonces inténtalo.

—Sí, señor —dijo Radar, fijando su atención en los jugadores contrarios.

—¿Y qué dicen?

—Verá usted, señor —dijo Radar—, el medio centro dice que su extremo izquierdo recibirá la pelota que él le pasará, para pasarlo a su vez al extremo derecho.

—Bien —dijo el Rayo Negro, que asistía a la conversación—. ¿Y qué más dicen?

—Pues verá, señor —repuso Radar—, ahora el medio centro dice que si está táctica no da resultado harán la de la W.

—Estupendo —dijo Duke.

—¡Cállense! —terció Ojo de Halcón—. ¿Y por qué quieren hacer la táctica de la W?

—Verá usted, señor —dijo Radar—. Ahora están todos discutiendo y apenas se entiende.

—Tú trata de escuchar.

—Sí, señor. Ahora uno de los extremos les dice que se callen y el medio centro dice que, con la táctica de la W, el interior izquierdo se hará con la pelota y pasará a la derecha, para pasarlo luego al interior derecho que pasará a la izquierda.

—Radar —le dijo Ojo de Halcón—, eres el más grande después de Marconi.

—Qué va —comentó John el Trampero—. Marconi no le llega ni a la suela de los zapatos.

—Gracias, señor —dijo Radar—. Es usted muy amable, señor.

—¡Tiempo! —vociferó el árbitro—. ¡Basta de conversación! ¡Tiempo!

Fue tal como había oído Radar O’Reilly. En la primera jugada el medio centro enemigo se retrasó, como si quisiera hacer un pase. Cuando lo hizo, el extremo izquierdo pasó a la derecha, y los once Raiders se dirigieron como un solo hombre a su izquierda. El extremo izquierdo recibió la pelota que le pasaba el medio centro, trató de hacer una escapada con él y tropezó con una sólida barrera de diez hombres vestidos de rojo.

—¡Ahora la W! —informó el Rayo Negro a sus jugadores, cuando el enemigo se dispuso a efectuar la nueva jugada.

—¡Vamos, pásalo! —gritaba el medio centro contrario—. ¡Pásalo!

Esta vez el interior izquierdo efectuó un pase a la derecha, y, cuando el interior derecho recibió la pelota del interior izquierdo, corrió hacia la izquierda y, al tratar de avanzar, también se encontró ante una barrera de jugadores que no vestían precisamente su camiseta.

El primero que lanzó una carga contra el medio centro fue Jones el Rayo Negro. Fue una carga tan brutal que lo dobló en dos y lo lanzó a cinco metros de distancia, dejándolo sin aliento. Inmediatamente los rojos lograron la pelota.

El árbitro marcó fault contra los Red Raiders.

El Rayo Negro se acercó a él y ambos se pusieron a discutir.

—¿Ahora qué pasa? —le preguntó John el Trampero cuando lo vio regresar—. Déjalos que la tiren.

—No nos conviene que tiren desde aquí —repuso el Rayo Negro—. Ahora escúchenme. Formaremos barrera, con todos a la derecha del centro, excepto Ojo de Halcón, que se pondrá al extremo izquierdo. Cuando el árbitro dé la señal para que se patee el fault, tú, Duke, sigue la línea para colocarte a la derecha del centro y tú, Ojo de Halcón, retrocede un metro. Así quedarán siete hombres en línea, y se podrá pasar la pelota al centro.

—¿A mí? —dijo Vollmer—. Yo la perderé.

—No te preocupes por ello —le dijo el Rayo Negro—. El Trampero te colocará la pelota entre las piernas. Tú retenla y no te muevas. Tú, Trampero, retrocede entonces y Vollmer nos pasará de nuevo a ti y a mí.

—¡Madre mía! —exclamó el Trampero.

—Entretanto —le dijo el Rayo Negro a Vollmer—, tú le adelantarás también hacia el campo contrario, aunque te marquen.

—Como digas —repuso Vollmer.

—Hay que hacerlo así —dijo Ojo de Halcón—. Piensa en la plata que vamos a ganar.

—Supongo —dijo Vollmer por todo comentario.

—Los demás estarán ocupados —dijo el Rayo Negro—. Todos tendrán algo que hacer, pero tú, Vollmer, no te preocupes y sigue avanzando sin prisa.

—Lo intentaré —repuso Vollmer.

—Madre mía —repitió John el Trampero.

—¡Si patee el fault! —gritó el referee, y dio un pitido.

Cuando formaron barrera, todos los hombres en la línea derecha excepto Ojo de Halcón, les costó un poco situarse, y el enemigo se desconectó. Cuando John el Trampero se apostó detrás del centro y luego Duke se puso rápidamente en la hilera y Ojo de Halcón retrocedió, el enemigo aún se mostró más confundido.

—¡Vamos! —gritaba John el Trampero—. ¡Vamos, pásala!

Recibió la pelota que le pasó el centro, se la devolvió, dio media vuelta y retrocedió. Pasó frente al Rayo Negro, y luego, vuelto de espaldas a los demás jugadores, volvió a tomar la pelota y así, el que en otra ocasión se había presentado con tanto éxito como el Salvador, se presentó entonces como el Medio Centro Con La Pelota. En realidad lo hizo con tanto éxito que los dos jugadores de los Pardos y otros dos que vestían también la camiseta negro-anaranjada mordieron el anzuelo y se abalanzaron hacia John el Trampero.

En el otro extremo del campo, entretanto, el sargento de Intendencia y ex delantero centro de Nebraska, proseguía su solitaria incursión. John el Trampero le colocó la pelota exactamente en sus manos con un magnífico pase alto, cuando él estaba más allá de las dos defensas enemigas, cuya atención se hallaba fija en las trampas de John el Trampero. Cuando el sargento obtuvo la pelota, se sintió ya tan seguro que decidió bordar su avance y convertirlo en una verdadera filigrana. Se dirigió hacia una de las bandas, como si se dispusiera a salir del campo.

—¿Pero qué hace ese hombre? —se puso a chillar Henry, cuando vio aproximarse a su jugador—. ¿Pero qué pasa ahí? ¿Adónde vas?

—Tengo la pelota —dijo el jugador y abría los brazos para que Henry viese que de verdad la tenía.

—¡Entonces corre! —gritaba Henry—. ¡Corre!

Estas palabras actuaron como estimulante sobre el sargento de Intendencia y ex delantero centro de Nebraska, que echó a correr. En el otro extremo del campo, los dos jugadores de los Pardos se habían lanzado como fieras sobre John el Trampero, lo tenían asido de las piernas y buscaban la pelota. Pero frente a la línea contraria y completamente desmarcado, el sargento se colocaba la pelota a placer. Casi al llegar, un enemigo advirtió el engaño, y se fue tras él a toda velocidad. Se encontraron a dos metros de las diagonales, pues el sargento de Intendencia lo arrolló y lo metió en la zona final junto con la pelota.

—¿Qué es eso? —gritó el general y entrenador Hammon, pataleando de rabia—. ¡Eso es ilegal! ¡Ilegal!

—Nada de eso —le dijo el árbitro—. La jugada es perfectamente correcta.

—¡Tramposo! —gritó el general Hammon al teniente coronel Blake, que estaba en la otra banda y a tiempo que lo amenaza con el puño—. ¡Eres un tramposo!

Después de aquel tanto, el marcador estaba MASH 28— Evacuación 24.

Cuando faltaba menos de un minuto para finalizar el encuentro, el Rayo Negro reemplazó a John el Trampero por el ágil doctor Carroll.

Apenas habían tenido tiempo de hacer dos o tres jugadas más cuando el árbitro disparó al aire su revólver reglamentario del 45 y todos los jugadores abandonaron el campo. El equipo de MASH fue recibido con los brazos abiertos por Henry, quien los acompañó a los vestuarios, donde todos se tiraron al suelo y pidieron cerveza.

—¡Magnífico! —exclamaba Henry, extasiado, yendo de uno a otro para estrecharles las manos—. ¡Qué partidazo! ¡Son unos héroes!

—Entonces, concédanos a todos un Corazón de Púrpura —dijo John el Feo, que se había pasado casi toda la tarde intentando parar los ataques que le dirigieron los dos tackles de los Pardos.

Cuando apareció el general Hammon, rebosaba miel y simpatía. Para hacer honor a la mejor tradición deportiva del Ejército Regular, felicitó a los jugadores y después se llevó a Henry aparte.

—Muchachos —dijo Henry, cuando el general se fue—, quiere un partido de revancha. ¿Qué decimos a eso?

—Lo he encontrado muy amable —comentó el Rayo Negro.

—Quizá podríamos volver a ganar —dijo Henry, qué seguía radiante.

—Ahora, ya no —dijo Ojo de Halcón—. Nos han descubierto la hilacha.

—Caballeros —dijo Duke, tendido en el suelo junto a Ojo de Halcón—, tengo una declaración que hacer a la prensa: he jugado mi último partido.

—Yo también me corto la coleta —dijo John el Trampero.

—Y yo —añadió Ojo de Halcón.

—De todos modos, chicos —dijo Henry—, yo ya se los había dicho.

—¿Qué? —preguntó Ojo de Halcón.

—Que ese Hammon —repuso Henry—, no sabe una palabra de fútbol.

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