Mala

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Cuarto Día » La semana pasada

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Viernes, 28 de agosto de 2015

Taormina, Sicilia

La lámpara de la mesilla de Beth irradia un resplandor cálido y carmesí. La mitad del rostro de Nino está iluminada y la otra mitad en penumbra. Me acerco y le doy un beso en la boca. Saboreo sus labios, su lengua. Nos hundimos el uno en el otro. Me tumbo a su lado en la cama y mi cuerpo se funde con el suyo. Noto el calor de su piel, como si estuviera hecho de llamas. Estar en la cama de mi hermana me resulta erótico; es la que compartía con Ambrogio. La semana pasada ambos dormían aquí, y ahora los dos están muertos. Cierro los ojos y respiro la fragancia de Nino mientras él me pasa los dedos por el pelo.

Un búho canta en el jardín. ¿Eso es un buen o un mal presagio? Jo, no me acuerdo.

—¿Sabes? —dice Nino, que se incorpora y me mira directo a los ojos—, no suelen gustarme las británicas.

Enciende un Marlboro Red y me lo pasa.

—¿Por qué no? —le pregunto antes de darle una calada—. ¿Qué nos pasa? Yo sí que te gusto.

—A mi padre lo mató un inglés.

—Ah, vaya. Qué mierda.

—Se llamaba Enzo.

Ya empezamos. ¿Dónde he dejado el violín? Comienza la historia lacrimógena.

Le devuelvo el Marlboro, se lo coloco entre los labios.

—Cuando murió, yo tenía catorce años.

—Creo que mi padre también está muerto —confieso—, pero no lo sé seguro…

Él niega con la cabeza y me mira.

—Yo sí lo sé: lo vi.

Tiene los ojos muy abiertos, parece asustado. Presa del pánico. Ya le hablaré de mi padre más tarde.

—A mi padre lo jodió un inglés. Lo había arriesgado todo en un trato, una venta de arte. Era un negocio de la hostia, iba a cambiarnos la vida para siempre. Mejor que ganar la lotería.

Le da una calada rabiosa al cigarrillo y después se vuelve y examina el suelo.

—Era nuestra oportunidad de salir de la isla, de empezar una nueva vida en Estados Unidos. Mi madre, mis tres hermanas pequeñas y yo. Recuerdo que mi padre llegó a casa una noche y besó a mi madre. —Me mira fijamente con una chispa de fuego en los ojos—. Nunca los había visto besarse así. Se me quedó grabado…

Me pregunto si volverá a hacerme sexo oral. Ha sido más que impresionante.

—Había encontrado un comprador para un cuadro robado:

La crucifixión, de Antonello da Messina.

Me mira. Yo lo miro con cara de póquer.

—No sé quién es. Solo conozco a los británicos.

—Da Messina era un artista siciliano renacentista, el que trajo la pintura al óleo a Italia. Tuvo mucha influencia.

Asiento con la cabeza.

—Parece importante. Debía de ser caro.

Nino aplasta el cigarrillo hasta robarle el último segundo de vida, como si fuera el inglés.

—El comprador cogió el cuadro y huyó. Dejó a mi padre con una bala en el hombro. Ni cuadro, ni dinero,

mente

Me ha gustado cuando me ha follado por el culo, toda una revelación.

—Al día siguiente, lo encontré…

—Perdona, ¿a quién? ¿Dónde?

—A mi padre, colgando del limonero que había al fondo del jardín.

—Dios mío, qué mierda —respondo.

—Tenía el cinturón de cuero alrededor del cuello. Y una puta erección.

—¿Cómo?

—Acababa de morir —explica Nino—. Acababa de suicidarse. Si hubiese ido unos minutos antes, podría haberlo salvado. Podría…

—No es culpa tuya.

Le froto el cuello, lo tiene rígido.

—Tuve que cuidar de mis hermanas pequeñas. A mi madre se le partió el corazón. Por eso me metí en la Cosa Nostra, el negocio familiar.

Yo ahogo un grito.

—¿Tenías catorce años cuando empezaste a matar?

Siento una punzada de celos: a esa edad yo solo mataba ardillas. Ardillas y

tamagotchi.

Me mira con el peso de todo el mundo sobre los hombros.

Si, catorce —confirma—. Domenico y yo. Él solo tenía once.

Le rodeo el cuello con los brazos y apoyo la cabeza en su pecho.

—Lo siento mucho, Nino. Muchísimo.

—No es culpa tuya, Betta. —Nino me toca la cara. Me coge la barbilla. Sus dedos cálidos me acarician la mejilla—. No se lo había contado a nadie…

Respiro el olor de su piel. Cierro los ojos y escucho los latidos de su corazón. Es lo más íntimo que he vivido con otro ser humano en toda mi vida. Quiero contarle cosas dolorosas. Quiero compartir este momento. Contárselo todo. Lo de mi padre y cómo se marchó. Las jodiendas que todo el mundo esconde. Quiero contarle cómo me llamo en realidad…, pero no quiero perderlo.

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