Lola

Lola


CAPÍTULO 16

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CAPÍTULO 16

Mario poseía un gran autodominio y era capaz de mantener a raya sus emociones en las situaciones más adversas. Además, también tenía la sangre fría necesaria para analizar con facilidad todo lo que acontecía a su alrededor, pues para su trabajo necesitaba grandes dosis de esas aptitudes. Pero en esta situación, no le servían para nada.

Mario salió de casa de Lola completamente abrumado. Nunca habría llegado ni siquiera a pensar que Lola estaba enamorada de él. Esa confesión lo había cogido por sorpresa y no llegaba a asimilarlo. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Se sentía confuso y sin saber qué hacer o cómo reaccionar ante tan sorprendente revelación. Siempre se había considerado un hombre que sabía escuchar, y una de sus características era precisamente la empatía, pero no había funcionado con Lola. Era como si su poder estando al lado de Lola quedara totalmente anulado.

Y lo peor de todo es que se daba cuenta ahora, porque estaba pensando en cómo se había comportado con ella durante esos últimos años, cuántas veces le había hablado de otras mujeres y cómo le contaba todos los detalles sin tener en cuenta sus sentimientos. ¿Cómo había estado tan ciego?

Llegó a su casa como un autómata, pero su mente no pudo dejar de darle vueltas a lo sucedido mientras se repetía una y otra vez que Lola lo quería, aunque no se lo mereciera. Aturdido y con un gran sentimiento de culpabilidad encima, llamó a su hermana, porque no sabía con quién más hablar.

—Dime, Mario. Jamás había tenido tantas llamadas tuyas ni me habías visitado tanto como ahora. ¿Qué sucede esta vez?

—Te voy a preguntar algo y quiero que me respondas con sinceridad —le dijo sin hacer caso de su comentario—. ¿Tú sabías que Lola siempre había estado enamorada de mí?

Julia se quedó sin habla. Sabía que había un gran cariño entre ellos desde que eran niños, pero jamás habría pensado que su amiga estuviera enamorada de su hermano. Nunca se lo había dicho.

—¿Te lo ha dicho ella? —le preguntó Julia, incrédula.

—¿Cómo lo iba a saber si no?

—Yo no tenía ni idea, jamás me ha dicho nada. Siempre pensé que erais como hermanos, pero nunca sospeché que Lola tuviera esos sentimientos hacia ti. ¿Y tú qué le has dicho? ¿Se puede saber qué ha pasado?

Mario suspiró. No podía engañar a su hermana por más tiempo, y si esperaba sinceridad por su parte, tendría que predicar con el ejemplo y sincerarse. Entonces fue cuando le explicó casi todo. Simplemente se guardó para él sus dos encuentros íntimos. Julia lo escuchaba, y mientras lo hacía, empezó a entender muchas cosas. No había un amor fraternal, al menos por parte de Lola, y por eso tenía tanta paciencia con él, y aunque la dejaba colgada una y otra vez, siempre lo disculpaba. Pequeños detalles empezaban a encajar: los constantes cambios de humor de Lola después de estar con Mario, la ilusión con la que se iba para encontrarse con él y la cara de decepción al volver.

Ahora entendía que, durante esos últimos meses, Lola se comportara de una forma tan extraña. Entendía por qué muchas veces sus ojos estaban hinchados; según Lola, por un brote de alergia. ¿Qué alergia? ¡Si jamás había tenido alergia a nada! O las veces que le decía que había hecho planes para luego decir que estaba en casa. Estaba segura de que ni siquiera había quedado, solo quería quitársela de en medio para evitar preguntas incómodas.

—Llevas tantos años haciéndola sufrir que no sé si algún día te podré perdonar. ¿Es que estabas ciego y no veías que estaba coladita por ti? Conmigo disimulaba, pero tú deberías haberlo intuido. Eres el especialista en tratar con mujeres.

—¡Te juro por lo más sagrado que jamás lo llegué a imaginar! ¿Crees que habría quedado con ella durante tanto tiempo sabiendo que sufría por mi culpa? No soy ningún monstruo y quiero a Lola, siempre la he querido, y yo pensaba que lo hacía de una forma fraternal, como te quiero a ti. Pero ahora sé que es algo más, que la amo.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Piensas dejar que siga saliendo con Pau?

—¡Ni lo sueñes! Me ha dicho que está enamorada de mí.

—Ya, pero también intenta olvidarte, y qué mejor forma de hacerlo que conocer a otro hombre que ocupe el lugar que debiste ocupar tú, pero estabas tan ciego que no fuiste capaz de verlo, y eso que pasaba delante de tus narices.

—¡No lo voy a permitir!

—¿Y qué vas a hacer para impedirlo?

—Ya lo pensaré. Adiós, hermanita.

Mario colgó y no dejó de pensar que tenía que buscar la forma de que Lola le creyera. Estaba totalmente confundido por la increíble confesión de Lola y a la vez maravillado. ¿Y si durante toda la vida había tenido a su media naranja al lado y no se había dado cuenta? Era para tirarse por un barranco, como solía hacer, pero esta vez de cabeza contra las rocas. ¡Y encima se estaba dando cuenta de que él también la amaba! Eso ya merecía un salto de puénting sin cuerda. Se desesperaba.

Julia, en cuanto terminó de hablar con Mario, intentó ponerse en contacto con su amiga, pero no pudo lograrlo; ella no cogía su móvil. Estaba segura de que Lola sabía por qué la llamaba.

Lola no se veía con fuerzas para soportar el interrogatorio y los reproches de Julia. Tardó en salir del lavabo. No podía creerse lo que acababa de hacer. Después de permanecer tantos años callada, de pronto le daba una paranoia y le confesaba su gran secreto, ese que había guardado con mucho celo a todo el mundo. Bueno, a casi todo el mundo. ¿Y qué pretendía confesándole que estaba enamorada de él? Por más que lo pensaba, no podía llegar a entender cómo le había dado ese arrebato. En adelante, no podría mirarlo a la cara jamás.

—¿Se puede saber qué has hecho? —se preguntó ante el espejo—. ¿Qué haremos a partir de ahora? La has cagado, pero bien cagada. ¡Es que no me lo puedo creer! Siempre pasa lo mismo. Se te calienta la boca y es tu perdición ¡Qué patética llegas a ser! ¿Pretendes darle pena y conseguir de esa manera que salga contigo? Cómo la has liado.

No paraba de repetir lo mismo recorriendo la casa de un lado para otro como una leona enjaulada. Volvía a mirarse en el espejo una y otra vez, hablándole a la imagen que se reflejaba como si fuera su más fiel confidente.

Pero recordar y sentir todavía sobre ella las manos de Mario había sido un sueño hecho realidad. A lo largo de esos años, en sus pensamientos más ocultos había imaginado mil veces cómo sería sentir sus labios sobre los suyos o sus manos acariciando su cuerpo y tenerlo dentro mientras se movían a un mismo ritmo. Pero ningún pensamiento se acercaba a la realidad porque nunca había experimentado algo mejor que hacer el amor con él.

Después de más de tres años de confidencias, conocía mejor que nadie a Mario. Sabía que nunca podía estar mucho tiempo con la misma mujer. En cuanto las conseguía, pasaban a la historia, y con ella pasaría lo mismo. Y a diferencia de las demás, ella no iba a esperar a que la apartara de su lado con bonitas excusas. Sería ella la que no volvería a verlo. No debería haberle confesado su amor, pero a lo hecho pecho, y aunque tardara en olvidarlo y su alma no dejara de llorar, un día, esa profunda herida sanaría. Y si no pudiera olvidarlo jamás, llegaría un momento que no le dolería y entonces podría seguir con su vida.

—Vamos a intentar arreglar este desaguisado que has provocado —se dijo suspirando ante su imagen reflejada, con una firme decisión tomada.

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