Mala

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Cuarto Día » Capítulo 15

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Jueves, 3 de septiembre de 2015

Trastévere, Roma, Italia

El amanecer. Cielo rosado. Los pájaros acaban de despertarse. Sobre mi cabeza hay una enorme nube negra de estorninos que se arremolina y describe espirales. Es una bandada gigantesca. Putos pájaros por todas partes. Se me ponen delante de la cara, en el pelo… Estoy en una película de Hitchcock.

PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO. PÍO.

Un sonido como el de la voz de mi madre (terrible, como de bruja) llena el aire fresco de la mañana. Es mucho peor que cualquier cosa que haya oído en la vida, un ruido alto, agudo y amenazante.

—¡Largo, joder! ¡Fuera!

Menudo despertar. En serio, esto es una puta broma de mal gusto. Dejo escapar un gruñido y cuelgo las piernas del muro. Me siento y me estiro, me duele todo. En mi vida había pasado tan mala noche. Se me ha dormido el brazo por estar en una postura rara; tengo un hormigueo horrible. ¿A quién se le ocurre dormir sobre un muro? ¿En qué estaría pensando? Es peor que aquella vez que me desmayé en medio de una rotonda.

«Has superado tu propio nivel de decisiones de mierda. Buen trabajo, Alvie. Bravo».

Vale, esta vez Beth tiene razón. Este no es mi mejor momento. Pero ¿por qué no me ha rescatado nadie como a la princesa Anna en

Vacaciones en Roma? Bueno, da igual. ¿Quién necesita héroes? Ya me rescato yo misma. «La mujer necesita al hombre como un pez a una bicicleta». Eso dijo Gloria Steinem.

Miro hacia el otro lado del muro y veo que la caída es de veinte metros. ¡Anda! Eso de ahí abajo debe de ser el Foro romano. Piedras, columnas y pedazos de mármol esparcidos por un suelo arenoso. Joder, menos mal que no me he caído; habría sido una muerte segura. Un pegote de Alvie/mermelada de fresa. Ya sé que anoche quería morirme, pero eso habría sido un desastre.

Le pregunto a alguien cómo se va a Trastévere y, al cabo de un rato, encuentro el piso. Subo la escalera, voy directa al dormitorio y pongo el móvil a cargar. Tengo una llamada perdida de un número desconocido. Pero no hay mensajes nuevos. Ni mensajes de texto. No puedo usar Tinder para ubicar a Nino ni la aplicación de localización. Podría haber salido de la ciudad y yo no me habría enterado. Es desesperante, joder.

«Entonces ¿te das por vencida?», dice Beth.

—No. Ni de cofia. Jamás.

Tiene que haber otro modo. Estamos en 2015. Calculo el riesgo y enciendo el móvil de mi hermana.

¡Ping!

Hay un correo electrónico nuevo de mi madre, pero no tengo ni pizca de ganas de leerlo.

Busco entre los contactos de Beth. No sé por qué, pero quizá haya alguien que pueda ayudarme. Anna, Bianca, Carla, Domenico…

¿Domenico? ¿De qué me suena? Estoy segura de que he oído el nombre. Podría ser alguien de Taormina, ¿no? Domenico… Domenico… ¡Ahora me acuerdo! Lo conocí la semana pasada. Era amigo de Nino, otro de los sicarios de Ambrogio. Pero ¿por qué tenía Beth su número de teléfono? ¿También se acostaba con él? Ay, espero que no. Era un puto animal. Más neandertal que persona. Me lo imagino en ese bosque espeluznante: es el que llevó la camioneta hecha polvo y la hormigonera. Cubrió a mi gemela de cemento. Un gran tipo. Un amor. Seguramente ya no será amigo de Nino, ya que Nino huyó de Taormina. Dudo mucho que acabasen muy bien. De hecho, estoy bastante segura de que está furioso. Nino dejó atrás una estela de destrucción, un cura asesinado y un chalet calcinado. Destruyó un cuadro que valía treinta millones de dólares (si alguien pregunta, fue él, no yo). Me la jugaría a que parte de las ganancias del cuadro habrían sido para Domenico, porque estaban todos metidos en el negocio de Ambrogio. Nos ha jodido a todos de lo lindo. Seguro que Domenico está tan cabreado como yo.

Entonces se me ocurre una locura.

Voy a llamarlo. Sí. Es una idea brillante. Dos cabezas piensan más que una. Y él es duro. Bruto. Despiadado. Es perfecto. Juntos le daremos caza a Nino. Seremos grandes amigos, amigos para siempre.

Pulso el número de Domenico y llamo.

«Sí, llama a Domenico —dice Beth—. Es un amor. Muy majo. Le encantará saber de ti. Seguro que echaba de menos tu voz».

Cuelgo y reniego entre dientes. Qué sarcástica la cabrona. Pero ¿y si tiene razón? ¿Y si Domenico también quiere derramar mi sangre? ¿Sabe que Nino y yo éramos cómplices? Si lo llamo y le cuento dónde estoy, ¿tendré a dos mañosos persiguiéndome? Eso significaría ir de mal en peor, mis problemas se multiplicarían.

Pero ¿qué más puedo hacer? He tomado decisiones muy por encima de mis capacidades. He tenido suerte de que ese montón de pájaros no me cagase encima, pero hasta ahí llega la cosa: el día no pinta bien. Aun así, ¿sabes qué? Voy a jugármela. Lo llamo.

Riiing. Riiiing. Riiiing.

Pronto —contesta Domenico.

¿Quién cree que soy: Alvie o Beth? ¿O soy Nino?

Pronto —insiste Domenico.

Tiene la voz grave y áspera. Como si tuviera amigdalitis.

Mierda, no sé qué decir.

Cuelga, así que llamo de nuevo. Me tiemblan las manos, me sudan…

Riiing. Riiiing. Riiiing.

Domenico nos ayudó a enterrar a «Alvina», así que tengo que fingir que soy Beth. La policía cree haber desenterrado el cadáver de Alvie, y todo encaja. Aunque ¿qué pasa si también está enfadado conmigo? O sea, con Beth.

Si, PRONTO —dice Domenico.

Creo que está cada vez más tenso.

Trago saliva. Fuerte. Venga, vamos allá.

—Soy yo, la mujer de Ambrogio.

—¿Elizabeth? ¿DÓNDE ESTÁ NINO?

Las losas de mármol arrojan sombras alargadas sobre la hierba sin cortar. El sol ya roza el horizonte en un cielo enrojecido. Estudio la lápida.

«Esta tumba contiene todo lo que era mortal de un joven poeta inglés —dice el epitafio—. Aquí yace alguien cuyo nombre estaba escrito en agua. 24 de febrero de 1821».

Suspiro y clavo la cucharilla en la tarrina de helado de pistacho.

Si estuviera muerta, el epitafio podría hablar de mí. Yo soy una poeta inglesa.

Cuando murió, solo tenía veinticinco años: casi la misma edad que tengo yo ahora. Y mira todo lo que consiguió: «Oda a una urna griega», «Endymion», «Cuando temo dejar de existir», «Al otoño», «Estrella brillante»… Ya lo sé, no me engaño: Keats era mejor poeta que yo. Mis haikus tienen potencial, eso es cierto, y me extraña hasta a mí misma que yo haga ese esfuerzo. Para mi generación, las cotas más altas del arte son cagar, hacerle una foto al truño y colgarlo en Instagram. Algunos de mis haikus rayan la genialidad, eso es innegable; pero no puedo compararme con Keats. Él era un maestro. Alguien único. Un poquito mejor que yo.

El cementerio está lleno de estatuas de ángeles y esculturas de mujeres con túnicas. Algunas de las tumbas tienen cien años. Es hermoso y también espeluznante. Hay muerte por todos lados. Está bajo la superficie, por eso no se ve; pero si cavases medio metro, es todo ataúdes, gusanos y huesos.

Últimamente he descuidado mis poemas. He estado demasiado entretenida con los asesinatos, que son mi verdadero talento. Supongo que debería centrarme en eso, quiero ir a por todas. Puede que, entre Keats y yo, él fuese mejor poeta, pero a mí se me da mucho mejor la muerte. «Alvie Knightly: asesina». Jo, qué romántico suena. Es lo que quiero que diga mi epitafio. Eso y alguna letra de mi querida Taylor.

Me acabo el helado y lamo la tarrina. Tiro la cucharilla de plástico en la tumba. Es que no tengo flores y la cucharilla rosa es bonita. Un punto de neón bajo la luz del sol. El único color entre tanto verde y marrón y gris y negro.

Voy a centrarme en lo de matar. A convertirlo en una profesión. Busco «

Dark web» en Google, pero no es tan fácil. Hay que descargar algo que se llama Tor y tarda un par de minutos. Cuando consigo conectarme, echo un vistazo. Busco «Asesino a sueldo disponible»: hay cientos (no, miles) de asesinos a sueldo que ofrecen sus servicios. No necesitas más que una página web y software para cobrarle a la gente. No necesito tener jefe ni socios. Puedo trabajar por mi cuenta. Tengo que cobrar en algo que se llama

bitcoins, pero me parece bien. Entro en un par de páginas de sicarios. Uno de ellos ofrece «neutralizar» a los ex, pero ¿qué gracia tiene eso? No, me ocuparé de ello yo misma, que es más satisfactorio. Doy rienda suelta a la Emmeline Pankhurst y a la Mary Wollstonecraft que llevo dentro. Soy una mujer independiente. ¿Te enteras, Nino? Ya lo verás.

La tarifa media para un asesinato son unos diez mil dólares. Supongo que no está mal (aunque yo lo haría gratis, por el subidón). Una página presume de que siempre consiguen que las muertes parezcan suicidios. Ja, ja, ja. Ni de cofia. Yo paso de eso. Ni hablar. Adoptaré algún tipo de símbolo, será mi tarjeta de visita, como la firma de los grafiteros. Quiero que el mundo me reconozca, no quiero ser anónima. ¿Qué mierda de sentido tiene eso? Jamás me pillarán, de eso ya me ocupo yo, pero haré historia. Joder, seré una figura infame. La estrella de documentales sobre crímenes reales, protagonista de libros de no ficción. Vamos a ver: piensa en una firma de puta madre. Algo que llame la atención. Podría ser una carita sonriente dibujada en el pecho de la víctima con un pintalabios. O quizá podría pintarles las uñas de color verde lima. Eso no se le ocurriría a nadie más.

Entro en algunas páginas más y compruebo que son todo

asesinos, que no hay

asesinas. Por lo que veo, todas muestran a un modelo al que no se le ve la cara y que posa con una pistola. Algunos tienen normas, por ejemplo: Ninos no, políticos tampoco. Salvo estos casos, todo vale. Por el amor de Dios, estoy ansiosa por empezar. Será SUPERDIVERTIDO. Me haré una página web curradísima con Wordpress o algo así, redactaré mi currículum, lo subiré y me sentaré a esperar que suene el teléfono.

Currículum vitae

 

Nombre: señorita Alvina Knightly Nombre: señora Elizabeth Knightly Caruso

Nombre: por determinar

Email: mándame un tuit a @AlvinaKnightly69

 

Soy una asesina de gran talento y motivación que busca abrirse camino como asesina profesional a sueldo (un poco como Angelina Jolie en

El señor y la señora Smlth).

 

Titulación: Ninguna.

 

Experiencia:

 

Asesinar a mi hermana gemela.

Aplastarle la cabeza a su marido con una piedra (en defensa propia).

Matar a un cura viejo y muy coñazo a sangre fría.

Cortar pescado en un restaurante barato de sushi.

Disparar a dos, tres, varios matones de la mafia.

Agente de anuncios por palabras.

Masacrar a un atracador.

Este verano he hecho tres días de prácticas con un asesino veterano de la Cosa Nostra, aunque a él no le parecí muy buena que me consideró una asesina nata.

 

Aficiones:

 

Tuitear con Channing, Taylor y Miley.

Mr. Dick (un vibrador de veintiocho centímetros).

La coca, el speed, la hierba, el chocolate, la ketamina, el éxtasis, el MDMA.

El martini, el pinot grigio, la grappa, el WKD Blue, los bloody mary, el Malibu, la ginebra (sola o con tónica. Me da igual la marca, pero que no sea

light), el vodka Absolut, el vodka Smirnoff, el vodka Grey Goose (si está de oferta en el supermercado).

Una amplia gama de porno internacional.

Escribir haikus.

 

Habilidades:

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Es el teléfono de prepago.

Abro el mensaje.

Uy, es de Domenico.

Dice:

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