Lorenz

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PORTADA » IV. LOS AÑOS DE LOS GANSOS

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Para los discípulos de Lorenz, aparte del extravagante comportamiento de su profesor, había una multitud de lecciones que aprender a diario. Ya fuera cuidando personalmente de los numerosos detalles para el bienestar de sus animales (pues el éxito de su labor dependía del buen estado de salud de éstos), construyendo un canal con tablas de madera para llevar el agua al estanque de los patos en el jardín, fabricando una incubadora de petróleo de su propia concepción, realizando expediciones que se convertían en seminarios itinerantes a lo largo del Danubio o dictando conferencias más formales en Viena, Lorenz tenía una multitud de actividades y era una verdadera fuente de sabiduría que no dejaba de ser asombrosa para una persona que apenas había cumplido los treinta años de edad. Según Seitz, Lorenz nunca se jactó de sus amplios conocimientos, aunque tampoco los guardaba para sí. Efectivamente, los compartía con cualquiera que respondiera a su propio entusiasmo, y esto podía incluir tanto a sus discípulos como a los aficionados serios o a los de edad escolar. Durante la comida que en verano solía tener lugar en el comedor que daba al jardín, la parada diaria de los pollos, los pavos, las palomas y los pavos reales ofrecía una asombrosa gama de exhibiciones nupciales; y Lorenz, a veces, aprovechaba esta oportunidad para ilustrar a sus invitados sobre temas tales como las diferencias de comportamiento entre los animales silvestres y los domésticos.

Sus cursos en la universidad eran mucho más que unas simples conferencias. Un estudiante que hubiese estado ausente no podía volver atrás con la lectura de los apuntes de clase, por cuanto éstos no existían; tampoco existía ningún libro de texto.

Lorenz hablaba de hacer ese libro, pero el tema progresaba con tanta rapidez que nunca tenía tiempo. Según Seitz, los escritos que van desde 1931 a 1941 son ese libro de texto, pues contienen la esencia de lo que exponía en sus cursos.

Próxima la II Guerra Mundial, en 1938, el aprendizaje de Seitz llegaba a su fin, aunque durante los primeros años de la guerra (antes de la invasión de la Unión Soviética) volvió junto a Lorenz para un nuevo periodo de investigaciones. En 1940, Seitz obtuvo su doctorado con una tesis sobre los peces cíclidos y más tarde —después de la guerra— fue nombrado director del zoo de Nuremberg; allí aplicó las ideas de Lorenz sobre el cuidado de los animales lo mejor que pudo, prosiguiendo en esta tarea durante un cuarto de siglo. Sin embargo, lo que más fama le dio, ante el amplio público de los no especialistas, fue el hecho de ser el primero que filmó a Lorenz y a sus gansos.

Lorenz deseaba que filmara a sus animales, pero no sólo para ilustrar sus conferencias, pues para esto le bastaba con dibujar unos cuantos esquemas en la pizarra y ampliarlos con su animada mímica para caracterizar las actitudes, los movimientos y los gritos de una extensa gama de especies animales. Tales películas eran esenciales desde un punto de vista científico para estudiar las secuencias de movimientos que constituyen las rápidas pautas fijas de acción, pues la película puede estudiarse fotograma a fotograma. Además, los filmes también resultaban fundamentales para constatar si dos observadores separados geográficamente, o por el tiempo, describen los mismos o diferentes comportamientos, y para juzgar las diferencias con mayor precisión. Pero las razones originales por las que Seitz hizo sus películas no son las que han conseguido que se exhibieran tantísimas veces: tales películas constituyen unos documentos históricos fascinantes, llenos de humor y encanto.

En el preámbulo de El anillo del rey Salomón, Lorenz nos cuenta la deliciosa historia de una de las jomadas de ocio en las orillas del río, cuando Seitz y Lorenz tenían ya en la cabeza que éste debía elaborar un libro de divulgación. Manejando su cámara, Seitz trataba de componer sus escenas con los gansos grises, pero los ánades reales, que también andaban por allí, no hacían más que molestar. Lorenz escribe: «Yo me estaba quedando dormido cuando, de repente, oí a Alfred gritando irritado: “Raganggangan, rangangangang..., oh, perdón, quiero decir: cuahg, gigigigig cuahg, gigigigig...” Y me desperté riendo a mandíbula batiente: Seitz deseaba alejar a los ánades reales, y por error se dirigió a ellos con el lenguaje de los gansos grises.» En ese momento, Seitz estaba demasiado ocupado para apreciar la broma y Lorenz deseaba contarla a todo el mundo. Así que en sus artículos y en su libro, la incluyó.

En El anillo del rey Salomón, que finalmente publicó diez años más tarde, se habla muy poco de los gansos; en cambio, se habla mucho de otros animales y especialmente del primer amor animal de Lorenz, las grajillas. En este libro promete un par de veces escribir un libro parecido dedicado a los gansos, que incluiría por ejemplo el trágico amor de la oca Maidy, pero ha tenido que pasar un cuarto de siglo antes de que, ante la demanda popular (la mía entre otras), se haya decidido finalmente a escribir la historia de sus gansos.

Además de las tristes historias de Ada y Maidy, Lorenz relata en este nuevo libro la historia de Martina, la «oca supersticiosa». Como lo demuestra el hecho de designarla con un nombre en lugar de con un número, Martina estaba troquelada por Lorenz. Incluso cuando ya era una oca adolescente y no le seguía a todas partes, Martina continuaba subiendo cada anochecer la gran escalinata de Altenberg para pasar la noche en el dormitorio de Lorenz, y cada mañana salía volando por la ventana. Todos los días, al caer la tarde, Martina esperaba pacientemente en el umbral y, tan pronto como la puerta se abría dejando el paso libre hacia el oscuro interior, el ave entraba, pero no iba directamente hacia la escalera, sino que se dirigía hacia la luz del alto ventanal situado en el extremo del gran vestíbulo, sobrepasando el pie de la escalera. Al darse cuenta de ello, volvía atrás para luego subir por ella. Esta operación cotidianamente repetida se convirtió en un hábito y a medida que el tiempo pasaba este acostumbrado camino iba acortándose cada vez más hasta que finalmente la oca se giraba bruscamente al llegar al pie de las escaleras para subir por ellas directamente.

Una noche, Lorenz se olvidó de la pobre Martina; ya era noche cerrada y ella seguía fuera. Cuando finalmente recordó al animal y abrió la puerta, Martina pegó un salto ante él y subió directamente las escaleras. Pero en el cuarto peldaño se detuvo, dio un grito de alarma, se volvió y descendió las escaleras para dar tres pasos hacia la ventana. Sólo entonces se sintió libre para volver a subir las escaleras. Al volver al cuarto peldaño, Martina se sacudió las plumas en un gesto de relajamiento y apresuradamente reanudó su subida..., un perfecto ejemplo de pensamiento mágico.

Después de un año de dormir en la habitación de Lorenz, Martina se hizo novia de un ganso (que hasta entonces sólo tenía un número y que fue rebautizado con el nombre de Martin). Este tenía problemas con las costumbres de su novia, pues aunque los gansos machos suelen ser más audaces que las hembras, nunca se decidirán de buena gana a penetrar en una casa. Desde luego, no era de esperar que Martina se diese cuenta de ello; de manera que fue el valiente Martin quien siguió temerosamente a la oca y cruzó el umbral, subió las escaleras y se enfrentó a la aterradora oscuridad del dormitorio amenazando con fieros silbidos. Cada músculo y cada pluma de su cuerpo registraba la tensión de una criatura atormentada entre su orgullo de macho y su miedo. La puerta se cerró bruscamente detrás de él, y Martin se sintió perdido; voló directamente hacia la lámpara del techo, desprendiendo varios colgantes de cristal y perdiendo una pluma remera de una de sus alas.

En El anillo del Rey Salomón se cuenta la última parte de esta historia con la nostálgica visión de una bandada de gansos volando por encima de Altenberg. Lorenz sabía que aquellos gansos eran los suyos, no solamente porque eran los únicos gansos silvestres que pasaban por allí —incluso en la época de la migración—, sino también porque podía ver que a las alas extendidas del segundo ganso de la izquierda le faltaba la misma pluma remera que a Martin.

Una película definitiva sobre los gansos ha sido otra de las ambiciones de Lorenz, y desde las filmaciones de Seitz se han realizado varias tentativas al respecto. Tales tentativas han ido desde unas cortas secuencias hasta un documental de cuarenta y cinco minutos para la televisión en 1973; sin embargo, Lorenz nunca ha quedado totalmente satisfecho por el resultado. La labor de los demás jamás podrá expresar sus peculiares sentimientos hacia los gansos. La cámara nos revelará probablemente muy pocas cosas fuera del comportamiento previsible y comúnmente observado, y desde luego nunca revivirá los momentos mágicos de sus recuerdos sobre los gansos.

Se cuenta una anécdota — no sé si es auténtica o se ha embellecido para contarla— sobre un psicólogo vienés que un día visitó a los Lorenz. Gretl llamó al huésped aparte y le preguntó: «Dígame, profesor, ¿podría explicarme esa pasión de Konrad por los gansos?» A lo cual el psicólogo encogió los hombros y replicó: «Se trata de una perversión como otra cualquiera...»

 

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