Mafia

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Segunda parte » 20

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20

Cristianno

Eché un vistazo por la ventanilla.

—He contado diecinueve —dijo Ken, que desde su lugar tenía más perspectiva.

Diecinueve hombres. Por el momento. Si no era cuidadoso, nos masacrarían.

—Te quiero —susurró Kathia de súbito.

La miré sorprendido, enfadado por el modo en que me lo había dicho. No quería su amor en ese momento, no de aquella manera, joder.

—No te despidas de mí —gruñí y apreté un poco más su mano.

No estaba dispuesto a dejarle pensar en que aquel sería nuestro final. Todavía tenía que casarme con ella, ser padre, abuelos, envejecer juntos.

El avión se detuvo lentamente. Mentiría si dijera que una parte de mí no deseaba continuar entre las nubes, pero no bajar de allí sería poner en peligro a todos. La cúpula Carusso y Bianchi quería mi cabeza, y la de Kathia. Si no la lograba, empezarían a caer los míos.

Me desabroché el cinturón, me levanté de mi asiento y me dirigí a la puerta. En el proceso, no miré a Kathia, no quería ver el miedo a perderme reflejado en sus pupilas. Me preparé para lo que se nos venía encima sin haberle dicho una vez más lo profundamente enamorado que estaba de ella.

La puerta se abrió. En efecto, diecinueve hombres esperaban allí, apoyados en sus vehículos con las armas a la vista. Amanecía lentamente y se empezaron a formar las primeras sombras de luz. Las siluetas de aquellos esbirros se alargaban en el suelo y se entremezclaban.

Bajé un escalón. Supe que Kathia contenía un jadeo, pero insistí en ignorarla. Al continuar bajando, me pavoneé del asombro de algunos de aquellos tipos al verme. Días antes, nadie allí hubiera esperado que yo continuara con vida.

—¡Vaya, vaya! —Exclamó uno de ellos, quizás el cabecilla, dando palmas de fingida alegría. No vi a Valentino por ninguna parte—. Cristianno Gabbana ha vuelto de entre los muertos. Qué interesante.

Sonreí a la par que torcía el gesto. Acababa de reconocer que tal vez no estaba tan solo como creía. Entre aquellos hombres, había varios que trabajaban codo con codo para Enrico. Por tanto apelé a la lealtad. Quizás podíamos tener una oportunidad.

Toqué el suelo.

—Lo interesante es descubrir que vuestro principito no ha tenido cojones a venir. ¿Acaso me tiene miedo? —A los hombres del Bianchi les enervó mi comentario y enseguida empuñaron sus armas. El resto de esbirros dudaron un poco más, pero nadie allí se dio cuenta, excepto yo—. ¡Oh! ¿Ya vamos a pasar a esa parte?

Levanté las manos fingiendo temor cuando lo que realmente me preocupaba era que Kathia estuviera viendo todo aquello.

—¿Dónde está Kathia? —Preguntó de nuevo el cabecilla—. Sabemos que está contigo. —Claro que lo sabían. Y ciertamente no tardaron en verla.

Kathia envió a la mierda todos mis ruegos en cuanto decidió empezar a bajar las escaleras. Lo supe porque la mirada de todos ellos se dilató al verla. Ni siquiera al principio, cuando me ponía tan nervioso, la había odiado tanto como en ese momento.

Con toda la chulería de la que disponía (que era demasiada), se colocó delante de mí y alzó el mentón.

—Atrévete. —Arrogante, retando con frialdad al esbirro principal.

No le intimidó en absoluto tener una pistola a menos de dos metros apuntándole a la cabeza.

—Niñata, ¿crees que no lo haré? —gruñó el tipo, y yo apreté los puños y los dientes y me eché un poco hacia delante.

Mi pecho tocó la espalda de Kathia y ella sonrió mirándome de soslayo.

—Así es —dijo ella, impertérrita, tragándose todo el miedo que pudiera estar sintiendo.

De pronto, dejé de mirar y agaché un poco la cabeza. Sus dedos me habían llamado la atención. En la parte baja de su espalda, estaba la pistola que le había entregado. Se hizo con ella y cogió aire. No sé si pretendía avisarme de sus intenciones, pero yo lo tomé así y cogí mi arma justo cuando ella empuñaba la suya.

Disparó al esbirro sin tan siquiera darle opción a pensar.

Enrico

Valentino sonrió al ver como empujaba con disimulo a Giovanna tras de mí mientras le clavaba una mirada fija. Me gustó que entendiera que no tenía miedo, que no podía enfrentarse a mí si no era con compañía. Claro está que él desconocía que dos de sus siete hombres eran agentes de mi confianza. Sandro y Gio me miraron, cómplices.

—Enrico Materazzi —canturreó mi enemigo.

—Valentino Bianchi —repuse con una tibieza que incluso a mí me trastornó—. Me sorprende lo madrugador que eres.

Mi trivialidad desquició la calma con la que Valentino quería llevar la situación. Principalmente porque era un gran amante del terror sugestivo, le gustaba jugar con el sentido común de la gente. Pero olvidaba que su oponente era mucho más resistente que él.

No le tenía miedo. No porque la situación no lo mereciera, sino porque, incomprensiblemente, no me nacía.

Valentino chasqueó la lengua y torció un poco el gesto.

—A mí en cambio me sorprende lo bien que has mentido. Debo decir que, aunque nunca me gustaste, siempre creí que podía confiar en ti. —Me miró, fingiendo que se estaba divirtiendo; ambos sabíamos que la seguridad en sí mismo que mostraba ante mí era pura basura—. Pero al parecer mis instintos no estaban tan equivocados.

—Te felicito. —Asentí con la cabeza. Me habría puesto a aplaudirle si Giovanna no hubiera temblando de miedo—. Ahora resulta que eres bastante perspicaz.

Un comentario que molestó al Bianchi.

—Por eso ya sabes lo que viene a continuación —gruñó—. Nosotros te cogemos, tú nos dices todo lo que sabes y mueres rápido. Es sencillo y te ahorras dolor.

Alcé las cejas.

—Es tentador, pero te olvidas de mis posibilidades y recursos.

—¿Los tienes? —Una sonrisa cruel.

—Voy a volar la puta planta, Enrico —dijo Thiago a través del dispositivo de mi oreja. Gio y Sandro también pudieron escucharle y se cuadraron de hombros. Nos iba a tocar correr—. Así que más te vale estar cerca de las escaleras de emergencia. Chicos, atentos. Inicio en cinco…

Cuatro…

Tres…

—Tengo entendido que Kathia está con Cristianno y que vienen de camino. —Valentino optó por atacar mi punto débil—. ¿Te haría cambiar de parecer la bienvenida especial que les han preparado mis hombres?

Dos…

—Qué necio eres. —Esa vez fui yo quien sonrió.

Uno…

—Puede…

Cero.

Empujé a Giovanna hacia atrás al tiempo en que veía como las puertas del ascensor se volvían a abrir y Gio y Sandro echaban a correr.

Una pequeña bomba temporizada estalló con violencia al tiempo en que yo abría la puerta de las escaleras de emergencia arrastrando a Giovanna hacia su interior. Ambos caímos rodando hasta el siguiente rellano. Pude librar a Giovanna de un golpe en la cabeza aferrándome a ella con fuerza. Impactó sobre mi pecho.

No había sido una explosión aniquiladora, sino más bien desconcertante e hiriente que solo pretendía darnos la oportunidad de salir de allí. Por eso no me sorprendió que al incorporarme dos esbirros empezaran a dispararnos.

Giovanna gritó y yo la apegué contra mí.

—¡Agáchate! —La empujé—. ¡¡¡Corre, vamos, vamos, vamos!!! —Y empezamos a bajar las escaleras a toda prisa mientras echaba mano a mi pistola.

Disparé. Al principio lo hice sin mirar, sin detenerme a evaluar el trayecto de mis balas. Pero dos pisos más abajo, me detuve y apunté con autoridad eliminando a esos dos tipos antes de que varios más se unieran en la siguiente planta. Cogí a Giovanna, la empujé contra la pared y cargué mi arma. Ella jadeaba mientras las lágrimas de terror se le escapaban sin control. No podía evitarlo, ella no estaba acostumbrada a todo aquello.

Volví a disparar conforme los esbirros subían.

—¡Necesito refuerzos entre las plantas tres y dos! —grité. Pero nuestra integridad no era lo único que me preocupaba—. ¡Sandro, Gio!

—¡Estamos bien, jefe! —Dijo el primero—. ¡Evacuando por el ala este!

—¡Preveníos en planta principal! —Gritó Thiago, dándole órdenes a otros de nuestros hombres—. ¡Grupos desorientados!

Desde el auricular, todo aquel jaleo de voces en grito y tiros me advirtió que sería casi imposible salir del hotel con vida. Mis grupos se habían dividido debido al repentino ataque, todo el vestíbulo se había convertido en una batalla campal. Y nadie aseguraba que aquello pudiera darnos una oportunidad.

Kathia

Vi como la cabeza de aquel tipo se partía en dos un instante antes de que Cristianno también disparara. Eso era lo que más me fascinaba de nuestra relación, que aunque estuviéramos contradiciéndonos, no dejábamos que nos influyera en situaciones como aquella.

Diego fue el primero en aparecer. Se cargó a tres, seguido de Alex y Eric y el grupo de agentes de Enrico infiltrados entre los esbirros. Fue la emboscada perfecta y me sentí jactanciosa. Contra todo pronóstico, salimos de esa.

Me acuclillé y cogí aire cuando todo terminó. Cristianno también estaba recuperándose. No porque estuviera cansado sino porque había temido al verme intervenir y también le había impresionado la presencia de su hermano mayor. Esté le tocó la cabeza y Alex le dio un palmetazo en el hombro a modo de saludo mientras Eric se acercaba a mí y me abrazaba.

Aun así, Cristianno no pudo dejar de mirarme como si quisiera descuartizarme allí mismo.

—¡Te dije que no bajaras del avión! —Me gritó.

—¡Desde tu perspectiva no podías verlos, joder! —Le ataqué señalando a los chicos.

Ciertamente así era. Les había visto desde la ventanilla del avión, aguardando el mejor momento para intervenir, comunicándose a través de señales con algunos de los esbirros que parecían en nuestra contra.

Cristianno miró a su hermano y se apoyó en su hombro.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó.

—Enrico nos avisó antes de cortar comunicaciones —explicó Diego evitando cruzar la mirada conmigo. Lo que me indicó el peligro de la situación.

—¿Está incomunicado? —Me precipité hacia ellos recibiendo un silencio muy esclarecedor.

—Joder —farfulló uno de los agentes.

Al mirarle, descubrí el asombro de su rostro y la fuerza con la que se estaba presionando el pinganillo de la oreja. Algo no iba bien.

—¿Qué pasa? —A diferencia de mí, Cristianno supo preguntar. Él sabía manejar el miedo mucho mejor que yo.

—Tenemos problemas —explicó el hombre—. El jefe y el resto de nuestro equipo están en peligro.

Me quedé sin aliento y casi que hubiera preferido que así continuara siendo porque, cuando regresó, se me amontonó en la boca. Me llevé las manos a la cabeza y me obligué a menguar el repentino temblor que se me había instalado en las piernas. Quería echar a correr, quería ir lo antes posible hasta mi hermano.

—Dios mío… —jadeé y entonces Cristianno me miró. Esos segundos que permanecimos el uno perdido en la mirada del otro, cambiaron el curso de las cosas.

—¡Organizaos! —gritó—. Tenemos que sacarle de allí. —Después señaló a dos de los esbirros más jóvenes—. Vosotros, encargaos de Ken Takahashi.

Echamos a correr hacía uno de los coches y tomé asiento junto al conductor al tiempo en que Cristianno arrancaba y trasteaba la emisora. Sabía que aquel era un coche oficial y tendría conexión con la red de transmisores de todos nuestros hombres. Podríamos escuchar que mierda estaba pasando en el hotel.

—No deberías venir… —espetó muy bajito.

—¿Vamos a discutir sobre eso ahora?

No, ninguno de los dos lo queríamos. Así que aceleró y pusimos rumbo a Enrico endiabladamente rápido.

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