Lily

Lily


Capítulo 3

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Capítulo Tres

Lily entró al solar donde la esperaban su padre y su madrastra, Quade y Brenna, y su hermano Torrian. Se dejó caer en la silla vacía con los hombros hundidos y se tumbó en ella haciendo un gran esfuerzo por alisarse las faldas.

—Lily, sabes que te queremos y estamos preocupados por ti —le dijo su padre.

—No hay nada de qué preocuparse —respondió ella de inmediato—. Estoy bien. —Se retorcía las faldas con las manos, incapaz de concentrarse del todo en el instante presente, un muchacho de oscura y larga cabellera acaparaba sus pensamientos. ¿O era el beso lo que no podía quitarse de la cabeza? Se lamió los labios esperando saborear su esencia y se quedó mirando la espada que colgaba de la pared detrás de su padre, perdida en el maravilloso recuerdo de Kyle.

—¡Lily! ¡Necesito que me escuches! —ladró el padre.

Debió haber dicho alguna cosa que no escuchó mientras estaba ensimismada en sus pensamientos. Le dedicó su mejor sonrisa, relegando el recuerdo de Kyle a un rincón de su mente. ¡Cuánto quería a su padre!

—Para todos nosotros es tan claro como el día que te sientes un poco perdida, ahora que Torrian ha asumido como jefe y su esposa se ha hecho cargo de tus funciones.

—¿Qué? ¿De dónde has sacado esa idea tan retorcida?

Rezó para ser perdonada por sus mentiras.

—Lily —dijo Torrian—, sabes que nada ha cambiado entre tú y yo, y que Heather solo intenta ayudar haciéndose cargo de esos trabajos. Ella desea contribuir como la nueva señora del castillo.

—Dijiste que te complacía que ella se ocupara de tus tareas —añadió Brenna.

—Sí, mamá. Estoy encantada y sabes que adoro a mi nueva hermana.

Mientras que Torrian llamaba a su madrastra por su nombre de pila, Lily no lo hacía. Era la única madre que había conocido y siempre sería mamá para ella.

Brenna acercó su silla a la de Lily y le cogió las manos.

—Creo que necesitas encontrar algo que sea de tu interés. ¿Te gustaría acompañarme en mis tareas de sanadora? Hay ocasiones en las que me vendrían bien un par de manos extra.

Lo pensó detenidamente, ya que le gustaba visitar a sus compañeros de clan, especialmente a los más pequeños.

—Podría ayudarte con algunos —dijo finalmente—, pero ya sabes que no me llevo bien con la sangre. Bethia y la pequeña Jennet son más adecuadas para tu trabajo.

Bethia y Jennet eran las sanadoras, no Lily. Jennet era la más joven de la familia, pero su mente era la más ágil de todas. Le encantaba pasar todo su tiempo con su mamá colaborando en las cirugías o como sanadora. Aunque lo deseaba, Brenna aún no llevaba a Jennet a los partos. Le había dicho que era demasiado joven, para desilusión de la muchacha.

—¿Por qué no te dedicas al arco y flecha con tus primas? —preguntó Quade—. Sorcha, Maggie y Molly salen todos los días a practicar; estarían encantadas de enseñarte.

—¡Oh, papá! Yo no sería capaz de cazar un animal ni de ver a mis primas matar a uno. No es para mí.

—Pero significaría que podrías participar de nuestras competiciones anuales con los Grant.

—Lo pensaré.

No tenía ningún interés en disparar flechas. Estaba totalmente fuera de toda consideración el que ella hiriese a un animal a propósito. ¿Y qué importancia tenía que una flecha diese o no en un blanco? Ninguna de las sugerencias de sus padres le resultaba aceptable, pero afirmó:

—Por supuesto, estaré encantada de intentar vuestras sugerencias. Por favor, mamá, avísame cuando creas que podría serte útil. —Asintió con la cabeza como si el gesto pudiera convencer a su familia de su sinceridad—. ¿Puedo retirarme, ahora que el problema está resuelto?

¿Cuántas mentiras llevaba? Sin duda tendría que hacer penitencia.

Torrian frunció el ceño al mirar a su hermana.

—Oh… Te conozco, hermana. Todavía no se ha resuelto nada, pero te permitiré pensar que sí. Puedes probar estas dos actividades, aunque no creo que ninguna de ellas te satisfaga.

Él tenía razón, pero no quería que sus padres lo supieran. Lily miró a su querido hermano haciendo lo posible por mostrarse enfadada sin conseguirlo. Amaba demasiado a Torrian como para disgustarse con él.

—Torrian, ¿te he felicitado por el buen trabajo que estás haciendo como nuestro nuevo jefe?

—Sí, lo has hecho, Lily, y te lo agradezco, pero reconozco tu intento para distraerme. Todavía estamos discutiendo sobre ti. —¡Maldición! ¿Por qué la conocía tan bien?—. Háblanos del hombre con el que te encontraste en el prado. ¿Por qué no lo has mencionado a ninguno de nosotros? Nos lo ha contado Kyle.

Kyle, ¡el muy soplón! Le había pedido que guardara silencio, ahora la había metido en problemas.

—Cuando estaba en el bosque escuché algunos crujidos detrás de mí. Pensé que se trataba de un animal, pero no vi nada. Sin embargo, a medida que se acercaba, me asusté. Volví corriendo al lugar por donde había entrado en el bosque y fue entonces cuando descubrí que mi querida yegua había desaparecido. —Se miró las manos deseando que aquella conversación hubiese acabado ya.

Quade preguntó:

—Lily, ¿cuántas veces te han dicho que la hija del jefe no debe andar sola?

—Pero ya no soy la hija del jefe —dijo Lily sorprendida de su propia vehemencia. A juzgar por las expresiones de las tres personas reunidas frente a ella, también habían notado el tono de su voz—. Perdonadme, pero ahora soy solo la hermana del jefe, como debo recordaros.

Quade empezó a decir algo, pero Brenna se le acercó y tomó su mano entre las suyas para interrumpirlo.

—¿Pudiste ver bien al hombre? —preguntó ella.

Las lágrimas empañaron los ojos de Lily, cada respuesta que daba la hacía parecer más tonta, si eso era posible en aquel punto.

—No. Estaba vestido con una armadura, no pude ver debajo de su yelmo. —Desvió la mirada para no tener que encontrarse con la de su padre, temía que él pensara que toda la historia fuera una invención, lo que seguramente le rompería el corazón.

—¿De qué color era su cabello? —preguntó Torrian.

—Creo que era castaño, pero no estoy del todo segura. —Se miró las manos sobre el regazo—. Estaba demasiado lejos.

Quade miró a Torrian.

—¿Alguien ha comprobado la zona?

—Sí —respondió este—. Kyle registró el área después de traer a Lily, y, aunque había evidencia de hierba pisoteada...

—¿Lo ves? No soy una tonta, Kyle lo vio también. —Lily se inclinó hacia adelante en su silla esperando que el gesto fuera suficiente para que le creyeran.

—Podrían haber sido nuestros propios hombres que salieron de cacería. Es una de sus zonas favoritas.

—Quiero que otro grupo de guardias vuelva a inspeccionar el sitio hoy mismo —dijo Quade—. Envíalos en todas las direcciones. Necesito saber quién ha estado en nuestras tierras.

Lily ya no les prestaba demasiada atención, ya que creía que no era ella por la que estaban preocupados. Torrian y su padre habían sido siempre tan lógicos, tan rigurosos... Todo lo contrario a su forma de ser. No podía evitar preguntarse si su madre habría sido más parecida a ella, desenfadada. Después de todo, de alguien debía haberlo heredado y no tenía nada en común con su padre ni con su hermano. Resopló. Por la forma en que la miraron, lo había hecho lo bastante alto como para que todos la escucharan. Sonrió a su padre sin querer dar explicaciones y volvió a cruzar las manos sobre el regazo. Alguien golpeó suavemente la puerta justo en ese instante y Torrian gritó:

—¡Pasad!

Una de las criadas entró y anunció:

—Perdonadme, mis lairds, pero lady Brenna ha sido requerida en la cabaña de Mary. Se precisa una sanadora.

Brenna se puso de pie inmediatamente.

—Diles que iremos enseguida.

¿Iremos? ¿Significaba esa palabra lo que Lily creía que significaba? No tuvo que preguntárselo por mucho tiempo. La criada se marchó rápidamente y Brenna se volvió hacia ella.

—¿Estás lista?

—¿Lista para qué, mamá?

—Bueno, se trata de un parto y me vendría bien tu ayuda, si estás libre. Bethia no se siente bien hoy. Sabes que le encanta ayudarme, pero preferiría que se quedara en casa.

¡Qué pregunta más absurda! ¡Claro que estaba libre! Pero ¿deseaba ir? No.

—Por supuesto, mamá, me encantaría asistir al parto contigo.

Era la mentira número... Dios, ¿cómo iba a llevar la cuenta de todas sus mentiras? Creía haber contado cinco, pero no estaba del todo segura. Lily abandonó el solar detrás de su madre y esta cogió la bolsa de sanadora que le alcanzó una criada antes de salir por la puerta del gran salón.

—Ahora, hija —le dijo volviéndose para mirarla—, puedes ayudar preparando toallas, calentando el agua o reconfortando a la dulce Mary mientras da a luz a su bebé. O tal vez puedas encargarte de sus otras tres niñas mientras nosotras estamos ocupadas con el parto. Cualquier cosa que desees hacer estará bien para mí.

¡Vaya si estaba aprendiendo acerca de los problemas que acarrean las mentiras! No tenía ningún deseo de asistir a un parto. Toda la sangre y los gritos... Lo más probable sería que acabara desmayada en el suelo.

Mientras caminaba detrás de su madre, le sonreía a la gente del clan que se apartaba para dar paso a lady Brenna. Todos sabían que cada vez que ella cargaba con su bolsa se dirigía a realizar alguna tarea importante. Lily se preguntó si alguna vez le mostrarían a ella ese mismo respeto. No, preferían quedarse mirándola como si tuviera dos cabezas pegadas al cuello. Se rio ante la imagen que se figuró en su mente. Su madre la miró con extrañeza pero siguió acelerando el paso hacia la cabaña.

—Encontrarás tu propio camino, muchacha —le dijo—, estoy segura de ello. Eres una joven talentosa y adorable.

—Mamá, ¿eres buena atrapando cosas? —Lily se frotó la cabeza. Cuanto más pensaba en ello, más segura estaba de que se desmayaría durante el parto. Esperaba que su querida madrastra fuera capaz de cogerla antes de que se abriera la cabeza contra el suelo de piedra.

—¿Qué quieres decir, Lily? —preguntó Brenna perpleja, pero no había tiempo para explicaciones.

Habían llegado a la casa de Mary y el padre de la muchacha estaba de pie frente a la puerta con los ojos desorbitados.

—¡Por favor, ayudadla! Y, si podéis —susurró—, a su marido también le vendría bien alguna asistencia, el hombre está bastante afectado.

Ambas entraron en la cabaña. La primera reacción de Lily fue taparse los oídos, todo el mundo estaba gritando. Brenna se dirigió directamente a la cámara contigua, de donde procedían los gritos más estridentes, para atender a Mary. Lily se quedó en la entrada.

Un hombre corpulento con expresión de angustia en el rostro estaba sentado en un rincón con una pequeña que lloraba en su regazo; una chiquilla de un verano, aproximadamente. Otras dos niñas berreaban en el suelo, aunque Lily no sabía por qué. El hombre la miró y le suplicó:

—¡Ayudadme, por favor! No sé qué hacer sin mi Mary. La niña tiene hambre y no puede darle de comer.

Lily se acercó a una mesa que había cerca de la chimenea y rebuscó en las cestas de comida hasta que encontró una zanahoria y un trozo de pan. Cogió a la pequeña de los brazos de su padre y se sentó en un taburete cerca de la chimenea, en la pared opuesta. El padre, claramente agradecido, se puso de pie y le dijo:

—Mis disculpas, pero han estado así desde que Mary empezó con el parto anoche. Solo necesito un momento, muchacha, por favor. —En cuanto Lily asintió él se escabulló por la puerta.

Acomodó a la criatura en su regazo, le puso la zanahoria en la boca para que tuviera algo que roer y les hizo señas a las otras niñas para que se acercaran a ella. Las tres seguían llorando, pero la más pequeña se detenía de vez en cuando para mordisquear la zanahoria durante unos segundos. Sin saber cómo podía calmarlas, hizo lo único que se le ocurrió para mantener su propia cordura.

Comenzó a cantar. Empezó tarareando, pero, una vez que las dos niñas más grandes le prestaron atención y sus lágrimas se convirtieron en meros moqueos, siguió cantando con entusiasmo sobre su yegua, los arcoíris, las flores, y todas las cosas que le eran queridas. Se dejó llevar por la melodía y las niñas se acercaron y se acurrucaron cerca; una de ellas se metió el pulgar en la boca. Los llantos habían cesado.

Satisfecha con su pequeño éxito, continuó cantando aún más alto. Finalmente, las dos mayores se tumbaron y cerraron los ojos. Se durmieron tan rápidamente como los recién nacidos. La pequeña que Lily llevaba en brazos seguía mascando la zanahoria y le miraba fijamente la boca mientras ella le cantaba. Finalmente, dejó la zanahoria a un lado y cerró los ojos, descansando la cabeza en el hueco de sus brazos.

Una vez que los gritos de las niñas cesaron, Lily se dio cuenta de que Mary ya no gritaba tampoco. No se atrevió a dejar de cantar —pues le resultaba muy tranquilizador— y continúo haciéndolo hasta que la puerta de la cámara se abrió. Su madre sostenía a un bebé que lloriqueaba, aunque los gritos del niño no se acercaban a los de las otras tres. Brenna lo llevó hasta Lily y le pidió que siguiera cantando. El pequeño dejó de llorar, cerró los ojos y se acurrucó en los brazos de Brenna.

Al oír al niño, el marido de Mary abrió de golpe la puerta principal y entró. Su mirada se posó primero en Lily, y también la del padre de Mary, que había llegado detrás de él.

Aunque aquella atención la incomodaba, continuó con su canto temiendo que los niños se despertaran a gritos si dejaba de hacerlo.

El marido de Mary se dirigió entonces a Brenna y la miró fijamente a los ojos.

—¿Milady?

—Enhorabuena, Sorley. Tu mujer te ha bendecido con un hijo. —Le presentó al niño y el hombre se dejó caer en un taburete.

Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras se levantaba de nuevo tambaleándose para coger a su pequeño. Luego se fue corriendo hasta la cámara.

—¡Mary, tenemos un hijo! ¡Por fin! ¡Un muchachito!

Brenna se acercó para cerrar la puerta y dar a la pareja un tiempo de intimidad con su nuevo bebé, luego se volvió hacia Lily.

—Bien hecho. Nunca había visto a nadie calmar a los niños como tú.

Cogió una manta de una silla y la colocó sobre las dos niñas que estaban dormidas en el suelo. A continuación, tomó a la criatura de los brazos de Lily y la acomodó en un cajón acolchado de un arcón cercano.

El padre de Mary miró a Lily y le dijo:

—¡Bendita seas, muchacha! Eres un verdadero regalo de Dios. —Y después se acomodó en una silla junto a la chimenea dejando escapar un profundo suspiro mientras se recostaba y entornaba los ojos.

Lily no comprendía cómo aquel hombre podía considerarla un regalo de Dios. No diría lo mismo si supiera de todas las mentiras que había estado contando.

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