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IV. LOS AÑOS DE LOS GANSOS

Los gansos grises son los animales que más se relacionan con Konrad Lorenz. Esta reputación se basa sobre todo en las fotografías de él entre los gansos de Seewiesen, ampliamente difundidas con la publicación de las numerosas entrevistas que se le hicieron en la posguerra, las cuales se debieron principalmente al interés despertado en el público por su libro Sobre la agresión. Las asombrosas coincidencias entre los gansos grises y las sociedades humanas tuvieron mucha resonancia. Pero todo ello llegó más tarde.

Lorenz nos dice que los años comprendidos entre 1935 y 1938 fueron sus años de gansos, los verdaderos años de los gansos de Altenberg, donde él trabajó con las crías de los gansos antes de que éstos fueran dispersados durante la guerra. Estos fueron también los años de sus trabajos científicos más importantes, basados en todas las observaciones que hasta entonces había realizado, pero confirmadas por sus observaciones sobre dichos animales. Lorenz denomina todo este período «el verano de los gansos»; fue un verano pasado entre los bosques, el pueblo, los prados y el río. Los rayos del sol desempeñan un importante papel en sus recuerdos de aquella época, y se siente soplar un viento fresco y puro de campo en las descripciones que hace de aquellos años.

Se sentía relajado y seguro, y la naturaleza de su trabajo se armonizaba con la hermosa paz de la vida que le rodeaba. Cuando podía, anotaba sus ideas en el papel, pero también empleaba muchísimo tiempo en cuidar y observar a sus polluelos, tiempo que empleaba a la vez para reflexionar. El mismo Lorenz se describe entonces como un «científico campesino».

Todo campesino debe comprender y controlar aquellos detalles significativos de su entorno biológico. Para el verdadero campesino, las partes más significativas del entorno son aquellas que afectan a la producción de alimentos y a otras materias susceptibles de ser vendidas; para Lorenz, son aquellas que afectan a la producción de conocimientos sobre los sistemas de comportamiento de los animales. La actitud y el enfoque son similares en ambos: cada uno de ellos se mueve en su diminuto reino, manejándolo delicadamente pero con firmeza, y orientándolo hacia sus propios fines. Las cosas son diferentes en la agricultura desde la posguerra: se consiguen rendimientos superiores —al menos a corto plazo— aplicando controles más severos y manteniendo mediante productos químicos el sistema inestable que de ellos resulta. El estudio de los animales en el laboratorio es algo parecido: se consigue rápidamente una estrecha gama de resultados y en unas condiciones experimentales repetibles en cualquier parte. Sin embargo, existen ciertas desventajas. Una de ellas consiste en que la prueba de los sistemas en un entorno forzado puede producir en su observación unos resultados diferentes de los que se obtendrían en condiciones próximas a las normales. Para descubrir el modo en que se comporta un animal o los detalles de una pauta de comportamiento, es preferible empezar con lo que ocurre cuando se encuentra en su medio natural, aunque sólo sea para tener un punto de referencia.

Sin embargo, Lorenz no era tan ingenuo como para suponer que él, un ente extraño, no había de influir en la actuación de sus animales. Es más, su método de estudio más común, el troquelado, tenía por fin el que los animales le aceptaran como uno de ellos.

Pero también en este aspecto había limitaciones. Por ejemplo, podía ocurrir que los animales no aceptaran sencillamente al hombre como uno de ellos, sino que trataran de «ser» hombres. Lorenz fue afortunado en este aspecto, pues su línea de estudios no quedaba demasiado afectada por esta alternativa: sus estudios se centraban principalmente en los aspectos innatos del comportamiento animal, y si en una situación artificial como ésta dichos aspectos seguían manifestándose, aumentaba la posibilidad de que fueran innatos.

Cuando durante su jornada diaria paseaba, se sentaba, nadaba o remaba en su canoa, podía vérsele seguido o rodeado de una rara y aparentemente casual selección de los diversos animales que él había elegido para estudiar; y cuando regresaba a casa, solía marchar entre otros, aquellos cuyo vínculo con él era menor o incluso nulo. A pesar de que su interés por ciertas especies había sido totalmente espontáneo —una mezcla de casualidad y de curiosidad—, el conjunto de especies que estudiaba resultaba coherente y racional. Este conjunto puede dividirse en varios grupos. En primer lugar estaban los que por derecho propio constituían el objeto central de sus estudios; inicialmente fueron las grajillas, luego las garzas y ahora los gansos. En segundo lugar, venían las especies estrechamente emparentadas con éstas: los cuervos —parientes de las grajillas— o los ánades reales —a los que espiaba con el rabillo del ojo mientras observaba a los gansos—. Este procedimiento permitía conocer no solamente lo que los patos tienen en común con sus primos los gansos, o las grajillas con los cuervos, sino también los aspectos que habían cambiado a lo largo de su diferenciación evolutiva. Y, por último, existían especies no emparentadas con las grajillas o los gansos, pero que poseían pautas de comportamiento similares; estas pautas de comportamiento que siguiendo caminos evolutivos diferentes han llegado a ser parecidas se denominan convergentes.

Sus estudios sobre los gansos comenzaron realmente en 1934, año en que Alfred Seitz llegó a Altenberg entre sus primeros alumnos. Seitz era el mayor y quizá tenía más motivaciones que los demás estudiantes: tras terminar sus estudios superiores se había pasado ocho años realizando trabajos que no le satisfacían, aunque en cuanto había tenido un rato disponible se había ido a observar la vida de las aves en las márgenes del Danubio. Buen aficionado a la fotografía, decidió ganarse la vida con ella, y provisto de una antigua y voluminosa cámara se puso a recorrer las rojizas y someras aguas del Neusiedlersee, al sureste de Viena, observan do y fotografiando las garzas, las espátulas, las cigüeñuelas y las avocetas mientras buscaban su comida con sus zancudas patas metidas en el agua. Pero cuando ya llevaba un tiempo reuniendo material para publicar artículos de historia natural en las revistas se dio cuenta de que necesitaba mayor conocimiento del comportamiento de estas aves. A fin de que un experto valorara sus observaciones sobre las garzas, un ornitólogo vienés le sugirió que visitara a Lorenz en Altenberg. Seitz recuerda que «ya ese primer encuentro fue decisivo para mi vida profesional», lo que ha sido repetido después por otras personas.

Seitz participó en el curso que Lorenz daba sobre «Introducción a la etología», en el acuario en que había estudiado el comportamiento de los cíclidos del género Cichlasoma (peces africanos que llevan sus huevas y alevines en la boca y que más tarde Lorenz destacó en sus estudios sobre la agresión). Y cuando Lorenz comenzó sus estudios sobre los gansos, fue Seitz quien le consiguió los huevos fecundados.

El método de Lorenz requería aves pertenecientes a una especie realmente silvestre, que él criaría desde antes de salir del cascarón, amaestrándolas. Los gansos domésticos están degenerados genéticamente con respecto a sus antepasados salvajes, y si compraba huevos de gansos «silvestres» en una tienda, no había manera de saber si estaban libres de los genes del comportamiento de cualquier ganso de corral que se hubiera mezclado con ellos. Seitz sabía dónde encontrar exactamente lo que Lorenz deseaba, por cuanto había observado los lugares de cría de los esquivos gansos silvestres que en aquella época habitaban en lo más recóndito de los pantanos de Neusiedlersee, muy alejados de cualquier intromisión humana; también conocía la época en que incubaban. Seitz recogió los huevos de una nidada, y se los llevó aún calientes a Altenberg. Para satisfacción de ambos, los polluelos nacieron de los huevos incubados y fueron troquelados por Lorenz, de modo que le consideraron como su padre: ésos fueron los gansos filmados por Seitz en 1935. Uno de los ansarones, llamado Martina, recibió un tratamiento especial. Lorenz cuidó de esta hembra mucho más tiempo que de los demás gansos con objeto de estudiar el troquelado con más detalle, aceptando las duras restricciones que causaron en su vida aquellos continuos cuidados. En cierta ocasión en que Lorenz estaba escribiendo a máquina, Seitz vio que emitía un aullido y buscaba apresuradamente dentro de su camisa. La explicación de todo ello era que Martina se había despabilado con el calorcillo del cuerpo y se había puesto a picotear la «hierba» que «crecía» en su pecho; ésa resultó una observación directa del poder del instinto.

El éxito inicial de la colonia exigía su ampliación, de modo que durante la primavera siguiente Seitz volvió a poner manos a la obra. Esta vez decidió buscar en la zona de nidificación existente en la orilla húngara del lago de Neusiedl. La primera parte de su plan consistía en «persuadir» a Lorenz para que diera una conferencia a los ornitólogos de Odenburg, en la orilla húngara del lago. A la mañana siguiente, sus colegas les condujeron hacia los cañaverales del lago Ferió, donde sin ningún recelo los llevaron en bote a través de un largo y estrecho canal entre los cañaverales, directamente hacia un nido de gansos grises. Con el mayor cuidado, cada miembro del grupo fue a mirar el nido. Seitz se las arregló para ser el último, y cuando llegó al nido, se llevó los huevos —que ya estaban bastante incubados— en «aras de la ciencia». Nadie sospechó del ladrón, salvo Lorenz, que se dio cuenta del solícito cuidado con el que Seitz trataba ahora su mochila.

La reserva de gansos de Altenberg contó a partir de ese momento con un ganso gris silvestre, unos diez ansarones que fueron criados por un ganso doméstico en el jardín y otra decena que criaba el propio Lorenz. Las crías de «su» nidada le seguían por toda la casa y el jardín, y a lo largo de sus paseos por la carretera hasta las orillas del Danubio. Lorenz esperaba que los ansarones que quedaban en el jardín con su no voladora madre adoptiva demostrarían ser los mejores animales domésticos, mientras que su bandada probablemente vagabundearía hasta perderse. Sin embargo, a medida que crecían, se dio cuenta de que lo más probable es que ocurriera lo contrario. Si se lleva a un ganso hasta una gran distancia de su casa — por ejemplo, un centenar de kilómetros o más—, es capaz de encontrar el camino de regreso solamente hasta el área general de su casa, y a partir de ahí debe fiarse de los accidentes del terreno que le sean familiares; estos accidentes no fueron aprendidos por los gansos que permanecieron en la casa.

Lorenz distinguía a los gansos que no estaban troquelados por él, y que por consiguiente no le seguían, adjudicándoles diversos números. Sin embargo, a los que le seguían les dio nombres propios. Durante más de treinta años, con aquellos gansos y los de la posguerra (incluso cuando sus estudios y observaciones pasaron a otros animales), tuvo el placer de comprobar cómo volaban hacia él cuando los llamaba en su propio «lenguaje». Los gansos se mostraban confiados en los lugares extraños simplemente porque Lorenz estaba allí, pero fuera de esta relación especial, una gran parte de su comportamiento seguía siendo el de los gansos silvestres sin relación con el hombre.

La elección de los gansos por Lorenz para sus nuevos estudios era en parte consecuencia de la accesibilidad de la especie. Estos animales son fácilmente troquelados por el hombre sin convertirse por ello en unos pervertidos sexuales. En este aspecto eran mucho más satisfactorios que las grajillas, puesto que si se criara a éstas como Lorenz crió a sus gansos, de adultas cortejarían exclusivamente a los seres humanos. A partir de cierto punto, la reorientación de su conducta sexual vuelve inútiles las investigaciones sobre su comportamiento social. Una tercera razón para estudiar a los gansos estriba en que lo que podemos aprender de su comportamiento puede ser más importante para el hombre que el comportamiento de muchas de las especies más próximas a nosotros en el proceso evolutivo. En efecto, los primates, de los cuales cabría esperar que tuvieran unas similitudes mayores con el ser humano, forman sociedades que en general son bastante distintas de las nuestras. Si suponemos que el ser humano no es exclusivamente el producto de sus respuestas condicionadas -y Lorenz es uno de los máximos defensores de la opinión de que el hombre no lo es—, podemos aprender un gran número de cosas de las analogías que pueden existir entre el comportamiento del hombre y el de los animales.

Los gansos son relativamente simples de estudiar - lo cual siempre constituye una ventaja en la investigación— y singularmente parecidos al ser humano —como subraya— en cuanto a la amistad personal, la lealtad hacia los amigos y la hostilidad hacia los extraños, las relaciones entre padres e hijos y hasta el amor conyugal. A este respecto, Lorenz nos refiere el comportamiento de su hembra Ada después de perder a su pareja. La vio volar buscando por una zona cada vez más extensa, al tiempo que emitía su grito de llamada, hasta que finalmente perdió toda esperanza. A partir de ese momento, Ada se comportó como si hubiese perdido el gusto por la vida. Perdió su alegría y se mostraba muy temerosa con los demás gansos. La expresión de su cara estaba alterada, con los ojos hundidos en las órbitas y los músculos fláccidos a su alrededor; era la imagen de un ave dolorida. Finalmente, tras enviudar varias veces, Ada se volvió promiscua. Un ornitólogo que la vio durante una visita a Altenberg manifestó, sin saber nada de su vida, que «aquel ganso tenía que haber sufrido mucho».

Cabría preguntar si este modo de hablar de las aves no es exageradamente antropomórfico. Lorenz contesta con un antiguo proverbio chino que dice: «Todo animal está en el hombre, pero no todo hombre está en el animal.» Los términos antropomórficos deben utilizarse con cuidado, pero a menudo son, según Lorenz, la mejor descripción que cabe encontrar. En todo caso, su utilización aclara cuando menos las analogías que se están estudiando. Es muy probable que nuestros «sentimientos humanos» sean nuestra propia experiencia de un sistema común al animal y al hombre que actúa como impulsor del comportamiento.

Lorenz hace constar que, siguiendo a Darwin, su respetado profesor Oskar Heinroth atribuye instintos al hombre — instintos que derivarían de sus antepasados animales—. En 1910, cuando Heinroth estaba estudiando a los anátidos —la familia de los gansos y los patos—, le llamaron especialmente la atención las asombrosas similitudes entre las aves y el hombre en su comportamiento social. La analogía ya era por sí misma un argumento a favor de la existencia de instinto en el ser humano. Y se puede argumentar en sentido inverso que Ada, la hembra promiscua, se había vuelto lo que en términos humanos pudiéramos llamar neurótica. Sus pautas instintivas de comportamiento le habían servido perfectamente mientras su vida se desarrollaba de acuerdo con el plan al que sus instintos estaban adaptados. En esos momentos encajaban perfectamente con los comportamientos correspondientes de los gansos que se encontraban en su entorno común. Pero su compleja cadena de pautas de conducta se rompió y Ada se convirtió en una inadaptada dentro de su propia sociedad. La etología está llena de ejemplos parecidos, al igual que la medicina psicológica humana. Este es un segundo argumento en favor de que el hombre y el animal tienen unos mecanismos similares en la base de su comportamiento.

Los gansos grises se parecen al ser humano en otro aspecto: la duración de su vida. Lorenz no es una autoridad directa en este aspecto, por cuanto los gansos que crió en Altenberg estuvieron con él sólo unos pocos años; sin embargo, en 1950, calculó en veinticinco años la edad de un ganso, al que mató un perro, y notó con sorpresa cuando se lo comía asado que el ave era asombrosamente tierna. Lorenz afirma que no puede establecerse ningún límite superior concreto para determinar la longevidad de los gansos grises. Un ganso es adulto a los dos años y no parece viejo veinte años después; hay gansos que han alcanzado la edad récord de sesenta y más años, según se ha publicado en la Unión Soviética y en Canadá.

El animal más común para los estudios biológicos es el ratón, pues su ciclo vital puede seguirse en dos años; de este modo se pueden realizar en un período razonable experimentos genéticos que abarcan múltiples generaciones. Un ave de un tamaño comparable —como, por ejemplo, el canario— suele vivir diez veces más que el ratón. Para sus trabajos, Lorenz tuvo que aceptar las desventajas que le ofrecía la mayor longevidad de las aves que había elegido.

Para criar sus propios gansos en Altenberg, Lorenz tuvo que adaptar su propia vida y sus estudios al ciclo cotidiano de actividades de las aves. Los gansos, al igual que los patos, no suelen tener unos largos períodos de sueño. Descansan en las horas nocturnas y nuevamente durante un par de horas después de su baño regular del mediodía. Incluso entonces, y a diferencia de muchas otras aves, no están profundamente dormidos, sino que se despiertan con el mínimo ruido. Durante unos cuantos años antes y después de la guerra, la tarea cotidiana de Lorenz solía empezar con la primera luz del alba, cuando llamaba a las aves para trabajar con ellas y compartir su baño matutino. Su labor proseguía con altibajos, hasta que las aves se retiraban para descansar durante la noche. Cuando durante los años de la preguerra reanudó sus conferencias en la universidad, compaginaba ambas actividades con muchas dificultades. Seitz ha comentado que Lorenz conocía tan bien la rutina de su tarea diaria que a sus visitantes no sólo les explicaba lo que las aves estaban haciendo en ese momento, sino también lo que iban a hacer durante los minutos siguientes. De ese modo asombraba a sus huéspedes tan pronto como los gansos efectuaban el vaticinado comportamiento.

Lorenz observaba un ciclo de comportamiento que incluía el cortejo nupcial (y el «matrimonio»), la cópula, la nidificación, el nacimiento de los ansarones y la cría de la familia. Lorenz observó el desarrollo de los pequeños, y pudo ver que antes incluso de alcanzar la madurez sexual ya empezaban a buscar a la pareja con la que habrían de repetir el ciclo. En la primavera, los visitantes de Altenberg —o de uno de los institutos ulteriores de Lorenz— podían tener la suerte de contemplar a algún joven macho nadando y persiguiendo a una hembra aún libre. El macho a veces lograba alcanzarla, y le parloteaba apaciblemente. Cuando esto ocurre, y si tiene suerte, la hembra le replica de vez en cuando. Durante las varias semanas que dura este precoz cortejo, el macho también aprovecha cualquier oportunidad para lanzarse al ataque contra otros jóvenes ánsares, por cuanto una buena riña con la victoria como resultado demuestra su audacia y su fuerza. Tras haber peleado con honor, el joven macho vuelve hacia la hembra parloteando triunfalmente; su presunta novia, entonces, se une a él en su excitado parloteo y en la altamente significativa «ceremonia de triunfo». Ambos bajan sus cuellos y estiran la cabeza como si tuvieran intención de atacar, pero sin dirigir este gesto de amenaza hacia la pareja, y añadiendo ambos el mismo graznido de «saludo». Con el fin de crear el fuerte lazo del apareamiento entre los gansos, el cortejo nupcial de los jóvenes es largo y su cariño tiene que reafirmarse con este ritual del saludo, el cual tiene, por tanto, un valor mucho mayor que el de una simple señal.

Diferentes fases del ceremonial de triunfo en los gansos, descrito por Lorenz: el macho amenaza (1) y lucha (2) con su enemigo real o imaginario. Enseguida regresa alborozado, chillando su victoria (3) y la celebra con su compañera (4). De esta forma, ambos consolidan, mucho más que con la unión sexual, los lazos que los unen.

Lorenz nos habla del «amor», del «noviazgo» y del «matrimonio» entre gansos silvestres en términos casi humanos —y de un modo totalmente deliberado, como ya hemos visto—. Las ocasiones en que se da el amor a primera vista (con las señales apropiadas de «noviazgo») nos recuerdan esta semejanza con el hombre, pero también es característica de esas aves — tanto las grajillas como los gansos— la manera en que un amor previamente inconfesado entre dos amigos del sexo opuesto puede manifestarse al reencontrarse éstos tras un período de separación. La analogía con la experiencia humana —y con la de Lorenz en concreto, en este caso— es asombrosa.

Cuando finalmente la corte nupcial de los gansos desemboca en el apareamiento, la pareja sumerge la cabeza y el cuello en el agua, una señal claramente entendible que también sirve para acentuar y sincronizar su inclinación al acoplamiento. Cuando sus cuellos se hallan casi juntos, la hembra se aplasta, de pronto, sobre el agua y el macho la cubre

La hembra pone un huevo al día —a veces durante toda una semana—, y la tarea de Lorenz —o en los años más recientes, de sus asistentes— consistía en sacar los huevos no fecundados del nido de la hembra, pues así se evitaba que los gansos hembra siguieran incubándolos cuando ya hubieran eclosionado todos los huevos fértiles, y también se evitaba que al romperse —pues son más frágiles que los demás— atrajeran a los depredadores. Lorenz examinaba cada huevo mediante un tubo formado por una revista enrollada, a través del cual trataba de ver a contraluz el embrión. La hembra permanece sola sobre los grandes huevos blancos con poco tiempo para salir a comer, mientras que el macho ronda cerca del nido para defenderlo contra cualquier ataque o intrusión. Tras un mes aproximadamente de incubación, los huevos comienzan a «hablar» con su madre, y un ser humano que emita un «ui-uii-uiii, ui-uii-uiii» hacia el huevo también puede captar un tembloroso gorjeo como contestación. Todos los ansarones salen del huevo casi al mismo tiempo, emergiendo como una oscura, húmeda y pegajosa bola de plumón, piando en una reiterada y frecuente conversación con sus padres. La supervivencia de los pequeños depende de la rapidez con que aprendan a reconocer a sus progenitores y a permanecer cerca de ellos, pues éstos los protegerán, mientras que los demás gansos los rechazarán.

Al cabo de un día, los ansarones ya pueden andar. Tan pronto como ven a su madre moverse la siguen dando tumbos y tropezones. Cuando los padres se detienen, los polluelos se ponen a picotear la hierba o cualquier cosa que pueda comerse. La madre los conduce hacia la comida, por cuanto ella también está hambrienta. Si dos familias que andan en busca de comida permanecen demasiado cerca, los padres amenazarán y rechazarán a los otros padres hasta que exista una separación suficiente como para evitar que los ansarones se mezclen. Luego, la madre conduce a sus polluelos al lago, mientras el macho anda detrás observándolos. Cuando la madre se baña, los polluelos la siguen sumergiéndose en el agua, ensayando así una maniobra que les será muy útil en caso de ser atacados en la superficie.

Entre los gansos salvajes existen señales claramente establecidas para avisar del peligro, para amenazar, para saludar, para preparar el apareamiento, etc. Cada una de estas señales implica la utilización de la cabeza y el cuello según unas formas características: por ejemplo, el cuello erecto, atento y firme, indica peligro. Una bandada de gansos que se reúne estrechamente para protegerse contra un peligro común (que puede ser un zorro o un perro en el que no confían) es un espectáculo impresionante. Yo he podido observar la reacción de una bandada de gansos contra un coatí (un pequeño mamífero carnicero parecido al mapache). Los gansos se reunieron a la primera señal de peligro y se mantuvieron a una decena de pasos del coatí, un depredador potencial de sus huevos o sus polluelos. Sus cuellos se mantenían erguidos indicando el peligro, y cuando el coatí pasó delante de ellos, toda la bandada se lanzó contra él. El animal estaba aterrado. No se trataba de un verdadero ataque, pues una bandada de gansos es capaz de intimidar sin recurrir a la violencia.

En Altenberg había muchos animales que convivían en una estrecha proximidad, y los gansos descubrieron muy pronto quiénes eran sus enemigos potenciales y quiénes eran inofensivos. Al observar la reacción de un ganso frente a determinado perro, Lorenz descubría si ese perro era considerado digno de confianza o no. En una ocasión, cuando una gran nevada caída sobre Altenberg limitaba la elección de los senderos a través del jardín, observó a tres perros ladrando y brincando hacia una hilera de gansos que estiraban sus cuellos y graznaban, pero que consideraban que no valía la pena ponerse en pie por ellos.

Los gansos suelen manifestar su aversión a todo aquel que vulnera las normas de su sociedad, y cualquier comportamiento anormal sufre una fuerte presión social hacia la normalidad. Por ejemplo, una madre sin un macho que la acompañe es una paria social. Todos los gansos extraños son sospechosos, y la reacción contra uno de ellos es muy evidente cuando penetra en un área en la que ya reside una bandada. Las aves extrañas son rechazadas mediante unas señales claramente comprensibles, principalmente de tipo visual. Cuando un ganso amenaza o ataca a un enemigo, estira su cuello paralelamente al suelo. Un grupo de intrusos puede rechazar a los vagabundos que se han separado del grupo residente, pero éste apretará sus filas para enfrentarse con el enemigo. Teniendo más que perder, los defensores serán probablemente los vencedores, aunque sus adversarios tengan superioridad numérica. Es muy raro que en tales circunstancias se lleve a cabo un combate serio, sino que más bien se produce una especie de ballet de avances y retrocesos en el que las aves dejan bien sentado cuáles son sus fuerzas y sus intenciones de combatir con sus adversarios. Cuando las escaramuzas son individuales, el presunto vencedor vuelve con su pareja proclamando su victoria — real o pretendida—, mediante una ceremonia consistente también en alargar su cuello paralelamente al suelo en tono amenazador al pasar corriendo ante su pareja. Esta contestará de la misma manera, incitando al macho a realizar mayores hazañas.

Estas escaramuzas de ataque pueden darse entre especies diferentes de gansos y cisnes, puesto que dichas especies están lo suficientemente emparentadas evolutivamente como para entender las amenazas mutuas. De la misma forma, los lazos de amistad pueden formarse, por encima de los límites de la especie, entre especies estrechamente emparentadas. Sin embargo, mientras que los cisnes que invadan un territorio ocupado por gansos serán rechazados, ningún cisne o ganso reparará en los patos a no ser que éstos se inmiscuyan en sus cosas activamente. Ambos grupos pueden ocupar el mismo espacio vital. Para los gansos o los cisnes, los patos no son «personas», sino simplemente «animales».

Típicas actitudes agresiva (1) y temerosa con tendencia a la huida (2) en los gansos, de acuerdo con las descripciones de Lorenz.

En el seno de una bandada de gansos existen individuos fuertes y débiles, atrevidos y tímidos. Se trata de una sociedad estable en la que cada individuo conoce su posición, para lo cual debe reconocer y desarrollar una relación personal con cada uno de los demás individuos, incluso dentro de una bandada de varios centenares de aves. A su vez, estas relaciones producen un orden jerárquico determinado. Un ganso demostrará su personalidad sobre otro mediante su comportamiento amenazador; y a su vez los ansarones aprenderán de sus padres cuándo pueden atacar y cuándo no. Un padre de una familia superior no instigará el ataque sobre los polluelos de un grupo inferior, pero defenderá ritualmente a cualquier miembro de su familia que sea atacado. Este ataque ritual es una simple demostración, pues el ganso superior se limitará sencillamente a inclinarse hacia delante y a arrancar benévolamente alguna pluma al atacante de la otra familia.

En el seno de una colonia de gansos existen tres sistemas jerárquicos independientes. El primero depende de la fuerza individual relativa de cada ganso; y sobre esta base, cuando dos gansos que se conocen se encuentran solos, frente a frente, uno de ellos le cederá el paso al otro sin la menor disputa. Pero si se produce un altercado familiar y el ganso nominalmente inferior ha conseguido sacar adelante, por ejemplo, seis recios hijos frente a un par de enclenques hijas en la otra familia, la situación puede quedar invertida. Dentro de la familia existe también un orden jerárquico establecido según el resultado de las disputas entre los polluelos durante los primeros días de su existencia. Y también en este caso es raro que se haya de recurrir a una acción tan fuerte como el picotazo para reforzar el orden, el cual aparece siempre, sin embargo, en las ceremonias de salutación familiar. El elemento amenazador en la salutación superior es más acusado y está dirigido más directamente hacia el ave de rango inferior. Pero este orden no pasa al mundo exterior, donde un individuo de rango inferior en la familia puede mostrarse muy valiente. En esto puede verse ayudado por su postura defensiva inicial que le sirve más en un combate real; y también hay que tener en cuenta que los individuos jerárquicamente superiores están acostumbrados a recibir muestras de sumisión y por consiguiente tienen poca experiencia a la hora de realizar correctamente sus posturas de amenaza. El individuo jerárquicamente inferior no sabe nada de esta fácil superioridad y puede luchar más tenazmente y con mayor eficacia...

Todo esto es un simple esbozo del mundo de los gansos que Lorenz estudió en esos años. Ciertos aspectos del comportamiento social solamente los pudo estudiar más tarde en Seewiesen, donde trabajó con mayor número de gansos y de patos; pero en esos años que pasó en Altenberg, Lorenz consiguió descubrir muchos de los secretos y maravillas del comportamiento animal en las vidas de su veintena de gansos y en su próspera colonia de grajillas.

El objetivo de Lorenz al estudiar el comportamiento animal no era meramente descriptivo, sino que se interesaba por su estructura para tratar de encontrar las leyes científicas que determinan su desarrollo en el animal y gobiernan su forma en las sociedades animales. Las leyes descubiertas por Lorenz no eran exactamente del mismo tipo que los que rigen la física, pero su diferencia estribaba más en los detalles que en su naturaleza, debido a que el comportamiento animal ha demostrado ser más complejo y variable que el mundo de las magnitudes físicas. De esto se desprende que muchas afirmaciones sobre el comportamiento han de modificarse más tarde para tener en cuenta las excepciones, y una de las primeras consecuencias es que muchos términos empleados para describir el comportamiento han cambiado de significado, llevando a la confusión. Por tanto, antes de examinar los conceptos sobre el comportamiento, analicemos brevemente los términos que han de utilizarse para expresarlos.

Ciertos términos han sido tan alterados por su asociación con expresiones arcaicas que se han vuelto totalmente inadecuados. De un modo parecido a la sucesión de palabras como «inodoro», «excusado», «W. C.», «aseo», que han sustituido al término «retrete», el término instinto también se ha visto sustituido por otros. Pero en este caso la sucesión de términos también se ha visto acompañada por unos matices de significación gradualmente alterados. Se ha creado un complejo lenguaje técnico para resolver el problema, pero lo ha hecho incomprensible para el no experto, y hasta hace pocos años ha separado a los seguidores de las diferentes escuelas que estudian el comportamiento (especialmente a los etólogos y a los psicólogos de distintas escuelas), cuando realmente lo que necesitan es un lenguaje común. Incluso cuando fueron aceptados términos comunes seguía siendo difícil para cada grupo volver a examinar objetivamente un pasado repleto de terminología desechada. Términos tales como «impulso», «tendencia», «instinto», y otros como «innato» —o, como prefiere Tinbergen, «resistentes al ambiente»—, tienen significados ampliamente superpuestos, de modo que el lego se asombra con razón de la confusión organizada por la utilización de un término u otro a lo largo de los años. Por ejemplo, el término «tendencia» es aceptable para algunos que se estremecen al oír hablar de los «impulsos» de un animal —ese término lo heredó Lorenz de Heinroth.

Las discusiones sobre el «instinto» reflejan en parte la polémica acerca de si este término describe algo sencillo, coherente y concreto, del mismo modo que el término «órgano» se refiere a ciertas partes del cuerpo que constituyen una unidad por sí mismas (como los ojos o los pulmones), o si se trata meramente de un término parecido pero conveniente, que momentáneamente sirve para manejar un concepto algo oscuro (como el «id» o el «ego»), algo que deberá volver a definirse cuando se descubra su base física. Pese a las reservas de los jóvenes etólogos —y quizá de las mías propias—, en este libro lo más sencillo será utilizar la palabra instinto tal como Lorenz lo hizo desde un principio —y como todavía lo sigue prefiriendo—, significando una cosa real, con base física, una parte determinada y concreta del animal.

El aprendizaje de los animales es la experiencia que adquieren en cada interacción con el mundo exterior, y también contribuye a crear todo el complejo comportamiento del animal adulto. Lorenz pensaba que en los comportamientos de los gansos y las grajillas podían observarse elementos instintivos y aprendidos, aunque él se dedicó especialmente a los primeros. Así, observó que muchas de las acciones de los animales podían explicarse suponiendo la existencia de tendencias innatas a realizar aquellas acciones. Estos instintos, escondidos en alguna parte dentro del individuo recién nacido, tenían que ser genéticamente determinados, del mismo modo que lo es, por ejemplo, la anatomía del animal.

Al referirse a este tema, Lorenz suele afirmar que está particularmente interesado en aquellas pautas de comportamiento animal que son innatas —programadas filogenéticamente, según la terminología moderna— y, especialmente, en aquellas que constituyen la base de la estructura social. El programa filogenético (el conjunto de información genética que ha sido moldeado por la evolución de cada especie) varía muy poco de un individuo a otro dentro de cada especie. En la práctica, por tanto, podemos igualar el término «innato» con el de «genéticamente determinado». Todo esto permite pensar en la realización de refinados experimentos que relacionen el comportamiento con la genética. Y, efectivamente, la genética del comportamiento (que también suele llamarse psicogenética) es una floreciente y joven ciencia, cuyas raíces se encuentran en los trabajos de Mendel y Thomas Hunt Morgan, al igual que la etología lorenziana está enraizada en las ideas de Charles Darwin. Hoy día conocemos con bastante claridad de qué manera los determinantes del comportamiento pueden inscribirse en el código genético; las moléculas helicoidales de ADN (ácido desoxirribonucleico) convierten un mensaje genético en algo que, si se cumplen las condiciones externas adecuadas, se manifiesta como una pauta de comportamiento. Esta «traducción» del mensaje genético es un proceso muy complejo, que incluye la disponibilidad de mensajeros químicos — como las hormonas— en la formación de las estructuras adecuadas del cerebro y el sistema nervioso central, así como el reforzamiento de determinadas capacidades de respuesta. La interacción de los genes con el ambiente programa el cerebro del animal preparándolo para realizar determinadas pautas de comportamiento e incluso determinadas secuencias de tales pautas

Las ideas de Lorenz al respecto, a los treinta años, eran necesariamente muy sencillas, pero se desarrollaron rápidamente. Para ver de qué manera entendía él las relaciones entre la genética y el comportamiento, hemos de retroceder en el tiempo. Por entonces aún no se conocían las estrechas relaciones existentes entre cada uno de los aminoácidos que componen las proteínas y cada punto de las largas moléculas de ADN para contribuir a su visualización y convertirlas en algo concreto. Así pues, de acuerdo con los conocimientos sobre genética de aquella época, Lorenz creía que la base genética que determinaba el comportamiento estaba compuesta por numerosas unidades individuales —como las cuentas de un collar—, cada una de las cuales controlaría una unidad coherente de comportamiento. Tales unidades genéticas, como todas las demás, estarían sometidas a las leyes de la mutación y la selección natural. De este modo, las unidades podrían modificarse —y por tanto los comportamientos que controlan— sin afectar demasiado al conjunto: el comportamiento podía evolucionar.

Si pudiéramos seguir la información que proporciona una de esas «cuentas» del collar genético, nos encontraríamos al final con una pauta de acción más o menos fija. Cada animal suele nacer con un determinado número específico de unidades de comportamiento, las cuales lo determinan como miembro de su especie tan clara y firmemente como lo hace la estructura anatómica de su cuerpo. Un ejemplo sencillo: si el animal no muestra el comportamiento de acoplamiento propio de su especie, no podrá copular con los demás miembros de la misma. Tales unidades coherentes, que a modo de ladrillos componen el edificio del comportamiento, se denominan coordinaciones heredadas —Erbkoordinationen, en alemán—, pautas fijas de acción o pautas motoras fijas (fixed action patterns o fixed motor patterns), y actividades impulsivas, o actividades instintivas o pautas innatas de comportamiento, en los primeros escritos de Lorenz.

Comoquiera que se las nombre, Lorenz observó en aquella época que los elementos del comportamiento estaban como encerrados en cajas aseguradas mediante cerraduras de combinación.

Lorenz afirmaba que la combinación correcta para desencadenar cada comportamiento era proporcionada por un acontecimiento o una serie de acontecimientos que (partiendo de la experiencia previa de las especies) cabía esperar que ocurriesen en el entorno del individuo. Con el chasquido final de la cerradura, el comportamiento emerge en la acción, que generalmente promoverá la supervivencia del individuo y, por tanto, la supervivencia de la especie. Incluso antes de que esto ocurra, ciertas fases iniciales de la combinación pueden contribuir a que el animal busque el estímulo que precipitará la acción si éste no aparece a su debido tiempo.

Esta búsqueda (a veces llamada «comportamiento apetitivo») aparece con plena intención; el animal se comporta como si supiera lo que busca. La forma de la búsqueda depende del ambiente en el que se encuentra, pero el objetivo sigue siendo el mismo. Por el contrario, la acción que finalmente se desencadena tiene una rigidez mecánica, reacia al más mínimo cambio; el animal la realiza como si fuera un autómata.

El estímulo desencadenante puede provenir del entorno físico del animal, y puede ser tan sencillo (o complejo) como la llegada de la primavera. O bien (y éste es un nuevo concepto importante) puede ser una señal de otro animal de la misma especie, de un mecanismo desencadenados específicamente adecuado para realizar esta función y, por consiguiente, para promover la supervivencia.

La hipótesis de Lorenz sobre la existencia de un mecanismo liberador innato tiene algo en común con la teoría del reflejo que le precedió. El estímulo provocaría el comportamiento del mismo modo que el golpe en la rodilla provoca la extensión de la pierna. La teoría de la cadena de reflejos explicaba perfectamente lo que se conocía hasta entonces; la nueva teoría incluía la antigua como un caso especial si se daban ciertas simplificaciones, pero también aclaraba situaciones más complejas. En primer lugar, esta teoría enuncia la existencia de un mecanismo encargado de asegurar que la acción liberada aparezca en el momento adecuado, de tal modo, que el animal no responderá si el estímulo llega demasiado pronto. En segundo lugar la intensidad que debe alcanzar el estímulo para que se dé la respuesta puede ir descendiendo si el tiempo va pasando sin que se presente el estímulo. Además, puesto que la tendencia se mantiene latente, puede llegar a manifestarse incluso si finalmente no aparece el estímulo, o como respuesta a un estímulo erróneo. Si no aparece el estímulo desencadenador apropiado, el comportamiento podría reorientarse por otros canales. Lorenz fue concibiendo estas nuevas y fecundas ideas de un modo gradual, aunque ya en su primera publicación importante se hallan indicios de su interés por la disminución de los umbrales, en respuesta a los estímulos que desencadenan determinadas actividades cuando éstas llevan mucho tiempo sin realizarse.

Para ser justos con los predecesores de Lorenz, diremos que muchos de los elementos de la teoría que él ofreció no eran totalmente nuevos. Incluso antes de Mendel se había estudiado ya la transmisión de padres a hijos de ciertos caracteres del comportamiento, como el canto de los pájaros; y existen descripciones de comportamientos innatos anteriores a Darwin. En el año 1871 este genial biólogo escribió un libro sobre el comportamiento titulado La expresión de las emociones en el hombre y los animales, en el que describía varias pautas de conducta que aparecen al nacer sin necesidad de aprendizaje. Un año más tarde, otro inglés demostró la existencia de pautas de comportamiento genéticamente determinadas en las golondrinas: algunas aves de esta especie fueron criadas en jaulas demasiado estrechas para que pudieran estirar sus alas como normalmente lo hacían cuando se encontraban en libertad; una vez liberadas de su encierro, a la edad en que solían emprender el vuelo, las golondrinas volaron perfectamente, a pesar de no haber realizado ningún tipo de ejercicio preliminar con sus alas. El norteamericano H. S. Jennings hizo notar que el comportamiento puede ser espontáneo y que existe una continuidad evolutiva entre el comportamiento de los animales superiores y el de los animales inferiores semejante a la continuidad que existe en sus estructuras anatómicas.

En el año 1909, Jacob von Uexküll afirmaba que el mundo significativo para el animal es aquel al que dicho animal responde —dicho con otras palabras, el conjunto de estímulos que desencadenan respuestas de comportamiento—, quedando virtualmente inadvertidos todos los demás. Como ya hemos visto, Whitman había comenzado a concebir los instintos como algo comparable a los órganos del cuerpo, por lo que su evolución podía estudiarse de la misma manera. Lorenz afirma que uno de sus mayores logros estriba en haber aplicado lo que había sido expuesto por Whitman treinta y cinco años antes.

De todos modos, toda esta lista de trabajos anteriores ha de considerarse con mucha precaución, pues iba acompañada por un cúmulo de material que confundía o desviaba del tema que nos ocupa. Aun a pesar de las importantes aportaciones posteriores de Huxley y de Heinroth, fue necesaria la aparición de Lorenz para que se iniciara un enfoque más comprensible del tema, y, a pesar de ello, su influencia se extendió al principio únicamente a las zonas de habla alemana.

Por ejemplo, su artículo titulado «El compañero como factor del ambiente en las aves», que se publicó en alemán en 1935 y que es uno de sus más importantes trabajos de observación, llegó a los lectores de habla inglesa mucho más tarde y ampliamente recortado, lo que quizá pudo deberse a la extensión del artículo, que ocupaba inicialmente doscientas tres páginas de la Revista de Ornitología de Leipzig. De todos modos, algunas de las ideas de Lorenz aparecieron traducidas al inglés, como por ejemplo, un artículo publicado en la revista Auk en julio de 1937, en el que se decía: «Los estímulos desencadenadores son la llave que libera las pautas innatas de percepción características de cada especie, y de ellos dimanan las reacciones instintivas.» Julian Huxley ha escrito, refiriéndose a Lorenz, que «a él más que a nadie debemos nuestro conocimiento del extraño fenómeno biológico de los estímulos desencadenadores, de los mecanismos liberadores innatos y de los mecanismos de “troquelado”».

Las ideas de Lorenz sobre los desencadenadores eran más importantes que sus trabajos sobre el troquelado, pero éste se convirtió en el aspecto más espectacular y citado de sus investigaciones, tal vez porque resulta muy fácil comprobar el cariño que un animal troquelado por el hombre siente hacia éste. Sin embargo, fue el troquelado el causante de una parte de las controversias que más tarde rodearon a Lorenz.

Lorenz comprobó por primera vez los efectos del troquelado cuando tenía seis años, descubriendo de un modo muy directo que en muchas especies el comportamiento sexual del animal troquelado se alteraba profundamente. «Recuerdo — nos cuenta Konrad— las innumerables aves criadas por mí, que, en lugar de piar al ponerlas juntas en una jaula, como yo ingenuamente pensaba, no hacían otra cosa que cortejarme a mí.»

El troquelado se menciona directamente al principio de su primera publicación importante; Lorenz comprobó que también Heinroth había hecho observaciones similares. En el año 1935, en el artículo «El compañero...», describía el troquelado como una fijación casi irreversible de un impulso sobre su objeto, como una pauta de comportamiento que se fija sobre dicho objeto. Este habría de ser normalmente un miembro de la misma especie, pero anormalmente o patológicamente puede ser cualquier objeto sustitutivo, lo que puede conseguirse sencillamente facilitando al animal una información errónea en el momento crucial.

Entre los objetos que le rodean en las primeras horas que siguen a su nacimiento, el ansarón ha de encontrar una fuente de protección y de guía. En ausencia de la hembra madre, un ser humano puede ser una alternativa adecuada, o bien, a falta de éste, el animalito se encariñará con el objeto móvil más cercano. Los sonidos procedentes del animal o del objeto sustitutivo le aportan seguridad y facilitan el contacto social, las mismas cualidades de la madre real. En la situación experimental desarrollada por Lorenz, en la que él mismo o uno de sus asistentes asumen el papel de madre adoptiva, los ansarones se hallan tan bien atendidos como lo estarían con una madre auténtica. Los ansarones viven, duermen, salen de paseo, picotean la hierba y aprenden a nadar en compañía de su padre adoptivo. Al cabo de tres meses, comienzan a separarse de su madre auténtica o adoptiva, pero la familia continúa formando un grupo estable; los ansarones siguen siendo leales a la persona que los ha criado, sintiéndose alentados por su presencia y contestándole si los llama en el lenguaje de estas aves.

Lorenz encontró que el lenguaje de las aves — o para decirlo menos pomposamente, la serie limitada de llamadas o de cantos de cada especie— es uno de los estímulos clave que pueden desencadenar una respuesta innata. Observó que mientras las crías de los gansos silvestres se encariñan sencillamente con el primer objeto que ven moverse, las crías de ánade silvestre huyen y se esconden en una situación similar. Las cosas no resultaron mejor cuando a los patitos de esta especie les ofreció una hembra de pato almizclado como madre adoptiva, y, sin embargo, un grueso y blanco pato doméstico fue aceptado inmediatamente. ¿Por qué? ¿Acaso la voz del pato doméstico, similar a la de los ánades silvestres, suple el factor ausente?

Lorenz acogió a su siguiente nidada adoptiva de ánades silvestres con un locuaz diluvio de graznidos semejantes a los de esta especie, y se vio inmediatamente reconocido con gran alegría como si fuera su madre. Por tanto, las crías del ánade silvestre deben de reconocer instintivamente los graznidos matemos, pero no deben de tener ninguna idea clara sobre su forma —a excepción, al parecer, de que no podía ser tan alta como Lorenz, de modo que éste debía agacharse si quería que le aceptaran como madre—. Para los vecinos de Altenberg esto era una prueba más de su excentricidad.

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