Lina

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31. La niña

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31. La niña

Fray Lucas estaba podando el almendro cuando el atronador descenso del astro rey anunció su retirada. De nada le sirvió taparse los oídos. El ocaso retumbaba inmisericorde en los intramuros de su espíritu tras la demolición de las vigas que lo sostenían. Al ver el cielo teñido de sangre, se apuró en taponar la herida con una oración.

¡Señor, mi Dios y mi salvador,

día y noche estoy clamando ante ti:

que mi plegaria llegue a tu presencia;

inclina tu oído a mi clamor!

Porque estoy saturado de infortunios,

y mi vida está al borde del Abismo;

me cuento entre los que bajaron a la tumba,

y soy como un hombre sin fuerzas.

Yo tengo mi lecho entre los muertos,

como los caídos que yacen en el sepulcro,

como aquellos en los que tú ya ni piensas,

porque fueron arrancados de tu mano.

Me has puesto en lo más hondo de la fosa,

en las regiones oscuras y profundas;

tu indignación pesa sobre mí,

y me estás ahogando con tu oleaje.

Apartaste de mí a mis conocidos,

me hiciste despreciable a sus ojos;

estoy prisionero, sin poder salir,

y mis ojos se debilitan por la aflicción.

Yo te invoco, Señor, todo el día,

con las manos tendidas hacia ti.

¿Acaso haces prodigios por los muertos,

o se alzan los difuntos para darte gracias?

¿Se proclama tu amor en el sepulcro,

o tu fidelidad en el reino de la muerte?

¿Se anuncian tus maravillas en las tinieblas,

o tu justicia en la tierra del olvido?

Yo invoco tu ayuda, Señor,

desde temprano te llega mi plegaria:

¿Por qué me rechazas, Señor?

¿Por qué me ocultas tu rostro?

Estoy afligido y enfermo desde niño,

extenuado bajo el peso de tus desgracias;

tus enojos pasaron sobre mí,

me consumieron tus terribles aflicciones.

Me rodearon todo el día como una correntada,

me envuelven todos a la vez.

Tú me separaste de mis parientes y amigos,

y las tinieblas son mis confidentes30.

Cerró los ojos en un intento pueril de engañar al cuerpo y ocultarle la noche. También esto fue inútil. La oscuridad interior resultó aún más terrorífica que la que aguardaba fuera. Las convulsiones le hicieron perder el equilibrio. El almendro, generoso por naturaleza, le extendió su brazo mutilado y desnudo para que se sostuviera.

«¿Qué es eso? ¿Quién me toca?», se preguntó fray Lucas intimidado al tiempo que entreabría los ojos.

«Es el árbol, que me muestra compasión», pensó ruborizándose por haberle infligido dolor desmochándolo.

En el horizonte, los últimos celajes se dispersaron. Tras el telón apareció sonriente la guadaña. Estrellas difuntas irrumpieron en el firmamento para engalanar la noche universal. Los fantasmas de las pesadillas, guiados por las brillantes luces, se encaminaron en procesión hacia el subconsciente de los atormentados.

El tintineo de la campanilla le conminó a que fuera a alimentar los ensueños antes de ir a la cama. Apenas probó bocado en un intento a la desesperada de debilitarlos.

Una vez en la celda, se quedó en compañía del remordimiento. «Diego, los papeles, fray Simón, el obispo, el juez, los jóvenes...».

Repasó la relación con su amigo desde el principio. Ya no estaba seguro de que el primer encuentro entre ellos hubiera sido fortuito. La sospecha le produjo un gran desasosiego. ¿Por qué el hijo de un narcotraficante se había ganado su confianza y hecho entrega de unos documentos en contra del obispo? Aquí no se trataba de una venganza entre cárteles, pues los papeles delataban al padre. Cabía la posibilidad de que fueran falsos, pero en ese caso no tenía sentido que hubieran asesinado a un grupo de jóvenes y a fray Simón. Diego no ganaba nada con eso, a menos que buscara vengarse de la Iglesia por algún motivo personal. ¿Habría ordenado la ejecución el propio obispo? Le costaba creerlo. Una cosa era aceptar dinero de dudosa procedencia y otra cometer un crimen. ¿Y dónde estaba ahora Diego o Alfonso Robledo, como en verdad se llamaba? No había muerto con sus compañeros.

«Dieguito, compadre… Es que no me entra en la cabeza que seas capaz de hacer algo así. Yo vi en ti una buena persona, no sé si soy bobo perdido, pero es lo que me dijo el corazón. ¿Me utilizaste? ¿Por qué, porque persuadía a los jóvenes de la comarca de que rechazaran colaborar con las bandas? Haber acabado conmigo».

Fray Lucas siempre había sabido que se exponía a terminar colgado de un puente. «Nunca pensé que morirían otros en mi nombre».

Cuanto más pensaba en el asunto, más y más enmarañado se ponía.

Empezó a dolerle la cabeza. «Es por el estómago vacío. Tomaré la leche y, si me duermo, que sea lo que Dios quiera. El maligno se pasea ante mí, ufano, y disfruta de verme con el ánimo malherido y la culpa gangrenada. No permitiré que se salga con la suya. Se lo debo a la memoria de fray Simón».

Poco a poco se quedó dormido.

«¿Cómo no me he dado cuenta antes? Mi estancia en España ha sido un sueño. Nunca salí de México. Debieron de golpearme la cabeza y he estado delirando».

Caminó del convento a la aldea. Estaba a punto de entrar en la blanca capilla cuando sintió que Satanás se ocultaba bajo sus pies, en las entrañas de la tierra.

—¿Qué pretendes? ¿Qué haces ahí abajo?

El ser comenzó a convulsionarse provocando un gran terremoto. Las casas se desmoronaron sobre las personas y hubo muchos muertos. Cuando las sacudidas se detuvieron, una niña se acercó llorando.

—Mi familia está viva bajo los escombros. Ayúdame a quitar las piedras.

Fray Lucas escuchó los gritos de socorro de los sepultados. Quiso ir, pero su cuerpo entumecido no le respondió. «No sirvo para nada, lo siento».

La angustia de la pequeña lo desgarraba por dentro, pero, por fuera, el fraile no tenía piel, sino piedra. Ella insistió.

—Por favor, morirán si no los sacamos. Haz algo.

Las lágrimas resbalaron por las petrificadas mejillas de él. Nada podía hacer para aliviar el agónico sufrimiento de la niña. Ella tiró de su hábito tratando de arrastrarlo, pero carecía de fuerza y cayó al suelo.

—¿Por qué te quedas ahí parado, no eres un siervo de Dios? —preguntó levantándose entre sollozos.

Fray Lucas, avergonzado, bajó la mirada. Las carcajadas enloquecidas de la criatura monstruosa provocaron nuevos temblores en el núcleo de la tierra.

En cuanto cesaron, ella fue corriendo hacia los escombros. Ya no se escuchaban las voces pidiendo auxilio.

La rabia se apoderó del fraile. De sus entrañas emergió un grito atroz con la fuerza de un volcán en erupción. La piedra que lo recubría estalló en pedazos.

Dotado con el vigor descomunal que insufla la furia, rescató con vida a toda la familia. Al elevar la mirada hacia el cielo pensando encontrar a Dios, divisó a la criatura maligna montada sobre un nimbo.

«¿Por qué siempre anda cerca de mí? Es como si, de alguna manera, él y yo estuviésemos unidos».

—¡Baja y enfréntate, envidioso acomplejado!

El endriago zarandeó la nube e hizo llover con tal virulencia que, en pocos segundos, la aldea se inundó. Él y la pequeña lograron subirse a un piano que flotaba. El agua se llevó a rastras al resto de su familia. El fraile se preparó para saltar. Él era un socorrista de Dios.

—Permanece aquí pase lo que pase. En el piano estás a salvo. Voy a buscar a los demás.

Se sumergió una y otra vez hasta rescatarlos.

Navegaron todos hasta tierra firme subidos en el instrumento. Ya se creían a salvo cuando los rayos furiosos del ángel de la muerte ocasionaron un gran incendio. Fray Lucas se sentía agotado.

—Corred vosotros, yo no puedo más.

La niña tuvo miedo de que se durmiera.

—No te rindas. El monstruo quiere cansarte para que dejes de salvarnos —le dijo abrazándose a él.

El fraile le acarició el cabello.

—No dejaré que nos venza. Te doy mi palabra.

—Entonces, algún día esta pesadilla terminará porque el que se cansará será él. ¡Ganaremos! ¡Acaba con los cuatro jinetes y él desaparecerá!

—¡Sí, soy un enviado de Dios!

Fray Lucas se puso en pie decidido a dar caza de una vez por todas a la Muerte, que iba dejando un reguero de cadáveres tras de sí. Del impulso, la manta y la colcha fueron a parar al suelo, pero el mexicano, por hallarse lejos, no se dio cuenta.

Lina dormía agitada. En su sueño, rebuscaba entre las calaveras de un cuadro de Zdzisław Beksínski31 tratando de localizar a los suyos. Vio pasar al fraile a lo lejos. Iba tras la Muerte para darle caza. Quiso seguirlo, pero Ledesma la sacó de allí sujetándola del vendaje que se había empezado a desatar de sus manos.

—No, no, he de ayudarlo.

—No, él solo existe en tu imaginación.

Ledesma se despertó sobresaltado. Aun a pesar de saberse en la cama, le parecía seguir oyendo la voz de Lina rogándole que trasplantara sus manos a Gebre porque prefería que las tuviera él.

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