Loki

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Capítulo dieciocho » Los sueños de Balder

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Los sueños de Balder

El sueño del más hermoso de los dioses era el más alterado. Balder daba vueltas y más vueltas en la cama, incapaz de librarse de los demonios que se deslizaban en sus sueños y lo atormentaban noche tras noche. Se despertaba con una capa de sudor que cubría su cuerpo, confundiendo las sombras con los fantasmas que huían rápidamente de sus turbadoras pesadillas. Momentos más tarde no podía recordarlas; sólo quedaba la sensación persistente del miedo que colgaba sobre él como un paño mortuorio.

Todos los dioses quedaron consternados cuando les habló de sus visitantes. A pesar de sus preocupaciones y debates, ninguno pudo ofrecer sin embargo una solución para desterrar aquellos sueños. Fue su propio padre quien finalmente decidió visitar Niflheim para encontrar una respuesta.

El dios tuerto montó sobre Sleipnir y se alejó al galope hacia el inframundo, la casa de Hel, la criatura mitad cadáver que reinaba sobre los muertos. Sleipnir cruzó nueve ríos que fluían hacia atrás antes de encontrarse cara a cara con Garm, el enorme perro que hacía guardia en las puertas de Niflheim. Con un fuerte espoleo a Sleipnir, Odín saltó más allá de las fauces de la bestia y pasó por delante de los fríos campos de los muertos hacia la morada de Hel.

En la puerta, Odín encontró sendas llenas de oro como bienvenida para alguien importante.

Halló a Hel en su trono. Odín se dirigió a la criatura a la que había desterrado a este lugar hacía muchos años.

—¿A quién planeas recibir en tu reino?

Ella no respondió de inmediato, sino que dejó que una sonrisa pícara cruzara su rostro.

—El homenaje es para alguien que pronto se me unirá aquí.

Odín sintió un agudo dolor en sus palabras.

—¿No te refieres a Balder?

—El más hermoso de los dioses será mi invitado dentro de poco.

La frente Odín se frunció por la angustia.

—¿Quién lo matará? Al menos puedes decirme eso.

—Será una tragedia que romperá el corazón de todos en Asgard, más trágica aún por la mano ciega que liberará el dardo que matará a su hermano.

Odín sabía que hablaba de Hod, el hermano de Balder.

—¿Por qué el hermano mataría al hermano?

La sonrisa de Hel se hizo mayor.

—Tus propios crímenes serán tu perdición, Tuerto. —Y con eso cerró la boca y se negó a pronunciar una palabra más.

Odín dio media vuelta de mala gana y se marchó. Su viaje de retorno fue sombrío y silencioso, aunque imaginó las caras de los muertos riéndose de él mientras recorría el camino de regreso a Asgard…

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